Al final ella cedió. Sólo una vuelta. Sólo una breve excursión a lo grande, a lo desconocido. Luego volverían a casa y él dejaría de preguntar.
Y él asintió ansioso. Tenía unas ganas locas. Miró de reojo a su hermana y comprobó que en ella latía el mismo anhelo ante lo que los aguardaba.
Se preguntó qué verían. Cómo sería el mundo de fuera. Más allá del bosque. Una idea lo acosaba. ¿Y la otra? ¿Estaría ahí fuera la otra? La mujer de la voz dura. ¿Sentiría el olor que aún flotaba en su nariz, aquel olor fresco y salado? Y la sensación del balanceo de un bote, y el sol bañando el mar, y los pájaros sobrevolándolos y… Era incapaz de decidirse por una de tantas expectativas e impresiones. Sólo podía pensar en una cosa. Podrían salir con ella. Al mundo de allá fuera. No le costaba lo más mínimo prometerle que, a cambio, no volvería a pedírselo. Una vez bastaría. Estaba totalmente convencido. Una sola vez, para que pudiera ver lo que había fuera, para que su hermana y él lo supieran. Era lo único que pedía. Una vez.
Les abrió la puerta del coche y, con una expresión amarga, los vio sentarse detrás. Les ajustó los cinturones de seguridad y se sentó al volante meneando insatisfecha la cabeza. Él rio, lo recordaba, una risa chillona e histérica, cuando todo aquel deseo contenido halló por fin una vía de escape.
Después de tomar la curva, salieron a la carretera y miró a su hermana un segundo. Luego le cogió la mano. Estaban en camino.
Patrik tenía en la pantalla la lista de los dueños de galgos españoles y la estudiaba con detenimiento una vez más. Había informado a Martin y a Mellberg de lo que Gösta y él habían averiguado en Kalvö y le pidieron a Martin que llamase para apremiar a los Servicios Sociales de Uddevalla a que localizasen cuanto antes algo más de información sobre los mellizos. Por lo demás, no tenían mucho con lo que trabajar. Ya disponía de todos los documentos sobre el accidente en el que Elsa Forsell acabó con la vida de Sigrid Jansson, pero no encontró en ellos nada que les permitiese avanzar.
—¿Qué tal va eso? —preguntó Gösta asomado a la puerta.
—De puta pena —respondió Patrik arrojando el bolígrafo que tenía en la mano—. Estamos estancados y así seguiremos hasta que averigüemos algo más sobre los niños. —Dejó escapar un suspiro, se pasó las manos por el pelo y las dejó cruzadas en la nuca.
—¿Hay algo que yo pueda hacer? —Quiso saber Gösta solícito.
Patrik lo miró perplejo. No era habitual que Gösta acudiese a él para pedir que le diese trabajo. El comisario reflexionó un instante.
—He revisado la lista de los dueños de perros cientos de veces. Al menos, ésa es la sensación que tengo. Pero no encuentro la menor conexión con nuestro caso. ¿Podrías repasarla tú una vez más? —Le pasó el disquete a Gösta, que lo atrapó al vuelo.
—Claro —respondió.
Cinco minutos más tarde volvió Gösta con el desconcierto pintado en el semblante.
—¿No habrás borrado una línea? —preguntó suspicaz.
—¿Que si la he borrado? No, ¿por qué?
—Porque cuando hice la lista, se componía de ciento sesenta nombres. Y ahora sólo hay ciento cincuenta y nueve.
—Pregúntale a Annika, ella fue la que emparejó los nombres con las direcciones. Quizá borró alguno sin darse cuenta.
—Ajá… —replicó Gösta escéptico antes de ir en busca de la recepcionista. Patrik se levantó y lo siguió.
—Voy a comprobarlo —dijo Annika mientras buscaba en la hoja de Excel que tenía guardada en el ordenador—. Pero vamos, que yo también creo recordar que había ciento sesenta. Una cifra redonda. —Fue mirando las carpetas hasta que dio con la que buscaba.
—Míralo, ciento sesenta —confirmó volviéndose hacia Patrik y Gösta.
