CUADRO SEGUNDO

(El mismo lugar. El día siguiente por la tarde.)

(Al levantarse el telón, ya ha dejado de nevar, pero la nieve amontonada cubre parte de la ventana. El mayor Metcalf está sentado en el sofá leyendo un libro y mistress Boyle está sentada en la butaca grande delante del fuego, escribiendo en un bloc colocado sobre la rodilla.)

MRS. BOYLE:

Considero que es una suprema falta de honradez que no me avisaran de que acababan de inaugurar este lugar.

MAYOR METCALF:

Bueno, todo tiene un principio, ¿sabe? Excelente desayuno esta mañana. Buen café, huevos revueltos, mermelada hecha en casa… Y todo muy bien servido, además. La mujercita lo hace todo ella misma.

MRS. BOYLE:

¡Aficionados…! Deberían tener personal como es debido.

MAYOR METCALF:

Excelente almuerzo también.

MRS. BOYLE:

Carne en conserva.

MAYOR METCALF:

Sí, pero muy bien disimulada. Regada con vino tinto. Mistress Ralston prometió que haría un pastel para la cena.

MRS. BOYLE (Levantándose y aproximándose al radiador):

Estos radiadores no calientan de verdad. Les hablaré de ello.

MAYOR METCALF:

Y las camas son muy cómodas. Al menos la mía lo es. Espero que la suya también.

MRS. BOYLE:

No está mal. (Vuelve a sentarse en la butaca.) No acabo de ver por qué le darían la mejor habitación a ese joven tan raro.

MAYOR METCALF:

Llegaría antes que nosotros. Ya se sabe: el primero en llegar es el mejor servido.

MRS. BOYLE:

Pues por el anuncio pensé que este lugar sería muy distinto de lo que en realidad es. Creí que habría un salón cómodo para escribir y que la casa sería mucho mayor… que habría bridge y otras distracciones.

MAYOR METCALF:

¡Ya son ganas de quejarse, ya!

MRS. BOYLE:

¿Decía usted?

MAYOR METCALF:

¡Ejem!… que sí, que ya comprendo lo que quiere decir usted.

(Christopher entra en la sala sin que los demás se percaten de ello.)

MRS. BOYLE:

Pues no, no pienso quedarme mucho tiempo aquí.

CHRISTOPHER (Riendo):

No. No creo que se quede.

(Christopher se va a la biblioteca.)

MRS. BOYLE:

De veras que ese joven tiene cosas muy extrañas. No me sorprendería que fuera un desequilibrado.

MAYOR METCALF:

Me parece que se ha fugado de algún manicomio.

MRS. BOYLE:

No me extrañaría ni pizca.

(Mollie entra por la derecha.)

MOLLIE (Llamando hacia el piso de arriba):

¡Giles!

GILES (En off):

¿Sí?

MOLLIE:

¿Podrías salir otra vez a quitar la nieve de la puerta de atrás?

GILES (En off):

Ahora voy.

(Mollie abandona la sala.)

MAYOR METCALF:

Le echaré una mano, ¿eh? (Se levanta y se dispone a salir.) Es un buen ejercicio. Tengo que hacer ejercicio.

(El mayor Metcalf sale de la estancia. Entra Giles, se dirige a la derecha y sale. Mollie vuelve a entrar con un plumero y una aspiradora, cruza la sala y al subir corriendo la escalera tropieza con miss Casewell, que en aquel momento bajaba.)

MOLLIE:

¡Lo siento!

MISS CASEWELL:

No ha sido nada.

(Mollie sale. Miss Casewell camina lentamente hacia el centro.)

MRS. BOYLE:

¡Hay que ver! Esa joven es increíble. ¿Es que no sabe nada de las faenas domésticas? ¡Mira que entrar en la sala principal con una aspiradora! ¿Es que no hay una entrada de servicio?

MISS CASEWELL (Cogiendo un cigarrillo del paquete que lleva en el bolso):

Oh, sí… una buena escalera posterior. (Se acerca al fuego.) Muy útil en caso de incendio. (Enciende el cigarrillo.)

MRS. BOYLE:

Entonces ¿por qué no la utilizan? De todos modos, las faenas domésticas deberían haberlas hecho por la mañana antes del almuerzo.

MISS CASEWELL:

Según tengo entendido, nuestra anfitriona tuvo que preparar la comida.

MRS. BOYLE:

Todo muy improvisado y propio de aficionados. Deberían tener personal como es debido.

MISS CASEWELL:

Hoy en día no es fácil encontrarlo, ¿verdad?

MRS. BOYLE:

Ya puede usted decirlo. Las clases inferiores parecen no tener la menor idea de sus responsabilidades.

MISS CASEWELL:

Las pobrecitas clases inferiores… Se están desbocando, ¿verdad?

MRS. BOYLE (Glacialmente):

Me parece que es usted socialista.

MISS CASEWELL:

Oh, yo no diría tanto. No soy roja… solamente un poquitín rosada. (Se aproxima al sofá y se sienta en el brazo derecho.) Aunque no me interesa demasiado la política… Vivo en el extranjero.

MRS. BOYLE:

Supongo que las condiciones de vida resultan mucho más fáciles en el extranjero.

MISS CASEWELL:

No tengo que guisar ni hacer la limpieza… como, según tengo entendido, todo el mundo tiene que hacer en este país.

MRS. BOYLE:

Es triste, pero la verdad es que este país va de capa caída. No es lo que era antes. Vendí mi casa el año pasado. ¡La vida está tan difícil!…

MISS CASEWELL:

Los hoteles y las pensiones facilitan las cosas.

MRS. BOYLE:

No hay duda de que te solucionan algunos problemas. ¿Va a estar mucho tiempo en Inglaterra?

MISS CASEWELL:

Depende. Tengo que atender algunos asuntos. Cuando haya acabado, regresaré.

MRS. BOYLE:

¿A Francia?

MISS CASEWELL:

No.

MRS. BOYLE:

¿Italia?

MISS CASEWELL:

No. (Sonríe.)

(Mistress Boyle la mira inquisitivamente, miss Casewell no responde. Mistress Boyle se pone a escribir. Miss Casewell la mira y sonríe, se acerca a la radio, la conecta, primero a bajo volumen, después lo aumenta.)

MRS. BOYLE (Molesta porque estaba escribiendo):

¿Le importaría no tener la radio tan alta? Siempre me resulta difícil escribir mientras la radio está puesta.

MISS CASEWELL:

¿De veras?

