Capítulo 4

A veces creía recordar a la otra, a la que no era tan dulce, tan hermosa como ella, hay otra, cuya voz era tan fría y tan implacable. Como un cristal duro y afilado. Curiosamente, a veces la echaba de menos. Le había preguntado a su hermana si la recordaba, pero ella negó con la cabeza sin pronunciar palabra. Luego cogió su mantita, la que era tan suave y con ositos de color rosa, y se abrazó a ella con fuerza. Y se dio cuenta de que claro que sí, de que su hermana también la recordaba. En algún lugar recóndito de su pecho, no de su cabeza, anidaba el recuerdo.

En una ocasión intentó preguntar por aquella voz. Adónde había ido a parar. A quién había pertenecido. Pero ella se indignó tanto… Sólo estaba ella, ella sola, decía. Nadie más. Nunca había existido nadie con la voz dura y agria. Sólo ella. Siempre y sólo ella. Luego, los abrazó a él y a su hermana. Sintió la seda de su blusa en la mejilla, el olor de su perfume en la nariz. Un mechón del cabello largo y rubio de su hermana le hacía cosquillas en la oreja, pero no se atrevió a moverse. No se atrevía a romper la magia. Y no volvió a preguntar nunca. Oírla enfadada era tan insólito, tan perturbador, que no se atrevía a arriesgarse.

Las únicas ocasiones en que la enojaba era cuando le pedía que le dejase ver lo que se escondía allá fuera. No quería pedírselo, sabía que era inútil, pero a veces no podía contenerse. Su hermana lo miraba con el terror plasmado en los ojos muy abiertos siempre que él balbuceaba aquella pregunta. El miedo de ella lo hacía encogerse por dentro, pero no podía impedir que en su garganta se formulase el interrogante. Surgía siempre de sus labios como una fuerza de la naturaleza, como si estuviese burbujeando en su interior y quisiera subir, salir.

La respuesta era siempre la misma. Primero, la decepción en su mirada. La decepción ante el hecho de que quisiera más, a pesar de lo mucho que ella le daba, a pesar de que se lo daba todo. Decepción porque quisiera algo distinto. Luego, la respuesta reposada. A veces lloraba cuando le respondía. Eso era lo peor. A menudo se arrodillaba, le cogía la cara entre las manos. Y, finalmente, la afirmación de siempre. Que era por el bien de ellos dos. Que un pájaro cenizo no podía vivir allí fuera. Que acabarían mal, tanto él como su hermana, si les permitía cruzar la puerta.

Después, echaba la llave antes de irse. Y se quedaba pensando en sus preguntas, mientras su hermana se sentaba a su lado, pegada a él.

Mehmet se inclinó sobre el borde de la cama y vomitó. Tenía la vaga conciencia de que el vómito chapoteaba en el suelo, en lugar de en el cubo, pero estaba demasiado ido para preocuparse por eso.

—Joder, Mehmet, ¡qué asco! —Oyó la voz de Jonna a lo lejos y, con los ojos medio cerrados, entrevió cómo salía disparada de la habitación. En su estado tampoco era capaz de preocuparse por eso. Lo único que tenía en la cabeza era el retumbar doloroso que le machacaba las sienes. Tenía la boca seca con un sabor repugnante, mezcla de vómito y de alcohol rancio. Sólo tenía una idea difusa de lo que había sucedido la noche anterior. Recordaba la música, recordaba el baile, recordaba a las chicas que, vestidas con faldas diminutas, se apretaban contra él ansiosas, desesperadas, con una actitud detestable. Cerró los ojos para aislarse de los recuerdos, pero sólo consiguió reforzarlos. De nuevo se intensificaron las náuseas y Mehmet volvió a asomar la cabeza por el borde de la cama. Ya sólo le quedaba bilis. En algún lugar, cerca de él, oyó la cámara zumbando como un abejorro. Las imágenes de su familia acudieron a su mente como un torbellino. La idea de que pudieran verlo así le multiplicaba por mil el dolor de cabeza, pero no tenía fuerzas para hacer nada al respecto, salvo cubrirse entero con el edredón.

Fragmentos de palabras y de frases iban y venían. Rondaban por su memoria, pero en cuanto intentaba unirlos y formar con ellos un contexto, se desvanecían en la nada. Había algo que debería recordar. Algo cuyo recuerdo debería captar.

Palabras de enojo, palabras de maldad que habían arrojado contra alguien como si de flechas emponzoñadas se tratase. ¿Contra alguien? ¿Contra él mismo, quizá? Mierda, no lo recordaba. Se acurrucó en posición fetal. Apretó los puños contra la boca. Las palabras volvían a su memoria. Palabras groseras. Acusaciones. Palabras feas, destinadas a herir. Si no recordaba mal, no estaba seguro, alcanzaron su objetivo. Alguien lloró. Elevó sus protestas. Pero no sirvió de nada. Las voces aumentaron el volumen. Más y más alto. Luego, el chasquido de un golpe. El sonido inconfundible de la piel que estalla contra otra piel a una velocidad capaz de producir dolor. Y vaya si dolió. Un aullido, un llanto desgarrador se abrió paso entre la bruma que lo envolvía. Se encogió aún más en la cama, bajo el edredón. Intentó mantener apartado todo aquello que le rebotaba en el interior del cráneo, de forma claramente inconexa. Pero no funcionó. Los fragmentos eran tan molestos, tan fuertes, que nadie parecía poder mantenerlos a raya. Además, querían algo de él. Había algo que Mehmet debía recordar. Algo que en realidad no quería recordar en absoluto. Todo resultaba tan difuso… De nuevo sintió náuseas. Y volvió a inclinarse sobre el borde de la cama.

Mellberg yacía en la cama mirando al techo. Aquella sensación que experimentaba… A decir verdad, no era capaz de señalar con exactitud de qué sensación se trataba. Pero sí era una sensación que no había sentido en mucho tiempo, de eso estaba seguro. Tal vez pudiese describirse como… satisfacción. Y no era ésa la sensación que debía experimentar, desde luego, teniendo en cuenta que se había ido a dormir tan solo como se despertó. Y, en su mundo, esa circunstancia jamás había ido aparejada a una cita satisfactoria. Pero las cosas habían cambiado desde que conoció a Rose-Marie. En verdad que habían cambiado. Él había cambiado.

Fue una noche tan agradable… La conversación fluía con una soltura inaudita. Hablaron de todo lo habido y por haber. Y a él le interesaba oír lo que ella tuviese que contarle. Quería saberlo todo de ella, dónde creció, qué había hecho en la vida, con qué soñaba, qué tipo de comida le gustaba, cuáles eran sus programas de televisión favoritos. Absolutamente todo. En un momento dado de la velada, vio reflejada en el cristal de la ventana la imagen de los dos riendo, brindando, charlando. Y apenas se reconoció a sí mismo. Jamás había visto en su propia cara una sonrisa como aquélla, y no pudo dejar de admitir que le sentaba muy bien. Que a ella le sentaba bien sonreír, eso ya lo sabía.

Cruzó las manos bajo la nuca y se estiró. El sol primaveral se filtraba por la ventana y cayó en la cuenta de que hacía ya mucho que debería haber lavado las cortinas.

Se despidieron con un beso ante la puerta del Gestgifveriet. Con cierto reparo, con cierta cautela. Él posó las manos sobre sus hombros con suma delicadeza, y la sensación de la superficie lisa y fresca del tejido en la yema de sus dedos, combinada con el aroma de su perfume cuando la besó, fue lo más erótico que jamás había experimentado. ¿Cómo era posible que aquella mujer lo alterase de tal modo? Y así, después de tan poco tiempo.

Rose-Marie… Rose-Marie… Pronunció su nombre saboreándolo. Cerró los ojos e intentó recrear su rostro mentalmente. Acordaron que volverían a verse muy pronto y Mellberg se preguntaba a qué hora no sería demasiado temprano para llamarla ese mismo día. Aunque, ¿no resultaría un tanto agobiante? ¿Demasiado ansioso? Pero ¡qué demonios! Aquello o funcionaba o no funcionaba: con Rose-Marie no tenía ganas de entrar en juegos complicados. Miró el reloj. Ya no era primera hora. Seguramente estaría despierta. Extendió el brazo para coger el auricular cuando sonó el teléfono. Vio en la pantalla que era Hedström. Su llamada no podía presagiar nada bueno.

Patrik se presentó en el lugar del hallazgo al mismo tiempo que los técnicos de la policía científica. Debieron de salir de Uddevalla más o menos cuando él se metió en el coche para llevar a Erica a casa. El viaje de regreso a Fjällbacka fue bastante lúgubre. Erica se dedicó a mirar por la ventana. No estaba enfadada, sólo triste, decepcionada. Y Patrik la comprendía. También él se sentía triste y decepcionado. Se habían dedicado tan poco tiempo el uno al otro los últimos meses… Patrik apenas recordaba cuándo fue la última vez que se sentaron sencillamente a charlar los dos solos. A veces detestaba su trabajo. En ocasiones así se preguntaba por qué habría elegido una profesión que hacía que, en la práctica, careciese por completo de tiempo libre. Podían requerirlo en cualquier momento. Su trabajo siempre estaba a una simple llamada telefónica de distancia. Pero, al mismo tiempo, era mucho lo que le daba. Por ejemplo, la satisfacción de sentir que él marcaba una diferencia. Al menos, de vez en cuando. Jamás habría soportado un trabajo en el que se viese obligado a mover papeles y a manejar cifras día tras día. La profesión de policía le producía una sensación de plenitud, de que su labor tenía sentido, de que era necesario. El problema o, más bien, el reto, consistía en que también en casa lo necesitaban.

Mierda, que tenga que ser tan difícil atender a todo el mundo, se lamentó Patrik mientras giraba para aparcar a unos metros del camión de la basura. Montones de personas se habían congregado alrededor del vehículo, pero los técnicos habían acordonado la zona marcando con cinta policial un área bastante extensa en torno a la parte trasera del camión, con el fin de asegurarse de que nadie la transitara y destruyese cualquier tipo de prueba. El jefe del equipo de la policía científica, Torbjörn Ruud, se le acercó para estrecharle la mano.

—¡Hola, Hedström! Ya te digo, esto no tiene buena pinta.

—No, ya me han dicho que, al parecer, Leif recogió algo más que la basura con la que contaba.

Patrik asintió en dirección al hombre, que parecía presa del desaliento.

—Sí, se ha llevado un susto de muerte. No es un espectáculo agradable. El cadáver sigue ahí, no hemos querido tocarlo aún. Ven conmigo a verlo, pero ten cuidado en dónde pones los pies.

—Ah, por cierto, toma —dijo Torbjörn tendiéndole un par de cintas de goma, que Patrik se puso alrededor de los zapatos, a fin de que sus huellas se distinguiesen del posible rastro dejado por el agresor o los agresores. Entraron juntos en la zona delimitada por la cinta blanca y azul. Patrik sintió en el estómago cierto desasosiego mientras se acercaban y tuvo que reprimir el impulso de darse media vuelta y marcharse de allí. Detestaba con toda su alma aquella parte del trabajo. Como de costumbre, tuvo que hacer acopio de valor antes de ponerse de puntillas para ver el fondo de la parte trasera del camión. Allí, en medio de un amasijo repugnante y maloliente de restos de comida, latas de conserva, pieles de plátano y otros residuos, yacía el cadáver de una chica desnuda. Flexionado, con los pies alrededor de la cabeza, como si estuviera entrenándose para algún tipo de acrobacia. Patrik miró inquisitivo a Torbjörn Ruud.

—Rígor mortis —explicó con parquedad—. Las articulaciones se pusieron rígidas cuando ya estaba en esa posición, es decir, después de que le flexionaran el cuerpo para meterla en el contenedor.

Patrik esbozó una mueca de rechazo. Aquello era indicio de una sangre fría inusitada, de un desprecio ilimitado por el ser humano; no sólo habían matado a la joven, sino que, además, se habían deshecho de su cadáver como si de un montón de basura se tratase. Arrojada a un contenedor. Sencillamente, le parecía repugnante. Patrik apartó la vista.