—Pero, entonces no lo entiendo —dijo Gösta mirando el disquete que tenía en la mano. Annika lo cogió y lo introdujo en su ordenador, abrió también el otro documento y los colocó uno junto al otro para compararlos. Cuando localizaron el nombre que faltaba en el documento del disquete, un clic resonó en la cabeza de Patrik. Dio media vuelta, echó a correr pasillo adentro hasta su despacho y se quedó mirando el mapa de Suecia. Uno tras otro, fue observando los alfileres que señalaban las ciudades de las víctimas y, lo que hasta ahora había sido un patrón indescifrable, empezó a presentársele con más claridad. Gösta y Annika lo habían seguido desconcertados y ahora lo miraban presas de la más absoluta perplejidad, al ver cómo iba sacando del cajón y arrojando un papel tras otro.
—¿Qué buscas? —le preguntó Gösta, pero Patrik no respondió. Los papeles seguían posándose en el suelo como una alfombra. En el último cajón, encontró por fin lo que buscaba. Se puso de pie muy tenso y, con el documento en la mano, fue leyendo y colocando nuevos alfileres en el mapa. Poco a poco, junto a cada una de las ciudades marcadas fue clavando un nuevo alfiler. Cuando hubo terminado, se dio la vuelta.
—Ya lo tengo.
Dan había dado el paso, por fin. Se había puesto en contacto con una inmobiliaria situada al otro lado de la calle y ya había resuelto llamar al número de teléfono que veía todos los días desde la ventana de su cocina. Una vez en marcha la rueda, todo resultó sorprendentemente fácil. El joven que atendió la llamada le dijo que podía pasarse enseguida, y a él le iba de maravilla, porque no quería prolongarlo más sin necesidad.
Después de todo, lo de la venta de la casa ya no se le hacía tan doloroso. Todas las conversaciones que había mantenido con Anna, el infierno que, según supo, había vivido con Lucas, todo aquello lo hizo recapacitar y considerar sus esfuerzos por conservar la casa como… ridículos, a decir verdad. ¿Qué importaba dónde viviese? Lo principal era que las niñas fuesen a verlo. Que él pudiese abrazarlas y acariciarlas de vez en cuando y oírlas contar cómo habían pasado el día. Todo lo demás no importaba lo más mínimo. Y en cuanto a su matrimonio con Pernilla, era agua pasada. Había tomado conciencia de ello ya hacía mucho, pero no estaba preparado para afrontar las consecuencias. Sin embargo, había llegado la hora de cambiar radicalmente. Pernilla tenía su vida, y él la suya. Sólo esperaba que un día recuperasen la amistad que había sido la base de su matrimonio.
Pensó en Erica. Sólo faltaban dos días para su boda. Y eso lo hacía sentirse bien, en cierto sentido. El hecho de que ella siguiese adelante, igual que él. Se alegraba tanto por ella… Hacía muchos años que ellos dos formaron pareja, cuando eran jóvenes, dos personas totalmente distintas. Pero habían conservado la amistad a lo largo de los años y Dan siempre deseó para ella aquello, precisamente. Hijos, una vida en pareja, una boda en la iglesia, algo con lo que él sabía que ella siempre soñó, por más que nunca lo hubiese admitido. Y Patrik era perfecto para ella. Tierra y aire, así los veía Dan. Patrik tenía los pies totalmente en el suelo, era estable, juicioso, tranquilo. Y Erica era una soñadora, siempre con la cabeza en las nubes, aunque tan valiente y tan inteligente que no se permitía despegarse demasiado de la realidad. Estaban hechos el uno para el otro.
Y Anna. Últimamente había pensado mucho en ella. Anna era la hermana a la que Erica siempre había sobreprotegido porque la consideraba débil. Lo curioso era que para Erica, ella era la más práctica de las dos, mientras que Anna era una soñadora. Sin embargo, a lo largo de las últimas semanas, durante las cuales había tenido la oportunidad de conocerla a fondo, Dan comprendió que era totalmente al contrario. Anna era la más práctica de las dos, la que veía la realidad tal como era. O, al menos, había aprendido a hacerlo durante sus años con Lucas. En cualquier caso, Dan se había percatado de que Anna dejaba que Erica conservase su visión ilusoria. De alguna manera, Anna comprendía la necesidad de Erica de sentirse como la responsable, la que siempre se había encargado de su hermana pequeña. En cierto modo, así era, pero al mismo tiempo, Erica había infravalorado a Anna y seguía considerándola una niña, como si ella fuera su madre.
