El mago drow gimió y gruñó mientras se agarraba el muñón de la mano izquierda, que había quedado cortada por la mitad.
—¿Adónde conduce? —le preguntó Drizzt. El explorador se agachó junto al mago, mirándolo fijamente a los ojos—. ¿Adónde conduce?
El mago le escupió.
—Te la estás jugando. ¿Adónde conduce tu túnel? ¿De dónde has venido?
Artemis Entreri empujó a Drizzt a un lado y agarró bruscamente al mago por la cabellera, echándole hacia atrás la cabeza y poniéndole una daga al cuello.
—¿Conduce hacia el primordial? —exigió saber Entreri, hablando en perfecto drow.
—¡Déjalo en paz! —le gritó el mago drow.
Entreri sonrió, volviéndose hacia sus compañeros.
—Interpretad eso como un sí —dijo.
—¿Qué debemos hacer con…? —iba a preguntar Drizzt, pero se interrumpió con un grito ahogado cuando Artemis Entreri le atravesó la garganta al mago con la daga, cambiando el ángulo para continuar subiendo hacia el cerebro. El drow se puso rígido, las piernas se le tensaron como activadas por resortes y empezó a temblar.
El asesino tiró con fuerza de la daga para sacarla y la limpió en la túnica del mago, levantándose a continuación y volviéndose ante la mirada incrédula de Drizzt y la expresión divertida del rostro de Dahlia.
—No creerías que iba a dejar vivo a un mago drow detrás de nosotros, ¿verdad? —le dijo a Drizzt con un resoplido mientras pasaba por su lado.
Drizzt se quedó allí, mirando al drow asesinado. De la herida del cuello le manaba sangre espesa. Las manos le colgaban inertes a los lados, con lo que pudo ver con claridad la que tenía cortada por la mitad. Desde un punto de vista táctico, estaba claro que Drizzt era capaz de comprender la brutalidad de Entreri, pero aun así, la crueldad con la que había ejecutado al mago lo había impactado.
Se preguntó si sus viejos amigos habrían tratado al prisionero indefenso de la misma manera. Dado lo desesperado de sus actuales circunstancias no podía estar seguro, pero aun así, la brutalidad despreocupada de Artemis Entreri había vuelto a impresionarlo.
—Vamos —dijo Dahlia, acercándose a Drizzt y cogiéndolo afectuosamente por el brazo—. No tenemos mucho tiempo.
Drizzt la miró, al principio enfadado, aunque no le duró mucho tras ver la comprensión con la que ella respondía a su mirada (se dio cuenta de que era algo sorprendente, ya que Dahlia no se había mostrado ni la mitad de impactada con la actuación de Entreri).
—El mundo es un lugar desagradable —dijo, con voz queda—, y si no somos lo bastante desagradables como para vencerlo, moriremos.
Aquella verdad cargada de cinismo golpeó a Drizzt con fuerza, pero el insistente tirón de Dahlia le recordó que en realidad no podían darse el lujo de quedarse allí a debatirlo. El drow recuperó el arco y el carcaj y alcanzaron a Entreri antes de que este llegara al cruce. Se agachó, apoyando una rodilla en el suelo, y se dispuso a observar el otro túnel mientras les hacía señas de que se agacharan y se quedasen quietos.
A medida que se acercaban sigilosamente, Entreri se deslizó hacia la izquierda, introduciéndose en el túnel perpendicular, mientras Drizzt y Dahlia se dirigían hacia la derecha. Una vez se situaron en el túnel principal con las espaldas contra la pared, justo al lado del túnel que había excavado el elemental del mago, comprendieron por qué de repente el asesino se mostraba tan cauto, pues oyeron cómo se aproximaban varios shadovar.
Drizzt intercambió una mirada con Entreri, que le hizo señas para que se mantuviera en su sitio. A continuación, el asesino asintió con la cabeza y desapareció en el interior del túnel de lava.
El drow colocó una flecha en el arco y escuchó atentamente. Oyó un gruñido, seguido del ruido que haría alguien al caer al suelo, y a continuación un gritito de sorpresa y el rápido choque de metal contra metal.
Se volvió de cara al túnel, apuntando con el arco. Había un sombrío tendido en el suelo, y otro se fue a unir a él cuando Entreri realizó un movimiento envolvente con la espada sobre la del contrario que finalizó con una estocada en la garganta de la criatura.
