El año del Héroe Renacido
(1463 CV)
Ravel Xorlarrin entró muy seguro de sí en la sala de audiencias de su madre, con sus ropajes de color púrpura agitándose en torno a sus ruidosas botas de caña alta. Todos los presentes sabían que podía caminar en absoluto silencio ya que sus botas, al igual que las de la mayor parte de los nobles drows, llevaban incorporada esa característica mágica bastante común. Se había echado hacia atrás la negra capucha de su capa para que su cabellera blanca flotase en pos de él, llamando aún más la atención sobre su persona. Al fin y al cabo, este era su momento de gloria.
A la izquierda del salón, su hermano mayor y padre, Brack’thal el Primogénito, le lanzó una mirada airada, cosa nada extraña ya que Ravel, mucho más joven que él, se había impuesto como el más poderoso de los hijos de Xorlarrin. A Brack’thal le había correspondido otrora ese alto honor como poderoso mago que era a quien la Madre Matrona Zeerith tenía en muy alta estima. Pero eso había sido antes de la Plaga de los Conjuros, durante la cual Brack’thal había sufrido terriblemente acabando con sus poderes muy mermados.
Por esa misma época, el patrón de la Casa, de infausto nombre Horoodissomoth, se había vuelto totalmente loco y se había consumido en una bola de fuego retardado que sin querer había guardado en el bolsillo de su chaleco.
Fue así que Zeerith extrajo la simiente del semicomatoso Brack’thal y produjo a Ravel, quien fue al mismo tiempo su hermano y su hijo.
Cada vez que Ravel saludaba a Brack’thal como «hermano y padre mío», el mago mayor echaba fuego por lo ojos y el más joven respondía con una sonrisa de oreja a oreja ya que Brack’thal no podía hacer nada contra él. En combate personal, Ravel era capaz de aniquilarlo, ambos lo sabían, y aunque acababa de egresar de Sorcere, la academia de magia de los drows, Ravel ya había organizado una red de espías y un equipo de apoyo tan potentes como Brack’thal jamás se habría atrevido a soñar. Siguiendo la tendencia de los usuarios de magia más jóvenes de la Casa Xorlarrin, Ravel ni siquiera se daba el nombre de mago, cosa que tampoco hacían ni la Madre Matrona Zeerith ni los demás. En la Casa Xorlarrin, a los poderosos tejedores de poderes arcanos como Ravel se los consideraba ahora «hiladores de conjuros», y la verdad, habían confeccionado los componentes materiales y semánticos de sus conjuros de tal modo que la formulación se parecía más a la danza de una araña que al tradicional movimiento ondulante de los dedos de los magos anteriores a la Plaga.
Al echar una mirada hacia la derecha del salón, Ravel reparó en el maestro de armas de la Casa, Jearth, conmovedor recordatorio de su vasta y creciente red de influencia. Jearth era el aliado más próximo de Ravel, y aunque la Casa Xorlarrin era ampliamente conocida por sus muchos usuarios de magia, a Jearth Xorlarrin se lo tenía por uno de los más poderosos maestros de armas de Menzoberranzan.
Desde el día mismo de su nacimiento, a Ravel todo se le había puesto de cara. Y así seguía siendo. Había sido el propio Ravel quien había descubierto el trabajo de Gromph Baenre sobre la gema de la calavera mágica. Ravel se había atrevido a espiar por encima del hombro del poderoso archimago de Menzoberranzan corriendo un riesgo nada desdeñable ya que la familia de Gromph ocupaba la máxima jerarquía en la ciudad de los drows. También había explorado la magia interna de dicha gema en la que se había topado con un espíritu desencarnado, un lich, y de esa criatura el hilador de conjuros había obtenido cierta información realmente sorprendente.
Al parecer, la Madre Matrona Zeerith también había considerado que los relatos eran interesantes.
—Bien hallada, Madre Matrona —saludó Ravel, apartando apenas sus ojos de los de ella. De haber estado Zeerith enfadada con él, esa atrevida violación de la etiqueta habría acabado con él azotado con el látigo de serpientes—. ¿Has solicitado mi presencia?
—La he exigido —corrigió cortante la Madre Matrona Zeerith—. Hemos determinado que el cataclismo que golpeó el mundo de la superficie fue obra de un primordial. El vómito de una bestia de fuego fue la causa de la catástrofe.
Con la cabeza inclinada, Ravel sonrió de oreja a oreja. Él ya se lo había dicho porque el lich de la gema en forma de calavera se lo había contado antes a él.