Dan se levantó para ir a buscar la guía telefónica. Ya era hora de empezar a buscar piso.
Reinaba en la comisaría una atmósfera de abatimiento y desesperación. Patrik los había convocado a una reunión en el despacho del comisario jefe. Todos estaban cabizbajos y en silencio, incapaces de asimilar lo incomprensible. Patrik y Martin habían llevado al despacho el vídeo y el televisor. En cuanto informó a Martin, éste comprendió qué se le había escapado cada vez que vio el vídeo de la última noche de Lillemor.
—Tendremos que revisarlo todo paso a paso antes de hacer nada —dijo Patrik, rompiendo así el silencio—. No podemos cometer ningún error —añadió. Todos asintieron, comprendían perfectamente lo que quería decir—. La primera bombilla se me encendió cuando descubrimos que faltaba un nombre en la lista de los dueños de los perros. Cuando Gösta confeccionó la lista y Annika emparejó los nombres con las direcciones, había ciento sesenta nombres. Pero luego, cuando Annika me la pasó en el disquete, sólo figuraban en la lista ciento cincuenta y nueve. Faltaba el nombre de Tove Sjöqvist, con domicilio en Tollarp.
No se produjo reacción alguna, de modo que Patrik continuó.
—Volveré sobre ello, pero esa circunstancia hizo que una de las piezas del rompecabezas encajase en su lugar.
Todos sabían lo que Patrik iba a decir, y Martin cerró los ojos y se cubrió la cara con las manos, con los codos apoyados en las rodillas.
—A mí me sonaba algo relacionado con las ciudades en las que fueron asesinadas las víctimas, y cuando por fin comprendí de qué se trataba, no me ha llevado mucho tiempo descubrir la conexión.
Hizo una pausa y carraspeó, antes de proseguir:
—Las ciudades de las víctimas coinciden al cien por cien con los lugares en los que Hanna ha trabajado —dijo quedamente—. Yo había visto la lista en su solicitud, antes de que la contratáramos, pero… —Alzó los brazos en gesto impotente y dejó que Martin continuase.
—Había algo en la grabación de la noche en que murió Lillemor que me llamó la atención y, cuando Patrik me contó lo de Hanna… Bueno, será mejor que lo veamos.
Le hizo una seña a Patrik, que pulsó la tecla de reproducción. Ya habían seleccionado el minuto exacto de filmación, de modo que no tardó en verse en la pantalla la disputa, seguida de la aparición de Martin y Hanna. Se veía a Martin hablando con Mehmet y con los demás. La cámara registró luego el momento en que Lillemor echó a correr hacia el centro, desesperada y totalmente ignorante de que se precipitaba hacia su propia muerte. Después, la cámara enfocó a Hanna hablando por el móvil. Patrik congeló ahí la imagen.
—Y eso era lo que me llamaba la atención, aunque no lo comprendí hasta tarde. ¿A quién llamó? Eran cerca de las tres de la madrugada y los únicos que estábamos de servicio éramos ella y yo, de modo que no podía estar hablando con ninguno de vosotros —explicó Martin.
—Tenemos una lista de sus llamadas y constatamos que se trataba de una llamada saliente. Que hizo a su casa. Para hablar con Lars, su marido —confirmó Patrik.
—Pero ¿por qué? —repuso Annika, poniendo en palabras el mismo desconcierto que reflejaban las caras de todos los demás.
—Le pedí a Gösta que mirase el registro de personal. Hanna y Lars tienen, ciertamente, el mismo apellido. Pero no son marido y mujer. Son hermanos. Mellizos.
Annika contuvo la respiración y un desagradable silencio se hizo en la sala, después de la bomba que Patrik acababa de soltar.
—Hanna y Lars son los mellizos desaparecidos de Hedda —aclaró Gösta.