El asesino se echó hacia atrás, permitiendo a Drizzt una perspectiva clara del tercero del grupo, que comenzó a correr túnel abajo.
El proyectil de Buscacorazones le dio de lleno en la espalda y lo lanzó por los aires brevemente antes de estrellarse de cara contra la piedra negra aún humeante.
Dahlia, que estaba junto al explorador drow, tragó saliva y, cuando Drizzt se volvió para mirarla, se dio cuenta sorprendido de que estaba mirando a Artemis Entreri apreciando, obviamente, sus mortíferas habilidades. Observó a su vez a su vieja Némesis y por su mente cruzó la idea de acabar con él con una de sus mortíferas flechas; pero la desechó inmediatamente, consciente de que no era más que un grito desesperado de la incansable espada.
Aun así…
—Es bueno —murmuró Dahlia.
—Yo no lo expresaría de ese modo —le respondió Drizzt en un susurro.
—Me alegra que esté de nuestra parte.
Drizzt iba a contradecirla, pero se contuvo.
—Vamos, rápido —les dijo Entreri, haciéndoles señas de que avanzaran.
—Mira, lord Alegni, aquí vienen —comentó Glorfathel.
La sonrisa de Alegni se hizo más amplia y comenzaron a brillarle los ojos mientras apretaba los puños, lleno de impaciencia. Apenas habían empezado a prepararse para aquello, ya que acababan de asegurar la sala de la forja, pero eso al tiflin le daba igual. Lo único que deseaba era obtener su venganza.
—Vamos —dijo Effron, dirigiéndose al resto de los presentes—. ¡Id a la forja y reunid un gran contingente! Enviad a algunos hombres a los túneles para evitar que escapen. ¡En marcha!
—Voy p’allá —respondió Ambargrís, tirando hacia atrás de dos sombríos que se dirigían al túnel que conducía a la sala de la forja y adelantándolos. Afafrenfere salió corriendo para alcanzarla, pero la enana le propinó un golpazo en la barriga justo cuando iba a adelantarla.
—¡Ve y protege al señor, imbécil! —lo regañó, para después desaparecer en el interior del pequeño túnel.
—¿Cuál es el que lleva la espada? —quiso saber Glorfathel.
—En el bosque la tenía el drow —contestó Effron—. La llevaba sujeta a la espalda.
—Entonces me ocuparé de detenerlo —declaró Glorfathel—. No podemos permitir que se acerque al foso del primordial.
—¿Posees la magia necesaria para impedírselo? —preguntó Alegni, con un tono de voz que delataba su preocupación, ya que el hecho de perder esa espada a manos del primordial sería verdaderamente desastroso. Se sintió algo culpable por no haber preparado adecuadamente sus defensas, pero el solo hecho de que hubieran conseguido interponerse entre aquellos que querían destruir a la Garra y aquella bestia ardiente era algo notable.
El caudillo pasó revista a las tropas y a continuación observó el túnel que conducía a la sala de la forja. Tan sólo tenía dos hombres con habilidades mágicas y un puñado de guerreros. Pensaba que con eso bastaría, aun sin tener a la Garra para dominar a Barrabus.
—¡Formen cinco filas! —ordenó. Hizo señas a un par de exploradores, ordenándoles partir—. Encontradlos y abatidlos. —También les indicó a un par de guerreros que los siguieran, y después señaló a un segundo grupo de guerreros shadovar—. Vosotros cuatro vais justo detrás; encontraos con ellos a unos cuarenta pasos en el interior del túnel si es que superan la primera línea. —Mientras esa segunda línea ocupaba su posición, Alegni volvió la vista hacia los dos guerreros que quedaban—. ¡Vosotros dos conmigo, en la tercera línea!
—Effron y tú, monje —gesticuló vagamente con la mano, dirigiéndose a Afafrenfere—, detrás de mí, pero en el interior de la sala. Destruid a cualquiera que consiga acercarse.
—Y yo en la retaguardia, junto al borde —decidió Glorfathel, situándose frente al túnel, delante del foso del primordial—, aunque no llegaré a esperar a que entren, sino que los atacaré desde aquí.
—No mates a la elfa —dijo Effron.
Alegni le echó una mirada al brujo contrahecho antes de dirigirle un gesto de asentimiento a Glorfathel, mostrándose de acuerdo con la orden. De hecho, quería a Dahlia viva. Alegni revisó las posiciones y después avanzó hacia la entrada del túnel flanqueado por los dos sombríos.