—Hemos determinado que este primordial reside en la antigua patria Delzoun de Gauntlgrym —prosiguió Zeerith.
—¿Lo habéis encontrado? —preguntó Ravel sin que le diera tiempo a impedir que las palabras salieran de su boca. Casi de inmediato se mordió los labios y bajó la cabeza, pero no sin antes notar los respingos de sus muchas hermanas malvadas, una de las cuales incluso había echado mano a su látigo de cabezas de serpientes. Su aliado Jearth también dio un respingo y se mordió los labios, previendo sin duda que a Ravel le caería encima un castigo brutal.
Para sorpresa de todos, sin embargo, la Madre Matrona Zeerith dejó pasar la cosa sin castigo, sin mencionarla siquiera.
—Mírame —le ordenó, y Ravel obedeció.
—Ruego tu perdón, Madre Matr…
Zeerith le impuso silencio con un gesto.
—No sabemos cómo se va a este lugar, Gauntlgrym —admitió—, pero sabemos en qué región está. Te estamos agradecidas por tu espíritu emprendedor y por tu astucia. No es poca cosa obtener esa información delante de las mismísimas narices de ese miserable de Gromph y de su condenada familia que se consideran superiores a todos los demás menzoberranios.
A pesar de toda su bravuconería, Ravel casi no podía creer tanta dulzura y apenas se atrevía a respirar.
—Tenemos que encontrarlo —dijo Zeerith—. Debemos determinar si este lugar, con su fuente de poder, se adecua a nuestros designios. La Casa Xorlarrin lleva demasiado tiempo trabajando denodadamente bajo el peso asfixiante de la Casa Baenre y de las demás. Nos han privado demasiado tiempo de la posición de liderazgo que nos corresponde, del favor supremo de Lloth. Fuimos los primeros en emerger de la Plaga de Conjuros, los primeros en aprender la nueva forma de tejer energías mágicas para gloria de la Reina Araña.
Ravel asentía a cada palabra porque las atrevidas declaraciones de la Matrona Zeerith no eran ningún secreto para los nobles de la Casa Xorlarrin. Llevaban tiempo buscando una forma de salir de Menzoberranzan, dándole vueltas a la idea de fundar una ciudad drow independiente. Al parecer era una perspectiva sobrecogedora ya que seguramente llevaría aparejada la venganza de la poderosa Casa Baenre y de las otras casas aliadas, como Barrison Del’Armgo.
Pero si la Casa Xorlarrin encontraba una fortaleza como esa Gauntlgrym, y una fuente de energía tan imponente como un primordial, tal vez pudieran realizar sus sueños.
—Tú dirigirás la expedición —dijo Zeerith—. Tendrás a tu disposición todos los recursos de la Casa Xorlarrin.
El sonoro suspiro de Brack’thal desde el lateral del salón hizo que muchas cabezas se volvieran en esa dirección.
—¿Algún problema, Primogénito? —le preguntó Zeerith.
—Primogénito… —se atrevió a repetir, como si el hecho de que fuera él y no Ravel el que ostentara ese título fuera un problema lo suficientemente obvio como para que todos repararan en él.
Zeerith miró a sus hijas y asintió, y al unísono, las cinco hermanas Xorlarrin echaron mano de sus látigos mágicos de varias cabezas, arteros instrumentos mágicos, cuyas colas eran serpientes vivas dispuestas a morder.
Brack’thal el Primogénito respondió con un gruñido.
—¡Matrona, no lo hagas! Si permites las faltas de Ravel, también debes…
Se calló y dio un paso atrás, o lo intentó porque todos los drows que lo rodeaban lo sujetaron con fuerza, y cuando las hermanas se acercaron, precedidas por sus sirvientes varones dispuestos a defenderlas, Brack’thal fue arrojado hacia ellos. Los sirvientes lo arrastraron fuera del salón hacia una habitación lateral que muchos varones de la Casa conocían de sobra.
—Todos los recursos —le dijo Zeerith a Ravel una vez más, y todo sin alzar el tono de su voz ni pestañear siquiera cuando empezaron en la antesala los latigazos seguidos de los gritos de agonía de Brack’thal.
—¿Incluido el maestro de armas? —se atrevió a preguntar Ravel mientras también él fingía que los gritos de su hermano no tenían nada de insólito ni de perturbador.