—Sí —asintió Patrik—, aún no hemos obtenido la información de Uddevalla, pero apostaría todo lo que tengo a que los niños se llamaban Lars y Hanna, y que, en algún momento de sus vidas, cambiaron el apellido por Kruse. Probablemente, los adoptaron.
—¿Así que llamó a Lars? —preguntó Mellberg, al que parecía costarle un poco seguir el hilo.
—Creemos que llamó a Lars, que fue a recoger a Lillemor. Incluso puede que Hanna le dijese que Lars la recogería. Él conocía a los participantes y ninguno habría pensado que constituía una amenaza.
—Además de que Lillemor había escrito en su diario que había reconocido a alguien que le resultaba desagradable. Y ese alguien es, seguramente, Lars Kruse. Lo que Lillemor recordaba era el encuentro con la persona que había matado a su padre. —Martin frunció el entrecejo.
—Sí, pero no olvides que la joven confesaba no saber de qué lo conocía, no lograba conectar a la persona de Lars con aquel recuerdo. Y ni siquiera estaba segura de reconocerlo. En el estado en que se encontraba, seguro que habría aceptado con gratitud la ayuda de cualquiera, con tal de verse lejos del equipo de televisión y de los participantes que se habían metido con ella. —Patrik dudó un instante, al cabo del cual prosiguió—: No tengo pruebas de ello, pero creo que pudo ser Lars quien iniciase la bronca de aquella noche.
—¿Cómo? —preguntó Annika—. ¡Si ni siquiera estaba allí!
—No, pero hubo algo en los interrogatorios con los participantes del programa que me llamó la atención. Eché una rápida hojeada a los informes antes del comienzo de esta reunión y todos y cada uno de los que discutieron con Barbie aquella noche dijeron que «alguien les había contado que Barbie iba hablando mal de ellos» y cosas así. No tengo ningún argumento a favor, pero sí la sensación de que Lars aprovechó las charlas individuales que mantuvo aquel día con los participantes para sembrar la disensión entre ellos y Lillemor. Teniendo en cuenta la cantidad de información personal que poseía acerca de todos ellos, los secretos que le habrían confiado, sin duda, podía hacer mucho daño y dirigir las iras de todos contra Lillemor.
—Pero ¿por qué? —preguntó Martin—. Él no podía prever que los sucesos se desarrollarían como lo hicieron aquella noche, que Lillemor saldría corriendo de aquel modo.
Patrik meneó la cabeza.
—No, eso seguro que fue pura casualidad. Una oportunidad que se les presentó y que ellos aprovecharon. Yo creo que la idea era, en principio, darle a Lillemor algo de lo que ocuparse. Lars se dio cuenta enseguida de quién era, sabía que lo había visto en aquella ocasión, ocho años antes, y temió que la joven recordara. Así que quiso darle otra cosa en la que pensar. Sin embargo, cuando se le presentó la oportunidad… bueno, digamos que decidió resolverlo de un modo más permanente.
—Pero entonces, ¿Lars y Hanna han sido cómplices en todos estos asesinatos? ¿Por qué?
—Aún no lo sabemos. Seguramente, Hanna seleccionaba los nombres y las direcciones de las futuras víctimas de las distintas comisarías donde iba trabajando.
—Pero… ¡si ni siquiera había empezado a trabajar aquí cuando asesinaron a Marit!
—Esa información puede encontrarse también haciendo búsquedas en la hemeroteca. Lo más probable es que fuese así como localizó a Marit. Y, ¿por qué lo hizo? No tengo ni idea. Pero, seguramente, todo está relacionado con el primer accidente, aquél en el que Elsa Forsell mató a Sigrid Jansson. Hanna y Lars iban en el coche, Sigrid Jansson los secuestró cuando tenían tres años y vivieron aislados en su casa durante más de dos. A saber los traumas que sufrieron.
—Ah, por cierto, ¿y el nombre que faltaba en la lista? ¿Por qué te hizo pensar en Hanna cuando lo descubriste? —preguntó Annika llena de curiosidad.