Volvió a dirigir la vista hacia el túnel que conducía a la sala de la forja, con la esperanza de que los refuerzos que debían acudir a aquella habitación y los que rodearían al trío que se aproximaba fueran rápidos. No podía arriesgarse, ni toleraría que volvieran a escapar.
Ambargrís salió del túnel entre resoplidos, dirigiéndole un gesto de asentimiento a Alegni como para indicarle que los refuerzos llegaban justo detrás.
Artemis Entreri iba en cabeza. El túnel ya se había enfriado bastante y el suelo se había solidificado, pero quedaba bastante lava en las paredes y el suelo como para iluminar el ambiente.
Por eso, el asesino avanzaba con sigilo, sin hacer un solo ruido y yendo de una sombra a otra. A pesar de su increíble pericia, los exploradores sombríos tampoco eran unos novatos, y sólo la buena suerte permitió que Entreri los viera antes de que lo detectaran. Se pegó a la pared en un punto estratégico y contuvo el aliento.
A medida que se acercaban, se percató de que había más gente avanzando.
Entreri apretó la mandíbula. ¡Estaba tan cerca! Pero el camino estaba bloqueado. Podía oler el aroma de su libertad en el agua salada y el humo que provenían de la lejana sala, pero no podía llegar hasta ella.
—¡No! —gruñó, dando un salto para alejarse de la pared, empuñando la espada y lanzando tajos con la daga mientras pasaba junto al primer sombrío.
El primero cayó, pero la segunda se las apañó para esquivarlo de modo que el tajo acabara siendo en el hombro, y no en el cuello, como Entreri pretendía. Retrocedió con un grito y comenzó a correr por donde había llegado.
—¡Vamos! —les gritó Entreri a sus compañeros antes de lanzarse a perseguirla, e instantes después reculó con un grito de sorpresa cuando un proyectil plateado pasó como un rayo junto a él, clavándose en la espalda de la exploradora sombría y abatiéndola.
Seguían llegando guerreros sombríos, pero también Drizzt y Dahlia llegaban para prestarle ayuda.
Otra flecha salió volando… y desapareció.
—¡¿Quieres parar de hacer eso?! —la regañó Drizzt, pero Dahlia se echó a reír y aumentó la velocidad, con lo que adelantó a Entreri y se lanzó contra un par de enemigos. Comenzó golpeando el techo del túnel con el bastón, justo por encima de ellos, y los rayos repentinos los hicieron detenerse, cegados temporalmente (lo suficiente para que, cuando recuperaron la vista, se encontraran con un par de mayales que se agitaban y giraban, propinándoles un aluvión de golpes que los hicieron salir huyendo antes incluso de poder realizar algún movimiento coordinado).
Así que, cuando los compañeros de Dahlia la adelantaron para atacarlos, seguían huyendo. Si, en condiciones normales, aquellos dos no habrían sido rival para Drizzt Do’Urden y Artemis Entreri, en ese momento, pillados tan de sopetón, estaban condenados.
Con una de las cimitarras, Drizzt lanzó una estocada que atravesó al que tenía delante y lo hizo retroceder. La segunda espada del drow atravesó al otro, distrayéndolo mientras se ponía frente a él para atacarlo.
Entreri rodó por detrás del drow y saltó hacia adelante, y el primer sombrío, que todavía estaba intentando comprender lo que había pasado con el explorador, rápido como el rayo, no vio venir la espada.
Drizzt hizo girar una y otra vez las espadas ante el sombrío que quedaba, haciéndolo retroceder y manteniendo al pobre imbécil con la atención fija en bloquear desesperadamente aquel aluvión de golpes.
Así que, cuando Entreri pasó rápidamente junto a él, el sombrío estaba totalmente indefenso ante la puñalada. Sólo eso ya habría sido una herida mortal pero Dahlia, que estaba justo detrás de Entreri, aceleró el proceso con un par de tremendos golpes con los mayales que le partieron el cráneo.
Se estampó contra la pared y se desplomó, mientras Drizzt pasaba rápidamente junto a él.
—¡Muchos más! —exclamó Dahlia, que había visto a los cuatro que formaban la siguiente línea.
—¡Dad la vuelta! —dijo Drizzt, pero Entreri bajó la cabeza y siguió corriendo, decidido a acabar con aquel maldito asunto.
Dahlia dudó y se planteó dar la vuelta, pero eso fue hasta que miró más allá de la siguiente fila de sombríos y vio detrás la silueta familiar del enorme tiflin.
