32

Las manos asesinas están completando el trabajo.

Se han detenido porque habían avanzado demasiado y la preparación, ya se sabe, es como una coreografía, cada cosa a su debido tiempo, paso a paso, hasta el gran final. Y el gran final es un gesto, un solo gesto.

Las manos asesinas son diligentes, no se detienen un solo instante. Son miles los ajustes por hacer, miles los cambios, un centímetro adelante, otro atrás.

Se podría considerar que, una vez terminado el grueso, creado el paisaje con grutas, terrazas, templos y grietas, el trabajo está casi terminado; nada más falso.

Las manos asesinas saben bien que los detalles marcan la diferencia; la preparación es importante, la ejecución también, pero los detalles son los que distinguen un trabajo bien hecho de otro impreciso.

Las manos asesinas colocan la fuente, con agua auténtica que fluye. A los niños les entusiasma esa fuente, ese hilo de agua que se mueve entre las figuras inertes hace que todo el pesebre parezca real.

Las manos asesinas completan la disposición de las hierbas: el romero, el mirto, el musgo, el rusco. Conocen bien la tradición; las hierbas ahuyentan los malos espíritus que infestan las casas desde el día de los Difuntos hasta la Epifanía. Nada de malos espíritus por Navidad.

Porque quien ha muerto, muerto está y debe quedarse entre los muertos. Nunca más debe regresar.

Las manos asesinas se frotan ligeramente, complacidas. Falta poco, muy poco.

Y todo se habrá completado.