—Por un lado, fue Hanna quien me lo entregó, tú le pediste que lo hiciera. Tú tenías ciento sesenta nombres en el documento, pero en el que contenía el disquete había uno menos. La única persona que pudo haberlo borrado era Hanna. Ella sabía que existía el riesgo de que yo reconociese el nombre. Cuando acababa de empezar con nosotros, me contó que Lars y ella le habían alquilado la casa a Tove Sjöqvist, que se había mudado a Escania, donde permanecería dos años. Así que, cuando localicé el nombre, emparejado a una dirección de Tollarp, no me costó mucho sumar dos y dos. —Patrik hizo una pausa—. Yo tenía la sensación de que era preciso revisarlo todo una vez más. ¿Qué pensáis vosotros? ¿Habéis detectado alguna laguna en mi razonamiento? ¿Cabe alguna duda de que tengamos lo suficiente como para seguir adelante?
Todos menearon la cabeza. Por increíble que pudiera parecer, existía una lógica aterradora en la exposición de Patrik.
—Bien —asintió Patrik—. Lo más importante ahora es que actuemos antes de que Hanna y Lars se den cuenta de que los hemos descubierto. Y también es importantísimo que no averigüen nada sobre su madre ni sobre cómo desaparecieron, porque creo que puede ser peligroso para…
Se interrumpió al ver que Annika volvía a contener la respiración.
—¿Annika? —dijo Patrik en tono inquisitivo al observar con creciente preocupación la palidez de la mujer.
—Yo se lo conté —confesó nerviosa—. Hanna me llamó justo después de que vosotros dos llegarais de Kalvö. No sonaba nada bien, pero me dijo que había dormido un poco y que se encontraba mejor. Y que no tendría que estar de baja más de uno o dos días. Y yo… pues… —Annika se atascó, pero luego se animó y miró a Patrik—. Quería mantenerla al corriente, así que le conté lo que habíais averiguado sobre Hedda.
Por un instante, Patrik se quedó mudo. Luego dijo:
—No podías saberlo. Pero tenemos que salir para la isla ahora mismo.
Una actividad febril estalló de pronto en la comisaría de Tanumshede.
Sentado en la proa del Minlouis, el barco de salvamento de la compañía de rescate marítimo, Patrik sentía la desazón como un nudo en el estómago mientras navegaban rumbo a Kalvö. Alentaba mentalmente al barco a navegar más rápido, pero iban a toda máquina. Temía que fuese demasiado tarde. Poco antes de salir a toda prisa con las luces de emergencia para llegar a Fjällbacka lo antes posible, habían recibido la llamada del propietario de una embarcación que, aseguraba el hombre indignadísimo, le había confiscado una mujer policía acompañada de un desconocido. El hombre les vociferó que aquello eran maneras dignas de la mafia y que les pondría una demanda de puta madre si le causaban al barco el menor rasguño. Patrik le colgó el teléfono sin alterarse. En aquellos momentos, no tenía tiempo que perder. Lo más importante era que sabían que Lars y Hanna habían conseguido un barco y que se dirigían a Kalvö, en busca de su madre.
El barco de salvamento cayó en el valle de una ola y Patrik quedó empapado por las salpicaduras. Había empezado a soplar el viento y, en lugar del mar apacible que Gösta y Patrik habían surcado unas horas antes aquel mismo día, navegaban ahora por unas aguas inquietas y oscuras de bravo oleaje. A sus mentes acudían nuevos escenarios, nuevas imágenes de lo que encontrarían cuando llegasen. Gösta y Martin se habían acurrucado en la cabina del barco, pero Patrik necesitaba sentir el frescor del aire para centrarse en lo que tenían por delante. Algo que, fuese cual fuese su final, no acabaría bien.
Cuando, después de una travesía de cinco minutos, que, no obstante, se les antojó infinita, arribaron por fin a la isla, vieron el barco sustraído mal amarrado en el muelle de Hedda. Peter, el patrón que gobernaba el barco de salvamento, atracó hábilmente a su lado, pese a que su embarcación era más grande que el muelle. Patrik saltó a tierra sin vacilar y Martin lo siguió. A Gösta tuvieron que ayudarle entre todos.
