51

Domingo, 25 de octubre de 1931 – IX

El cojo arrastra a Tetté hacia un coche estacionado en la esquina de la calle. El grupo de muchachos se ha alejado y observa desde lejos, quieren ver qué pasará.

El perro, en cambio, cruza a la acera de enfrente y se echa. Tetté piensa: vete, perro. Vete. Que si esos llegan a agarrarte, te envenenan como al pobre gato que no le hizo daño a nadie. Pero el perro no se va, sigue echado y espera.

El cojo lo hace subir al coche, en el asiento delantero, y después se sube él también. Tetté no se siente como cuando va en coche con su ángel, que lo hace viajar detrás, como el amo con su chófer. Y este automóvil no le gusta, huele a humo y a suciedad.

El cojo lo agarra del brazo y se lo retuerce, le hace daño. Vamos a ver, retardado, ¿has pensado en lo que te pregunté? ¿Qué te dice Carmen cuando la ves? ¿De qué habláis? ¿Qué te ha contado?

Tetté habla a pesar de la serpiente. Comprende que si no lo hace será peor. Hablamos de cosas mías, de mi vida, del colegio, dice con dificultad. Tarda mucho tiempo en decirlo. Empieza a llover, los goterones salpican el parabrisas.

¿Y cómo la llamas? ¿Cómo te pide que la llames? Yo la llamo señora, dice Tetté. La llamo señora, ¿cómo debería llamarla? Piensa que también la llama ángel mío, pero únicamente para sus adentros.

El cojo lo mira con fijeza, asiente con la cabeza, lo ha entendido.

¿Y qué te da? ¿Qué te regala?

A Tetté se le llenan los ojos de lágrimas. ¿Dónde estás, ángel mío?, piensa. El grupo de chicos no se ha movido, pese a que llueve con fuerza. Le duele el brazo, el hombre se lo aprieta mucho.

No me da nada, contesta en voz baja, la serpiente se le enrosca a la garganta. Nada. Cosas para comer. Una vez, quisiera contar pero no le sale la voz, me regaló un coche de madera, chiquito pero igual que el suyo; Amedeo lo vio y lo aplastó bajo los pies; entonces recogí los pedacitos de madera y traté de pegarlos, pero no pude juntarlos.

Y cuando fui a robar en una casa para Cosimo, quisiera contar Tetté pero no le sale la voz, vi otro cochecito en el suelo, a lo mejor era el juguete del hijo de la señora que se reía con Cosimo. Y me lo llevé, fue la única vez que robé para mí.

Y lo tengo guardado en el armarito, lo pinté con los lápices del colegio. No es bonito como el que me había regalado mi ángel, el que Amedeo rompió a pisotones, pero me recuerda el coche de mi ángel. Y las horas felices que pasamos juntos.

Eso diría Tetté si la serpiente no se le enroscara a la garganta; y si los pensamientos se le formaran en palabras y no en confusas imágenes que se mezclan y se superponen en su cabeza.

El cojo lo mira con disgusto y dice: eres un inútil. Un ser inútil. Y además me estás apestando el coche con esa mugre que llevas encima.

Vete, le ordena. Qué inútil eres, me das asco.

Abre la portezuela, de un empellón lo tira al suelo y se aleja.

Tetté se levanta y ve al grupo de muchachos, con Amedeo a la cabeza; van hacia él corriendo.

A sus espaldas, el perro empieza a gruñir.