—¿Cuánto tiempo os llevará la inspección del escenario del hallazgo?

—Un par de horas —respondió Torbjörn—. Supongo que, entretanto, empezaréis por preguntar a los vecinos de la zona por si ha habido testigos. Por desgracia, no hay muchos aquí —se lamentó señalando las casas vacías y abandonadas, a la espera de los inquilinos veraniegos. Sin embargo, alguna sí que estaba habitada todo el año, así que tendrían que confiar en la suerte.

—¿Qué ha pasado? —Se oyó la voz de Mellberg, tan irritada como de costumbre. Patrik y Torbjörn se dieron la vuelta y lo vieron caminar resoplando hacia donde ellos se hallaban.

—Han encontrado a una mujer ahí —respondió Patrik, señalando el contenedor que estaba a un lado de la calle. En ese momento, dos de los técnicos estaban colocándose los guantes para ponerse manos a la obra—. Este operario, Leif, descubrió el cadáver cuando vació el contenedor, por eso está en el camión de la basura.

Mellberg interpretó aquella respuesta como una exhortación a pasar por encima del cordón policial y acercarse al camión de la basura para comprobarlo. Torbjörn no intentó siquiera que se pusiera las cintas de goma en los zapatos. No tenía importancia, ya habían tenido que descartar las huellas de los zapatos de Mellberg en más de una ocasión, de modo que las tenían en el registro.

—¡Joder! —exclamó Mellberg tapándose la nariz—. Aquí huele que apesta. —Se apartó, al parecer más afectado por el hedor del camión de la basura que por la visión del cadáver de la muchacha. Patrik suspiró para sí. Desde luego, todo seguía como siempre. Podían estar seguros de que Mellberg se comportaría de un modo inapropiado y con una falta de sensibilidad extrema.

—¿Sabéis quién es? —preguntó Mellberg con expresión apremiante. Patrik negó con un gesto.

—No, por ahora no sabemos nada. Había pensado llamar a Hanna y pedirle que mirase si había llegado alguna denuncia de alguna joven que no hubiese vuelto a casa anoche. Y Martin está en camino; había pensado que él y yo podíamos empezar por interrogar a los pocos vecinos permanentes de la zona.

Mellberg asintió muy serio.

—Sí, me parece una buena idea. Es precisamente lo que pensaba sugerir.

Patrik y Torbjörn intercambiaron una mirada elocuente. Como era habitual, Mellberg se atribuía las iniciativas ajenas, pero rara vez aportaba alguna de su cosecha.

—En fin, ¿y dónde está el bueno de Molin? —preguntó Mellberg mirando displicente a su alrededor.

—Debería estar al llegar —dijo Patrik.

Como si fuese fruto de un ensayo, el coche de Martin apareció en ese preciso momento. Empezaba a ser difícil encontrar un sitio donde aparcar en la estrecha carretera de grava, así que tuvo que retroceder unos metros hasta que vio un hueco. Martin venía con la cabellera pelirroja totalmente encrespada cuando se acercó a ellos. Parecía cansado y aún tenía en la mejilla las huellas de la almohada.

—Había una chica muerta en el contenedor. Ahora está en el camión de la basura —explicó Patrik sucintamente.

Martin asintió sin más, pero no hizo amago alguno de ir a mirar. Su estómago tenía una marcada tendencia a descomponerse ante la contemplación de un cadáver.

—Hanna y tú estuvisteis de guardia ayer por la noche, ¿verdad? —preguntó Patrik.

Martin asintió.

—Sí, le estuvimos echando un ojo a la fiesta de la granja. Y buena falta que hizo. Se organizó un escándalo increíble y no llegué a casa hasta las cuatro.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Patrik frunciendo el ceño.

—En parte, lo habitual. Unos cuantos se emborracharon más de la cuenta, una bronca con un novio celoso, dos que habían bebido de más y llegaron a las manos. Pero nada comparado con la reyerta que estalló entre los participantes. Hanna y yo tuvimos que intervenir un par de veces.

—¿No me digas? —respondió Patrik lleno de curiosidad—. ¿Y eso por qué? ¿Cuál fue el motivo?

—Al parecer, todos estaban mosqueados con una de las chicas del grupo. La de las tetas de silicona. Y llegaron a darle dos buenas bofetadas antes de que pudiéramos mediar nosotros —explicó Martin frotándose los ojos para ahuyentar el cansancio.

En la mente de Patrik empezó a forjarse una idea.

—Martin, ¿podrías ir a ver el cadáver que hay en el camión de la basura?

Martin respondió con un mohín:

—¿De verdad crees que es necesario? Ya sabes cómo me… —se interrumpió y asintió resignado—. Por supuesto que lo haré, pero ¿por qué?

—Tú haz lo que te digo —insistió Patrik, que no quería revelarle aún lo que pensaba—. Luego te lo explico.

—Vale —respondió Martin angustiado. Cogió las cintas de goma que le ofrecía Patrik y, una vez que se las hubo puesto en los zapatos, cruzó apesadumbrado el cordón policial y dio un par de pasos cautelosos en dirección a la parte trasera del camión. Después de un último y hondo suspiro, bajó la vista para, inmediatamente, volverse hacia Patrik con la perplejidad plasmada en el rostro—. Pero si es…

Patrik asintió.

—La chica de Fucking Tanum. Sí, lo he entendido en cuanto has empezado a hablar de ella. Además, tiene toda la pinta de haberse llevado una buena paliza.

Martin fue alejándose del camión. Estaba blanco como la cera y Patrik se percató de que luchaba por retener el desayuno. Tras unos minutos de forcejeo, el pobre Martin tuvo que darse por vencido y echó a correr en dirección a un arbusto que había unos metros más allá.

Patrik se acercó a Mellberg, que, haciendo grandes aspavientos, hablaba con Torbjörn Ruud. Patrik los interrumpió.

—Hemos identificado el cadáver. Es una de las chicas del programa. Anoche hubo una fiesta en la granja y, según Martin, estalló una buena pelea con esa chica.

—¿Pelea? —preguntó Mellberg arrugando la frente—. ¿Quieres decir que la maltrataron hasta acabar con ella?

—Eso no lo sé —admitió Patrik con un tonillo de irritación en la voz. En ocasiones, sencillamente no soportaba la estupidez de las preguntas de Mellberg—. Sobre la causa de la muerte sólo puede pronunciarse el forense, después de haberle practicado la autopsia. —«Como tú bien deberías saber», añadió Patrik para sí—. Pero, desde luego, da la impresión de que ha llegado el momento de tener una charla con el resto del grupo. Y procurar que nos cedan todas las grabaciones de esa tarde. Puede que, por una vez, tengamos un testigo verdaderamente fiable por el que guiarnos.

—Sí, justo iba a decir que es posible que las cámaras hayan captado algo provechoso. —Mellberg se hinchó como un pavo, convencido de que la idea era suya desde un principio. Patrik contó hasta diez. Aquello empezaba a cansarlo. Llevaba varios años jugando a aquel jueguecito y, sencillamente, se le estaba agotando la paciencia.

—Entonces, lo haremos así —dijo con una calma forzada—. Llamaré a Hanna para que nos informe de cuáles fueron sus observaciones de lo que sucedió ayer por la noche. También deberíamos hablar con los jefes de producción de Fucking Tanum, y, además, puede que sea conveniente informar al Consejo Municipal. Estoy seguro de que todos estarán de acuerdo en que la grabación del programa debe interrumpirse de inmediato.

—Y ¿eso por qué? —preguntó Mellberg lleno de asombro. Patrik lo miró atónito.

—¡Es obvio! ¡Una de las participantes ha sido asesinada! No creo que puedan seguir grabando.

—Pues yo no estoy tan seguro —replicó Mellberg—. Conozco a Erling y hará lo posible para que esto continúe. Se juega su prestigio en este proyecto.

Por un instante, Patrik tuvo la sensación tan paralizante como inusual de que Mellberg tenía razón. Pero le costaba creerlo. Después de todo, no podían ser tan cínicos…

Hanna y Lars guardaban silencio sentados a la mesa. Parecían tan apáticos y cansados como de hecho se sentían, y todo aquello que había entre ellos sin aclarar flotaba en el ambiente y contribuía a acentuar su pesadumbre. Deberían hablar de tantas cosas… Pero, como de costumbre, no se dijeron nada. Hanna sentía aquel desasosiego tan familiar en el estómago que hacía que el huevo que se estaba comiendo le supiese a papel reseco. Se obligó a sí misma a masticar y tragar, masticar y tragar.

—Lars —comenzó en un intento por iniciar la conversación, pero se arrepintió enseguida. Su nombre le sonaba tan solitario y tan extraño cuando lo pronunciaba así, en medio de aquel silencio… Tragó saliva e hizo un nuevo intento—. Lars, tenemos que hablar. No podemos seguir así.

Él no la miró siquiera. Aplicaba toda su capacidad de concentración a la tarea de ponerle mantequilla al pan. Hanna contempló fascinada cómo Lars movía el cuchillo untando la mantequilla de un lado a otro, una y otra vez, hasta que estuvo bien repartida por toda la rebanada. Había algo hipnótico en aquel movimiento y, cuando volvió a dejar el cuchillo en el tarro, Hanna se sobresaltó. Lo intentó una vez más.

—Por favor, Lars, habla conmigo. Sólo te pido eso, que hables conmigo. No podemos seguir así.

Ella misma oía el tono desesperado de su ruego. El tono suplicante de su voz. Pero era como si estuviese atrapada, sin posibilidad de bajar de un tren que circulase a doscientos kilómetros por hora en dirección a un precipicio que se acercaba a toda velocidad.

Quería inclinarse y cogerlo por los hombros y zarandearlo y obligarlo a hablar. Pero sabía que no tenía sentido. Lars se encontraba en un lugar al que ella no tenía acceso, al que él jamás le daría acceso.

Con una gran pesadumbre en el pecho, en lo más hondo de su corazón, se puso a observarlo. Hanna había decidido guardar silencio y capitular una vez más. Como en tantas otras ocasiones anteriores. Pero lo quería tanto… Todo le gustaba en Lars. Su cabello castaño, aún despeinado después del sueño. Las finas líneas que cruzaban su cara y que, pese a ser algo prematuras, le imprimían carácter. La barba sin afeitar, que parecía una lija al tocarla.

Tenía que existir un modo. Hanna lo sabía. No podía permitir que ambos cayesen en aquel abismo tenebroso, juntos, pero, al mismo tiempo, separados. Siguiendo un impulso, se inclinó y le tomó la muñeca. Y notó que estaba temblando. Levemente, como la hoja de un álamo. Lo obligó a serenarse presionándole un poco el brazo contra la mesa, lo obligó a mirarla a los ojos. Fue uno de esos instantes que sólo se dan una vez en la vida. Uno de esos instantes en que sólo pueden decirse verdades. Verdades sobre su matrimonio. Verdades sobre la vida de ambos. Verdades sobre el pasado. Hanna iba a decir algo cuando sonó el teléfono. Lars dio un respingo y retiró el brazo. Luego, volvió a coger el cuchillo de la mantequilla. El instante se había esfumado.

—¿Qué crees que pasará ahora? —le preguntó Tina a Uffe mientras daban profundas caladas a sus cigarrillos en el jardín.

—¡Y yo qué coño sé! —respondió Uffe entre risas—. Pero me apuesto lo que quieras a que no pasará una mierda.

—Pero, después de lo de ayer… —vaciló un segundo y bajó la vista al suelo.

—Ayer no significa una mierda —insistió Uffe antes de formar un anillo de humo en el apacible aire primaveral—. No significa una mierda, créeme. Este tipo de producciones cuestan una fortuna, y no creo que vayan a cerrar el quiosco y a perder todo lo que han invertido hasta ahora. Ni lo sueñes.