Para cuando Entreri comenzó a atacar, ya estaba junto a él.
Decidida también a acabar con aquel maldito asunto.
Y lo mismo Drizzt, ya que no estaba dispuesto a abandonar a sus compañeros. Mientras se reunía con ellos en la línea de ataque, vio a los otros más atrás, y aún más en la sala llena de vapor que había al fondo.
—Así sea —dijo en voz alta.
Ambargrís corrió hacia Glorfathel. El mago elfo se volvía de un lado a otro, moviendo la cabeza como si fuera un ave rapaz que esperase que saliera un ratón entre las grietas de una pila de madera.
—¿Qué es lo que sabes? —preguntó la enana mientras se situaba junto al mago, dirigiendo la vista hacia el túnel al mismo tiempo. En ese momento tuvo claro por qué a Glorfathel le estaba costando tanto apuntar. Justo delante de ellos, todavía en la sala, Effron estaba cabeceando de manera parecida y de vez en cuando lanzaba algún proyectil negro al tumulto que se había formado en el oscuro túnel. Afafrenfere, junto a él, se movía nervioso de un lado al otro, lanzando puñetazos al aire y volviendo la vista hacia Ambargrís mientras asentía con una expresión ansiosa y algo estúpida.
Ambargrís lanzó un suspiro.
—El túnel más estrecho ayuda a nuestros enemigos —dijo Glorfathel—. No podemos flanquearlos ni arrollarlos.
—Y tú no puedes encontrar una línea de tiro despejada —dijo la enana.
Sin embargo, a Glorfathel, que no parecía estar escuchándola en ese momento, se le iluminó el rostro.
—El drow tiene la espada —y dejó de guiñar los ojos y de inclinarse.
—Sí, eso ya lo sabíamos —respondió la enana.
Glorfathel no dio muestras de escucharla tampoco en esa ocasión. Parecía concentrado en su objetivo, que era localizar a Drizzt, completamente inmóvil mientras esperaba a poder ver mejor al elfo. Se asemejaba tanto a un animal en plena caza que Ambargrís casi esperaba verlo patear el suelo, preparándose para salir en estampida.
Extendió una mano frente a sí, alineando el ángulo, e hizo un movimiento envolvente con los dedos dejando a la vista una pequeña barra metálica. Esbozó una sonrisa y, con ojos brillantes, inició un conjuro.
Entonó lenta y suavemente un cántico que fue aumentando de volumen mientras pronunciaba las palabras con una velocidad y un énfasis que iban in crescendo.
Ambargrís lo cogió por el brazo.
—Eh, mago…
Glorfathel estuvo a punto de atragantarse. Se apartó con brusquedad mientras miraba incrédulo a la enana, que sonreía estúpidamente. Volvió a intentar concentrarse en el pasillo, extendiendo el brazo y sosteniendo el componente mágico frente a sí. Parecía estar bastante nervioso y concentrado al mismo tiempo, ya que era evidente que trataba de encontrar a su objetivo y recobrar la compostura antes de que pasara el momento.
—Eh, mago —volvió a decir Ambargrís, justo cuando Glorfathel había conseguido estabilizarse de nuevo.
Glorfathel emitió un bufido cargado de enfado y la miró con brusquedad.
—¿Tienes algún conjuro que nos haga levitar a ti o a mí? —preguntó la enana.
El mago la miró como si hubiera perdido la cabeza y se volvió hacia lo que sucedía frente a él, y mientras comenzaba nuevamente a mover los brazos para adoptar la postura de lanzamiento de conjuros, contestó tajantemente:
—¡No!
Comenzó nuevamente a entonar los cánticos para lanzar sus rayos, y apenas captó el significado cuando Ambargrís respondió quedamente:
—Bien.
Sin embargo, sí que notó la fuerte mano de la enana cuando le palmeó enérgicamente la espalda, y lo notó todavía más cuando le introdujo bruscamente la otra mano entre las piernas para agarrarlo por los testículos.
Lo único que consiguió decir mientras Ambargrís lo alzaba sobre su cabeza y se lo echaba al hombro, lanzándolo después por el borde del precipicio y al foso del primordial, fue:
—¡¿Qué?!
Sin siquiera darse la vuelta para admirar su trabajo, la enana comenzó a lanzar su propio conjuro, agitando los dedos.
