Ricciardi debe dar las gracias por su existencia a Francesco Pinto y a Domenico Procacci, que lo han querido y apoyado; a Aldo Putignano, Michele Antonielli y Antonio Formicola, que lo han encaminado y guiado; a Giulio Di Mizio, por su mirada sobre la muerte; a Stefania Negro y Annamaria Torroncelli, por haberle enseñado los años treinta; a Giovanni y Roberto, alegres cimientos de todas las historias tristes.
Por exigencias de la narración, la visita de Benito Mussolini a Nápoles, ocurrida en realidad el 25 de octubre de 1931, sufre un aplazamiento; se agradece a los lectores su comprensión.
Y por sus ganas de escribir, el autor debe su agradecimiento a una única persona: su dulce Paola.