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No me vengan a contar ahora que ésa es mi madre. Maldita bruja, puta asquerosa. No me digan que ésa es sangre de mi sangre.

Yo de mi madre me acuerdo. Sería más vieja que las madres de los demás niños del instituto, pero era la más inteligente. Me decía que tenía que trabajar, que no podía estar conmigo. Pero te lo daré todo, tú tendrás más que los otros niños, que tienen una sola muda de ropa, un solo lápiz, un solo cuaderno. En cambio yo… A mí mi mamá me llena de ropa. ¿Y saben por qué? Porque soy guapo.

Gusto a las monjas, gusto a la maestra. Me importan un pepino mis compañeros que aquella vez me encerraron en el lavabo y me dieron una paliza, pero me pegaron en el cuerpo, no en la cara, si no, se hubiera notado y los habrían castigado. Me importa un pepino.

A medida que iba creciendo y haciéndome mayor y más guapo, mi mamá me daba más cosas. Me decía que sólo me tenía a mí, que yo debía tener de todo. Y yo quería de todo, porque uno se acostumbra a las cosas hermosas. Y cuando yo quería algo, mi mamá me lo daba. Me decía que había nacido por casualidad, ni ella sabía bien cómo, unas veces mi padre era un marinero que se había ido, otras veces, si me había portado bien, era un noble, y otras, si la hacía enojar, era un puerco y un borrachín. Ésa es mi mamá.

Soy grande y quiero ser actor. Porque soy guapo, ¿lo he dicho ya? Y sé cantar y bailar. Y si dicen que no, es porque son unos envidiosos, ellos son peores que yo. Mamá dice que no tengo que contarle a nadie que soy su hijo; si no, no pagan, si no, ella no puede darme dinero. Voy a verla a escondidas, por la noche, así ella me dice qué tengo que hacer. El dinero…, a saber de dónde sale. Me dice mamá que la portera, la madre de la imbécil, ahorra el dinero para dejárselo a la imbécil. Por eso le dijo a ésa que las dos eran iguales, que cada una velaba por su hijo. Pero ésa no lo entendió, a lo mejor es imbécil como su hija. Yo no, yo soy guapo, mamá me mira y me sonríe. Y me dice lo que tengo que hacer, lo que tengo que decir.

Así que no vengan ahora a decirme que mi madre es una bruja.

Me acuerdo de lo que mamá me dijo. Y lo hago, palabra por palabra. Cuando no puedo hablar con ella, me confundo. Y me equivoco.

Con Emma hice todo lo que mi mamá me dijo. Tardó mucho en encontrar una señora adecuada. Y entonces, un buen día me dice que la ha encontrado, que se la ha mandado una prima mía que no conozco, que ni siquiera sabe que existo. Y como siempre, mamá lo preparó todo, hasta el mínimo detalle. Y me dijo dónde debía ir y qué debía decir. Y que tuviera más cuidado que nunca, porque Emma no debía descubrir jamás que yo era yo, o sea, el hijo de mi mamá. Porque ya lo saben, una madre es única, si necesitas ayuda está ella para dártela. ¿Para qué sirven si no las madres?

Entonces voy y me convierto en el amor de Emma. Sé hacerlo, me sale espontáneamente. Todas las noches voy a casa de mamá, me deja la puerta abierta, subo las escaleras cuando la portera ya ha apagado la lámpara, lo veo desde la calle. Y me dice qué tengo que hacer. Emma se enamora, ya no puede vivir sin mí. Me acuesto con ella, me gusta. Mamá lo organiza para que Emma deje arreglado lo del dinero y lo del viejo y estúpido del marido, lo vamos a dejar en cueros, me dice mamá, esta vez la partida de cartas la ganamos nosotros. Y nos largamos con todo el dinero, dice mamá.

Según mamá, Emma es una mujer-hombre, que conduce y fuma, y que puede tener un accidente con su coche rojo. Por ahora, consigamos el dinero y larguémonos. Lo del accidente ya se verá.

Pero una noche Emma viene al teatro, llorando como una Magdalena. Me dice que se terminó, que no podemos vernos más. Yo no sé qué decirle, mamá es la que me cuenta estas cosas. Tengo que ir a verla, pero ese día no puedo porque la portera no apaga la lámpara, la hija imbécil se ha acostado tarde. Voy al día siguiente y le pregunto a mamá qué pasa. Ella me lo explica, y muy bien, ya lo verán, mi mamá es muy inteligente. Nosotros somos así, perfectos. Yo soy guapo y ella, inteligente.

¿Y saben con quién me encuentro? Con esta vieja bruja. Se parece a mi mamá, pero no es ella, porque en lugar de hablar de mí, que soy su hijo, empieza a hablar del hijo de Emma. Que si conmigo no lo consiguió, a lo mejor con el niño sí podrá hacer que sea rico y lleve un apellido importante. Y yo le digo a mamá, a la bruja, le digo: ¿y por qué yo no puedo tener un apellido importante? ¿No puedo yo llegar a ser rico y famoso? Y ella me dice que no, que tarde o temprano el destino te la devuelve. Que quien hace el mal, tarde o temprano, lo recibe de Dios.

Y me dice, a mí, justamente a mí, que el niño es más importante, que mi padre se lo ha dicho en sueños. ¿Lo comprenden? ¡Mi padre! ¡En sueños! ¿Y ahora me vienen a decir que es mi madre? ¿La que me puso otro apellido para criarme y hacerme famoso? ¡No! ¡Ésa no es mi madre!

Y entonces le pregunto qué habrá para mí. Ésta vez nada, me dice. Y me lo dice llorando. A lo mejor el día de mañana. Cuando encontremos a otra como Emma, Nápoles está llena de mujeres ricas y aburridas que buscan un amante que mantener. El Padre Eterno, dice, no es mercader que paga siempre los sábados.

Y entonces la eché, a la bruja, la eché porque estaba metida dentro de mi madre. Le partí la cabeza para que saliera el mal. Y después la pateé por toda la habitación. Maldita bruja. Ésa sangre, toda esa sangre, no era sangre de mi sangre. Mi madre nunca pensó en nadie más que en mí: no podía ser ella, si prefería a un bastardo que todavía no había nacido. Y yo ahora espero, ya verán: tarde o temprano mi mamá vuelve y lo arregla todo. Ella sí que es sangre de mi sangre.