Jueves, 22 de octubre de 1931 – IX
Tetté corre.
Corre como si el diablo le pisara los talones, con los zuecos en la mano para no caerse.
Corre y arriesga la vida, que perderá de todos modos, rozando las ruedas de los coches y carruajes, que tocan la bocina con fastidio.
Corre y esquiva los bastones de los señores que lo ven venir y temen ser embestidos y lo golpean por haber tenido que apartarse.
Corre, y sin querer pisa los charcos y salpica a las nodrizas que empujan los altos cochecitos y estas lo increpan con palabras incomprensibles pronunciadas en dialectos desconocidos.
Corre, y otros granujillas intentan zancadillearlo para reír con su aparatosa caída, pero él lo sabe y salta, no cae.
Corre, y a su lado corren los escaparates, donde las dependientas visten unos maniquíes que lo miran sonrientes.
Corre, y dos niños con guardapolvos y carteras, asidos de la mano de su madre lo miran, y envidian su libertad.
Corre y se mete por el callejón, y el perro detrás de él, ligero, sin esfuerzo, con las orejas ondeando al viento como pañuelos agitados desde un tren a punto de partir. El perro se desvía por donde va el muchacho, elige las mismas trayectorias como si conociera de antemano el trayecto, como si se hubiesen puesto de acuerdo.
Corren, el perro y el niño: las mismas costillas marcadas, los mismos ojos concentrados, las mismas bocas entreabiertas por el esfuerzo.
Corren, y confían en llegar a tiempo.
Cosimo espera con su carrito en una plazoleta donde confluyen cuatro callejones, en los Quartieri Spagnoli. El recorrido es siempre el mismo, por eso Tetté sabe dónde encontrarlo a esa hora. Una vez que fue bueno con él le explicó que así, pasando en horarios fijos, las mujeres lo reconocen mejor y lo esperan, y le reservan las mejores prendas y cierra buenos tratos.
De hecho, algunas veces Cosimo es bueno con él. En esos momentos, sobre todo cuando ya está oscureciendo y el negocio ha ido bien, se pone a contarle cuentos. Tetté lo escucha y piensa que Cosimo podría ser su papá, y él su pequeño. Una vez Cosimo incluso le regaló una moneda muy, muy brillante, y Tetté no se la gastó nunca, la guardó en un bolsillo del pantal