—Por supuesto. ¿Acaso Jearth no tomó parte en vuestro engaño a Gromph Baenre?
Era la respuesta que quería oír, por supuesto, pero Ravel apenas sonrió. Se volvió a mirar al maestro de armas, que pareció encogerse un poco y lo miró a su vez con frialdad. ¡Era cierto que Jearth lo había ayudado, pero de una manera encubierta… sólo de una manera encubierta! Jearth se lo había advertido desde el principio. Le había dicho que no quería que su nombre se asociase con ningún engaño relacionado con Gromph Baenre, y ahora la Madre Matrona Zeerith lo había dicho abiertamente ante la Corte de Nobles de la Casa.
La Casa Xorlarrin era la más mágica desde un punto de vista arcano y no divino de todas las de Menzoberranzan. Xorlarrin era la casa que más estudiantes enviaba a Sorcere, incluso más que la Casa Baenre, multiplicando por mucho el número de las demás casas. Y el maestro de Sorcere era el archimago de Menzoberranzan, Gromph Baenre.
Nadie, ni Ravel, ni Jearth y ni siquiera la Madre Matrona Zeerith, tenían dudas de que Gromph Baenre tuviese espías dentro de la Casa Xorlarrin. Para Ravel esto no tenía demasiada importancia. Había sido uno de los alumnos favoritos de Gromph y seguramente el archimago no tomaría represalias contra él por una transgresión tan tonta como un poco de espionaje.
Pero Jearth era un guerrero, no un mago, y era muy probable que el implacable Gromph no mostrara esa deferencia con un espadachín.
—También llevarás a Brack’thal —le indicó Zeerith.
—¿Cómo mi subordinado? —Ravel acompañó la pregunta con una sonrisa malévola.
—Y de tus hermanas, sólo Saribel y Berellip estarán dispuestas para el viaje —explicó Zeerith.
Ravel tuvo un gesto de disgusto pero se apresuró a disimularlo. Saribel era la más joven, la más débil y, en su opinión, la menos lista de las sacerdotisas de la Casa, y Berellip, aunque mayor y más poderosa, a menudo lo miraba con abierto desdén y no ocultaba su disgusto por el hecho de que la Casa Xorlarrin colocase a varones en puestos de tanto prestigio entre los nobles. Devota fanática de Lloth, Berellip miraba con indiferencia, en el mejor de los casos, a los hiladores de conjuros arcanos, y en algunos casos había planteado amenazas manifiestas contra el advenedizo Ravel.
—¿Tienes algo que oponer? —preguntó Zeerith y dio la casualidad de que en ese momento Brack’thal lanzó su grito más doliente.
Ravel tragó saliva.
—Dominar a un primordial… —dijo meneando la cabeza y dejando la frase en un suspenso ominoso—. ¿Se ha hecho alguna vez?
—Tal vez fuera mejor redirigir sus poderes —dijo Zeerith—. Tú ya sabes lo que necesitamos.
Ravel se tragó su siguiente argumento y sopesó muy bien sus palabras. ¿Qué era realmente lo que necesitaba la Casa Xorlarrin?
Sobre todo espacio, a su entender. Si conseguían establecer un principio de ciudad en esta antigua tierra enana y contaban con tiempo suficiente para instaurar sus considerables guardas mágicas tal vez las demás casas de Menzoberranzan se lo pensarían muy bien antes de atacarlos.
Si esta nueva ciudad drow conseguía abrir vías para expandir el comercio o sirviera como puesto de disuasión para posibles excursiones contra la Antípoda Oscura por parte de los malditos habitantes de la superficie, ¿no representaría eso una bendición para Menzoberranzan?
—Jamás ha sido reemplazada Ched Nasad —se atrevió a afirmar Ravel en referencia a la antigua ciudad hermana de Menzoberranzan, una maravilla de puentes y elevados arcos que había quedado destruida en la Guerra de la Reina Araña hacía ya más de un siglo.
—Berellip te pondrá al tanto de tu presupuesto para mercenarios —dijo Zeerith, despidiéndolo con un gesto—. Reúne a tu equipo y ponte en marcha.
Ravel respondió con una reverencia y se volvió a tiempo para ver a Brack’thal que entraba tambaleándose en el salón de audiencias, con la camisa ensangrentada y hecha trizas, los dientes apretados y los ojos saltones por efecto del doloroso veneno de los látigos con cabeza de serpiente. A pesar de la evidente lucha que se libraba en su interior, el Primogénito se las arregló para controlar sus músculos faciales y dedicar a Ravel una mirada cargada de odio.