—Pues yo no estaría tan segura —dijo Tina en tono sombrío y continuó mirándose los zapatos. De su cigarrillo no quedaba más que una larga columna de ceniza, que cayó directamente sobre sus botas de ante.

—¡Mierda! —exclamó inclinándose velozmente para retirar la ceniza—. ¡Ya se han estropeado! ¡Con lo caras que me costaron, joder! ¡Mieeeerda!

—Te está bien empleado —opinó Uffe con una sonrisa burlona—. ¡Eres una consentida de mierda!

—¿Cómo que consentida? —le espetó Tina redicha antes de volver la vista hacia otro lado—. Sólo porque mis padres no se hayan pasado la vida viviendo de las ayudas sociales, sino que han trabajado para conseguir algo de dinero… ¡Eso no significa que yo sea una consentida!

—Oye, tú pasa de mis padres, ¿eh? ¡Que no sabes una puta mierda de ellos! —Uffe agitó el cigarrillo encendido delante de su cara con gesto amenazador. Tina no se dejó amedrentar, sino que dio un paso adelante.

—¡Sé cómo eres tú! ¡Así que no resulta muy difícil ver qué tipo de personas son tus padres!

Uffe cerró el puño y se le hincharon las venas de la frente. Tina comprendió que quizá había cometido un error. Recordó la noche anterior y, rápidamente, dio un paso atrás. Tal vez no debería haber dicho aquello. Justo cuando iba a suavizar un poco la cosa, apareció Calle y los miró inquisitivo, primero al uno, luego al otro.

—¿Qué coño estáis haciendo vosotros dos? ¿Es que vais a pegaros o qué? —preguntó riéndose—. Claro, Uffe, tú eres un fiera pegando a las tías, así que venga, adelante. Veamos una repetición de la jugada.

Uffe resopló sin decir nada y bajó los brazos, pero siguió mirando a Tina con odio. Ella dio otro paso atrás. Uffe no era del todo normal. Una vez más, recreó imágenes fragmentarias y sonidos de la noche anterior y, muy nerviosa, se dio media vuelta y entró en la casa. Lo último que oyó fue lo que, en voz baja, le dijo Uffe a Calle antes de que se cerrase la puerta:

—Bueno, a ti tampoco se te da nada mal, ¿verdad?

Pero Tina no llegó a oír la respuesta de Calle.

Una ojeada al espejo del vestíbulo le reveló a Erica que su aspecto se correspondía perfectamente con el desencanto que sentía. Se quitó el anorak muy despacio y lo colgó junto con la bufanda, y prestó atención con curiosidad. Entre el griterío de los niños, que era considerable pero, por suerte, también alegre, oyó, alternando con la de Anna, la voz de otro adulto. Entró en la sala de estar. En un inmenso revoltijo, en medio del suelo, yacían tres niños y dos adultos, manoteando, chillando y agitando brazos y pies como si de los de un monstruo deforme se tratase.

—¡Ajá! ¿Y qué es lo que está pasando aquí? —dijo con el tono más autoritario que supo adoptar.

Anna levantó la vista extrañada, con una sorprendente maraña en el pelo, por lo general tan bien peinado.

—¡Hola! —exclamó Dan alegremente alzando también la vista hacia ella, aunque enseguida se volvió para seguir jugando a las peleas con Emma y Adrian. Maja se reía a carcajadas e intentaba contribuir tirándole a Dan de los pies con todas sus fuerzas.

Anna se incorporó y se sacudió los pantalones. Por la ventana que había a su espalda se filtraba la clara luz primaveral, que formó un halo alrededor de su rubio cabello. Erica pensó en lo guapa que era su hermana pequeña. Y, por primera vez, se dio cuenta de hasta qué punto se parecía a la madre de ambas. Aquella idea reavivó el dolor que siempre se hallaba latente en su corazón. Y entonces acudía a su mente la misma pregunta de siempre. ¿Por qué? ¿Por qué no las había querido su madre? ¿Por qué Elsy nunca tuvo para ellas una palabra amable, una caricia, una palmadita, algo, cualquier cosa? Lo único que recibieron de ella fue indiferencia y frialdad. Su padre era el polo opuesto. Ella era dura, él era amable. Ella era fría, él era la calidez misma. Él intentó siempre explicarlo, excusarla, compensar. Y, hasta cierto punto, lo consiguió. Pero no podía ocupar su lugar. Ese lugar seguía vacío aún hoy en su alma, pese a que hacía ya cuatro años que Tore y Elsy habían fallecido en aquel accidente de tráfico.

Anna la observaba con expresión inquisitiva y Erica cayó en la cuenta de que se había quedado allí, mirándola fijamente. Intentó aparentar que no le ocurría nada y sonrió a su hermana.

—¿Dónde está Patrik? —preguntó Anna antes de echar un último vistazo a la montaña humana que había en el suelo y de entrar en la cocina. Erica la siguió sin responder—. Acabo de poner una cafetera —prosiguió Anna, que empezó a servir tres tazas—. Y los niños y los mayores hemos hecho unos bollos. —Erica notó entonces el apetitoso aroma a canela que impregnaba la cocina—. Pero tú tendrás que conformarte con esto —dijo Anna poniendo sobre la mesa una bandeja con algo pequeño y con aspecto reseco.

—¿Y eso qué es? —preguntó Erica decepcionada, tanteando los supuestos dulces con la mano.

—Bocaditos integrales —respondió Anna dándose media vuelta para retirar los bollos recién horneados de la encimera, donde los había puesto a enfriar, y colocarlos en una cesta.

—Pero… —balbució Erica impotente, mientras la boca se le hacía agua ante el espectáculo de aquellos bollos esponjosos rociados de azúcar.

—Bueno, yo creía que estaríais fuera más tiempo. Había pensado ahorrarte el disgusto y congelarlos antes de que llegaras. Pero como te has adelantado… Y si quieres estar motivada, piensa en el vestido.

Erica cogió una de las galletitas y se la llevó a la boca con escepticismo. Y sí, tal como se temía, igual podría estar masticando un trozo de aglomerado.

—Bueno, ¿dónde está Patrik? Y ¿por qué habéis vuelto tan temprano? Pensé que aprovecharíais para estar a gusto, dar una vuelta por el centro y comer y esas cosas. —Anna se sentó a la mesa de la cocina y gritó en dirección a la sala de estar—: ¡La merienda está lista!

—A Patrik lo llamaron del trabajo —respondió Erica e inmediatamente se dio por vencida y dejó la galleta en el plato. El primer bocado aún le crecía en la boca.

—¿Del trabajo? —preguntó Anna extrañada—. Pero ¿no iba a tener el fin de semana libre?

—Sí, así era —respondió Erica, consciente de la amargura que destilaba su voz—. Pero no le quedó más remedio que irse. —Se detuvo un instante, insegura sobre cómo continuar, hasta que se decidió a decirlo claramente—: Leif, el conductor del camión de la basura, encontró esta mañana un cadáver en el camión.

—¿En el camión de la basura? —preguntó Anna boquiabierta—. Y ¿cómo fue a parar allí?

—Pues, al parecer, el cadáver estaba en un contenedor, y cuando fue a vaciarlo…

—¡Dios! ¡Qué espanto! —exclamó Anna sin dejar de mirar a Erica—. ¿Y de quién es el cadáver? ¿Será un asesinato? Bueno, claro, supongo que sí —se respondió a sí misma—. De lo contrario, ¿cómo iba a aparecer nadie en un contenedor? ¡Dios! ¡Qué espanto! —repitió.

Justo en ese momento entró Dan en la cocina. Las miró sin comprender y, sentándose junto a Erica, preguntó:

—¿Qué es un espanto?

—Llamaron a Patrik del trabajo. Leif, el del camión de la basura, encontró un cadáver en el camión —explicó Anna adelantándose a Erica.

—¡Anda ya! ¿Estás de broma? —preguntó Dan estupefacto.

—Por desgracia, no —intervino Erica sombría—. Pero os agradecería que no lo divulgarais. Ya se sabrá, a su debido tiempo, pero no tenemos por qué darles a las chismosas del pueblo más material del necesario.

—No, claro, no diremos nada —aseguró Anna.

—No me explico cómo puede Patrik tener el trabajo que tiene —observó Dan cogiendo un bollo de canela—. Yo no lo resistiría. Tener que enseñarles gramática a los adolescentes ya me parece bastante dramático.

—No, yo tampoco lo resistiría —confesó Anna con la mirada perdida. Tanto Dan como Erica lanzaron una maldición para sus adentros. Hablar de cadáveres y de asesinatos no era, quizá, lo más indicado para Anna.

Como si les hubiese leído el pensamiento, los tranquilizó:

—No os preocupéis por mí. No pasa nada porque habléis de ello. —Sonrió levemente y Erica se imaginó las escenas que pasaban por la mente de su hermana.

—¡Niños! ¡Aquí están los bollos! —gritó Anna una vez más, rompiendo la tensión. Oyeron el tamborileo de dos pares de pies y un par de manos y otro de rodillas y, pocos segundos después, entró por la puerta el primer aspirante a un bollo de canela.

—Bollo, yo quiero bollo —canturreó Adrian mientras, con una agilidad asombrosa, trepaba a su silla. Poco después llegó Emma y, finalmente, gateando, apareció Maja. La pequeña no había tardado mucho en aprender el significado de la palabra bollo. Erica ya se disponía a levantarse cuando Dan se le adelantó.

Cogió a Maja, no pudo evitar darle un beso en la mejilla, la sentó despacio en su trona, partió un bollo en pedacitos y empezó a dárselo a la pequeña. Tanta muestra de dulces hizo que Maja sonriera de tal forma que dejó al descubierto el par de granitos de arroz que tenía en el labio inferior. Los mayores no pudieron evitar romper a reír. Era una monería de niña.

Nadie habló más de asesinatos ni de cadáveres. Pero todos siguieron pensando en aquello a lo que Patrik debía enfrentarse.

Todos aguardaban apáticos en la sala de descanso de la comisaría. Martin seguía luciendo una palidez antinatural y parecía tan cansado como Hanna. Patrik estaba apoyado en la encimera del fregadero, con los brazos cruzados, y esperó hasta que todos se hubieron servido café. Después de haber recibido la señal de aprobación de Mellberg, tomó la palabra.

—Esta mañana, muy temprano, Leif Christensson, propietario de una empresa de recogida de basuras, encontró un cadáver en su camión. En realidad, lo habían dejado en un contenedor, pero, al vaciarlo, cayó en el camión. Os puedo asegurar que está totalmente conmocionado. —Patrik hizo aquí una pausa y tomó un sorbo del café que tenía a su lado en la encimera. Luego prosiguió—: Acudimos enseguida al lugar del hallazgo y constatamos que se trataba de una mujer. A partir de las circunstancias hemos llegado a la conclusión preliminar de que se trata de un asesinato. El cadáver presenta, además, una serie de lesiones que apuntan a que fue agredida, lo cual confirmaría la hipótesis provisional. Sin embargo, no lo sabremos con seguridad hasta que no tengamos el resultado de la autopsia. En cualquier caso, trabajamos partiendo de la base de que la asesinaron.

—¿Sabemos quién…? —comenzó a preguntar Gösta, pero Patrik lo interrumpió con un gesto.

—Sí, hemos identificado el cadáver de la mujer. —Patrik se volvió hacia Martin, que a duras penas podía combatir las náuseas ante el solo recuerdo de las imágenes que había visto. No parecía estar en disposición de hablar aún, de modo que Patrik continuó—: Parece que se trata de una de las participantes del programa Fucking Tanum. La chica a la que llaman Barbie. Pronto sabremos cuál era su verdadero nombre. No me parece lo bastante digno llamarla Barbie dadas las circunstancias.

—Pero… nosotros… Martin y yo la vimos ayer —balbució Hanna. Tenía la cara tensa y miraba a Patrik y a Martin alternativamente.