Afafrenfere, que estaba frente a ella, la miró sin comprender, ya que había visto cómo arrojaba al mago, pero no parecía haberse dado cuenta de que él mismo era el objetivo del conjuro de la enana.
Los cuatro sombríos que tenían delante no eran combatientes inexpertos, y habían luchado y recibido entrenamiento juntos durante mucho tiempo. Drizzt lo supo casi inmediatamente. Coordinaban sus movimientos con demasiada precisión como para que no fuera así.
Formaban una fila todo a lo ancho del angosto túnel, y ya sólo eso demostraba un nivel de confianza y familiaridad, porque sus movimientos y acciones tenían que ser en ángulo recto o en diagonal hacia afuera, y ninguna parada o estocada podía coger por sorpresa a los demás integrantes de la fila, porque de lo contrario se arriesgaban a un enredo de dimensiones catastróficas.
Los tres compañeros, con Dahlia a la izquierda de Drizzt y Entreri un poco más allá, luchaban con ferocidad e intentando matar rápido, ya que el tiempo corría en su contra.
Drizzt puso otra vez en movimiento sus cimitarras y se precipitó hacia adelante, intentando romper la fila, pero el sombrío que estaba a la derecha de su oponente lanzó una estocada para interceptarlo.
Dahlia ejecutó un movimiento perfecto para frenar la estocada, golpeando la espada con uno de los mayales giratorios.
Aun así, el sombrío retrocedió y volvió a avanzar, y la elfa tuvo que arreglárselas con un ataque similar al de Drizzt, pero proveniente del tercer sombrío de la fila.
Entreri rechazó la estocada, liberando a Dahlia, pero a continuación se las tuvo que ver con un ataque del otro extremo, Dahlia con el siguiente y Drizzt, nuevamente, con el segundo.
La fila de sombríos resistía.
—Has fallado, Barrabus —dijo Herzgo Alegni desde atrás—, y serás castigado.
Fue Dahlia, y no Entreri, la que reaccionó furiosa, intentando abrirse paso para llegar hasta el odiado tiflin.
Incluso antes de empezar la empujaron hacia atrás, y sólo una rápida reacción de Drizzt y Entreri por los flancos evitó que los sombríos la hirieran desde varios frentes.
En ese momento Entreri recibió un tajo en el antebrazo derecho al atacarlo el cuarto sombrío, el que estaba en el extremo de la fila por su lado.
Herzgo Alegni se reía desde la retaguardia.
—Más rápido, más rápido —animó Drizzt a sus amigos, y los tres presionaron, lanzando estocadas a diestro y siniestro, haciendo girar cimitarras y mayales.
Los cuatro sombríos respondieron con una barricada de espadas que bloqueó los ataques.
De repente, uno sacó una daga y se la lanzó a Dahlia.
Entreri la desvió con un ligero giro de la espada.
Le lanzaron a él también una daga, pero Dahlia la desvió con un golpe de bastón.
A Drizzt le lanzaron otra, y después otra más, pero las desvió limpiamente con las cimitarras y apenas disminuyó el ritmo de sus ataques.
Artemis Entreri lanzó su propia daga, haciendo amago de lanzársela al sombrío que tenía a la derecha, para realmente lanzarla trazando un arco hacia atrás.
Los tres intervinieron para bloquear el ataque con la espada, mientras que la mano del asesino, que repentinamente había quedado libre, cogió el cinto, sacó el cuchillo y lo lanzó en un ángulo bajo en un solo y fluido movimiento.
Desapareció en una maraña de espadas y mayales, pero el gruñido del objetivo dejó claro que había dado en el blanco.
Entreri hizo un giro completo y Dahlia, por puro reflejo, lanzó un golpe de bastón hacia él para protegerlo mientras lo hacía. Al finalizar el giro, el asesino volvía a empuñar espada y daga, ya que atrapó a la perfección la daga que había lanzado como distracción.
El sombrío que se hallaba frente a Dahlia, con el cuchillo de montero de Entreri clavado en las entrañas, fue incapaz de seguir el ritmo, así que la elfa se abalanzó sobre él, lanzándole un aluvión de golpes de sus bastones giratorios.
Después Drizzt rodó tras ella para intercambiar posiciones y Muerte de Hielo se adelantó rápidamente a los que todavía perseguían a Dahlia.
El sombrío que tenía clavada la daga de Entreri recibió una cuchillada en el pecho y se desplomó.