Por un momento Ravel pensó en oponerse a la decisión de Zeerith de que llevase a su hermano consigo, pero lo dejó pasar. Al fin y al cabo, Brack’thal no podía derrotarlo en combate singular, y ambos lo sabían. Brack’thal personalmente no intentaría nada contra él, y puesto que a Ravel se le había otorgado el poder de determinar la composición de la fuerza expedicionaria, se aseguraría de que ninguno de los partidarios de Brack’thal estuviera incluido en ella.
Tampoco podía decirse que el mago caído en desgracia tuviera muchos partidarios.
—No son pillos —empezó a decir Ravel, pero Jearth lo hizo callar alzando una mano.
¡En silencio!, insistió el maestro de armas articulando las palabras con los dedos mediante el uso del intrincado lenguaje de signos de los drows. Mientras lo hacía, Jearth alzaba un poco su capote con la otra mano para que no se viera la evolución de sus dedos, formando lo que los drows solían denominar el «cono visual de silencio».
Ravel echó una mirada en derredor y replegó un poco una mano para que quedara protegida entre sus voluminosas vestiduras.
No son pillos de la calle, transmitió con los dedos.
Muchos lo son.
No todos. Reconozco a un soldado de la Casa Baenre. ¡Nada menos que el asistente de su maestro de armas!
Muchos son plebeyos de casas menores.
Pero acompañan a un Baenre, insistió Ravel.
Por lo menos tres según mi último recuento, indicó Jearth.
Ravel retrocedió con una expresión horrorizada en sus bellas facciones oscuras.
¿Creíste en algún momento que podríamos reunir una fuerza de casi cien diestros drows y salir de Menzoberranzan sin atraer la atención de los Baenre? ¿De ninguna de las grandes casas?, inquirió Jearth, que accionaba la mano a tal velocidad que se desdibujaba en el aire y hacía que Ravel a duras penas pudiera seguirlo.
Esto no va a gustarle nada a la Madre Matrona Zeerith.
Ella lo entenderá, dijo Jearth. Sabe muy bien que los Baenre y los Barrison Del’Armgo tienen ojos en todas partes. Sabe que invité a Tiago Baenre, que es primer asistente de Andzrel Baenre, maestro de armas de la Primera Casa.
Ravel le echó una mirada de desconfianza.
Tiago es amigo, explicó Jearth.
¿Desleal con los Baenre?
Lo dudo, admitió Jearth. Nuestro plan depende totalmente de que consigamos dominar rápidamente la energía de Gauntlgrym, de que las demás casas consideren que nuestra ciudad en ciernes es una ventaja y no un rival, o al menos de que les parezca que no vale la pena ir a por nosotros. En ese sentido, Tiago será leal a su Casa y útil para nosotros si lo conseguimos.
Es conveniente que abraces a Tiago cuando nos hayamos alejado, añadió Jearth. Concédele un puesto de liderazgo en nuestra expedición. Eso nos dará más tiempo antes de agotar la paciencia de la Casa Baenre.
Mantén cerca a tus enemigos, articularon los dedos de Ravel.
—Posibles enemigos —respondió Jearth de viva voz—. Y sólo si ese potencial no se hace realidad triunfará la Casa Xorlarrin.
¿Pones en duda el poder de la Madre Matrona Zeerith y de la Casa Xorlarrin?, le replicó Ravel con indignación.
Conozco el poder de Baenre.
Ravel se dispuso a rebatirlo, pero no llegó muy lejos. Sus dedos apenas formaron una palabra. Se había formado bajo la tutela de Gromph Baenre. A menudo había acompañado a Gromph a los aposentos privados del archimago, dentro del recinto de la Primera Casa de Menzoberranzan. Ravel era un orgulloso noble Xorlarrin, pero hasta la ceguera impuesta por la lealtad tenía sus límites.
Se dio cuenta de que no podía rebatir las palabras de Jearth; en un enfrentamiento, la Casa Baenre podía acabar con ellos.
—¿Te gustaría que te presentara a Tiago Baenre? —preguntó Jearth en voz alta.
Ravel le sonrió, un signo evidente de rendición, y asintió.
