Sobre el ensayo general
Había ensayo general de la obra de teatro de Papá Mumin y todas las lámparas ardían a pesar de que aún faltaba mucho para que llegara la noche.
A cambio de entradas gratis para el estreno el día siguiente, los castores habían empujado el teatro hasta colocarlo medianamente bien en su sitio, pero el escenario seguía teniendo cierta inclinación, que era un poco molesta.
Delante de la abertura del escenario colgaba el telón, rojo y enigmático, y por fuera se mecía una pequeña flota de barquitos curiosos. Habían estado esperando desde la salida del sol y se habían llevado la cena, porque el ensayo general siempre dura mucho rato.
Mamá, ¿qué es un ensayo general?, preguntó un ericito pobre que había en uno de los barcos.
Es cuando ensayan por última vez para asegurarse de que todo sale según lo previsto, le explicó la madre erizo. Mañana actuarán de verdad, y entonces hay que pagar para ver. Hoy es gratis para erizos pobres como nosotros.
Pero detrás del telón no estaban en absoluto seguros de que todo fuera a salir como debía. Papá Mumin se sentó a reescribir el guión.
La Misa lloraba.
Pero dijimos que las dos moriríamos al final, dijo la hija de la Mymla. ¿Por qué el león sólo la devora a ella?, dijimos las chicas león. ¿No te acuerdas?
Bien, bien, dijo Papá Mumin nervioso. El león te devora y después se come a la Misa. Pero no me molestes, ¡intento pensar en hexámetros!
Al final, ¿cómo queda eso de la familia?, preguntó Mamá Mumin preocupada. Ayer la hija de la Mymla estaba casada con tu hijo, que estaba de viaje. ¿Es la Misa la que está casada ahora con él y soy yo su madre? ¿Y la hija de la Mymla está soltera?
No quiero estar soltera, dijo inmediatamente la hija de la Mymla.
Tendrán que ser hermanas, exclamó Papá Mumin desesperado. O sea la hija de la Mymla es tu nuera. Quiero decir, mía. Tu tía, quiero decir.
Eso no puede ser, dijo el Homsa. Si Mamá Mumin es tu esposa, tu nuera no puede ser su tía.
Da igual, todo, dijo Papá Mumin. ¡No habrá función!
Tómatelo con calma, dijo Emma con una comprensión inesperada. Todo se arreglará. Además, el público no entenderá nada de todos modos.
Por favor, Emma, pidió la madre del Mumintroll. El vestido me está demasiado estrecho… se me sube por la espalda todo el rato.
Y recuerda, dijo Emma con la boca llena de imperdibles, que no debes parecer contenta cuando ella entre y diga que su hijo ¡ha ensuciado con mentiras su persona!
No, no, prometo parecer triste, dijo Mamá Mumin.
La Misa leía su papel. De pronto, lanzó la hoja a un lado y gritó:
¡Es demasiado alegre! ¡No me pega en absoluto!
Silencio Misa, dijo Emma severa. Vamos a empezar. ¿Está lista la iluminación?
¡Roja! ¡Roja!, gritó la hija de la Mymla. ¡Mi entrada es roja!
¿Por qué siempre se equivoca de luz?
Todos lo hacen, dijo Emma tranquila. ¿Estáis preparados?
No me sé mi papel, murmuró Papá Mumin, a quien le había entrado el pánico. ¡No recuerdo ni una sola palabra!
Emma le dio una palmadita en el hombro. Eso también forma parte, dijo. Todo es tal y como debe ser un ensayo general.
Dio tres golpes en el suelo del escenario y se hizo un silencio absoluto entre las barcas. Con un escalofrío de alegría en su viejo cuerpo subió el telón.
Un murmullo de admiración creció entre los pocos espectadores del ensayo general. La mayoría de ellos no había ido nunca al teatro.
Vieron un lúgubre paisaje montañoso iluminado de rojo.
Un poco a la derecha del armario de espejos (que estaba cubierto con una cortina negra) estaba sentada la hija de la Mymla vestida con falda de tul y con flores de papel en el moño.
Durante un rato miró interesada a los espectadores debajo del proscenio, después empezó ligera y decidida:
Muero esta noche, aunque mi inocencia al cielo le grita sonora
se torna sangre el mar y ceniza el suelo de la primavera
hermosa como un capullo de rosa y con el rocío de la juventud en mi frente
soy destrozada con horror y crueldad por un destino irrefutable.
De pronto se oyó la voz estridente de Emma salmodiando entre bastidores:
¡La noche decisiva
La noche decisiva
La noche decisiva!