Pero inmediatamente fue sustituido por otro, enviado por Herzgo Alegni, que seguía sonriendo.
—¡Bien hecho! —se burló de ellos con una risita malvada.
Drizzt sabía que Alegni tenía razones para estar tan confiado. Apenas habían obtenido una pequeña victoria. Los sombríos luchaban a la defensiva y, en aquel túnel tan estrecho, los tres no podrían abrirse paso a tiempo.
A tiempo… la sonrisa confiada de Alegni daba a entender que había más shadovar en camino y que llegarían pronto… tanto de frente como por la retaguardia.
—¡Dahlia, lucha con más ahínco! —gritó Entreri, y el curioso hecho de que sólo hiciera referencia a ella le dio la pista a Drizzt para entender lo que quería decir.
El drow avanzó con una doble estocada, pero se dio la vuelta casi de inmediato y se lanzó rodando hacia atrás, para que Entreri y Dahlia cubrieran el hueco nada más dejarlo libre.
Drizzt se incorporó ya con Taulmaril en la mano.
—¡Centro! —avisó, a lo que ambos se apartaron y la flecha pasó por en medio.
Un guerrero sombrío desvió la flecha con la espada a la desesperada, pero tan sólo consiguió modificar el ángulo de modo que en vez de alcanzarlo en el pecho, lo hizo en la cara, tras lo cual salió volando por los aires.
El otro sombrío que flanqueaba a Alegni fue a cubrir el hueco, pero en su lugar se adelantó el caudillo tiflin, que ahora rugía iracundo en tanto que blandía un enorme sable, lanzando tajos a diestro y siniestro.
—¡Matadlos! —ordenó mientras lideraba el asalto, asestando golpes poderosos que a menudo daban en el blanco.
Entreri y Dahlia de ninguna manera podían contrarrestarlos, teniendo en cuenta que tres sombríos más atacaban junto al poderoso Alegni.
Drizzt volvió a lanzar una flecha, que acudió como un rayo hacia Alegni, pero el mayal de Dahlia la absorbió antes de que consiguiera acercarse. Volvió a disparar, ¡pero se quedó con esa también!
El drow no sabía a ciencia cierta si le robaba intencionadamente las flechas con su bastón mágico o si dichas intercepciones eran el producto de la furiosa ráfaga de golpes que necesitaba para intentar contener al caudillo y a sus subordinados.
Pero Drizzt se dio cuenta de que era inútil, ya que los cuatro sombríos siguieron atacando hasta desbordar a Entreri y a Dahlia, obligándolos a retroceder.
Consiguió lanzar una última flecha, que Dahlia volvió a robar, antes de tener que volver a empuñar las cimitarras para lanzarse nuevamente al centro de la refriega, justo a tiempo ya que Dahlia trastabilló hacia atrás y gritó de dolor cuando a punto estuvo la espada de Herzgo Alegni de alcanzarla y en su lugar la golpeó una línea abrasadora de magia negra.
Se dio la vuelta en el momento en que Drizzt se detenía para ocupar su lugar, quedándose cerca del centro del túnel mientras esperaba a que ella lo volviera a flanquear por la derecha.
Pero no lo hizo.
Se dio la vuelta y comenzó a correr con un gruñido de dolor.
Al igual que Glorfathel, Effron estaba intentando encontrar el ángulo de ataque correcto para liberar su magia devastadora. Estaba tan concentrado que no se dio cuenta de que habían arrojado al foso al hechicero que estaba a sus espaldas, ya que los gritos del elfo habían quedado amortiguados por el sonido atronador de los remolinos formados por los elementales de agua.
Tampoco se dio cuenta de que Afafrenfere, que estaba junto a él, se quedaba boquiabierto tras volverse y ver lo que hacía la enana traidora.
El brujo contrahecho llego a ver a un sombrío caer en el túnel que tenía enfrente.
También vio un relámpago y a un segundo sombrío cayendo, y a Herzgo Alegni meterse en la refriega.
Sin embargo, la ayuda no había llegado, ¡y era extraño! Effron realizó un conjuro, apuntando a la izquierda del caudillo. Perdió de vista el proyectil, pero le brillaron los ojos cuando oyó un grito de dolor en la voz de una elfa.
Pero de repente comenzaron a pesarle los ojos, sus movimientos se ralentizaron y se sintió como si estuviera bajo el agua, y después bajo algo más pesado, más denso…
Apenas podía moverse. Se quedó aturdido y con los miembros aprisionados, como si se hubiera quedado petrificado.