MRS. BOYLE:

A menos que desee usted muy especialmente escucharla ahora…

MISS CASEWELL:

Es mi música favorita. Ahí dentro hay un escritorio. (Con la cabeza señala la puerta de la biblioteca.)

MRS. BOYLE:

Ya lo sé. Pero aquí se está mucho más caliente.

MISS CASEWELL:

Mucho más caliente, estoy de acuerdo. (Empieza a bailar al compás de la música.)

(Mistress Boyle, tras mirarla severamente unos instantes, se levanta y entra en la biblioteca. Miss Casewell sonríe, se aproxima a la mesita de detrás del sofá y apaga el cigarrillo aplastándolo. Da unos pasos y coge una revista que hay en la mesa grande.)

¡Vieja bruja! (Se acerca a la butaca grande y se sienta.)

(Christopher sale de la biblioteca y da unos pasos hacia el centro de la sala.)

CHRISTOPHER:

¡Oh!

MISS CASEWELL:

Hola.

CHRISTOPHER (Señalando la biblioteca con un gesto):

Esa mujer parece empeñada en seguirme adonde vaya y luego se me queda mirando con expresión aviesa, decididamente aviesa.

MISS CASEWELL (Señalando la radio):

Bájela un poquito.

(Christopher baja la radio hasta dejarla a un volumen suave.)

CHRISTOPHER:

¿Así está bien?

MISS CASEWELL:

Sí, ya ha cumplido su misión.

CHRISTOPHER:

¿Qué misión?

MISS CASEWELL:

Cosa de táctica, muchacho.

(Christopher se queda perplejo. Miss Casewell señala la biblioteca.)

CHRISTOPHER:

¡Ah, se refiere a ella!

MISS CASEWELL:

Se había apoderado de la mejor butaca. Ahora la tengo yo.

CHRISTOPHER:

Así que usted la ahuyentó. Me alegro. Me alegro mucho. No me gusta ni pizca. (Se acerca rápidamente a miss Casewell.) A ver si se nos ocurren más cosas que la molesten, ¿eh? ¡Ojalá se marchase de aquí!

MISS CASEWELL:

¿Con este tiempo? Ni lo sueñe.

CHRISTOPHER:

Pero cuando se funda la nieve…

MISS CASEWELL:

Cuando se funda la nieve puede que hayan sucedido muchas cosas.

CHRISTOPHER:

Sí, sí, eso es cierto. (Se acerca a la ventana.) La nieve es bonita, ¿no le parece? Tan pacífica, tan pura… Hace que te olvides de las cosas.

MISS CASEWELL:

A mí no me hace olvidar.

CHRISTOPHER:

Con qué acento más fiero lo dice.

MISS CASEWELL:

Es que estaba pensando.

CHRISTOPHER:

¿Pensando en qué? (Se sienta junto a la ventana.)

MISS CASEWELL:

En el hielo que se forma en la jarra de agua del dormitorio, en los sabañones en carne viva… en una sola manta, raída y delgada… en un pequeño que tiembla de frío y miedo.

CHRISTOPHER:

¡Cielos, qué lúgubre resulta! ¿De qué se trata? ¿Una novela?

MISS CASEWELL:

Usted no sabía que soy escritora, ¿verdad?

CHRISTOPHER:

¿Lo es? (Se levanta y se acerca a ella.)

MISS CASEWELL:

Lamento decepcionarlo, pero en realidad no lo soy. (Oculta el rostro detrás de la revista.)

(Christopher la mira con expresión de duda, luego se acerca a la radio, la pone a un volumen muy fuerte y se marcha a la salita de estar. Suena el teléfono. Mollie baja corriendo del piso de arriba con el plumero en la mano y se acerca al teléfono.)

MOLLIE (Descolgando el aparato):

¿Sí? (Cierra la radio.) Sí, ésta es la casa de huéspedes de Monkswell Manor… ¿Qué?… No, me temo que míster Ralston no puede ponerse al aparato en este momento. Yo soy mistress Ralston. ¿Quién?… ¿La policía de Berkshire?…

(Miss Casewell baja la revista.)

Oh, sí, sí, superintendente Hogben, me temo que eso es imposible. No conseguiría llegar aquí. La nieve nos tiene bloqueados. Completamente bloqueados. Las carreteras están intransitables…

(Miss Casewell se levanta y se dirige a la salida de la izquierda.)

Nada podría llegar hasta aquí… Sí… Muy bien… ¿Pero qué…? Oiga… ¡oiga!… (Cuelga el aparato.)

(Entra Giles enfundado en un abrigo. Se lo quita y lo cuelga en el vestíbulo.)

GILES:

Mollie, ¿sabes dónde hay otra pala?

MOLLIE (Dando unos pasos):

Giles, la policía acaba de llamar.

MISS CASEWELL:

Conque problemas con la policía, ¿eh? ¿Es que sirven licor sin tener licencia?

(Miss Casewell sube al piso de arriba.)

MOLLIE:

Nos mandan un inspector o un sargento o no sé qué.

GILES (Acercándose a Mollie):

¡Pero si no podrá llegar!

MOLLIE:

Eso mismo les dije yo. Pero parecían muy seguros de que sí llegaría.

GILES:

Tonterías. Ni un jeep llegaría hasta aquí hoy. Pero ¿se puede saber a qué viene todo esto?

MOLLIE:

Eso mismo les pregunté yo. Pero el que llamó no quiso contestarme. Se limitó a decirme que recomendase a mi marido que prestase mucha atención a lo que dijera el sargento Trotter… creo que ése era el nombre… y que siguiera sus instrucciones al pie de la letra. ¿Verdad que resulta extraordinario?

GILES (Aproximándose a la chimenea):

¿Qué diablos crees tú que habremos hecho?

MOLLIE (Acercándose a Giles):

¿Será por aquellas medias de nilón que trajimos de Gibraltar?

GILES:

No se me olvidó pagar la licencia de la radio, ¿verdad que no?

MOLLIE:

No se te olvidó. Está en el cajón de la mesa de la cocina.

GILES:

Estuve a punto de pegármela con el coche el otro día, pero la culpa fue del otro, solamente del otro.

MOLLIE:

Algo habremos hecho…

GILES (Arrodillándose para echar un leño al fuego):

Probablemente se trata de algo relacionado con el tener una casa de huéspedes. Seguramente se nos habrá olvidado alguna estúpida ordenanza de este ministerio o de aquel otro. Hoy en día eso es prácticamente inevitable. (Se levanta y se queda mirando a Mollie.)

