SÉPTIMO CAPÍTULO

Sobre el peligro de la noche de San Juan

A las diez y media de la noche de San Juan, justo cuando el Snusmumrik construía una cabañita con ramas de abeto para sus veinticuatro chiquillos, el Mumintroll y la señorita Snork estaban escuchando en otra parte del bosque.

El reloj que antes había tintineado en la niebla ya no se oía. El bosque estaba dormido y la casita los miraba triste con sus ventanas negras.

Pero dentro de la casa había una filifjonka que escuchaba el tictac del reloj sintiendo cómo pasaba el tiempo. De vez en cuando se acercaba a la ventana y observaba la clara noche, y entonces sonaba el cascabel que tenía en el pompón de su gorro. Por lo general, la Filifjonka solía animarse cuando oía sonar el cascabel, pero esta noche la ponía aún más triste. Suspiraba y caminaba de un lado a otro, se sentaba y se volvía a poner de pie.

En la mesa había puesto tres platos, tres vasos y un ramo de flores, y sobre los fogones había un panqueque que se había vuelto negro de tanto esperar.

La Filifjonka miraba el reloj, las guirnaldas sobre la puerta y a sí misma en el espejo… apoyó los brazos sobre la mesa y lloró. El gorro se le bajó hasta la nariz y el cascabel sonó otra vez (un solo triste tintineo), mientras las lágrimas caían lentamente sobre el plato vacío.

No es siempre fácil ser una filifjonka.

Y justo entonces llamaron a la puerta.

La Filifjonka se puso de pie volando, se sonó rápidamente la nariz y abrió la puerta.

Vaya, dijo decepcionada.

¡Feliz verbena!, dijo la señorita Snork.

Gracias, dijo la Filifjonka confusa, gracias, gracias, muy amable. Feliz San Juan.

Venimos a preguntar si has visto alguna casa… quiero decir, algún teatro, últimamente…, dijo el Mumintroll.

¿Teatro?, repitió la Filifjonka desconfiada. No, al contrario… cualquier cosa menos eso, quiero decir.

Hubo una pequeña pausa.

Bueno, pues entonces nos marcharemos otra vez, dijo el Mumintroll.

La señorita Snork miró la mesa puesta y las guirnaldas sobre la puerta.

Espero que sea una fiesta agradable, dijo dulcemente.

Entonces la cara de la Filifjonka se arrugó y comenzó a llorar otra vez.

¡No habrá fiesta!, sollozó. El panqueque se seca y las flores se marchitan y el tiempo pasa y no viene nadie. ¡Este año tampoco vendrán! ¡No tienen sentido de la familia!

¿Quiénes no van a venir?, preguntó compasivo el Mumintroll.

Bueno, ¡mi tío y su mujer!, exclamó la Filifjonka. Les envío invitaciones cada San Juan y nunca vienen.

Pues invita a otra gente, dijo el Mumintroll.

No tengo más familiares, explicó la Filifjonka. Y ¿no es el deber de una invitar a su familia a cenar para las fiestas?

De modo que no te parece divertido, ¿verdad?, preguntó la señorita Snork.

Por supuesto que no, dijo cansada la Filifjonka y se sentó a la mesa. Mi tío y su mujer ni siquiera son agradables.

El Mumintroll y la señorita Snork se sentaron a su lado.

A lo mejor a ellos tampoco les parece divertido, dijo la señorita Snork. ¿No nos puedes invitar a nosotros, que somos agradables, en lugar de a ellos?

¡Qué cosas dices!, dijo sorprendida la Filifjonka.

Vieron que estaba pensando.

De pronto, el pompón de su gorro comenzó a erguirse poco a poco y el cascabel tintineó alegre.

En realidad, dijo despacio, tampoco tengo por qué invitarlos a venir si a ninguno de nosotros nos parece divertido.

No, en absoluto, dijo la señorita Snork.

Y nadie se pondrá triste si lo celebro con quien a mí me apetezca el resto de mi vida. Aunque no sean familiares.

Nadie en absoluto se pondrá triste, aseguró el Mumintroll.

Entonces la Filifjonka resplandeció de alivio.

¿Tan fácil?, dijo. Y tan a gusto. Ahora vamos a celebrar el primer San Juan alegre que he tenido nunca, ¡y cómo lo vamos a celebrar! ¡Por favor, por favor, dejadme participar de algo tan emocionante!

Pero el San Juan fue mucho más emocionante de lo que la Filifjonka jamás hubiera imaginado.

¡Brindemos por papá y por mamá!, dijo el Mumintroll y vació su vaso. (Y justo en ese instante, Papá Mumin estaba a bordo del teatro brindando en la noche por su hijo. ¡Por el regreso a casa del Mumintroll!, dijo en voz alta. ¡Por la señorita Snork y la Pequeña My!).

Todos estaban saciados y contentos.

Y ahora vamos a hacer una hoguera de San Juan, dijo la Filifjonka. Apagó la luz y se metió las cerillas en el bolsillo.

Fuera el cielo todavía estaba claro y se podía distinguir cada brizna del suelo. Detrás de las copas de los abetos, por donde el sol se había ido a dormir un momento, quedaba una línea roja a la espera del nuevo día.

Caminaron a través del silencioso bosque y llegaron a los prados de la playa, donde la luz de la noche era más fuerte.