Joven, apuesto y dando muestras de gran seguridad, Tiago Baenre conducía a su lagarto siguiendo la pared de un corredor de la Antípoda Oscura. Incluso con su montura perpendicular al suelo, el ágil Tiago se veía cómodo, con sus músculos tensos que lo mantenían erguido y bien colocado. No encabezaba la marcha de un centenar de drows, el doble de tropas de choque goblin y una veintena de driders. No, Ravel había enviado a dos veintenas de goblins por delante para asegurarse de que el camino estaba despejado de monstruos, pero a medida que iban pasando las leguas, todos tenían claro que era Tiago el que marcaba el ritmo de la marcha.
Byok, su lagarto subterráneo de patas pringosas, era un campeón, criado para dar velocidad y resistencia y, según se rumoreaba, con ciertas mejoras mágicas.
Se cree superior a nosotros, le transmitió Ravel a Jearth en un momento.
Es un Baenre, respondió Jearth con un encogimiento de hombros, como si eso lo explicara todo, porque así era en realidad.
El golpeteo del exoesqueleto contra el suelo atrajo la atención de ambos, y Ravel refrenó a su propia montura y se volvió de lado para saludar al recién llegado.
—Un goblin apuñaló a mi consorte, Flavvar —dijo la criatura mitad araña gigante, mitad drow. Su voz poseía un timbre que tenía tanto de insecto como del melodioso sonido de una voz drow. En un tiempo, esta criatura había sido un drow, pero se había enemistado con las sacerdotisas de Lloth. Mucho se había enemistado, evidentemente, porque lo habían transformado en esta abominación.
—Llevado por el miedo, sin duda —dijo Jearth—. ¿Es que ella se le subió encima?
El drider, Yerrininae, miró al maestro de armas con gesto ceñudo, pero Jearth se limitó a sonreír y a apartar la vista.
—¿Le hizo daño el goblin? —preguntó Ravel.
—La asustó. También a mí me asustó, y respondí.
—¿Respondiste? —preguntó Ravel desconfiado.
—Le arrojó su tridente al goblin —conjeturó Jearth, y cuando Ravel miró a Yerrininae, vio que el drider hinchaba el pecho orgulloso y no se molestaba en negar los hechos.
—Pensamos servir al necio para la cena —explicó el drider volviéndose a mirar a Ravel—. Solicito que aminoremos la marcha ya que nos gustaría consumirlo antes de que se pierda gran parte de sus jugos.
—¿Has matado al goblin?
—Todavía no. Preferimos consumir criaturas vivas.
Ravel hizo bien en ocultar su disgusto. Odiaba a los driders, cómo no. Todos ellos eran bestias repugnantes, pero comprendía su valor. Si los doscientos goblins buscaban venganza y atacaban a los driders en pleno, estos, siendo como eran sólo veinte, podrían acabar con los goblins sin dificultad.
—¿Tendríais la delicadeza de hacerlo fuera de la vista de sus compañeros goblins? —preguntó el hilador de conjuros.
—Sería un mensaje más efectivo si…
—Fuera de su vista —insistió Ravel.
Yerrininae se lo quedó mirando unos instantes, como tomándole la medida (Ravel supo que él y sus compañeros drows estarían sometidos a un escrutinio constante por parte de esa banda de peligrosos aliados), pero a continuación asintió y se alejó metiendo mucho ruido.
¿Por qué los has traído?, inquirió Jearth por señas en cuanto Yerrininae se puso en marcha.
Es un camino largo y peligroso y acaba en un complejo que sin duda está defendido, respondió Ravel, retorciendo las manos y los dedos con animados movimientos. Apenas nos separan dos días de Menzoberranzan y ya avanzamos más lentamente por miedo a encontrarnos una pelea en cada recodo del camino. ¿Tienes dudas sobre la pericia en combate de Yerrininae y su banda?
No pongo en duda la pericia de una banda de demonios, le hizo saber Jearth con su lenguaje de signos. Y serían mucho más fáciles de controlar y mucho menos proclives a asesinarnos.
Ravel sonrió y negó con la cabeza, seguro de que no llegarían a eso. Su relación con Yerrininae venía de antiguo, de sus primeros días en Sorcere. El drider, bajo las órdenes de Gromph —y nadie, ni drider ni drow, se atrevía a desobedecer a Gromph— había trabajado con Ravel en algunas de sus primeras expediciones, protegiendo al joven hilador de conjuros en sus incursiones por la Antípoda Oscura más allá de Menzoberranzan en busca de cierta hierba o cristal encantado.