—Sí, lo sé —dijo Patrik con un gesto afirmativo hacia Martin—. Fue Martin quien la identificó. Por lo visto, hubo una pelea, ¿no? —preguntó enarcando una ceja y animando así a Hanna a que continuase.

—Sí… —respondió como pensándoselo, como si quisiera elegir sus palabras con sumo cuidado—. Sí, la cosa se puso bastante seria durante un rato. Los demás participantes se ensañaron con ella, pero lo que yo presencié fue más bien verbal, algún empujón, nada más. Martin y yo entramos y los separamos, y lo último que vimos fue que Barbie echó a correr llorando en dirección al pueblo.

Martin asintió para confirmar sus palabras.

—Sí, así fue —aseguró—. Hubo muchos gritos e insultos, pero nada que ocasionara las lesiones que presentaba el cadáver.

—Bien, tendremos que hablar con esa pandilla —resolvió Patrik—. Y averiguar de qué iba la pelea. Y si alguien vio adónde… —vaciló un instante a la hora de decir el nombre, pero aún no tenían otro por el que llamarla—… adónde se fue Barbie. También hemos de hablar con el equipo de televisión, e ir a buscar lo que grabaron ayer y echarle un vistazo.

Annika iba anotando mientras Patrik enumeraba las tareas que deberían abordar. Antes de dirigirse a Annika, reflexionó unos segundos, transcurridos los cuales le dijo:

—También debemos encargarnos de informar a la familia. Y averiguar si la gente observó algo raro ayer por la noche. —Volvió a guardar silencio, antes de añadir, en un tono grave—: Cuando esto se sepa, y no tardará más de un par de horas, se organizará un buen caos. Esta noticia tendrá repercusión a escala nacional, y debemos contar con que estaremos prácticamente sitiados todo el tiempo que dure la investigación. Así que tened cuidado de con quién habláis y lo que decís. No quiero que circule por ahí un montón de información que yo… —Aquí dudó un segundo y añadió enseguida—:… que Mellberg y yo no hayamos sancionado.

Para ser sincero, sólo le preocupaba lo que Mellberg pudiera ir diciendo por ahí. A su jefe le encantaba estar en el candelero, y un periodista que supiera darle coba podría sonsacarle, en principio, toda la información que tenían del caso. Sin embargo, nada podía hacer él al respecto. Mellberg era el jefe de la comisaría, al menos nominalmente, y Patrik carecía de autoridad para ponerle una mordaza. Sencillamente, tendría que cruzar los dedos y confiar en que Mellberg tuviese un ápice de sentido común. Aunque, desde luego, no apostaría un céntimo por ello.

—Haremos lo siguiente. Yo iré a hablar con el jefe de producción… —Tamborileó con los dedos mientras hacía memoria para recordar el nombre.

—Rehn, Fredrik Rehn —intervino Mellberg, a lo que Patrik, sorprendido, le dio las gracias con un gesto. Era tan insólito que Mellberg aportase algún tipo de información relevante…

—Exacto, Fredrik Rehn —repitió Patrik—. Martin y Hanna, vosotros escribiréis un informe de lo que presenciasteis ayer por la noche. Y Gösta… —Patrik buscaba febrilmente algo de provecho que encomendarle a Gösta, hasta que se le ocurrió una tarea—. Gösta, tú intenta averiguar más cosas sobre los propietarios de la casa a la que pertenece el contenedor. En realidad, no creo que exista ningún vínculo, pero nunca se sabe.

Gösta asintió con gesto cansino. Una misión concreta… Se le hacía pesada aun antes de comenzar.

—Muy bien —dijo Patrik dando una palmada, señal de que daba por concluida la reunión—. Tenemos trabajo.

Todos murmuraron algo a modo de respuesta y se fueron levantando. Patrik los observó mientras salían de la sala. Se preguntaba si eran conscientes de que las fuerzas de la naturaleza se desatarían sobre ellos en breve. Dentro de muy poco tiempo, los focos de toda Suecia apuntarían a Tanumshede. Tendrían que acostumbrarse a ver el nombre de su pueblo en las primeras páginas de todos los periódicos, de eso estaba seguro.

—¡Joder, esto va a ser fantástico! Huele a éxito a cien kilómetros.

En el reducido espacio del autobús del estudio, Fredrik Rehn le dio al técnico una contundente palmada en la espalda. Habían revisado el material del día anterior y ya habían empezado a hacer los cortes. A Fredrik le gustó lo que había visto, pero incluso lo bueno podía mejorarse.

—¿Podríamos añadir más abucheos mientras canta Tina? En la cinta resultan muy pocos y, bueno, teniendo en cuenta lo mal que lo hizo, merece algo más de presión.

Se echó a reír mientras el técnico asentía entusiasmado. Más abucheos, por supuesto, eso no suponía ningún problema. Si añadía un poco de sonido en varios canales, sonaría como si todos y cada uno de los asistentes al espectáculo se hubiesen pasado el rato abucheando a Tina.

—Este grupo es una gozada —se congratuló Fredrik. Se retrepó y cruzó las piernas—. Son tan absolutamente imbéciles… pero claro, ni ellos mismos son conscientes. Tina, por ejemplo, se ha creído de verdad que va a convertirse en una cantante de éxito, ¡y resulta que no atina con una sola nota! Estuve hablando con el productor de su single y me dijo que fue una pesadilla conseguir que sonara medio fumable siquiera. Me dijo que desafinaba tanto que estuvo a punto de reventar los altavoces. —Fredrik se rio complacido y se inclinó sobre la mesa de mezclas que tenían delante, llena de botones y de reguladores. Giró el que ponía «volumen»—. ¡Escucha esto! Qué sentido del humor, ¿no? —Fredrik lloraba de risa, y el técnico no pudo evitar reírse también al oír la versión de su canción, I Want to Be Your Little Bunny, que podría convertirla en presidenta de la República de los Inútiles Musicales. No era de extrañar que el jurado de Idol la hubiese condenado.

Unos toquecitos resueltos en la puerta vinieron a interrumpir sus risas.

—Entra —gritó Fredrik desde dentro dándose la vuelta para ver quién era, pero no reconoció al hombre que abrió la puerta—. Ajá… ¿qué puedo hacer por usted? —preguntó con una desagradable sensación en el estómago, provocada por la placa que acababan de mostrarle. Aquello no podía traer nada bueno. O quizá sí, dependiendo de lo que hubiera pasado y de lo televisivo que fuera—. ¿Qué lío han organizado ahora los muchachos? —preguntó con una risita al tiempo que se ponía de pie para ir a saludar.

El policía entró y, con cierta dificultad, encontró un lugar donde sentarse entre los montones de cables y conexiones. Con mirada curiosa, echó un vistazo a su alrededor.

—Exacto, aquí es donde se hace todo —respondió Fredrik henchido de orgullo—. Resulta difícil creer que, desde aquí, seamos capaces de hacer el programa que arrasa en las listas de audiencia. Bueno, una parte del proceso tiene lugar en los estudios centrales —admitió displicente—. Pero la primera versión sale de aquí.

El policía, que se había presentado como Patrik Hedström, asintió educadamente antes de aclararse la garganta con un carraspeo:

—Pues verá, resulta que tenemos malas noticias —declaró al fin—. Se trata de uno de los participantes.

Fredrik miró al cielo con los ojos en blanco.

—A ver, ¿cuál de ellos? —preguntó lanzando un suspiro—. Espere, deje que lo adivine… Uffe. Ha montado algún escándalo. —Se dirigió al técnico y prosiguió—: ¿No te dije que Uffe sería el primero en crear una situación dramática? —Fredrik, cuya curiosidad iba en aumento, se volvió de nuevo al policía. Mentalmente, ya le daba vueltas a las posibilidades de incorporar al programa la novedad, cualquiera que fuese. Miró al policía apremiándolo a hablar.

Patrik volvió a carraspear y dijo en voz baja:

—Por desgracia, hemos hallado muerto a uno de los participantes.

Fue como si hubiesen dejado caer una bomba en el angosto espacio del autobús atestado. Todo quedó en silencio, en suspenso. Sólo se oía el zumbido del equipo electrónico.

—¿Qué ha dicho? —atinó a preguntar Fredrik cuando logró serenarse un poco—. ¿Que han encontrado muerto a uno de ellos? ¿A quién? ¿Dónde? ¿Cómo? —Las ideas giraban vertiginosamente en su cabeza. «¿Qué habría ocurrido?», se preguntaba mientras su mente fraguaba una tragedia mediática. Aquello no había ocurrido jamás con anterioridad, en ningún reality-show. Sexo sí, claro, eso ya estaba muy visto a aquellas alturas, los embarazos eran un terreno descubierto por Gran Hermano en Noruega, y en el tema de las declaraciones amorosas, el Gran Hermano sueco había ofrecido un exitazo con el caso de Olivier y Carolina. Y la agresión con un trozo de tubería en El bar se ganó las primeras páginas durante varias semanas. Pero ¡una muerte! Eso era algo nuevo. Algo único. Fredrik aguardaba tenso a que el policía respondiese a sus preguntas, y sólo tuvo que esperar unos segundos.

—Se trata de la chica llamada Barbie. La encontraron esta mañana en… —Patrik dudó un instante, hasta que se decidió a continuar—… en un contenedor. Todo apunta a que le arrebataron la vida.

—¿Que le arrebataron la vida? —repitió Fredrik, calcando aquella expresión ñoña—. ¿Asesinado? ¿La han asesinado? ¿Es eso lo que está diciendo? Pero ¿quién? —Seguramente Fredrik parecía tan desconcertado como de hecho se sentía. Aquello no se hallaba en la lista de posibles sucesos que había confeccionado mentalmente.

—Por el momento, no tenemos ningún sospechoso, pero comenzaremos un turno de interrogatorios lo antes posible. Interrogaremos a los participantes del programa. Los policías que vigilaron la fiesta de ayer han dado parte de las disputas que surgieron entre la joven asesinada y los demás participantes.

—Sí, bueno, algún que otro empujón y alguna palabra más alta que otra y esas cosas —admitió Fredrik, recordando las escenas que acababa de revisar—. Pero nada tan grave como para… —Dejó la frase sin concluir, pero tampoco era necesario.

—Además, queremos una copia de la grabación de ayer. —Patrik sonó convincente y expresó su deseo mirando a Fredrik a los ojos.

Éste le sostuvo la mirada, antes de replicar.

—No tengo autoridad para ceder las cintas —respondió sereno—. Hasta que no vea un documento legal en virtud del cual se me obligue a ceder el material, éste permanecerá aquí. Cualquier otra cosa es impensable.

—¿Es consciente de que se trata de una investigación de asesinato? —preguntó Patrik irritado, aunque no demasiado sorprendido. Desde luego, había abrigado la esperanza de conseguirlo, pero, en realidad, no confiaba en ello.

—Sí, soy consciente, pero no podemos ceder nuestro material así, sin más. Existe una larga serie de principios éticos con los que hemos de contar. —Exhibió una sonrisa afable a modo de excusa. Patrik resopló al oírlo: ambos sabían que la ética no tenía nada que ver con su negativa.

—En cualquier caso, doy por hecho que interrumpirán las emisiones de inmediato, dado lo ocurrido, ¿no? —preguntó a modo de afirmación Patrik.

Fredrik meneó la cabeza como disculpándose.

—Eso es de todo punto imposible. Tenemos un horario de grabación reservado para las próximas cuatro semanas, y parar una producción así, sin más… No, no, eso es imposible, sencillamente. Ni creo que a Barbie le hubiese gustado, ella habría querido que continuásemos.

Con una simple ojeada a Patrik constató que se había pasado un poco. El policía estaba encendido de ira y hacía visibles esfuerzos por tragarse un par de improperios.