El padre del Mumintroll entró por la izquierda con un manto echado sin cuidado sobre el hombro, se giró hacia el público y declamó con voz temblorosa:
El lazo de la familia y la amistad se debe romper cuando el deber me llama,
¡ay!, ¿me será ahora arrebatada, por la hermana de mi nieto, la corona?
Papá Mumin se dio cuenta que había leído mal y repitió:
… ¡ay!, ¿me será ahora arrebatada, por la tía de mi sobrino, la corona?
Mamá Mumin asomó el hocico y susurró:
¡Me será ahora arrebatada, por la hermana de mi nuera, la corona!
Sí, sí, sí, dijo Papá Mumin. Me salto esta parte.
Dio un paso hacia la hija de la Mymla, que se escondió detrás del armario de espejos, y dijo:
¡Tiembla, tú infiel mymla, y oye cómo el terrible león en su jaula se agita y la luna de hambre le ruge!
Hubo una pausa larga.
… ¡de hambre le ruge!, repitió más alto el padre.
No pasó nada.
Se giró hacia la izquierda y preguntó:
¿Por qué no ruge el león?
No tengo que rugir hasta que el Homsa ice la luna, dijo Emma.
El Homsa apareció de entre los bastidores. La Misa prometió hacer una luna y no la ha hecho, dijo.
Bien, bien, dijo apresurado Papá Mumin. La Misa puede hacer su entrada directamente, porque yo ya he salido de escena.
La Misa salió con pasos solemnes al escenario con un vestido de terciopelo rojo. Estuvo un buen rato parada con la patita sobre los ojos y sintiendo lo que era ser una prima donna. Era maravilloso.
¡Oh, qué alegría!, susurró Mamá Mumin, que creyó que se había quedado en blanco.
¡Es una pausa artística!, bufó la Misa despacio. Se tambaleó hasta el proscenio y extendió los brazos hacia el público.
Se oyó un «clic» y el Homsa puso en marcha la máquina de viento en el cuarto de iluminación.
¿Tienen una aspiradora?, preguntó el pequeño erizo.
¡Silencio!, dijo la madre erizo.
La Misa comenzó a declamar con tristeza:
¡Oh, qué alegría ver que tu cabeza se hace añicos…!
Dio un paso brusco, se tropezó con el vestido de terciopelo y se cayó por encima del proscenio y dentro del barco del pequeño erizo.
Los espectadores vitorearon y volvieron a subir a la Misa al escenario.
Vaya con un poco de cuidado, señorita, dijo una castora mayor, ¡y córtale la cabeza ya mismo!
¿A quién?, preguntó la Misa desconcertada.
A la tía de vuestro nieto, por supuesto, dijo animada la castora.
No han entendido nada, le susurró Papá Mumin a la madre del Mumintroll. ¡Sal a escena lo más rápido que puedas, por favor!
Mamá Mumin se arremangó rápidamente la falda y apareció con una expresión amable y un poco tímida en la cara.
¡Oh, destino, tu cara cubre, pues con oscuros mensajes vengo!, dijo alegre.
¡Tu hijo con traición ha avanzado y ha ensuciado con mentiras tu persona!
¡La noche decisiva
La noche decisiva
La noche decisiva!, salmodió Emma.
El padre del Mumintroll miró preocupado a Mamá Mumin.
Portad aquí al león, le susurró ella para ayudarlo.
Portad aquí al león, repitió el padre. Portad aquí al león, dijo otra vez inseguro. Al final gritó:
¡Traed al león!
Se oyó un tremendo ruido de pasos detrás del escenario. Al final, el león apareció.
Tenía un castor en las patas delanteras y otro en las patas traseras. El público bramaba de alegría.
El león dudó, fue hasta el proscenio e hizo una reverencia, tras lo cual se partió por la mitad.
El público aplaudió con las patas y después empezaron a remar de vuelta a casa.
¡Todavía no se ha acabado!, gritó Papá Mumin.
Querido, pero si van a volver mañana, dijo la madre del Mumintroll. Emma dice que el estreno nunca sale bien si el ensayo general no sale un poco mal.
Ah, bueno, si ella lo dice, dijo tranquilizado el padre. ¡Por lo menos se han reído en varios momentos!, añadió contento.
Pero la Misa se apartó un poco de los demás para calmar su corazón palpitante.
¡Me han aplaudido a mí!, dijo para sí misma en voz baja. ¡Oh, qué feliz soy! Voy a ser siempre, siempre así de feliz.