MOLLIE:

¡Ay, querido, ojalá no se nos hubiera ocurrido poner este negocio! Vamos a pasarnos varios días bloqueados por la nieve, todo el mundo está de mal humor y se nos van a terminar todas las latas de conservas.

GILES:

Animo, querida. (Rodea a Mollie con sus brazos.) Ya verás cómo todo sale bien. He llenado todas las carboneras, he metido dentro la leña y he cargado el calentador. También me he cuidado de las gallinas. Ahora iré a preparar la caldera y cortaré un poco más de leña… (Se interrumpe.) ¿Sabes, Mollie? (Se acerca lentamente a la mesa grande.) Ahora que lo pienso, debe de tratarse de algo bastante serio para que venga un sargento de la policía estando como están las carreteras. Debe de tratarse de algo realmente urgente…

(Giles y Mollie se miran con expresión intranquila. Mistress Boyle sale de la biblioteca.)

MRS. BOYLE (Acercándose a la mesa grande):

¡Ah, está usted aquí, míster Ralston! ¿Sabe que en la biblioteca apenas se nota la calefacción central?

GILES:

Lo siento mistress Boyle. Vamos algo escasos de carbón y…

MRS. BOYLE:

Les pago siete guineas a la semana por mi alojamiento… siete guineas y no quiero morir congelada.

GILES:

Iré a cargar la caldera.

(Giles sale de la estancia. Mollie va tras él.)

MRS. BOYLE:

Mistress Ralston, si me permite decirle, ese joven que tiene alojado aquí resulta de lo más extraordinario. Esos modales suyos… y las corbatas que lleva… ¿Se cepillará el pelo alguna vez?

MOLLIE:

Es un joven arquitecto brillantísimo.

MRS. BOYLE:

Perdón, ¿cómo dice?

MOLLIE:

Digo que Christopher Wren es arquitecto…

MRS. BOYLE:

Mi querida joven. Naturalmente he oído hablar de Sir Christopher Wren. (Se aproxima al fuego.) Por supuesto que era arquitecto. Construyó la catedral de San Pablo. Ustedes los jóvenes parecen creer que son las únicas personas cultas.

MOLLIE:

Me refiero al Wren de aquí. Se llama Christopher. Sus padres le pusieron este nombre porque esperaban que llegase a ser arquitecto. (Se acerca a la mesita de detrás del sofá y coge un cigarrillo de la tabaquera.) Y lo es… o le falta poco… de modo que las esperanzas de sus padres se han cumplido.

MRS. BOYLE:

¡Hum! Todo eso me suena a cuento chino. (Se sienta en la butaca grande.) Yo en su lugar haría algunas indagaciones sobre él. ¿Qué saben ustedes de él?

MOLLIE:

Ni más ni menos de lo que sabemos sobre usted, mistress Boyle. Es decir: que ambos nos pagan siete guineas a la semana. (Enciende el cigarrillo.) En realidad no necesito saber nada más, ¿verdad? Es lo único que es de mi incumbencia. No importa que mis huéspedes me gusten o (Significativamente.) no me gusten.

MRS. BOYLE:

Es usted joven e inexperta y debería agradecer los consejos de alguien que sabe más que usted. ¿Y qué me dice de ese extranjero?

MOLLIE:

¿Qué quiere que le diga?

MRS. BOYLE:

No le esperaban, ¿verdad?

MOLLIE:

Negarle alojamiento a un viajero va contra la ley, mistress Boyle. Usted debería saberlo.

MRS. BOYLE:

¿Por qué lo dice?

MOLLIE (Dirigiéndose al centro de la sala):

¿Acaso no fue usted magistrado, mistress Boyle?

MRS. BOYLE:

Lo único que digo es que este Paravicini o como se llame me parece…

(Paravicini entra en la sala sin hacer ruido.)

PARAVICINI:

Vaya con cuidado, mi estimada señora. Habla usted del diablo y aquí lo tiene. ¡Ja, ja!

(Mistress Boyle se sobresalta.)

MRS. BOYLE:

No le he oído entrar.

(Mollie se coloca detrás de la mesita del sofá.)

PARAVICINI:

Es que entré de puntillas… así. (Hace una breve demostración.) Nadie me oye si yo no lo quiero. Lo encuentro muy divertido.

MRS. BOYLE:

¿De veras?

PARAVICINI (Sentándose):

Verá, una vez una joven…

MRS. BOYLE (Levantándose):

Bueno, tengo que terminar las cartas. Veré si la salita de estar está más caldeada.

(Mistress Boyle se marcha a la salita de estar. Mollie la sigue hasta la puerta.)

PARAVICINI:

Mi encantadora anfitriona parece preocupada. ¿Qué le ocurre, mi querida señora? (La mira apreciativamente.)

MOLLIE:

Es que esta mañana todo resulta complicado. Por culpa de la nieve.

PARAVICINI:

Sí. La nieve pone las cosas difíciles, ¿no es verdad? (Se levanta.) O las pone fáciles. (Se acerca a la mesa grande y se sienta.) Sí… muy fáciles.

MOLLIE:

No sé a qué se refiere.

PARAVICINI:

En efecto. Hay muchas cosas que usted no sabe. Me parece, por ejemplo, que no sabe mucho sobre cómo se lleva una casa de huéspedes.

MOLLIE (Acercándose a la mesita y aplastando el cigarrillo):

Eso me temo. Pero nos hemos propuesto hacerlo bien.

PARAVICINI:

¡Bravo, bravo! (Da unas palmadas y se levanta.)

MOLLIE:

Aunque no soy mala cocinera…

PARAVICINI (Como un viejo verde):

Es usted una cocinera encantadora, no hay duda de ello. (Se acerca a la mesita y coge una mano de Mollie.)

(Mollie retira la mano y da unos pasos.)

¿Me permite que le haga una pequeña advertencia, mistress Ralston? (Da unos pasos.) Usted y su marido no deberían ser demasiado confiados, ¿sabe? ¿Tienen referencias de los huéspedes que hay aquí?

MOLLIE:

¿Es normal pedirlas? (Se vuelve hacia Paravicini.) Siempre creí que la gente sencillamente… sencillamente se presentaba.