—¿No querrá decir que van a seguir adelante pese a que…? —se interrumpió, indignado, e hizo un inciso—. ¿Cómo se llamaba la chica en realidad? No puedo seguir llamándola Barbie, me suena como una humillación. Por cierto, voy a necesitar todos sus datos personales, así como los de su pariente más próximo. ¿Es ésa una información que puedan facilitarme, o se trata también de una cuestión de ética? —La última palabra rezumaba sarcasmo, pero su rabia no pareció afectar a Fredrik. Estaba acostumbrado a enfrentarse a los sentimientos agresivos que, por alguna razón, tan fácilmente se desencadenaban en los reality-shows, de modo que, muy tranquilo, le respondió:

—Se llama Lillemor Persson. Se crio en casas de acogida, de modo que no tenemos a nadie registrado como su pariente más cercano. Pero les proporcionaré todos los datos de que disponemos, no hay problema —afirmó con una sonrisa complaciente—. ¿Cuándo comenzarán los interrogatorios? ¿Existe la posibilidad de que se nos permita filmarlos?

Nada perdía por intentarlo, pero la mirada asesina de Patrik le valió como respuesta.

—Iniciaremos la ronda de interrogatorios de inmediato —respondió Patrik tajante antes de levantarse para salir del autobús. No se molestó en despedirse, sino que cerró a su espalda dando un elocuente portazo.

—¡Joder, menuda bicoca! —exclamó Fredrik entusiasmado. El técnico no pudo por menos de asentir. Fredrik no se explicaba la suerte que habían tenido, la concentración dramática que ahora tendrían oportunidad de servir directamente en las salas de estar de la población. Toda Suecia querría verlos. Por un instante, pensó en Barbie. Luego, tomó el auricular. Los jefes tenían que enterarse. Fucking Tanum se convierte en C. S. I. ¡Joder! ¡Menudo éxito!

—¿Cómo lo hacemos? —preguntó Martin. Él y Hanna habían decidido quedarse trabajando en la sala de descanso. Cogió el termo de café para llenar las tazas y Hanna se puso un poco de leche antes de remover—. ¿Te parece que cada uno escriba primero su informe, o lo redactamos de forma conjunta directamente?

Hanna reflexionó un instante.

—Yo creo que será más completo si lo hacemos de forma conjunta, así iremos corrigiendo y precisando los detalles que cada uno recuerde.

—Sí, seguramente tienes razón —respondió Martin encendiendo el portátil—. ¿Escribo yo, o prefieres hacerlo tú?

—Escribe tú —respondió Hanna—. Yo sigo haciéndolo con dos dedos y jamás he conseguido adquirir un promedio de pulsaciones digno de mención.

—Vale, escribo yo —rio Martin mientras introducía la contraseña. Abrió un documento de Word y se preparó para llenarlo—. El primer indicio que yo noté ayer de una pelea fueron las voces que procedían desde detrás de la casa. ¿Tú también?

Hanna asintió.

—Sí, yo no me di cuenta de nada hasta que oí las voces, lo único en lo que tuvimos que intervenir con anterioridad fue para encargarnos de aquella chica que estaba tan borracha que no se tenía en pie. ¿Qué hora sería? ¿Las doce? —Martin iba escribiendo mientras Hanna hablaba—. Luego, creo que en torno a la una, oí a aquellos dos que discutían a gritos. Te llamé y fuimos a la parte trasera de la casa y vimos a Barbie y a Uffe.

—Ajá… —comentó Martin sin dejar de escribir—. Yo miré la hora, era la una menos diez. Fui el primero en doblar la esquina y, cuando llegué, vi que Uffe tenía a Barbie cogida por los hombros y la zarandeaba con violencia. Corrimos hasta donde se encontraban, yo me encargué de Uffe y lo aparté de ella, y tú te quedaste con Barbie.

—Sí, así fue —convino Hanna dando un sorbo de café—. No dejes de anotar que la agresividad de Uffe era tal que, incluso cuando lo habías agarrado y lo sujetabas fuertemente, seguía pateando al aire para alcanzar a Barbie.

—Sí, exacto —dijo Martin. El texto del documento crecía sin cesar—. «Separamos a las partes e hicimos que se calmasen» —leyó en voz alta—. «Yo hablé con Uffe y le expliqué que, si no se relajaba, tendría que hacer una visita a la comisaría».

—No habrás escrito «si no se relajaba», ¿verdad? —Rio Hanna.

—No, bueno, después lo cambiaré. Retocaré y burocratizaré el texto luego, quédate tranquila, pero ahora prefiero plasmar las palabras tal como las decimos, para que no se nos escape ningún detalle.

—Vale —aceptó Hanna con una sonrisa. Luego se puso muy seria otra vez y continuó—: Yo hablé con Barbie e intenté averiguar lo que había provocado la pelea. Estaba muy alterada y decía que Uffe se había enfadado mucho porque creía que ella había ido hablando mal de él, pero Barbie aseguraba que no tenía ni idea de a qué se refería. Luego se serenó y a mí me pareció que se encontraba mejor.

—Después los dejamos ir a los dos —completó Martin levantando la vista del ordenador. Pulsó la tecla «intro» dos veces para comenzar un nuevo párrafo, tomó un sorbo de café y continuó—: El siguiente incidente se produjo… bueno, hacia las dos y media, diría yo.

—Sí, creo que eso es bastante exacto —dijo Hanna—. Sobre las dos y media o las tres menos cuarto, más o menos.

—Fue uno de los asistentes a la fiesta quien reclamó nuestra presencia, porque se había organizado una pelea en la pendiente que desemboca en la escuela. Acudimos allí. Vimos a varias personas que atacaban a una sola, empujándola y propinándole puñetazos no demasiado fuertes, sin dejar de gritar. Son los participantes Mehmet, Tina y Uffe, que están atacando a Barbie. Intervenimos y ponemos fin al enfrentamiento. Todos están muy alterados y la lluvia de insultos no cesa. Barbie está llorando, tiene el pelo revuelto y el maquillaje corrido y parece destrozada. Yo hablo con los demás participantes, intento averiguar qué ha sucedido. Dan la misma respuesta que Uffe, que «Barbie ha ido por ahí diciendo un montón de mentiras», pero no me dan más detalles.

—Entretanto, yo, a unos metros de los demás, hablo con Barbie —añade Hanna, visiblemente afectada por el relato—. Está triste y tiene miedo. Le pregunto si quiere ponerles una denuncia, pero asegura que no, en absoluto. Me quedo un rato hablando con ella para tranquilizarla, intento averiguar qué pasa realmente, pero insiste en que no tiene ni idea. Al cabo de un rato, me doy la vuelta para ver qué tal te va a ti. Vuelvo a dirigirme a Barbie, veo que corre en dirección al pueblo, pero luego gira a la derecha y toma la calle Affärsvägen. Sopeso la posibilidad de echar a correr tras ella, pero recapacito y pienso que quizá necesite estar sola y calmarse. —En este punto, a Hanna le tembló un poco la voz—. A partir de ahí, no vuelvo a verla.

Martin alzó la vista del ordenador y sonrió como consolándola.

—No habríamos podido hacer otra cosa, Hanna. Tú no habrías podido hacer otra cosa. Lo único que sabíamos era que se pelearon y se dijeron cosas muy fuertes. Nada podía inducirnos a suponer que… —Martin vaciló un segundo—… que acabaría así.

—¿Crees que la mató uno de los otros participantes? —preguntó aún con la voz temblorosa.

—No lo sé —dijo Martin mientras observaba en la pantalla el texto que había escrito—. Pero creo que hay motivos para sospechar que así fue. Ya veremos qué sacamos en limpio de los interrogatorios.

Dicho esto, guardó el documento y apagó el portátil. Se levantó y lo cogió para llevárselo.

—Me voy a mi despacho a darle a esto un tono formal. Si recuerdas algo más, me lo dices.

Hanna asintió sin pronunciar palabra. Cuando Martin se hubo marchado, se quedó allí un rato más. En sus manos, que sostenían la taza de café, se apreciaba un ligero temblor.

Calle se dio una vuelta por el pueblo. En Estocolmo solía entrenar en el gimnasio cinco veces por semana, pero allí tenía que contentarse con dar paseos para mantener a raya los michelines de la cerveza. Apremió el paso un poco para quemar grasas. Tener un buen físico no era nada detestable. Él despreciaba a la gente que no se preocupaba de su cuerpo. Era un verdadero placer contemplarse en el espejo y comprobar que los músculos se sucedían alineados en el abdomen, que los bíceps se tensaban cuando flexionaba los brazos, igual que el pecho se marcaba bajo la camisa de aquel modo perfecto. Cuando salía por la zona de Stureplan, solía desabotonarse la camisa con cierto estudiado descuido hacia la medianoche. A las tías les encantaba. No podían resistir la tentación de meter la mano por la camisa y tocarlo y pasar las uñas por los músculos del abdomen de acero. Después de eso, estaba chupado lo de llevarse a casa a alguna pieza joven.

A veces se preguntaba cómo habría sido su vida si no dispusiera de un montón de pasta. Cómo sería vivir igual que Uffe o que Mehmet, que vivían en un apartamento de mierda en las afueras y que salían a flote como podían. Uffe había alardeado con él de los robos y los demás asuntos en los que estaba involucrado, pero a Calle le costó contener la risa cuando le reveló las cantidades que solía sacar. Joder, a él su padre le daba más pasta para sus gastos semanales.

Aun así, había algo que le impedía llenar el vacío que sentía en la región del corazón. Se había pasado los últimos años buscando algo que, finalmente, colmase ese vacío. Más champán, más marcha, más tías, más polvo blanco en la nariz, más de todo. Siempre más de todo. Siempre desplazando el límite más allá, gracias a todo el dinero que podía despilfarrar. El dinero no era suyo, todo era de su padre. Y siempre pensaba: «Pronto se terminará»; pero seguía habiendo dinero. Su padre pagaba una factura tras otra, compró el piso de Östermalm sin pestañear, pagó a la chica que se montó la historia sobre la violación, totalmente inventada, claro, porque ella los acompañó de buen grado a Ludde y a él, y no cabía la menor duda de lo que se sobreentendía en esos casos. La bolsa siempre estaba llena, como un monedero mágico donde nunca faltaba dinero. No parecían existir ni límites ni exigencias. Y Calle sabía por qué. Sabía por qué su padre jamás le diría que no. Sabía que sus remordimientos lo obligarían a seguir pagando. Su padre inundaba con dinero el agujero que Calle tenía en el pecho, pero el dinero desaparecía sin llenar nunca el vacío.

Cada uno a su manera, ambos intentaban sustituir con dinero lo que habían perdido. Su padre, dando; Calle, recibiendo.

Cuando lo asaltaban los recuerdos, aumentaba el dolor en el lugar donde se abría el agujero. Calle aceleraba entonces el ritmo de sus pasos, se presionaba a sí mismo, intentaba hacer que las evocaciones desaparecieran. Lo único que podía acallarlas era una mezcla de champán y cocaína. A falta de otra cosa, tenía que vivir con eso. Y entonces, aceleraba el ritmo aún un poco más.

Gösta suspiró sentado ante el escritorio. Cada año le costaba más encontrar la motivación necesaria. Acudir al trabajo por la mañana exigía más energía de la que tenía, y esforzarse después por hacer algo concreto le resultaba casi imposible. Era como si sus articulaciones operasen bajo el peso de una carga invisible cada vez que intentaba trabajar. No tenía fuerzas para emprender nada y era capaz de pasarse días angustiado ante la idea de la exigencia de la tarea más insignificante. Ni él mismo comprendía cómo había llegado a aquella situación. Le había ido ocurriendo sin darse cuenta, a medida que transcurrían los años. Desde que murió Majbritt, la soledad lo había devorado por dentro, arrebatándole las pocas ganas de trabajar que tenía. Por descontado, nunca fue un as en el trabajo y era el primero en admitirlo, pero siempre hizo lo que debía y, de vez en cuando, incluso con cierta satisfacción. Ahora, en cambio, se planteaba cada vez con más frecuencia la pregunta de si aquello era de alguna utilidad. No tenía hijos a los que dejarles ningún legado, puesto que su único hijo había muerto a los pocos días de nacer. Tampoco había nadie que lo esperase en casa por las noches, nada con lo que llenar los fines de semana, aparte del golf. Era lo bastante perspicaz para no ignorar que el golf se había convertido en una especie de obsesión, más que en un pasatiempo. Si por él fuera, se pasaría las veinticuatro horas del día jugando. Pero con eso no pagaba el alquiler, de modo que tendría que seguir trabajando hasta que la jubilación llegase para liberarlo. Gösta contaba los días.