Yerrininae y Ravel tenían un viejo acuerdo. El drider no haría nada contra él. Además, la Madre Matrona Zeerith había endulzado la recompensa para Yerrininae dando a entender que si esta expedición daba sus frutos, si la Casa Xorlarrin conseguía asentar una ciudad en la patria enana de Gauntlgrym, otorgaría a los driders una Casa propia, con todas las ventajas concedidas a los drows, y con Flavvar, la consorte de Yerrininae, como matrona. Tal vez desde esa posición podrían recuperar su prestigio ante lady Lloth.
—Y quién sabe lo que podría suceder a partir de ahí con la diosa del caos —había sugerido Zeerith, dando a entender sin demasiada sutileza que tal vez podría volverse atrás la maldición del drider. Tal vez Yerrininae y su banda pudieran recuperar otra vez la forma de elfos oscuros.
No, Ravel no temía que los driders se volvieran contra él, no teniendo por delante la posibilidad de semejante recompensa.
El viejo mago dejó la pluma y ladeó la cabeza para poder ver la puerta de su aposento. Sólo hacía algunas horas que había vuelto a Casa Baenre en busca de un refugio tranquilo donde elaborar algunas teorías en torno a un conjuro especialmente efectivo que había visto en Sorcere. Explícitamente le había pedido a la Madre Matrona Quenthel algo de privacidad y ella, por supuesto, se la había concedido.
Puede que Gromph fuera un simple varón, el Primogénito de la Casa, pero nadie, ni siquiera Quenthel, se atrevería con él. Gromph había sido uno de los pilares de la Casa Baenre más allá de donde alcanzaban los recuerdos de ningún Baenre viviente, noble o plebeyo. Gromph, hijo primogénito de la más grande Madre Matrona Baenre, Yvonnel la Eterna, llevaba siglos como archimago de la ciudad. Había capeado la Plaga de los Conjuros e incluso se había vuelto más fuerte en las décadas transcurridas desde aquel acontecimiento aterrador, y si bien Gromph era con toda probabilidad el drow más viejo de cuantos vivían en Menzoberranzan, su nivel de participación en la política de la ciudad y en las luchas de poder, y en la investigación mágica en Sorcere no había hecho más que aumentar, y de forma llamativa, en los últimos años.
Una sonrisa apretada y cómplice entreabrió los labios marchitos del viejo drow al imaginar la expresión dubitativa en la cara de su inminente visitante. Pudo ver la mano del hombre que se alzaba para llamar y a continuación se retiraba otra vez, temerosa.
Gromph esperó un instante más y luego hizo un movimiento ondulante con los dedos y la puerta se abrió delante mismo del puño con que Andzrel Baenre se disponía a llamar.
—Adelante —le dijo Gromph al maestro de armas, y volviendo a coger su pluma otra vez centró su atención en el pergamino extendido.
Las botas de Andzrel repicaron sobre el suelo de piedra al entrar en la habitación, por el sonido Gromph se dio cuenta de que pisaba con fuerza. Daría la impresión de que la acción de Gromph había azorado al maestro de armas.
—La Casa Xorlarrin se mueve con audacia —declaró Andzrel.
—Bien hallado también tú, Andzrel —Gromph alzó la vista y dirigió al varón mucho más joven una mirada fulminante.
Andzrel dejó escapar un poco de evidente bravuconería con su siguiente exagerada exhalación tras el poderoso recordatorio de posición y jerarquía del poderoso mago.
—Una fuerza considerable avanzando hacia el oeste —informó Andzrel.
—Encabezada, sin duda, por el ambicioso Ravel.
—Sí, creemos que vuestro discípulo va a la cabeza.
—Ex discípulo —corrigió Gromph con mordacidad.
Andzrel asintió y bajó la mirada al ver que Gromph ni siquiera parpadeaba.
—La Matrona Quenthel está preocupada —dijo en voz baja.
—Aunque dudo de que esté sorprendida —respondió Gromph. Se apoyó en el escritorio y se puso de pie, se alisó la enmarañada túnica de un negro reluciente con telarañas y diseños arácnidos en hilo de plata y rodeando la mesa se acercó a un pequeño anaquel que había en una pared lateral de la habitación.
Con los ojos fijos, no en Andzrel, sino más bien en una gema de cristal con forma de calavera que había en el anaquel, musitó:
—Los hábitos alimentarios de los peces.
—¿Los peces? —preguntó Andzrel por fin después de una larga pausa sin que Gromph, a sabiendas, diera el menor indicio de estar dispuesto a aclarar la curiosa afirmación ni de ir a volverse sin que le dieran pie.