PARAVICINI:

Es aconsejable saber algo sobre la gente que duerme bajo tu techo. Yo, por ejemplo. Me presento diciendo que el coche se me ha atascado en la nieve. ¿Qué saben ustedes de mí? ¡Nada en absoluto! Podría ser un ladrón, un atracador (Se acerca lentamente a Mollie.), un fugitivo de la justicia, un loco… incluso… un asesino…

MOLLIE (Retrocediendo):

¡Oh!

PARAVICINI:

¿Lo ve? Y puede que de los demás huéspedes no sepa mucho más.

MOLLIE:

Bueno, en lo que se refiere a mistress Boyle…

(Mistress Boyle entra procedente de la salita de estar. Mollie da unos pasos hacia la mesa grande.)

MRS. BOYLE:

En la salita hace demasiado frío para estarse sentada. Escribiré las cartas aquí. (Se acerca a la butaca grande.)

PARAVICINI:

Si me lo permite, atizaré el fuego. (Se acerca a la chimenea.)

(El mayor Metcalf entra en la sala.)

MAYOR METCALF (Dirigiéndose a Mollie con anticuado pudor):

¿Está aquí su marido, mistress Ralston? Me temo que las cañerías del… ejem… lavabo de abajo se han helado.

MOLLIE:

¡Vaya por Dios! ¡Qué día éste! Primero la policía y luego las cañerías. (Se dirige a la salida.)

(Paravicini deja caer el atizador con gran estruendo. El mayor Metcalf se queda como paralizado.)

MRS. BOYLE (Sobresaltándose):

¿La policía?

MAYOR METCALF (En voz alta, como si no acabase de creérselo):

¿Ha dicho la policía? (Se acerca a la mesa grande.)

MOLLIE:

Hace un momento llamaron por teléfono. Dicen que van a enviarnos un sargento. (Contempla la nieve.) Pero no creo que consiga llegar.

(Giles entra con un cesto lleno de leños.)

GILES:

El condenado carbón pesa lo suyo. Y a este precio… ¡Hola! ¿Sucede algo?

MAYOR METCALF:

Acabo de enterarme de que la policía viene para aquí. ¿Por qué?

GILES:

Oh, no importa. Nadie conseguirá llegar con tanta nieve. Debe de haber metro y medio de espesor. Todas las carreteras están bloqueadas. Hoy no vendrá nadie. (Se acerca a la chimenea con los leños.) Con su permiso, míster Paravicini: quisiera poner esto aquí.

(Paravicini se aparta de la chimenea. Se oyen tres golpes secos en el ventanal y el sargento Trotter acerca el rostro a los cristales para mirar hacia el interior. Mollie profiere una exclamación y señala hacia el ventanal. Giles se acerca y lo abre de par en par. El sargento lleva esquíes. Es un joven de aspecto corriente, alegre y con un leve acento «cockney».)

TROTTER:

¿Es usted míster Ralston?

GILES:

Sí.

TROTTER:

Gracias, señor. Me presento: Sargento detective Trotter de la policía de Berkshire. ¿Puedo quitarme estos esquíes y guardarlos en alguna parte?

GILES (Señalando hacia la derecha):

Dé la vuelta hasta la puerta principal. Yo se la abriré.

TROTTER:

Gracias, señor.

(Giles deja el ventanal abierto y se dirige a la puerta principal.)

MRS. BOYLE:

Supongo que para esto pagamos al cuerpo de policía hoy día: para que se diviertan practicando los deportes de invierno.

(Mollie pasa por detrás de la mesa grande y se acerca al ventanal.)

PARAVICINI (Dando unos pasos hacia Mollie y susurrando con furia):

¿Por qué ha avisado a la policía, mistress Ralston?

MOLLIE:

¡Pero si no la he avisado! (Cierra el ventanal.)

(Christopher entra procedente de la salita de estar y se acerca al sofá. Paravicini da unos pasos hacia la derecha de la mesa grande.)

CHRISTOPHER:

¿Quién es ese hombre? ¿De dónde ha salido? Lo he visto pasar esquiando por delante de la ventana de la salita. Llevaba mucho ímpetu y levantaba la nieve a su paso.

MRS. BOYLE:

Puede creerlo o no, pero ese hombre es un policía. Un policía ¡esquiando!

(Giles y Trotter entran en la sala. Trotter se ha quitado los esquíes y los lleva en la mano.)

GILES (Dando unos pasos):

Esto… les presento al sargento detective Trotter.

TROTTER (Avanzando):

Buenas tardes.

MRS. BOYLE:

No es posible que sea usted sargento. Es demasiado joven.

TROTTER:

No soy tan joven como parezco, señora.

CHRISTOPHER:

Pero sí tiene muchos ímpetus.

GILES:

Guardaremos sus esquíes debajo de la escalera.

(Giles y Trotter salen de la estancia.)

MAYOR METCALF:

Perdóneme, mistress Ralston, ¿puedo usar su teléfono?

MOLLIE:

Por supuesto, mayor Metcalf.

(El mayor Metcalf se acerca al teléfono y marca un número.)

CHRISTOPHER (Sentándose en el extremo derecho del sofá):

Es muy atractivo, ¿no les parece? Los policías siempre me parecen muy atractivos.

MRS. BOYLE:

No tiene cerebro. Se ve en seguida.

MAYOR METCALF (Hablando por teléfono):

¡Oiga! ¡Oiga!… (Se dirige a Mollie.) Este teléfono no funciona, mistress Ralston.

MOLLIE:

Pues hace media hora funcionaba.

MAYOR METCALF:

Supongo que la línea habrá cedido bajo el peso de la nieve.

CHRISTOPHER (Riéndose histéricamente):

Así que estamos completamente aislados. Completamente aislados. Es gracioso, ¿no creen?

MAYOR METCALF (Acercándose al sofá):

No le veo la gracia por ninguna parte.

MRS. BOYLE:

Yo tampoco.

CHRISTOPHER:

Ah, se trata de un chiste que yo me sé. ¡Chist, que vuelve el sabueso!

(Entra Trotter seguido por Giles. Trotter avanza hacia el centro de la sala y Giles se acerca a la mesita de detrás del sofá.)

TROTTER (Sacando su librito de notas):

Ahora podemos poner manos a la obra, mister Ralston. ¿Mistress Ralston?

(Mollie se adelanta unos pasos.)

GILES:

¿Quiere hablarnos a solas? En tal caso, podríamos pasar a la biblioteca. (Señala la puerta de la biblioteca.)

TROTTER (Dando la espalda al público):

No es necesario, señor. Ahorraremos tiempo si están todos presentes. ¿Me permite sentarme ante esta mesa? (Se acerca a la mesa grande.)