Se sentó y clavó la mirada en la pantalla del ordenador. Por razones de seguridad, no tenían conexión a Internet, de modo que averiguó el nombre correspondiente de la dirección realizando una llamada al servicio de información telefónica. Tras una breve conversación, consiguió que le dieran el nombre de los propietarios de la casa a la que pertenecía el contenedor. Gösta dejó escapar un suspiro. Era una tarea absurda desde el principio. Su escepticismo se vio refrendado cuando supo que los dueños tenían su residencia habitual en Gotemburgo. Era evidente que esas personas no tenían nada que ver con el asesinato. Sencillamente, habían tenido la mala suerte de que el asesino eligiese justo su contenedor como destino final de la chica muerta.

En este punto de su reflexión, empezó a pensar en la joven. Su falta de energía para el trabajo no guardaba relación alguna con su capacidad de empatía. Sufría con las víctimas y sus familiares y se alegraba de, al menos, no haber tenido que ver el cadáver de la muchacha. Martin aún conservaba cierta palidez cuando se lo cruzó por el pasillo.

Gösta tenía la sensación de haber cumplido su cupo de personas muertas durante todos sus años de profesión. Después de cuarenta años en aquel oficio, aún recordaba a cada uno de ellos. La mayoría eran fruto de accidentes o suicidios, los asesinatos se contaban entre las excepciones. Pero cada caso de muerte había dejado una muesca en su memoria, y era capaz de evocar imágenes tan nítidas como fotografías. Tantas visitas como había hecho a los familiares del fallecido… Tanto llanto, tanta desesperación, conmoción y horror. Quizá su apatía se debiese a que su vaso de desgracias ya estaba colmado. Quizá cada muerte, el dolor y el sufrimiento de cada persona, habían ido llenando el vaso poco a poco, hasta que ya no quedaba lugar para una sola gota más. No era una excusa, pero sí una posible explicación.

Con un suspiro, cogió el auricular dispuesto a llamar a los propietarios de la casa para informar de que les habían dejado un cadáver en el contenedor. Marcó el número. Mejor terminar con ello cuanto antes.

—¿De qué va esto? —preguntó Uffe en la sala de interrogatorios, tan cansado como enojado.

Patrik tardó un poco en responder. Martin y él se entretuvieron primero en sacar sus papeles y ponerlos en orden. Estaban sentados enfrente de Uffe, ante la endeble mesa que, junto con las cuatro sillas, constituía el único mobiliario de la sala. Uffe no parecía estar especialmente nervioso, observó Patrik para sí, pero, a lo largo de los años, había aprendido que el aspecto de las personas que se sometían a un interrogatorio de la policía tenía muy poco que ver con cómo se sentían en realidad. Se aclaró la garganta, cruzó las manos por delante de los documentos y se inclinó un poco.

—Al parecer anoche se produjo una buena pelea, ¿no? —Patrik escrutó con interés la reacción de Uffe, que se limitó a exhibir media sonrisa. El joven se retrepó con indiferencia manifiesta y soltó una risita.

—Bah, ¿aquello? Sí, ése se pasó con la mano dura, ahora que lo pienso —dijo señalando a Martin—. Quizá habría que considerar la posibilidad de poner una denuncia por violencia desmedida. —Volvió a reír mientras Patrik sentía que su irritación aumentaba por momentos.

—Sí —asintió sereno—. Tenemos aquí un informe de Martin, mi colega, y de la otra agente que estuvo en el lugar. Y ahora quiero escuchar tu versión.

—Mi versión —dijo Uffe estirando las piernas de modo que quedó medio tumbado en la silla, lo que no parecía una postura muy cómoda—. Mi versión es que hubo una simple bronca. Una bronca de nada, porque habíamos bebido. Nada más. ¿Por qué? —Uffe entornó los ojos y Patrik se dio cuenta de que su cerebro alcoholizado trabajaba de un modo frenético.

—Oye, verás, aquí las preguntas las hacemos nosotros, no tú —le respondió Patrik tajante—. A la una menos diez de la madrugada, dos de nuestros policías vieron cómo atacabas a Lillemor Persson, una de las participantes del programa.

—Querrás decir Barbie —lo interrumpió Uffe con una risotada—. Lillemor… joder, eso sí que tiene gracia.

Patrik tuvo que contener el impulso de darle a aquel jovenzuelo una buena bofetada. Martin pareció presentirlo, de modo que tomó la palabra con la intención de darle a Patrik tiempo de serenarse.

—Fuimos testigos de cómo te empleaste con Lillemor a empujones y puñetazos. ¿Qué fue lo que desencadenó esa pelea?

—No entiendo por qué tanta murga con eso. ¡Si no fue nada! Fue un pequeño… desacuerdo. ¡Apenas la toqué! —El desenfado de Uffe empezaba a ceder ante cierta preocupación.

—¿En qué no estabais de acuerdo? —continuó Martin.

—¡En nada! O sea, bueno, ella había ido hablando mal de mí, y me enteré. Sólo quería que lo confesara. ¡Y que lo retirase! No puede dedicarse a ir por la vida contando mierdas sin más. Yo sólo quería que le entrase en la cabeza.

—Y cuando, unas horas más tarde, la atacaste con otros participantes, ¿era eso lo que pretendías, que le entrase en la cabeza? —intervino Patrik mirando el informe.

—Bueeeno —respondió Uffe vacilante. Su posición en la silla era ya más normal y la sempiterna sonrisa empezaba a esfumarse de su rostro—. Pero, joder, preguntadle a Barbie directamente. Os juro que pensará lo mismo. Fue una simple bronca, no es para que intervenga la poli.

Patrik y Martin cruzaron una breve mirada. Luego, Patrik miró a Uffe y dijo:

—Lillemor no podrá decirnos mucho sobre esto. La han encontrado muerta esta mañana. Asesinada.

Un denso silencio invadió la sala. Uffe palidecía por momentos. Martin y Patrik aguardaban su reacción.

—Estás… Estáis de broma, ¿no? —logró articular por fin. Pero ninguno de los policías se pronunciaba. Muy despacio, las palabras de Patrik empezaron a hacer mella en su cerebro. Ya no quedaba ni rastro de la sonrisa—. ¡Qué coño! ¿Creéis que yo…? Pero si yo… ¡Si sólo fue una bronca de nada! Yo no habría… Yo no… —Uffe sólo era capaz de balbucir, con la mirada vacilante y nerviosa.

—Vamos a necesitar hacerte una prueba de ADN —repuso Patrik al tiempo que ponía sobre la mesa el material necesario—. No tendrás nada que objetar, ¿verdad?

Uffe dudó un instante.

—No, coño —dijo al fin—. Coged lo que queráis. Yo no he hecho nada.

Patrik se inclinó y, con un bastoncillo de algodón, tomó una muestra de saliva del interior de la mejilla de Uffe. Por un segundo, pareció que el joven cambiaba de opinión, pero ya era tarde, y el bastoncillo cayó en un sobre que Patrik cerró enseguida. Uffe se quedó contemplando el sobre. Tragó saliva y miró a Patrik con los ojos desorbitados.

—No cortaréis la emisión, ¿verdad? No podéis. Quiero decir que no, que no podéis hacerlo sin más. —Su voz destilaba desesperación, y Patrik sintió crecer el desprecio que le inspiraba aquel espectáculo. ¿Cómo era posible que un programa de televisión fuese más importante que la vida de una persona?

—No nos corresponde a nosotros decidirlo —respondió Patrik secamente—. Sino a la productora. Si hubiese estado en mi mano, habríamos acabado con esa porquería en un abrir y cerrar de ojos, pero… —Abrió los brazos en señal de impotencia y vio el alivio reflejado en la cara de Uffe—. Puedes irte —le dijo con acritud. Aún tenía grabado en la memoria el cuerpo de Barbie, desnudo y sin vida, y la idea de que su muerte se convirtiese en entretenimiento televisivo le producía náuseas. ¿Qué le pasaba a la gente?

El día había empezado estupendamente. Había sido divino, divino de verdad, se atrevería a decir. Primero salió a hacer una carrera bien larga bajo el frío aire primaveral. Por lo general, no era un gran aficionado a la naturaleza, pero aquella mañana, para su sorpresa, se alegró al ver la luz del sol filtrándose por entre el follaje de las copas de los árboles. Aquella maravillosa sensación duró en su pecho hasta que llegó a casa y propició unos minutos de sexo con Viveca que, para variar, se dejó convencer fácilmente. Ésa era, por lo demás, una de las pocas nubes que ensombrecían la existencia de Erling. Desde que se casaron, ella había ido perdiendo prácticamente todo interés por esa faceta del matrimonio y era incuestionable lo absurdo que resultaba buscarse una esposa joven y de buen ver de la que luego no se podía disfrutar. No, aquello tenía que cambiar. Las actividades de aquella mañana lo reafirmaron en su convicción de que tendría que hablar muy seriamente sobre ese detalle con la buena de Viveca. Tendría que explicarle que el matrimonio consistía en un toma y daca, unos servicios por otros. Y si, en lo sucesivo, quería seguir recibiendo ropa, joyas, diversión y un hogar decorado con objetos caros y hermosos, tendría que generar y renovar su entusiasmo y mostrarse dócil en los terrenos que exigía su hombría. Aquello nunca había supuesto ningún problema antes de que se casaran, cuando ella vivía en un bonito apartamento que pagaba él y tenía que competir con su mujer, con la que llevaba casado treinta años. Entonces se mostraba complaciente a todas horas y en los lugares más extraordinarios. Erling notó que su vigor se avivaba ante el solo recuerdo. Quizá hubiese llegado la hora de recordárselo a Viveca. Después de todo, él tenía bastante que recuperar.

Erling acababa de poner el pie en el primer peldaño de la escalera, para subir a la planta de arriba, cuando lo interrumpió el timbre del teléfono. Por un instante, sopesó la posibilidad de ignorar la llamada, pero luego se dio la vuelta y se dirigió a la mesa de la sala de estar, donde se encontraba el inalámbrico. Quizá fuese algo importante.

Cinco minutos después seguía con el auricular en la mano, mudo de espanto. Las consecuencias de la noticia que acababa de recibir cruzaban su mente como un torbellino y su cerebro se esforzaba por dar con alguna posible solución. Se levantó resuelto y gritó en dirección a la primera planta:

—Viveca, me voy a la oficina. Se ha producido un incidente del que tengo que hacerme cargo enseguida.

Un murmullo procedente del piso superior le confirmó que Viveca lo había oído, de modo que Erling se puso raudo la cazadora y cogió las llaves del coche que estaban colgadas junto a la puerta de entrada. Con aquello no había contado, desde luego. ¿Qué demonios iba a hacer ahora?

Ser Mellberg en un día como aquél era una delicia. Tuvo que recordarse el motivo por el que se encontraba donde se encontraba y, con no poco esfuerzo, compuso una expresión tras la cual ocultar la satisfacción que sentía, mostrando una mezcla de implicación y resolución. Sin embargo, aquello de ser el centro de atención de los focos se le daba a la perfección. Sencillamente, realzaba su persona. Y no podía dejar de preguntarse cómo reaccionaría Rose-Marie al verlo aparecer como el hombre clave de la comisaría en todos los diarios de la mañana y de la tarde. Sacó pecho y echó hacia atrás los hombros en una pose que se le antojaba poderosa. El flash de las cámaras casi lo cegaba, pero supo mantener la postura. Aquélla era una ocasión que no podía desaprovechar.

—Disponen de un minuto más para hacer fotos, luego tendrán que calmarse un poco.