Luchó con todas sus fuerzas, y consiguió girar la cabeza lo suficiente como para ver a Afafrenfere, que se había quedado totalmente quieto, sin siquiera pestañear.
Effron luchó contra el conjuro y se volvió a tiempo para ver a Ambargrís, la enana, de pie con los brazos en jarras. No veía a Glorfathel por ningún sitio.
—Ah, estúpido —dijo la enana—. Debiste quedarte quieto.
La cabeza le dio vueltas al intentar comprender lo que ocurría, pero una cosa estaba clara: la enana les había lanzado un conjuro de inmovilidad a él y a Afafrenfere.
Ambargrís se echó a reír, alzó la enorme maza con ambas manos y cargó contra él.
—¡Alegni! —gritó Effron, desesperado, antes de convertirse en un espectro y atravesar la piedra a tiempo para evitar el barrido de la maza de Ambargrís.
El grito provocó que Alegni perdiera impulso. Desvió un momento la atención de la batalla y se las arregló para echar un vistazo a la sala del primordial, esperando que el grito de Effron fuera para anunciarle la llegada de los refuerzos.
¿Dónde estaban?
Y lo que era peor… ¿Qué era lo que estaba viendo? Vio cómo la enana desaparecía de su vista empuñando la maza. ¿Acaso los habían atacado desde atrás? ¿Habían llegado los elfos oscuros?
El caudillo tragó saliva ante esa horrible perspectiva y envió al sombrío que quedaba a reunirse con los otros tres en su línea de defensa. Después se volvió justo a tiempo para ver a Dahlia en plena retirada.
Se preguntó, esperanzado, si sus fuerzas habrían dado un rodeo para bloquear aquel extremo del túnel.
¿Acaso se encontraban todos retenidos en la sala de la forja, luchando contra los drows?
—¡Matadlos! —les ordenó a los cuatro sombríos que tenía delante mientras retrocedía, con cautela pero con rapidez, tratando de adquirir una perspectiva de la situación, que parecía empeorar rápidamente.
Al haberse retirado Herzgo Alegni de la batalla, Drizzt y Entreri no tardaron en nivelar las cosas contra sus cuatro oponentes y, aunque no podían avanzar demasiado en el estrecho túnel, tampoco los sombríos podían sacarles ventaja a dos guerreros dotados con semejante pericia.
—¡Vamos! —le dijo Drizzt a Entreri—. ¡Ve con Dahlia!
—¿Para qué, imbécil? —preguntó Entreri con voz agitada al mismo tiempo que paraba una estocada con la espada y desviaba otro ataque con la daga—. ¡Tú eres el que tiene la espada!
Drizzt gruñó y rechazó un ataque bien coordinado por parte de los dos oponentes que tenía enfrente.
—Vete tú —le chilló Entreri—. ¡Prefiero morir antes que quedar atrapado nuevamente por esa maldita espada!
Pero Drizzt pensaba que si era Entreri el que salía corriendo, podría contener a aquellos cuatro unos segundos y después salir corriendo tras él, utilizando las tobilleras para ganar la ventaja suficiente y poder huir.
—¡Vete! —le gritó a Entreri, al mismo tiempo que este se lo gritaba a él.
¡Ambos gritos se vieron interrumpidos por el chillido de un pájaro gigante que se acercaba a gran velocidad por detrás!
Los dos hombres se lanzaron al suelo, cayendo de rodillas y forzando a sus oponentes a modificar su ángulo de ataque.
Dahlia el cuervo pasó planeando sobre ellos y se abalanzó contra la línea de sombríos, atravesándola y provocando que dos cayeran al suelo.
—Ah, buena chica —dijo Drizzt, poniéndose de pie de un salto junto a Entreri. Ahora tenían ventaja, ya que la línea de defensa que tenían delante estaba rota. Quizá no fuera a durar mucho, pero por poco tiempo que fuera, era suficiente para Drizzt Do’Urden y Artemis Entreri.
A Herzgo Alegni se le pusieron los ojos como platos cuando vio cómo Effron salía del suelo en uno de los extremos de la sala, y vio cómo la enana de Cavus Dun cargaba contra el brujo con la maza en la mano.
—Traición —siseó el caudillo cuando empezó a comprender lo que ocurría. El monje todavía no se había movido y era obvio que estaba retenido por algún conjuro. Además, no veía a Glorfathel por ningún lado.