PARAVICINI:

Con su permiso. (Se aparta de la mesa.)

TROTTER:

Gracias. (Se instala ante la mesa con actitud de juez.)

MOLLIE:

¡Dése prisa, por favor! Queremos saber de qué se trata. (Se acerca a la mesa.) ¿Qué es lo que hemos hecho?

TROTTER (Sorprendido):

¿Qué han hecho? Oh, no es nada de eso, mistress Ralston. Se trata de algo completamente distinto. Algo relacionado con la protección que la policía puede darles, si usted me entiende.

MOLLIE:

¿Protección policial?

TROTTER:

Está relacionado con la muerte de mistress Lyon… Mistress Maureen Lyon, del veinticuatro de Culver Street, Londres, W.2, que fue asesinada ayer, quince de los corrientes. Se habrán enterado del caso por la prensa o la radio, ¿no?

MOLLIE:

Así es. Lo oí por la radio. ¿La mujer estrangulada?

TROTTER:

En efecto, señora. (Se vuelve hacia Giles.) Lo primero que quiero saber es si conocían ustedes a mistress Lyon.

GILES:

Es la primera vez que oímos hablar de ella.

(Mollie menea la cabeza.)

TROTTER:

Puede que no la conocieran por Lyon. En realidad no se llamaba así. Estaba fichada por la policía y en la ficha constaban sus huellas dactilares. Por esto hemos podido identificarla sin dificultad. Su verdadero nombre era Maureen Stanning. Su marido era agricultor: John Stanning, con domicilio en Longridge Farm, no muy lejos de aquí.

GILES:

¡Longridge Farm! ¿No fue allí donde aquellos niños…?

TROTTER:

Sí, el caso de Longridge Farm.

(Miss Casewell entra en la sala.)

MISS CASEWELL:

Tres niños… (Se acerca a una butaca y se sienta.)

(Todos los presentes la miran.)

TROTTER:

Así es, señorita. Los Corrigan. Dos niños y una niña. Comparecieron ante un tribunal por estar necesitados de cuidados y protección. Se les encontró un hogar en casa de míster y mistress Stanning, en Longridge Farm. Posteriormente uno de los pequeños murió a causa de la falta de cuidados y los malos tratos persistentes. El suceso causó sensación.

MOLLIE (Estremeciéndose):

¡Fue horrible!

TROTTER:

Los Stanning fueron condenados a la cárcel. Stanning murió en el penal. Mistress Stanning fue puesta en libertad tras cumplir la sentencia. Ayer, como he dicho, la encontraron estrangulada en el veinticuatro de Culver Street.

MOLLIE:

¿Quién lo hizo?

TROTTER:

A eso voy, señora. Cerca de la escena del crimen se encontró un bloc de notas. En él había dos direcciones apuntadas. Una era la del veinticuatro de Culver Street. La otra (Hace una pausa.) correspondía a Monkswell Manor.

GILES:

¿Qué?

TROTTER:

Así es, señor.

(Durante el siguiente parlamento Paravicini se dirige lentamente hacia la salida de la izquierda y se apoya en el dintel.)

Por esto el superintendente Hogben, al recibir esta información de Scotland Yard, creyó imprescindible que yo viniera aquí y averiguase si estaban ustedes enterados de alguna relación entre esta casa, o alguna de las personas que hay en ella, y el caso de Longridge Farm.

GILES (Dando unos pasos):

No hay nada… absolutamente nada. Será una coincidencia.

TROTTER:

El superintendente Hogben no cree que se trate de una coincidencia, señor.

(El mayor Metcalf se vuelve y mira a Trotter y durante los siguientes parlamentos procede a llenar su pipa.)

Habría venido personalmente de haber sido posible. Pero tal como está el tiempo y dado que yo sé esquiar, me ha enviado aquí con instrucciones de que tome nota de todo lo referente a cuantos hay en la casa y se lo comunique a él por teléfono. Asimismo, debo tomar las medidas que me parezcan oportunas para garantizar la seguridad de todos los presentes.

GILES:

¿La seguridad? ¿Qué peligro se imagina que corremos? ¡Santo Dios, no estará insinuando que aquí se va a matar a alguien!

TROTTER:

No quiero asustar a las señoras… pero, francamente, sí, eso nos tememos.

GILES:

Pero… ¿por qué?

TROTTER:

Eso es lo que he venido a averiguar.

GILES:

¡Pero si parece cosa de locos!

TROTTER:

Así es, señor. Precisamente por ser cosa de locos resulta peligroso.

MRS. BOYLE:

¡Bobadas!

MISS CASEWELL:

Confieso que se me antoja inverosímil.

CHRISTOPHER:

A mí me parece maravilloso. (Se vuelve y mira al mayor Metcalf.)

(El mayor Metcalf enciende la pipa.)

MOLLIE:

¿Hay algo que no nos haya dicho, sargento?

TROTTER:

Sí, mistress Ralston. Debajo de las dos direcciones estaba escrito «Tres ratones ciegos». Y sobre el cadáver encontraron un papel que decía «Éste es el primero»; y debajo de estas palabras había tres ratoncitos dibujados y unas notas musicales. Las notas corresponden a la cancioncilla infantil titulada «Tres ratones ciegos». Ya la conoce usted. (Canta.) «Tres ratones ciegos…»

MOLLIE (Cantando):

«Tres ratones ciegos.
Mirad cómo corren,
corren todos tras la mujer del granjero…»

Oh, es horrible.

GILES:

¿Dice que había tres niños y que uno murió?

TROTTER:

Sí. Murió el más pequeño: un chico de once años.

GILES:

¿Qué fue de los otros dos?

TROTTER:

A la chica la adoptaron. No hemos podido dar con su actual paradero. El chico mayor tendría ahora unos veintidós años. Desertó del ejército y no se ha sabido más de él. Según el psicólogo militar, era un caso claro de esquizofrenia. (Explicando.) Es decir, estaba algo mal de la cabeza.

MOLLIE:

¿Creen que fue él quien mató a mistress Lyon… quiero decir a mistress Stanning? (Se aproxima a la butaca del centro.)

TROTTER:

Sí.

MOLLIE:

¿Y que es un maníaco homicida (Se sienta.) y se presentará aquí y tratará de matar a alguien? Pero… ¿por qué?