Él mismo era consciente del respeto que infundía su voz y disimuló un estremecimiento de gozo. Para aquello había venido al mundo. Durante unos segundos más se oyó el chasquido de las cámaras, hasta que alzó una mano y paseó la mirada por los representantes de la prensa allí congregados.

—Como ya saben, esta mañana hemos encontrado el cadáver de la joven Lillemor Persson.

Un mar de manos se alzó en el aire, y Mellberg aceptó magnánimo la intervención del enviado del Expressen.

—¿Se ha constatado ya que fue asesinada? —Todos aguardaban expectantes su respuesta, con el bolígrafo a unos milímetros del bloc de notas. Mellberg carraspeó discretamente.

—No podemos afirmar nada hasta que no dispongamos del examen del forense, pero todo indica que le quitaron la vida.

Un murmullo y el rumor de los bolígrafos siguieron a su respuesta. Las cámaras de televisión, identificadas con el canal y la redacción a la que pertenecían, zumbaban vertiendo sobre Mellberg la potente luz de sus focos. Durante un segundo, sopesó a cuál de ellas debía dar prioridad, hasta que decidió ofrecer su mejor perfil al canal Cuatro. Como quiera que la avalancha de preguntas no cesaba, Mellberg hizo un gesto hacia un periodista de otro diario vespertino.

—¿Tienen algún sospechoso en este momento? —Una vez más, se hizo un silencio cargado de expectación por la respuesta de Mellberg, que entornó los ojos levemente ante la potencia de los focos.

—Hemos interrogado a varias personas —declaró—. Pero, por ahora, no tenemos ningún sospechoso concreto.

—¿Se interrumpirán las grabaciones del programa Fucking Tanum? —En esta ocasión le tocó el turno de preguntas a un reportero del noticiario Aktuellt. La expectación flotaba en el aire.

—No tenemos ningún derecho, ni, por otro lado, ningún motivo, para intervenir en esa cuestión. Adoptar una postura a ese respecto es competencia de los productores del programa y de la dirección del canal de televisión.

—Pero ¿acaso puede un programa como ése continuar grabando después de que hayan asesinado a uno de sus participantes? —insistió el mismo reportero.

Mellberg respondió, manifiestamente irritado:

—Como acabo de decir, no tenemos posibilidad de intervenir sobre ese particular. Tendrán que hablar con el canal de televisión directamente.

—¿La habían violado? —Ya nadie esperaba la aprobación de Mellberg, sino que las preguntas le llovían como pequeños proyectiles.

—A esa pregunta tendrá que responder la autopsia.

—Pero ¿había algún indicio de violación?

—Estaba desnuda cuando la encontramos, pueden sacar sus propias conclusiones.

Mellberg enseguida cayó en la cuenta de que tal vez no hubiese sido muy conveniente dar a conocer ese dato, pero se sentía abrumado por la presión a la que estaba sometido, hasta el punto de que parte de la satisfacción y la excitación que había experimentado ante la idea de la conferencia de prensa empezaba a atenuarse poco a poco. Aquello no tenía nada que ver con las conferencias de prensa para los medios de comunicación locales.

—¿Existe alguna relación entre el crimen y el lugar donde la encontraron? —En esta ocasión, era uno de los reporteros locales quien había conseguido colarse con una pregunta, compitiendo con los periodistas de los grandes diarios nacionales y de la televisión, que parecían estar mucho más curtidos a la hora de abrirse paso a codazos.

Mellberg sopesó cuidadosamente la respuesta. No quería irse de la lengua una vez más.

—No hay ningún indicio de que exista tal conexión, por ahora —dijo al cabo de unos segundos.

—Pero ¿dónde la encontraron? —se apresuró a sacar partido el reportero del diario vespertino—. Corre el rumor de que hallaron su cadáver en un camión de la basura. ¿Es eso cierto? —Una vez más, todas las miradas quedaron pendientes de los labios de Mellberg. El comisario se los humedeció, algo nervioso.

—No hay comentarios.

Joder, no iban a ser tan tontos como para no comprender que aquella respuesta significaba que el rumor era cierto. Quizá debería haberle hecho caso a Hedström, que, justo antes de la conferencia de prensa, le propuso encargarse él del turno de preguntas. Pero, que lo ahorcaran si estaba dispuesto a ceder una ocasión como aquélla para ser el centro de las cámaras. El recuerdo de la indignación que experimentó cuando Hedström formuló la pregunta le infundió valor y le ayudó a recobrar el ánimo.

—¿Sí? —dijo invitando a hablar a una mujer que llevaba un buen rato agitando la mano, sin haber tenido aún ocasión de hablar.

—¿Han interrogado a alguno de los participantes de Fucking Tanum?

Mellberg asintió. Esos muchachos no tenían el menor reparo en hacer el ridículo en la televisión, de modo que no le preocupó lo más mínimo compartir esa información con la prensa.

—Sí, los hemos interrogado.

—¿Alguno de ellos es sospechoso del asesinato? —El cámara del noticiario Rapport no dejaba de filmar mientras el reportero sostenía un enorme micrófono cerca de Mellberg para captar su respuesta.

—En primer lugar, aún no se nos ha confirmado que se trate de un asesinato. Pero no, por ahora, no disponemos de ningún dato que apunte a ninguna persona en particular. —Una mentira inofensiva, desde luego. Mellberg había leído el informe de Molin y de Kruse, y ya se había forjado una idea muy clara de quién era el culpable. Pero no era tan necio como para compartir ese tesoro antes de tener atados todos los cabos.

Las preguntas empezaban a repetirse y Mellberg se oyó a sí mismo recurrir una y otra vez a las mismas respuestas. Finalmente, se cansó y les comunicó que daba por terminada la conferencia de prensa. Con el repiqueteo de las cámaras fotográficas a su espalda, salió de la sala con toda la autoridad de que fue capaz. Su deseo era que, cuando Rose-Marie pusiera las noticias aquella noche, viese que era todo un hombre.

Durante los días que siguieron a la muerte de Barbie, le había ocurrido en más de una ocasión que la gente se detenía a señalarla murmurando. Cierto que estaba acostumbrada a que se quedasen mirándola desde que apareció en Gran Hermano, pero aquello era muy distinto. No se trataba de la natural curiosidad o admiración que despertaba el hecho de que hubiese aparecido en televisión, sino de un ansia de sensacionalismo y algo así como una sed mediática que la hacía encogerse de malestar.

En cuanto supo lo de Barbie, sintió deseos de irse a casa de inmediato. Su primer impulso fue huir, retirarse al único lugar en el que podía refugiarse. Al mismo tiempo, era consciente de que, en el fondo, aquello no era una solución. En casa se encontraría con el mismo vacío, la misma soledad. No habría allí nadie que la abrazase, que le acariciase la cabeza…, todos aquellos gestos sin importancia que todo su cuerpo pedía a gritos. Sin embargo, no había nadie que se los ofreciera, nadie que pudiese satisfacer aquella necesidad. Ni en su casa ni allí. De modo que tanto le daba irse como quedarse.

La caja que tenía detrás se le antojaba vacía. Ahora la ocupaba otra chica, una de las habituales de la tienda. Y aun así, ella tenía la sensación de que estaba desierta. A Jonna le sorprendió descubrir el vacío que había dejado Barbie. Se había burlado de ella, la había rechazado, apenas la había considerado un ser humano. Pero después de lo ocurrido, ahora que ya no estaba, Jonna reparaba en la alegría que irradiaba, pese a la inseguridad que sentía, pese a haber optado por el tipo de chica rubia que ansiaba despertar la atención del entorno. Barbie siempre conservó el buen humor. Era la que reía, la que se sentía feliz con lo que estaban haciendo y la que intentaba animar a los demás. Y, en lugar de agradecérselo, se burlaron de ella y la condenaron juzgándola como si fuera una tía buena imbécil que no merecía ningún respeto. Y ahora que ya no estaba, resultaba evidente cuál había sido su aportación.

Jonna se tiró un poco más de los puños de las mangas. Hoy no tenía el menor interés en atraer miradas raras de compasión y admiración mezcladas con desprecio. Las heridas eran más profundas de lo habitual. Desde que Barbie murió, se había cortado a diario. De forma más dura y brutal que nunca. Más hondo en su propia carne, hasta que veía cómo se abría la piel antes de escupir la sangre que circulaba por debajo. Pero la visión de aquel flujo rojo y palpitante ya no lograba mitigar su ansiedad.

Era como si la angustia se hubiese instalado tan hondo en su ser que ya nada podía afectarle.

En ocasiones oía en su cabeza voces airadas, como si de una grabación se tratase. Podía oír lo que decían como desde fuera, o desde arriba. Era espantoso. Todo había salido tan mal. Era tan atroz. La oscuridad se había adueñado de su interior sin que ella pudiese hacer nada por evitarlo. Toda aquella materia oscura de la que intentaba liberarse a través de la sangre, por medio de las heridas, se había inflamado como una rabia incontrolable.

Ahora sentía que el vacío de la caja que tenía detrás se mezclaba con la vergüenza. Y con el miedo. Sentía el palpitar de las heridas. Era la sangre, más sangre, que quería salir.

—¡Maldita sea! ¡Yo opino que ha llegado el momento de cerrar este circo! —gritó Uno Brorsson estampando el puño en la gran mesa de reuniones de las oficinas municipales, al tiempo que fijaba en Erling una mirada exigente. Ni siquiera miró a Fredrik Rehn, al que habían invitado para hablar de lo sucedido y para que les comunicase la postura de la productora.

—Pues yo opino que deberías calmarte un poco —respondió Erling con un punto de censura en la voz. En realidad, tenía ganas de agarrar a Uno por la oreja y arrastrarlo fuera de la sala de reuniones, como si se tratara de un niño desobediente, pero la democracia era la democracia y tuvo que reprimirse—. Lo que ha sucedido es una gran tragedia, pero nada que implique que debamos tomar decisiones precipitadas, más emocionales que racionales. Estamos aquí para discutir con calma la continuidad del proyecto. He invitado a Fredrik para que nos cuente cómo ven ellos el ser o no ser del programa, y os recomiendo que le prestéis atención. No en vano, él es el experto en este tipo de producciones y, por más que lo ocurrido constituye una novedad absoluta y, bueno, como he dicho, una tragedia, seguro que sus puntos de vista sobre cómo enfrentarnos a ello son sensatos.

—Menudo tontaina, un engreído de la capital —masculló Uno en voz baja, pero lo bastante alto como para que lo oyera Fredrik. El productor optó por ignorar el comentario y se sentó a horcajadas en la silla, con los brazos apoyados en el respaldo.

—Bueno, comprendo que esto haya despertado muchos sentimientos encontrados. Naturalmente lamentamos profundamente la muerte de Barbie, Lillemor, y tanto yo como todo el equipo de producción en Estocolmo sentimos mucho lo ocurrido. —En este punto, emitió un ligero carraspeo y bajó la vista apesadumbrado. Tras un instante de incómodo silencio, alzó la mirada de nuevo—. Pero, como dicen en Estados Unidos: The show must go on. Del mismo modo que vosotros no interrumpiríais vuestro trabajo si alguno de vosotros, Dios no lo quiera, sufriese una desgracia, tampoco nosotros podemos hacerlo. Además, estoy convencido de que Barbie, Lillemor, habría querido que continuásemos. —Otro silencio, y de nuevo una mirada tristona.

Se oyó un sollozo en uno de los extremos de la enorme mesa reluciente.

—Pobre muchacha —se lamentó Gunilla Kjellin enjugándose una lágrima con la servilleta.

Por un instante, Fredrik pareció un tanto molesto, pero luego continuó:

—Tampoco podemos ignorar la realidad. Y una realidad es que hemos invertido una suma muy cuantiosa de dinero en Fucking Tanum, una inversión que, confiamos, nos proporcione un buen rendimiento tanto a vosotros como a nosotros. A nosotros, con índices de audiencia y con los ingresos procedentes de los anuncios publicitarios; y a vosotros, con turistas y los ingresos que ellos generen. Una ecuación muy sencilla.