Patrik había intentado convencer al colega de más edad de que se quedase en la comisaría, pero Gösta Flygare dio muestras de una tozudez sorprendente e insistió en ir con ellos. Patrik cedió, pero ahora empezaba a lamentar su decisión. Aunque, claro, ya era demasiado tarde.
Señaló con un gesto la cabaña, que daba la falsa impresión de estar vacía y desierta. Ni un solo ruido se oía procedente del interior y, cuando quitaron el seguro de las pistolas, a Patrik le dio la sensación de que el eco resonaba en toda la isla. Se encaminaron sigilosos hacia la cabaña y se agacharon al llegar ante las ventanas. Patrik oyó voces en el interior y echó una cauta ojeada a través de los cristales llenos de salitre. En un primer momento no vio más que la sombra de alguien que se movía allí dentro, pero una vez que los ojos se habituaron a la penumbra, creyó distinguir dos figuras en la cocina. Las voces subían y bajaban de volumen, pero resultaba imposible oír lo que decían. De repente, Patrik no sabía qué hacer, pero finalmente tomó una decisión. Hizo un gesto con la cabeza señalando la entrada. Con mucho cuidado, avanzaron hacia allí. Martin y Patrik se colocaron cada uno a un lado de la puerta, mientras Gösta aguardaba a cierta distancia.
—¿Hanna? Soy yo, Patrik. Estoy con otros compañeros. ¿Está todo en orden?
Nadie respondió.
—¿Lars? Sabemos que estás ahí con tu hermana. No cometáis ninguna tontería, no acabéis con más vidas.
Seguían sin responder. Patrik empezaba a ponerse nervioso y le sudaba la mano con la que sostenía la pistola.
—¿Hedda? ¿Cómo estás? ¡Hemos venido a ayudarte! Lars y Hanna, no le hagáis daño a Hedda. Hizo algo horrible pero, creedme, ya ha pagado por ello. Mirad a vuestro alrededor, observad cómo vive. Su vida ha sido un infierno a causa de lo que os hizo.
El silencio por respuesta. Patrik lanzó una maldición para sus adentros. Luego, alguien entreabrió la puerta. Patrik agarró bien la pistola y, con el rabillo del ojo, vio que tanto Martin como Gösta hacían lo propio.
—Vamos a salir —dijo Lars—. No disparéis. Si lo hacéis, la mato.
—Vale, vale —asintió Patrik intentando sonar tranquilo.
—Dejad las armas, quiero verlas en el suelo —ordenó Lars. Ellos seguían sin poder verlo por la ranura de la puerta.
Martin miró a Patrik inquisitivo y éste asintió y dejó su pistola en el suelo. Gösta y Martin siguieron su ejemplo.
—Dadle una patada —les dijo Lars con voz sorda.
Patrik dio un paso al frente y apartó de una patada las tres pistolas.
—Haceos a un lado.
Una vez más, obedecieron y, tensos, aguardaron el siguiente paso. Muy despacio, centímetro a centímetro, se fue abriendo la puerta. Patrik esperaba ver a Hedda, pero fue Hanna quien apareció. Aún se la veía enferma, sudorosa y con fiebre. Sus miradas se cruzaron y Patrik no pudo por menos de preguntarse cómo se había dejado engañar de aquel modo. Cómo logró Hanna esconder durante tanto tiempo y tras una fachada de normalidad la podredumbre que llevaba dentro. Por un segundo, le pareció leer en su semblante el deseo de darle una explicación, pero Lars la empujó hacia delante y entonces vieron la pistola con la que le apuntaba a la sien. Patrik la reconoció: era el arma reglamentaria de Hanna.
—Moveos, venga, un poco más allá —masculló Lars, en cuyos ojos Patrik no halló más que odio y negros pensamientos.
Miraba como aturdido de un lado a otro y algo le dijo a Patrik que Lars había abandonado la máscara, que ya no era capaz de seguir viviendo una doble vida. La locura —o el mal, o como queramos llamarlo— le había ganado la batalla a la parte de su personalidad que sólo deseaba llevar una existencia normal, tener un trabajo y una familia.