TROTTER:

Eso es lo que debo averiguar de ustedes. Según el superintendente, tiene que haber alguna relación. (Se dirige a Giles.) ¿Dice usted, señor, que nunca ha tenido nada que ver con el caso de Longridge Farm?

GILES:

En efecto.

TROTTER:

¿Y lo mismo dice usted, señora?

MOLLIE (Azarándose):

Yo… no… quiero decir que ninguna relación.

TROTTER:

¿Qué me dicen del servicio?

(Mistress Boyle da muestras de desaprobación.)

MOLLIE:

No tenemos sirvientes. (Se levanta y da unos pasos.) Eso me recuerda algo. ¿Le importaría, sargento Trotter, que me fuera a la cocina? Si me necesita, allí me encontrará.

TROTTER:

Me parece muy bien, mistress Ralston.

(Mollie abandona la sala. Giles se dispone a seguirla pero el sargento Trotter se lo impide al hablarle.)

¿Harán el favor de darme todos su nombre?

MRS. BOYLE:

Esto es ridículo. No somos más que huéspedes de esta especie de hotel. Llegamos ayer mismo. No tenemos que ver nada con este lugar.

TROTTER:

Pero tenían pensado venir aquí y reservaron habitación por adelantado, ¿no es así?

MRS. BOYLE:

Pues, sí. Todos salvo mister… (Vuelve los ojos hacia Paravicini.)

PARAVICINI:

Paravicini. (Da unos pasos.) Se me atascó el coche en la nieve.

TROTTER:

Entiendo. Lo que trato de decirles es que tal vez alquien que les vaya siguiendo supiera que vendrían aquí. Bien, sólo hay una cosa que deseo saber y deseo saberla en seguida. ¿Quién de ustedes tiene alguna relacion con el asunto de Longridge Farm?

(Hay un silencio sepulcral.)

¿Saben que no se están comportando sensatamente? Uno de ustedes corre peligro… peligro de muerte. Necesito saber de quién se trata.

(Sigue el silencio.)

Muy bien, se lo preguntaré de uno en uno. (Se dirige a Paravicini.) Usted será el primero, ya que, según parece, llegó aquí más o menos por casualidad, míster Pari…

PARAVICINI:

Para… Paravicini. Pero, mi querido inspector, no sé nada, pero nada de todo lo que ha estado hablando. Soy extranjero en este país. No sé nada de los asuntos locales que ocurrieron hace años.

TROTTER (Levantándose y aproximándose a mistress Boyle):

¿Mistress…?

MRS. BOYLE:

Boyle. No comprendo cómo… La verdad, me parece una impertinencia… ¿Se puede saber qué relación iba a tener yo con tan lamentable asunto?

(El mayor Metcalf la mira atentamente.)

TROTTER (Mirando a miss Casewell):

¿Miss…?

MISS CASEWELL (Hablando despacio):

Casewell. Leslie Casewell. Nunca había oído hablar de Longridge Farm y no sé nada del asunto.

TROTTER (Acercándose al mayor Metcalf):

¿Usted, señor?

MAYOR METCALF:

Metcalf… mayor. Me enteré del caso por los periódicos de la época. A la sazón estaba destinado en Edimburgo. No tengo ninguna relación personal con el mismo.

TROTTER (Dirigiéndose a Christopher):

¿Y usted?

CHRISTOPHER:

Christopher Wren. En aquel tiempo yo era un niño. No recuerdo nada del caso.

TROTTER (Acercándose a la mesita del sofá):

¿Eso es todo lo que tienen que decirme?

(Hay un silencio.)

(Dando unos pasos hacia el centro.) Bien, si alguno de ustedes muere asesinado, será por su propia culpa. Vamos a ver, míster Ralston, ¿puedo echar un vistazo a la casa?

(Trotter y Giles abandonan la sala. Paravicini se sienta delante del ventanal.)

CHRISTOPHER (Levantándose):

¡Qué melodramático, queridos míos! Es muy atractivo, ¿verdad? (Se acerca a la mesa grande.) ¡Cómo admiro a la policía! Tan severos e inflexibles… ¡Qué emocionante resulta todo esto! «Tres ratones ciegos». ¿Cómo hace la melodía? (Se pone a silbar o a tararearla.)

MRS. BOYLE:

¡Basta ya, míster Wren!

CHRISTOPHER:

¿No le agrada? (Se aproxima a mistress Boyle.) Pues es una sintonía… la sintonía del asesino. Imagínese cómo debe de gustarle a él.

MRS. BOYLE:

Bobadas melodramáticas. No me creo ni una sola palabra.

CHRISTOPHER (Aproximándosele por detrás):

Pues espere usted, mistres Boyle. Ya verá cuando me acerque sigilosamente por detrás y sienta mis manos en su garganta.

MRS. BOYLE:

Cállese… (Se levanta.)

MAYOR METCALF:

Basta ya, Christopher. Es una broma de mal gusto. De hecho, no tiene ni pizca de gracia.

CHRISTOPHER:

¡Pues la tiene! (Da unos pasos.) Es sencillamente una broma, la broma de un loco. Por esto resulta tan deliciosamente macabra. (Se acerca a la salida, vuelve la mirada atrás y se ríe.) ¡Si pudieran verse las caras!

(Christopher abandona la sala.)

MRS. BOYLE (Acercándose a la salida):

Este joven tiene unos modales singularmente malos. Es un neurótico.

(Mollie entra por la puerta del comedor y se queda en el umbral.)

MOLLIE:

¿Dónde está Giles?

MISS CASEWELL:

Haciendo de guía a nuestro policía.

MRS. BOYLE (Acercándose a la butaca grande):

Su amigo, el arquitecto, se ha estado comportando de una forma muy anormal.

MAYOR METCALF:

Hoy día los jóvenes parecen siempre muy nerviosos. Me imagino que con los años se le pasará.

MRS. BOYLE (Sentándose):

¿Nervios? No tengo paciencia para con la gente que se queja de tener nervios. Lo que es yo, no los tengo.

(Miss Casewell se levanta y da unos pasos.)

MAYOR METCALF:

¿No? Pues quizá sea una suerte para usted, mistress Boyle.

MRS. BOYLE:

¿Qué quiere decir?

MAYOR METCALF (Dando unos pasos hacia el centro):

Me parece que era usted uno de los magistrados que enviaron a los niños a Longridge Farm.

MRS. BOYLE:

Caramba, mayor, pero no se me puede hacer responsable de lo ocurrido. Según los informes de los asistentes sociales, los de la granja eran buena gente y ansiaban hacerse cargo de los pequeños. La solución parecía de lo más satisfactoria. Los pequeños tendrían leche y huevos frescos y podrían jugar al aire libre, que es muy saludable.