Erik Bohlin, el jefe municipal de economía, comenzó a alzar la mano para indicar que deseaba hacer una pregunta, pero como Erling temía que encauzase la discusión en una dirección no deseada, lanzó al joven economista una agria mirada que lo indujo a bajar la mano de inmediato.

—Pero ¿cómo vamos a tener turistas ahora? Los asesinatos tienen cierto… efecto disuasorio sobre el turismo…

El anterior consejero municipal, Jörn Schuster, observaba a Fredrik Rehn con el ceño fruncido, y era evidente que esperaba obtener una respuesta. Erling notó que le subía la presión sanguínea y contó mentalmente hasta diez. Que la gente tuviera que ser tan jodidamente negativa siempre… Era un suplicio tener que fingir que tomaba en consideración a unas… personas, que no habrían sobrevivido ni un solo día en el volcán de la realidad a la que él estaba acostumbrado de sus años como jefe. Se dirigió a Jörn con serena frialdad.

—Debo decir que tu postura me decepciona enormemente, Jörn. Si había alguien a quien yo creyese capaz de ver la imagen a gran escala, ése eras tú. Un hombre con tu experiencia no debería distraerse con los detalles. Lo que aquí debemos promover es el bien del municipio, no dedicarnos a detener todo aquello que supone un avance, como una pandilla de simples burócratas.

Constató que el reproche, debidamente envuelto en adulación, provocó un débil destello en los ojos del antiguo consejero municipal. Lo que más deseaba Jörn, por encima de todo, era que lo siguieran considerando el hombre importante, como si hubiese dejado el puesto voluntariamente para actuar como una especie de mentor del recién llegado. Tanto Jörn como Erling sabían que no era el caso, pero Erling estaba dispuesto a seguirle el juego, con tal de lograr lo que quería. La cuestión era si Jörn también lo estaba. Erling aguardó, paciente. Reinaba un denso silencio en la sala y todos miraban a Jörn expectantes, deseosos de ver cuál sería su reacción. Su poblada barba blanca se agitó ligeramente cuando, tras un buen rato de reflexión, se dirigió a Erling con una sonrisa paternal.

—Por supuesto, Erling, tienes razón. Yo también, en mis muchos años al frente de este municipio, he apoyado el desarrollo de grandes ideas sin dejarme entorpecer por las opiniones negativas ni por los pequeños detalles. —Asintió satisfecho y miró a su alrededor. Todos estaban perplejos e intentaban en vano recordar a qué grandes ideas aludía Jörn.

Erling asintió complacido. El viejo zorro había adoptado la decisión adecuada. Sabía por qué caballo debía apostar a la larga. Y con ese respaldo, Erling respondió al fin a la pregunta.

—En lo que concierne al turismo, nos hallamos en la situación única de haber visto el nombre de nuestro municipio escrito en letras grandes en todas las primeras planas del país. Claro que en relación con una tragedia, pero el hecho es, pese a todo, que el nombre del pueblo empieza a grabarse en la conciencia de casi todos los suecos. Y es una circunstancia que podemos utilizar ventajosamente. Sin duda. De hecho, pienso implicar a una agencia de publicidad, para que nos ayuden a decidir la mejor manera de sacarle partido al espacio mediático.

Erik Bohlin murmuró un comentario sobre el «presupuesto», pero Erling lo desechó de un manotazo, como si de una mosca irritante se tratara.

—Ésa no es la cuestión ahora, Erik. A eso, precisamente, me refería antes, eso sólo son detalles. Ahora estamos pensando a lo grande, lo otro ya lo arreglaremos. —Se volvió hacia Fredrik Rehn, que había seguido el intercambio de opiniones con evidente regocijo—. Y Fucking Tanum sigue contando con todo nuestro apoyo. ¿Verdad? —Erling dirigió entonces la vista hacia los demás y fue clavando en cada uno de ellos una intensa mirada.

—¡Por supuesto! —Se oyó la vocecilla de Gunilla Kjellin, que lo miró llena de admiración.

—¡Sí, qué coño, que siga funcionando esa porquería! —exclamó iracundo Uno Brorsson—. De todos modos, ya no puede ser peor.

—Sí —aprobó también Erik Bohlin escuetamente, aunque con un millón de preguntas en el aire.

—Está bien, está bien —accedió Jörn Schuster tironeándose de la barba—. Es una tranquilidad oír que todos sois capaces de ver «la imagen a gran escala», the big picture, exactamente igual que Erling y yo.

Le dirigió una amplia sonrisa a Erling, que hizo un esfuerzo por estirar la comisura de los labios para corresponderle. Aquel viejo no sabía lo que decía y, sin embargo, sonreía con todas sus ganas. Aquello había ido mejor de lo esperado. ¡Joder, qué listo era!

—¿Pescado o ave?

—Algo intermedio —respondió Anna riéndose.

—Venga, por favor —protestó Erica sacándole la lengua a su hermana.

Estaban sentadas en la terraza, tomando café bien abrigadas bajo unas mantas. Erica tenía en el regazo las propuestas de menú del Stora Hotel, y notaba que se le hacía la boca agua. La estricta dieta de las últimas semanas había puesto en marcha sus papilas gustativas y había avivado su hambre, y tenía la sensación de que, literalmente, estaba a punto de babear.

—¿Qué te parece esto, por ejemplo? —preguntó antes de leerle a Anna en voz alta—. «Colas de cangrejo sobre una base de ensalada con vinagreta de lima» de primero; «lenguado con risotto de albahaca y zanahorias tostadas con miel», de segundo; y de postre, «tarta de queso con salsa de frambuesa».

—Dios, ¡qué rico! —exclamó Anna que también empezaba a tragar saliva—. Sobre todo el lenguado suena fantástico. —Dio un sorbo de café, se abrigó un poco mejor con la manta y contempló el mar que se extendía ante su vista.

Erica no podía por menos de admirarse al ver cómo había cambiado su hermana últimamente. Observó el perfil de Anna y vio que de sus facciones emanaba un sosiego que no recordaba haber detectado en ella nunca. Erica siempre estuvo preocupada por Anna y era un alivio ver que podía relajarse un poco.

—¿Te imaginas lo que le habría gustado a papá vernos aquí sentadas charlando? —dijo Erica—. Siempre intentó hacernos ver que debíamos cuidar nuestra relación de hermanas. Pensaba que yo te protegía demasiado, como si fuera tu madre.

—Lo sé —le respondió Anna volviéndose hacia Erica con una sonrisa—. También hablaba conmigo, intentaba hacerme comprender que debía ser más responsable, más adulta, no dejarte a ti toda la carga. Porque eso es lo que hacía. Y aunque protestaba por tu actitud maternal, en cierto modo me gustaba. Siempre confiaba en que tú fueras la maternal y la madura.

—Me pregunto cómo habrían sido las cosas si Elsy hubiese asumido esa responsabilidad. Porque le correspondía a ella, no a mí. —Erica sintió que se le hacía un nudo en el pecho al pensar en su madre. Una madre que, durante toda su niñez, estuvo presente físicamente, pero cuya mente estaba en otra parte.

—De nada sirve especular —opinó Anna reflexiva llevándose la manta hasta la barbilla. Aunque estaban al sol, el viento soplaba frío y aprovechaba cualquier resquicio para filtrarse—. Quién sabe lo que ella vivió de niña. Bien mirado, nunca nos habló de su niñez, ni de su vida antes de conocer a papá. ¿No es extraño? —preguntó Anna desconcertada. Nunca antes se había planteado aquel hecho. Sencillamente, tomó las cosas como eran, sin cuestionarse el porqué.

—Yo creo que era extraña en general —respondió Erica riéndose, aunque con una risa cuya amargura ella misma notó.

—No, pero en serio —insistió Anna—. ¿Tú recuerdas que Elsy nos hablase alguna vez de su niñez, de sus padres, de cómo conoció a papá, de cualquier cosa acerca de su pasado? Yo no recuerdo una sola alusión. Y tampoco tenía fotos. Me acuerdo de que, en una ocasión, le pregunté por fotos de los abuelos y se enfadó muchísimo, y me dijo que llevaban tantos años muertos que no tenía ni idea de dónde había guardado sus cosas. Un poco raro, ¿no? Quiero decir que todo el mundo conserva viejas fotos. Y sabe dónde las tiene.

De repente, Erica cayó en la cuenta de que Anna tenía razón. Tampoco ella había visto ni oído nada relacionado con el pasado de Elsy. Era como si su madre hubiese empezado a existir en el momento en que se tomó la fotografía de su boda con Tore. Antes de aquello… no existía nada.

—En fin, en su momento, tendrás que iniciar una pequeña investigación —dijo Anna. Por su tono de voz se desprendía que no deseaba seguir hablando del asunto—. A ti se te dan bien esas cosas. Pero creo que ahora debemos volver a concentrarnos en el menú. ¿Te has decidido por la última sugerencia que me has leído? A mí me parece perfecta, todo sonaba riquísimo.

—Sí, bueno, lo veré con Patrik, para que él también opine —repuso Erica—. Pero he de admitir que me resulta un poco trivial andar atormentándolo con esto, cuando se encuentra inmerso en una investigación de asesinato. Me siento un poco… superficial, por así decirlo.

Dejó el menú en el regazo y se quedó mirando el horizonte con expresión sombría. Apenas había visto a Patrik los últimos días, y lo echaba de menos. Pero, al mismo tiempo, comprendía que era su deber trabajar duro. El asesinato de aquella chica era horrendo y sabía que Patrik deseaba atrapar al culpable por encima de todo. Al mismo tiempo, su necesidad de tener una actividad de adultos en la que emplearse se acentuaba al ver que él estaba tan ocupado con algo tan importante. Claro que su misión también era esencial; ser madre es, naturalmente, más importante que ninguna otra cosa, lo sabía y lo sentía así. Pese a todo, anhelaba dedicarse a alguna actividad… de adultos. Una actividad en la que pudiera ser Erica, y no sólo la madre de Maja. Ahora que Anna había emprendido el regreso de su país de tinieblas, abrigaba la esperanza de volver a escribir unas horas al día. Comentó la idea con Anna, que aceptó encantada encargarse de Maja durante esas horas.

De ahí que Erica hubiese empezado a buscar nuevas ideas, un caso de asesinato real con una dimensión humana interesante, que, en su opinión, podría convertirse en un buen libro. Tras la publicación de sus dos obras anteriores, había recibido varias críticas negativas en los medios. Había quienes sostenían que presentaba indicios de algo así como una mentalidad de chacal por escribir sobre asesinatos reales. Erica, en cambio, no lo veía así en absoluto. Siempre procuraba que todos los implicados pudieran expresarse y hacía cuanto estaba en su mano por ofrecer una imagen de lo ocurrido tan justa y poliédrica como fuera posible. Por otro lado, no creía que sus novelas se hubiesen vendido tan bien si no hubieran estado escritas con empatía y compasión. Pese a todo, se veía obligada a admitir que la segunda novela, aquélla en la que ella no tenía una relación personal con el caso, le había resultado más fácil de escribir que la primera, que trataba del asesinato de su amiga de la infancia Alex Wijkner. Era mucho más difícil mantener las distancias cuando todo lo que escribía se veía influenciado por el recuerdo de sus propias vivencias.

Pensar en las novelas le despertó el deseo de trabajar.

—Voy a sentarme a navegar un poco por la red —dijo poniéndose de pie—. Quiero ver si encuentro algún caso nuevo sobre el que escribir. ¿Te encargas de Maja si se despierta?

Anna sonrió.

—Sí, mujer, yo me encargo de Maja. Tú vete a trabajar. ¡Buena suerte con la pesca!

Erica se rio y entró en su despacho. La vida en aquella casa se había vuelto mucho más fácil últimamente. Sólo faltaba que Patrik empezase a ver la luz en el caso que tenía entre manos.