—¿Has pescado alguna vez con línea y anzuelo? —preguntó el mago.
—Prefiero la lanza —respondió el guerrero.
—Claro. —No había el menor atisbo de admiración en la voz de Gromph cuando dijo eso. En ese momento sí se volvió, y estudiando la cara del maestro de armas supo que Andzrel tenía la impresión de haber sido insultado. Lo sospechaba, pero no lo sabía, porque ese, con todo lo inteligente y maniobrero que era no podía apreciar los sublimes cálculos y la paciencia, la simple falta de cadencia que representaba la pesca con línea.
—En las negras aguas de un estanque cualquiera puede haber diez tipos diferentes de peces —dijo Gromph.
—Y yo los habría cogido a todos con la lanza.
Gromph le soltó un bufido y se volvió a mirar la gema en forma de calavera.
—Tú le lanzarías la lanza a cualquiera que se pusiera al alcance del pincho. La pesca con línea no es tan indiscriminada. —Se enderezó y se dio la vuelta para contemplar al maestro de armas, actuando como si acabara de entender lo curioso de su propia afirmación.
—Aun cuando veas al pez que quieres ensartar, no serás, de verdad, tan específico en tu elección de alimento como el que pesca con línea.
—¿Cómo puedes saber eso? —preguntó Andzrel—. ¿Porque el pescador con línea volverá a echar al agua a todos los peces que no le parezcan aceptables mientras que yo ya habré matado a mi presa antes de sacarla del estanque?
—Porque el que pesca con línea ya ha elegido el tipo de pez —corrigió Gromph—, en el hecho de seleccionar la carnada y el lugar, el punto y la profundidad de la línea. Los peces tienen preferencias, y si se conocen, esas preferencias permiten a un pescador sagaz montar adecuadamente su trampa.
Se volvió hacia la gema en forma de calavera.
—¿Es posible que el archimago Gromph se vuelva más críptico con el paso de los años?
—¡Sería de esperar! —replicó Gromph mirando por encima del hombro, lo que le permitió ver una vez más que el matiz de sus palabras le pasaba totalmente desapercibido al pobre Andzrel—. La vida entre las gentes de Menzoberranzan a menudo puede compararse con la pesca con línea. ¿No te parece? Conocer los cebos adecuados y cazar tanto a los adversarios como a los aliados.
Esta vez, cuando se volvió hacia Andzrel sostenía en una mano la gema en forma de calavera ante sus ojos. Sobre la cristalina gema danzaban los reflejos de las muchas velas que ardían en la habitación, y esos brillos a su vez hacían relucir los ojos del mago.
A pesar de todo, el maestro de armas parecía seguir en la oscuridad por lo que respectaba a la analogía del archimago, y eso le confirmó a Gromph que Tiago no lo había traicionado.
Porque Andzrel no sabía que Ravel Xorlarrin había mirado en el interior de esta misma gema, y allí había descubierto el joven hilador de conjuros el premio en pos del cual ahora iban él y la Casa Xorlarrin. Y Andzrel no tenía la menor idea de que Tiago había posibilitado la intrusión del joven en los aposentos privados de Gromph en Sorcere, como favor a Jearth, el maestro de armas de la Casa Xorlarrin, que era uno de los mayores rivales de Andzrel dentro de la jerarquía guerrera de la ciudad.
—La Casa Xorlarrin se mueve exactamente como le conviene a la Casa Baenre, y hacia un destino digno de ser explorado —explicó Gromph con toda claridad.
Eso pareció sorprender un poco a Andzrel.
—Tiago está con ellos por petición de la Madre Matrona Quenthel —continuó Gromph, y a Andzrel casi se le salen los ojos de las órbitas.
—¡Tiago! ¿Por qué Tiago? Es mi segundo. ¡Está a mis órdenes!
Eso hizo reír a Gromph. Si había mencionado a Tiago había sido para hacer temblar a Andzrel de indignación, algo con lo que Gromph disfrutaba enormemente.
—Si tú le diste unas instrucciones, y la Matrona Quenthel le dio unas órdenes diferentes: ¿a quién debería obedecer Tiago?
La expresión de Andzrel se volvió tensa.