MAYOR METCALF:

Patadas, golpes, hambre y una pareja totalmente malvada.

MRS. BOYLE:

¿Pero cómo podía saberlo yo? Parecía un matrimonio tan educado…

MOLLIE:

Sí, estaba en lo cierto. (Se acerca a mistress Boyle y la mira fijamente.) Era usted…

(El mayor Metcalf mira atentamente a Mollie.)

MRS. BOYLE:

Una trata de cumplir sus deberes públicos y lo único que recibe son insultos.

(Paravicini se ríe de buena gana.)

PARAVICINI:

Les ruego que me perdonen, pero todo esto me parece muy gracioso. Me lo estoy pasando la mar de bien.

(Sin dejar de reír, Paravicini se marcha a la salita de estar. Mollie se acerca al sofá.)

MRS. BOYLE:

¡Ese hombre me cayó mal desde el principio!

MISS CASEWELL (Acercándose a la mesita):

¿De dónde vino anoche? (Coge un cigarrillo de la tabaquera.)

MOLLIE:

No lo sé.

MISS CASEWELL:

A mí me parece un chanchullero. Además se maquilla… con colorete y polvos. ¡Qué asco! Debe de ser muy viejo encima. (Enciende el cigarrillo.)

MOLLIE:

Sin embargo, se mueve como un jovencito.

MAYOR METCALF:

Hará falta más leña. Iré por ella.

(El mayor Metcalf sale de la estancia.)

MOLLIE:

Ya es casi de noche y son sólo las cuatro de la tarde. Encenderé las luces. (Se acerca al interruptor y enciende los apliques que hay encima de la chimenea.) Así está mejor.

(Hay una pausa. Mistress Boyle mira nerviosamente a Mollie primero y luego a miss Casewell. Ambas la están mirando.)

MRS. BOYLE (Recogiendo sus utensilios de escribir):

¿Dónde habré dejado la pluma? (Se levanta y cruza la sala.)

(Mistress Boyle entra en la biblioteca. Desde la salita de estar llegan las notas de un piano. Alguien está tocando «Tres ratones ciegos» con un solo dedo.)

MOLLIE (Acercándose al ventanal para correr las cortinas):

¡Qué horrible es esta cancioncilla!

MISS CASEWELL:

¿No le gusta? ¿Le recuerda su infancia quizás… una infancia desgraciada?

MOLLIE:

De niña fui muy feliz. (Da unos pasos hacia la mesa grande.)

MISS CASEWELL:

Tuvo usted suerte.

MOLLIE:

¿Es que usted no fue feliz?

MISS CASEWELL (Acercándose al fuego):

No.

MOLLIE:

Lo siento.

MISS CASEWELL:

Pero ya ha pasado mucho tiempo. Una se rehace con el tiempo.

MOLLIE:

Supongo que sí.

MISS CASEWELL:

¿O quizás no? Es difícil saberlo.

MOLLIE:

Dicen que lo que te pasa cuando eres niña importa más que cualquier otra cosa.

MISS CASEWELL:

¡Dicen… dicen! ¿Quién lo dice?

MOLLIE:

Los psicólogos.

MISS CASEWELL:

¡Paparruchas! ¡Una sarta de malditas paparruchas! No puedo ver a los psicólogos y psiquiatras.

MOLLIE (Dando unos pasos):

En realidad nunca he tenido mucho trato con ellos.

MISS CASEWELL:

Tanto mejor para usted. Dicen tonterías y nada más que tonterías. La vida es lo que una quiere que sea. Hay que seguir adelante… sin mirar atrás.

MOLLIE:

No siempre se puede evitar mirar atrás.

MISS CASEWELL:

Bobadas. Es cuestión de fuerza de voluntad.

MOLLIE:

Tal vez.

MISS CASEWELL (Con vehemencia):

Yo lo sé. (Da unos pasos hacia el centro.)

MOLLIE:

Me imagino que tiene usted razón… (Suspira.) Pero a veces pasan cosas que te hacen recordar…

MISS CASEWELL:

No ceda. Vuélvales la espalda.

MOLLIE:

¿Es eso lo que hay que hacer? No estoy segura. Tal vez sea una equivocación. Tal vez lo que una debería hacer es… afrontarlas.

MISS CASEWELL:

Depende de qué esté hablando.

MOLLIE (Riendo brevemente):

A veces no sé apenas de qué estoy hablando. (Se sienta en el sofá.)

MISS CASEWELL (Acercándose a Mollie):

Nada del pasado me afectará… salvo de la forma en que yo quiera que me afecte.

(Giles y Trotter regresan a la sala.)

TROTTER:

Bien, todo está en orden arriba. (Mira hacia la puerta del comedor, que está abierta, cruza la sala y entra en el comedor. Al poco, reaparece por la entrada de la derecha.)

(Miss Casewell entra en el comedor dejando la puerta abierta. Mollie se levanta y empieza a poner orden, arregla los cojines y luego se acerca a las cortinas. Giles se aproxima a ella. Trotter cruza la sala.)

(Abriendo la puerta de la izquierda.) ¿Qué hay aquí: la salita de estar?

(Mientras la puerta permanece abierta el sonido del piano se oye mucho más fuerte. Trotter entra en la salita y cierra la puerta. Al poco reaparece por la puerta de la izquierda.)

MRS. BOYLE (En off):

¿Le importaría cerrar esa puerta? Este lugar está lleno de corrientes de aire.

TROTTER:

Perdone, señora, pero tengo que hacerme una idea de cómo es la casa.

(Trotter cierra la puerta y se marcha escaleras arriba. Mollie da unos pasos por detrás de la butaca del centro.)

GILES (Aproximándose a Mollie):

¿A qué viene todo esto, Mollie?

(Trotter vuelve a aparecer al pie de la escalera.)

TROTTER:

Bien, con esto termina la inspección. Nada sospechoso Me parece que ahora mismo informaré al superintendente Hogben. (Se dirige hacia el teléfono.)

MOLLIE (Dando unos pasos):

No podrá telefonear. La línea está cortada…

TROTTER (Volviéndose bruscamente):

¿Qué? (Descuelga el aparato.) ¿Desde cuándo?

MOLLIE:

El mayor Metcalf intentó llamar poco después de llegar usted.