Qué raro huelen las flores esta noche, dijo la Filifjonka.

Un suave olor a goma quemada se esparcía sobre los prados. La hierba crujía eléctrica.

Huele como los hatifnatt, dijo sorprendido el Mumintroll. Pero en esta época suelen estar navegando, ¿no?

Al mismo tiempo, la señorita Snork se tropezó con algo. «Prohibido saltar con los pies juntos», leyó. ¡Qué ridículo! Mirad, esto está lleno de carteles que nadie quiere.

¡Es genial, todo está permitido!, exclamó la Filifjonka. ¡Qué noche! ¿Por qué no quemamos todos los carteles? ¡Podríamos usarlos para hacer la hoguera de San Juan y bailar alrededor hasta que se hayan consumido!

La hoguera ardía. Con un rugido se abalanzó sobre los carteles de «Prohibido cantar», «Prohibido coger flores» y «Prohibido sentarse en el césped»…

Las grandes y negras letras crepitaban con alegría y unas pequeñas columnas de chispas salían disparadas hacia el pálido cielo de la noche. Un humo espeso se deslizaba sobre los prados y se quedaba colgando en el aire como una alfombra blanca. La Filifjonka cantaba. Bailaba con sus delgadas piernas alrededor de la hoguera y azotaba las brasas con una rama.

Nunca más mi tío, cantaba. ¡Nunca más su mujer!, ¿lo oyes? ¡Nunca, nunca más! ¡Bimbelibambelibú!

El Mumintroll y la señorita Snork estaban sentados el uno al lado del otro mirando el fuego satisfechos.

¿Qué crees que estará haciendo ahora mi madre?, preguntó el Mumintroll.

Estará celebrándolo, por supuesto, dijo la señorita Snork.

Los carteles se desplomaron en unos fuegos artificiales de chispas mientras la Filifjonka gritaba de alegría.

Pronto me entrará el sueño, dijo el Mumintroll. Había que coger nueve flores, ¿verdad?

Nueve, dijo la señorita Snork. Y promete que no dirás ni una palabra.

El Mumintroll asintió solemne con la cabeza. Hizo un montón de gestos que querían decir «buenas noches, hasta mañana» y se fue caminando por la hierba humedecida por el rocío.

Yo también quiero coger flores, dijo la Filifjonka dando brincos y saliendo de entre el humo tiznada y contenta. ¡Me apunto a todos los trucos de magia! ¿Te sabes alguno más?

Me sé un truco de San Juan terrorífico, susurró la señorita Snork. Pero es más espantoso que ningún otro.

¡Esta noche me atrevo con cualquier cosa!, dijo la Filifjonka tintineando presuntuosa.

La señorita Snork miró a su alrededor.

Después se inclinó hacia delante y le susurró a la Filifjonka en su atenta oreja:

Primero hay que dar siete vueltas sobre sí mismo gruñendo y pataleando en el suelo. Después hay que ir caminando hacia atrás hasta un pozo y mirar en él. ¡Y entonces verás en el agua al hombre con el que te vas a casar!

Y ¿cómo lo sacas de ahí?, preguntó la Filifjonka estremecida.

Que no, su cara, dijo la señorita Snork. ¡Su espectro! Pero primero tenemos que coger nueve clases de flores. Una dos, tres, y si dices una sola palabra ¡no te casarás nunca!

Mientras el fuego se hundía lentamente en las brasas y el viento de la madrugada comenzaba a soplar por los prados, la señorita Snork y la Filifjonka iban cogiendo sus ramos misteriosos.

De vez en cuando se miraban y se reían, porque eso no estaba prohibido.

Y entonces vieron el pozo.

La Filifjonka meneó las orejas.

La señorita Snork asintió con la cabeza, tenía el hocico pálido.

Enseguida se pusieron a gruñir y a dar vueltas mientras pataleaban en el suelo. La séptima vuelta duró mucho tiempo, porque ahora tenían miedo de verdad. Pero una vez que has empezado un hechizo de San Juan tienes que terminarlo; si no, puede pasar cualquier cosa.

Con el corazón a galope caminaron de espaldas hasta el pozo y se pararon.

La señorita Snork tomó a la Filifjonka de la patita.

La línea de luz al este se había hecho más ancha y el humo de la hoguera de San Juan tomó un color rosado.

Rápidamente se dieron la vuelta y miraron el agua.

Se vieron a sí mismas, vieron el borde del pozo y el cielo clareando.

Esperaron temblando. Mucho rato.

Y de repente (no, es demasiado espantoso para explicarlo), de repente, vieron una gran cabeza apareciendo detrás de sus reflejos en el agua.

¡La cabeza era un hemul!

¡Un hemul enfadado y feo con gorra de policía!

Justo cuando el Mumintroll cogía su novena flor oyó un grito tremendo. Se dio la vuelta de un salto y vio un gran hemul sacudiendo a la señorita Snork con una pata y a la Filifjonka con la otra.

¡Ahora os venís los tres a la trena!, gritó el hemul. ¡Malditos pirómanos! ¡Negad que habéis arrancado los carteles y los habéis quemado! ¡Negadlo, si podéis!

Pero no podían hacerlo, obviamente. Habían prometido no decir ni una sola palabra.