41

Sábado, 24 de octubre de 1931 – IX

Tetté está contento porque ha conseguido colar sin ser visto el pedazo de pastel que no se comió el día anterior en la pastelería; ahora ha salido con el perro, se guarece de la lluvia en el zaguán de un edificio.

Con las manos parte en trocitos el pastel endurecido, se come uno y le da dos al perro, que se los zampa con voracidad.

De pronto algo le quita la escasa luz al colocarse entre ellos y el portón. Tetté levanta la vista, sorprendido, y ve al señor cojo. Contiene el aliento, está aterrado. Le tiene mucho miedo a ese hombre.

Hola, niño, le dice. Siempre habla en voz baja, mira a su alrededor, como si quisiera salir huyendo de un momento a otro y nunca le ha hecho daño; pero a Tetté de todos modos le da miedo. Se lo encuentra delante como un fantasma, cuando menos se lo espera, y nunca cuando está en casa, en la parroquia.

Hola, niño, repite. ¿Qué haces, coméis tú y el perro? ¿Quién te ha dado esa comida?

La serpiente ha subido rauda y se le ha anudado a la garganta, Tetté ni siquiera intenta contestar. Niega con la cabeza sin saber por qué.

Entonces el hombre mira a su alrededor, le dice, levántate, salgamos de aquí. Tetté no quiere moverse, porque no sabe adónde quiere llevarlo ese hombre; entonces el hombre lo agarra del brazo y lo levanta en peso.

En cuanto el perro ve que el hombre le ha puesto la mano encima a Tetté, se levanta y gruñe con fuerza. El hombre lleva un bastón para andar, lo levanta y le asesta al perro un golpe seco en el lomo. Tetté y el perro gimen al unísono, casi con el mismo tono. El animal se aleja unos metros, sin dejar de gruñirle al hombre cojo y de soltar gañidos de dolor.

Si os portáis bien, no os haré nada, dice el cojo. Ni a ti, ni al perro. Lo sabes. Pero debéis hacer lo que os digo. Tú, por ejemplo, debes contestar cuando te pregunto. Si no, ya sabes qué pasa.

Tetté lo sabe, vaya si lo sabe; Nanni se lo ha repetido cien veces, desde la semana anterior, cuando fue a buscarlo y lo llevó fuera, a la vuelta de la esquina, donde los esperaba el cojo. Si le cuentas a alguien, a quien sea, de este encuentro, que el cojo viene a hablar contigo, voy y se lo digo a la señora rubia. Y no la vuelves a ver más, nunca más. Le voy a contar unas cosas que cuando las oiga, saldrá corriendo para no volver ni siquiera a darte clase. Pero si vas a hablar con el cojo, yo no le digo nada a nadie. Es un secreto, tartaja tonto, un pequeño secreto. Lo sabes tú y lo sé yo, y si no lo sabe nadie más, todo irá bien. De lo contrario, el único que saldrá perdiendo eres tú.

El cojo lo arrastra del brazo, y con la otra mano apoya el bastón en el suelo; de vez en cuando la contera resbala en el suelo mojado, pero el cojo no se cae. Tetté camina deprisa, porque si no el cojo lo levanta en peso y le hace daño en el brazo.

El perro los sigue a distancia. No deja de gruñir, por suerte camina sin problemas, el cojo no le ha hecho demasiado daño, piensa Tetté.

Se meten en un callejón y se detienen. El cojo vuelve a ser amable, sonríe, le acaricia la cabeza. Así me gusta, le dice, eres un niño muy bueno. ¿Quieres un caramelo? Mira, te he traído un caramelo de miel. Tetté lo acepta y se lo guarda en el bolsillo. Da las gracias muy serio, como le ha enseñado el ángel. ¿No te lo comes?, pregunta el cojo. Después, contesta él, me lo como después.

El cojo se pone a hacerle preguntas con tono tranquilo: siempre lo hace así. Qué haces, qué comes, cuántos años tienes, cuánto hace que vives en esta parroquia. Y, después, como tiene por costumbre, se pone a hurgar en los recuerdos que Tetté no tiene: ¿sabes quién te ha llevado allí? ¿No conservas nada, un traje, una sábana? ¿Qué recuerdas de cuando eras pequeñito, pequeñito? ¿Cómo es posible que no te acuerdes de nada?

Aunque la serpiente se le enrosca en la garganta, Tetté contesta. El cojo no tiene paciencia, pero espera. Pone cara amable, pero le aprieta el brazo.

Empieza por las preguntas que más miedo le dan: ¿quién viene a verte? ¿Hay alguien en la iglesia que te mire con más atención que el resto? Y cuando sales con ella, con la señora rubia, ¿adónde vas? ¿Adónde te lleva? ¿Qué te dice? ¿De qué habláis? Y tú, ¿qué le dices?

Tetté no quiere contarle al cojo sobre lo que hace cuando está con su ángel. Teme que de algún modo lo prive de esos momentos, y además tiene celos, son cosas suyas y de su ángel, no quiere contarle nada.

Entonces el cojo se da cuenta de que no quiere responder y se enoja. La mano que empuña el bastón se cierra con fuerza, Tetté ve que los guantes blancos se llenan de pliegues, los labios se cierran con fuerza y se ponen blancos, los ojos del hombre se vuelven dos rendijas.

La otra mano le aprieta el brazo, con fuerza, cada vez con más fuerza: Tetté ya no se siente la mano y se queja.

El perro da un paso al frente, gruñe, y el cojo levanta el bastón hacia él. El perro se detiene, pero no deja de gruñir, los pelos del lomo erizados, la cola quieta, las orejas gachas; parece a punto de atacar, con bastón o sin él.

Habla, le ordena el cojo. Habla, tartaja idiota, deficiente mental.

Aprieta demasiado: Tetté suelta un prolongado lamento en el preciso instante en que por la calle en la que desemboca el callejón pasa un verdulero con su carrito. El hombre oye el lamento y se vuelve, entrecierra los ojos para ver en la oscuridad.

¿Quién anda ahí?, grita. ¿Qué está pasando?

El cojo se vuelve y cambia enseguida de expresión. Suelta a Tetté y le acaricia la cabeza. Pobres niños, le dice al vendedor ambulante. Se las ingenian todas con tal de conseguir una moneda. Con la gorra calada hasta los ojos, de pie entre las varas del carrito, el hombre le echa una mirada torcida. No dice nada. Tiene niños en casa, y no le gusta cuando los señores se internan en los callejones a hacer cosas raras.

El cojo advierte que el verdulero no se marchará hasta que él no lo haya hecho. Mira fijamente a la cara a Tetté, le lanza una sonrisa aviesa y luego se lleva el índice enguantado a los labios, abriendo los ojos de par en par. «Cuidado —susurra—. Mucho cuidado».

Y se aleja renqueando, y su bastón resbala sobre las piedras mojadas.