TROTTER:

Pues antes funcionaba. El superintendente Hogben pudo comunicarse con ustedes sin ninguna dificultad.

MOLLIE:

Sí, es cierto. Pero supongo que después las líneas se vendrían abajo con el peso de la nieve.

TROTTER:

No estoy tan seguro. Puede que alguien las haya cortado adrede. (Cuelga el aparato y se vuelve hacia los presentes.)

GILES:

¿Cortarlas adrede? ¿Quién podría haberlo hecho?

TROTTER:

Míster Ralston… ¿Qué sabe usted de estas personas que se alojan en su casa de huéspedes?

GILES:

Yo… nosotros… en realidad no sabemos nada sobre ellas.

TROTTER:

Ah. (Se acerca a la mesita de detrás del sofá.)

GILES (Aproximándose a Trotter):

Mistress Boyle nos escribió desde un hotel de Bournemouth; el mayor Metcalf desde una dirección de… ¿de dónde era?

MOLLIE:

De Leamington. (Se acerca a Trotter.)

GILES:

Wren escribió desde Hampstead y miss Casewell desde un hotel de Kensington. En cuanto a Paravicini, como ya le hemos dicho, se presentó de repente anoche. De todos modos, supongo que todos tendrán cartilla de racionamiento o algún otro documento por el estilo.

TROTTER:

Ya me ocuparé de esto, desde luego. Aunque no hay que fiarse demasiado de esta clase de pruebas.

MOLLIE:

Pero aunque este… este maníaco esté tratando de llegar aquí y matarnos a todos… o a uno de nosotros, de momento estamos seguros. Gracias a la nieve. Nadie podrá llegar aquí hasta que se derrita.

TROTTER:

A menos que ya esté aquí.

GILES:

¿Que ya esté aquí?

TROTTER:

¿Por qué no, míster Ralston? Todas estas personas llegaron aquí ayer por la tarde. Unas horas después del asesinato de mistress Stanning. Hubo tiempo de sobra para llegar aquí.

GILES:

Pero, a excepción de míster Paravicini, todas habían reservado habitación por adelantado.

TROTTER:

Bien, ¿y por qué no iban a hacerlo? Estos crímenes estaban planeados.

GILES:

¿Crímenes? Solamente ha habido un crimen: el de Culver Street. ¿Por qué está usted seguro de que aquí habrá otro?

TROTTER:

De que ocurrirá aquí… no. Espero poder impedirlo. De lo que estoy seguro es de que lo intentará.

GILES (Acercándose a la chimenea):

No puedo creerlo. Es fantástico.

TROTTER:

No tiene nada de fantástico. Hechos y nada más.

MOLLIE:

¿Tiene usted una descripción del hombre que fue visto en Londres?

TROTTER:

Estatura mediana, complexión indeterminada, abrigo más bien oscuro, sombrero de fieltro, bufanda tapándole la cara. Hablaba en susurros. (Se acerca a la butaca del centro y hace una pausa.) En este mismo instante en el vestíbulo hay colgados tres abrigos oscuros. Uno de ellos es suyo, míster Ralston… Hay tres sombreros de fieltro de color más bien claro…

(Giles empieza a andar hacia la salida de la derecha, pero se detiene cuando oye a Mollie.)

MOLLIE:

Todavía no lo puedo creer.

TROTTER:

¿Lo ve? Lo que me preocupa es lo de la línea del teléfono. Si la han cortado adrede… (Se acerca al teléfono, se inclina y examina el cable.)

MOLLIE:

Tengo que ir a preparar las verduras.

(Mollie sale por la derecha. Giles recoge el guante de Mollie de la butaca del centro y lo sostiene con aire distraído, alisándolo. Del guante saca un billete de autobús de Londres. Lo mira fijamente, luego dirige la mirada hacia el sitio por donde ha salido Mollie, vuelve a mirar el billete.)

TROTTER:

¿Hay una extensión?

(Giles sigue mirando ceñudamente el billete y no contesta.)

GILES:

Perdone. ¿Ha dicho usted algo?

TROTTER:

Sí, míster Ralston. He preguntado si hay una extensión.

(Da unos pasos hacia el centro.)

GILES:

Sí, arriba en nuestro dormitorio.

TROTTER:

¿Me hará el favor de subir y comprobar si funciona?

(Giles se marcha escalera arriba. Lleva en la mano el guante y el billete de autobús y parece como aturdido. Trotter continúa siguiendo el cable hasta la ventana. Descorre la cortina y abre la ventana, tratando de seguir el cable. Sale de la estancia y a los pocos instantes regresa con una linterna. Se aproxima a la ventana, salta al exterior y se agacha, luego se pierde de vista. Es prácticamente de noche. Mistress Boyle sale de la biblioteca, se estremece y cae en que la ventana está abierta.)

MRS. BOYLE (Acercándose a la ventana):

¿Quién ha dejado esta ventana abierta?

(La cierra y corre las cortinas, luego se aproxima a la chimenea y echa otro leño al fuego. Se dirige a la radio y la enciende. Después va hasta la mesa grande, coge una revista y la hojea.)

(Por la radio dan un programa musical. Mistress Boyle frunce el ceño, vuelve a acercarse a la radio y cambia el programa.)

VOZ DE LA RADIO:

… para comprender lo que podría dominar la mecánica del miedo, hay que estudiar el efecto preciso que produce en la mente humana. Imagínese, por ejemplo, que está usted solo en una habitación. La tarde ya está avanzada. Detrás de usted una puerta se abre silenciosamente…

(La puerta de la derecha se abre. Alguien silba la tonada de «Tres ratones ciegos». Mistress Boyle se sobresalta y gira sobre sus talones.)

MRS. BOYLE (Con alivio):

¡Ah, es usted! No consigo encontrar ningún programa que valga la pena. (Se acerca a la radio y vuelve a poner el programa musical.)

(Aparece una mano por la puerta abierta y gira el interruptor. La luz se apaga de repente.)

¡Oiga! ¿Qué hace usted? ¿Por qué ha apagado la luz?

(La radio suena a todo volumen y entre la música se oye jadear y forcejear. El cuerpo de mistress Boyle se desploma. Mollie entra en la sala y se queda perpleja.)

MOLLIE:

¿Por qué está todo oscuro? ¡Qué ruido!

(Enciende la luz y se acerca a la radio para bajar el volumen. Entonces ve a mistress Boyle, que yace estrangulada delante del sofá, y deja escapar un grito mientras cae rápidamente el TELÓN.)