Se alejaron un poco, Lars pasó por delante de ellos con Hanna delante, a modo de escudo. La puerta de la casa estaba abierta de par en par y, tras echar una ojeada, Patrik comprendió por qué no había utilizado a Hedda. Horrorizado, vio que estaba atada a una silla. Le tapaba la boca el mismo tipo de cinta adhesiva cuyos restos habían detectado en las otras víctimas, con un agujero en el centro: el espacio justo para introducir por él el cuello de una botella. Hedda había muerto como vivió. Llena de alcohol.
—Comprendo que desearais la muerte de Hedda, pero ¿y los demás?
—Ella se lo llevó todo. Cuanto teníamos. Hanna la vio por casualidad y ambos supimos lo que había que hacer. Así que murió a causa de aquello que destrozó nuestras vidas, a causa del alcohol.
—¿Te refieres a Elsa Forsell? Sabemos que fue la responsable de la muerte de Sigrid, la mujer con la que vivíais.
—Estábamos bien —aseguró Lars con voz chillona. Iba retrocediendo despacio hacia el embarcadero—. Ella se ocupaba de nosotros. Y juró que nos protegería.
—¿Quién, Sigrid? —dijo Patrik moviéndose despacio hacia Lars y Hanna.
—Sí, nosotros no sabíamos cómo se llamaba. La llamábamos mamá. Dijo que eso era, nuestra nueva madre. Y vivíamos bien. Ella jugaba con nosotros. Nos abrazaba. Nos leía.
—¿El cuento de Hansel y Gretel? —preguntó Patrik sin dejar de avanzar despacio hacia el muelle. Vio con el rabillo del ojo que Gösta y Martin lo iban siguiendo.
—Sí —confirmó Lars antes de pegar la boca a la oreja de Hanna—. Nos leía. Ese cuento. Hanna, ¿recuerdas lo maravilloso que era? ¿Lo hermosa que era? ¿Lo bien que olía? ¿Te acuerdas?
—Sí, lo recuerdo —asintió Hanna y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, estaban llenos de lágrimas.
—Eso fue lo único que pudimos conservar después de su muerte, aquel cuento. Queríamos demostrarles lo poco que queda cuando destrozamos la vida de alguien.
—De modo que no os bastó con Elsa —continuó Patrik sin apartar la mirada de los ojos de Lars.
—Eran muchos los que habían hecho lo mismo. Tantos… —dijo Lars sin rematar la frase—. Cada nueva ciudad a la que nos mudábamos… en cada nueva ciudad había que hacer limpieza.
—Matando a alguien que, conduciendo borracho, hubiese provocado la muerte de otra persona.
—Así es —respondió Lars sonriente—. Sólo entonces podríamos vivir tranquilos. Cuando hubiésemos demostrado que no pensábamos tolerarlo y que no habíamos olvidado. Que no puede ser que uno destroce la vida de alguien y luego siga viviendo como si tal cosa.
—¿Tal y como hizo Elsa después de haber provocado la muerte de Sigrid?
—Exacto —afirmó Lars, cuya mirada se volvió más sombría aún—. Como hizo Elsa.
—¿Y Lillemor?
Ya casi habían ganado el embarcadero y Patrik se preguntaba qué harían si Hanna y Lars lograban llegar al barco de salvamento, que era mucho más veloz que el otro. En tal caso, no conseguirían darles alcance. Sin embargo, el patrón parecía haber caído en la cuenta, porque empezó a retroceder alejándose del embarcadero, de modo que sólo quedase allí la embarcación más pequeña.
—Lillemor —resopló Lars—. Una persona necia e inútil. Exactamente igual que el resto de la basura con la que me vi obligado a trabajar. Jamás la habría reconocido por su aspecto, pero recordaba el nombre y la ciudad de la que procedía. Sabía que teníamos que hacer algo.
—Así que les contaste a los demás que Lillemor andaba hablando mal de ellos, para crear el caos y distraer su atención de ti, ¿no?