Y para colmo, esa enana estaba atacando a Effron.
Alegni se arrojó al suelo hacia un lateral, al captar un movimiento con el rabillo del ojo. Quedó apresado por una garra y aprovechó la ocasión para mejorar el salto y volver a ponerse en pie. Sólo pudo observar horrorizado cómo aquel pájaro gigante (sabía que era Dahlia) se lanzaba en picado por encima del borde del precipicio, desapareciendo de la vista entre la bruma.
¿Dónde estaban los refuerzos?
Alegni recordó cuando la enana había salido corriendo por el túnel para ir a buscarlos.
En aquel momento fue cuando lo comprendió. Su traición había sido total.
Alegni hizo una mueca de dolor cuando Effron le lanzó un conjuro a la enana que apenas aminoró la velocidad de su carga, ya que esta contaba con defensas mágicas. Sin embargo, en el último momento Effron volvió a desaparecer a través de una grieta en el suelo.
La enana se detuvo abruptamente entre risas, con expresión confiada.
—¡No puedes seguir huyendo de esa manera por mucho tiempo, pequeño escurridizo! —anunció, disfrutando al parecer con todo aquello.
El caudillo se volvió nuevamente hacia el túnel, donde los cuatro sombríos que lo defendían se habían convertido en dos y la increíble habilidad y coordinación de Barrabus el Gris y el explorador drow acabarían por darles la victoria en poco tiempo.
Además, no llegarían refuerzos.
—Malditos seáis —susurró, dirigiéndose a Ambargrís, a Barrabus, a Dahlia y a todos los demás, ya que había vuelto a perder. Le chilló a Effron, que estaba volviendo a su forma tridimensional en el otro extremo de la sala, cerca del túnel que conducía a la forja—. ¡Effron, márchate! ¡Escapa al Páramo de las Sombras!
Echó un nuevo vistazo al túnel y vio cómo caían los dos últimos guerreros sombríos bajo un mandoble de la mortífera espada de Barrabus y cómo el drow iba directamente a por él.
Herzgo Alegni tuvo que aceptar la amarga verdad: su bando había fracasado.
—¡Márchate, Effron! —volvió a decir, mientras comenzaba a adentrarse en las sombras, pensando en todas las imprecaciones que gritaría acerca de Draygo Quick y la traicionera Cavus Dun ante el Consejo netheriliano.
El mundo comenzó a desaparecer entre las sombras.
Sin embargo, le llegó una imagen que lo sacudió totalmente. Herzgo Alegni vio cómo su amada espada de filo rojo caía dando vueltas dentro de las fauces del primordial, que la devoró al instante.
La oyó gritar en su mente, rogándole que siguiera luchando, prometiéndole que podía controlar a Barrabus.
Le prometió a Herzgo Alegni que juntos saldrían victoriosos.
El caudillo tiflin puso fin a su salto dimensional y volvió a materializarse en Toril. Las sombras que lo rodeaban se disiparon.
Drizzt el explorador estaba a escasos diez pasos, sosteniendo la Garra frente a sí. El peligroso enemigo se había puesto en contacto con Herzgo Alegni a través del poder telepático de la espada, haciéndole promesas, persuadiéndolo, coaccionándolo.
El cuervo descendió en picado.
El gigantesco pájaro hizo un giro en el aire y se convirtió en una elfa que se abalanzó sobre la espalda de Alegni, que estaba distraído, desde lo alto, rodeada del zumbido que emitían las cargas eléctricas y con una expresión asesina en el rostro.
—¡Padre! —se oyó gritar a Effron, que lo presenció todo, viéndola caer sobre el tiflin desprevenido por la espalda, coordinando sus movimientos a la perfección y preparándose para alcanzarlo con un tremendo golpe de su bastón mágico.
Herzgo Alegni miró a Effron, su hijo contrahecho, con una expresión de profunda pesadumbre en el rostro.
La explosión del bastón de Dahlia, la descarga eléctrica, el impulso de su violenta carga al chocar contra él hizo que cuernos, huesos, carne y cabellos humeantes salieran despedidos y provocó que el poderoso tiflin cayera de rodillas.
—¡Padre! —volvió a gritar Effron, y de sus extraños ojos rojiazules brotaron numerosas lágrimas.
—¡Ven aquí, rateja! —le chillo Ambargrís mientras se acercaba, presa del frenesí, y con la maza lista para partirle el cráneo.