Claro que sí, Gromph lo sabía. El joven Tiago era, sin duda, el segundo de Andzrel, pero pocos creían que esa situación fuera a durar mucho tiempo. Porque Tiago tenía algo de lo que Andzrel carecía: una relación de sangre directa con Dantrag Baenre, el más grande maestro de armas de que se tuviera memoria en la Casa Baenre. Tiago era nieto de Dantrag, y por lo tanto nieto de Yvonnel y sobrino de Gromph, Quenthel, y el resto del noble clan. Andzrel, en cambio, era hijo de un primo. Noble, es cierto, pero más lejano.
Para empeorar aún más las cosas, no había un solo drow que hubiese visto a estos dos en la batalla que pensase que Andzrel podría derrotar a Tiago en combate singular, al joven Tiago, cuya fuerza no hacía más que aumentar con el paso de los años.
El archimago dedicó un momento a estudiar a Andzrel, y se dio cuenta de que había sembrado la duda y la preocupación con profundidad suficiente, que el hecho de que Tiago acompañara a la Casa Xorlarrin en esta expedición de gran importancia al parecer, haría que el maestro de armas se pasara días paseándose arriba y abajo en su habitación.
Así pues, Gromph creyó que era buen momento para cambiar de tema.
—¿Conoces bien a Jarlaxle?
—¿De Bregan D’aerthe? —preguntó Andzrel con voz insegura—. He oído hablar… no, no muy bien. —Pareció desconcertado por su propio reconocimiento, de modo que se apresuró a añadir—: Lo he visto en varias ocasiones.
—Al parecer, Jarlaxle siempre desencadena acontecimientos interesantes —dijo Gromph—. Puede que en este caso no sea diferente.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó el maestro de armas—. ¿Es que la Casa Baenre ha facilitado esta jugada de los Xorlarrin?
—Nada de eso. La matrona Zeerith actúa por su propia cuenta.
—Pero ¿hemos hecho algo para empujarla?
Gromph se encogió de hombros como si no fuera con él.
—¿Qué es lo que sabes, archimago? —inquirió Andzrel.
Gromph volvió a poner la gema con forma de calavera en el anaquel y volvió hacia su escritorio con paso tranquilo. Cuando se hubo sentado volvió a centrarse en su pergamino y cogió la pluma.
—¡No soy ningún plebeyo! —gritó Andzrel y dio un golpe en el suelo con su pesada bota, como poniéndole el punto a un signo de admiración—. ¡No me trates como si lo fuera!
Gromph lo miró y asintió.
—Es cierto —reconoció mientras echaba mano de una botellita llena de humo y tapada con un corcho. La puso ante sí, entre él y Andzrel, y quitó el corcho. Empezó a salir un hilillo de humo—. No eres un plebeyo —reconoció—, pero puedes retirarte. —Dicho lo cual, sopló sobre el humo dirigiéndolo hacia Andzrel. Al mismo tiempo soltó una serie de conjuros uno detrás de otro.
Andzrel lo miró desconcertado, sobresaltado y muy preocupado, incluso atemorizado. Sintió que todo su ser, su forma corpórea, perdía peso. Trató de hablar, pero era demasiado tarde. Era como el viento, se alejaba sin control. Gromph observó cómo salía de la habitación y con otro gesto de la mano lanzó otra bocanada de viento, más fuerte que la primera, que no sólo aceleró la partida de Andzrel sino que además cerró la puerta de un portazo detrás de él.
Gromph sabía que Andzrel no recuperaría su forma corpórea hasta encontrarse lejos de esa ala de la Casa Baenre.
El archimago no esperaba que el molesto maestro de armas volviese pronto por allí. Eso hizo que frunciera el entrecejo pensando en la cara que podría llegar a poner Andzrel en caso de que le revelara los otros secretitos que guardaba. Porque entre los que acompañaban a Tiago en la expedición se encontraba uno de los más antiguos colaboradores de Gromph, un viejo drow mago reconvertido en guerrero y reconvertido luego en herrero, de nombre Gol’fanin, que llevaba consigo un djin en una botella, una araña en fase en otra, y el diseño de una antigua espada que llevaba siglos escapándosele por su incapacidad para unir adecuadamente los diamantes y las aleaciones de metal.
Si el destino de la expedición Xorlarrin era el que Gromph, la Matrona Zeerith y la Matrona Quenthel esperaban, y si el cataclismo había nacido de la ira de un primordial del fuego, entonces la indignación que Andzrel sentía en este momento se parecería a la calma absoluta si se comparaba con la que sentiría cuando Tiago volviera a casa.
Esa idea llenaba al viejo archimago drow de satisfacción.