—Vaya, no eres tonto del todo —sonrió Lars dando el primer paso atrás en el embarcadero. Por un instante, Patrik sopesó la posibilidad de lanzarse sobre él, pero, aunque comprendía que el que Lars retuviese a su hermana como rehén era una pantomima —después de todo, habían llevado a cabo los crímenes los dos juntos—, no se atrevió. No tenía ningún arma, estaba arriba, en la colina, junto con las de Martin y Gösta, así que Lars y Hanna tenían ventaja.
—Fui yo quien llamó a Lars —intervino Hanna con voz bronca.
—Lo sabemos —dijo Patrik—. Estaba grabado. Martin lo vio, pero no comprendimos…
—No, claro, ¿cómo ibais a comprender? —repuso con una sonrisa tristona.
—O sea, que Lars fue a buscarla después de tu llamada, ¿no es así?
—Sí —respondió Hanna subiendo despacio al barco. Se sentó en el banco del centro, mientras Lars se acomodaba junto al fueraborda y giraba la llave de arranque. Nada sucedió. Lars frunció el entrecejo y probó una segunda vez. El motor emitió un chirrido, pero no se puso en marcha. Patrik observaba desconcertado los intentos de Lars, pero al echar un vistazo al barco de salvamento, que se balanceaba a una distancia prudencial de la isla, comprendió lo que sucedía. El patrón sostenía, a la vista de todos, el tanque de combustible y Patrik entendió enseguida que había vaciado el depósito. «Un tipo diligente, el tal Peter», se dijo.
—No tienes combustible —dijo Patrik aparentando una tranquilidad que no sentía—. Así que no hay nada que puedas hacer. Los refuerzos ya vienen en camino, de modo que lo mejor será que os rindáis y evitéis que nadie más resulte herido. —Al propio Patrik le sonó ridículo, pero no encontraba el modo adecuado de expresarse, si es que existía alguno.
Sin pronunciar una palabra, Lars soltó el amarre y empujó el barco de una patada lejos del embarcadero. Enseguida entró en la corriente y empezaron a deslizarse despacio por las aguas.
—No llegaréis a ninguna parte —les advirtió Patrik mientras pensaba en qué posibilidades se le ofrecían. Ninguna, concluyó. La única alternativa era ir tras Lars y Hanna. Sin motor, no llegarían muy lejos, seguramente arribarían a alguna de las islas que había enfrente. Patrik hizo un último intento—. Hanna, tú no pareces haber sido el cerebro de todo esto. Aún tienes la oportunidad de ayudarnos y de ayudarte a ti misma.
Hanna no respondió. Simplemente, devolvió tranquila la mirada suplicante de Patrik. Luego, muy despacio, llevó su mano hacia la de Lars, hacia la que sostenía la pistola. Lars ya no apuntaba a su hermana, sino que tenía la mano del arma apoyada en el banco en el que ella estaba sentada. Aún con la misma parsimonia ominosa, cogió la mano de Lars y se la llevó a la sien. Patrik vio que el rostro de Lars expresó primero extrañeza, y después, horror. Sin embargo, enseguida se vio dominado por la misma parsimonia que su hermana. Hanna le dijo algo que no pudieron oír quienes estaban en tierra. Él le susurró a su vez, la atrajo hacia sí, con la cabeza apoyada en su pecho. Entonces Hanna puso el índice en el de Lars. Y apretó el gatillo. Patrik se sobresaltó y, detrás de él, Gösta y Martin se quedaron sin respiración. Incapaces de moverse, incapaces de decir nada, vieron cómo Lars se sentaba despacio en la falca del barco, con el cuerpo de Hanna, ensangrentado y sin vida, en un tierno abrazo. La sangre le había salpicado la cara, como si se hubiera pintado para el combate. Y de esa guisa y con la misma calma, los miró por última vez. Luego se llevó la pistola a la sien. Y apretó el gatillo.
Cuando cayó hacia atrás por la borda, Hanna cayó con él. Los mellizos de Hedda desaparecieron bajo la superficie. En las profundidades a las que Hedda los desterró un día.
Tras unos segundos, las ondas provocadas por su caída desaparecieron del todo. El barco ensangrentado se balanceaba sobre las olas del mar y, a lo lejos, como en un sueño, Patrik vio un grupo de barcos que se acercaban. Habían llegado los refuerzos.