23. INTERSECCIÓN

Drizzt empezó a doblar la esquina, pero retrocedió abruptamente y volvió al lado de sus compañeros con expresión a la vez de preocupación y de sorpresa.

—¿Qué pasa? —le preguntó Entreri, que, a medida que avanzaban, estaba cada vez más impaciente y agitado.

Con todo, no había terminado de hacer la pregunta y tanto él como Dahlia entendieron las dudas del drow, porque un muro de vapor de agua se avecinaba por el pasillo perpendicular. La temperatura en la zona subió espectacularmente, y el aire se saturó tanto de humedad que los zarcillos verdes de la Torre de Huéspedes que recorrían el techo empezaron a transpirar agua y a gotear casi de inmediato.

—El pasillo es transitable —los informó Drizzt.

—Vamos entonces —urgió Entreri.

Drizzt no se movió de su posición. Volvió a echarle una ojeada a la esquina, y cuando se dio la vuelta tenía la cara perlada de gotas de sudor.

—Este túnel sigue circunvalando la sala de la forja —respondió Drizzt—. Quizá sería un camino de entrada más fácil.

—O una vía de avance menos previsible que el pasillo principal —apuntó Dahlia.

Entreri se disponía a mostrar su desacuerdo, queriendo claramente acabar con todo aquello, deseando acabar con todo, pero cuando Drizzt levantó la mano, el asesino se quedó callado, porque también él había oído un estruendo lejano. Por iniciativa de Drizzt desanduvieron rápidamente el camino que habían hecho, deteniéndose en un lugar más oculto a unos veinte pasos más allá.

El ruido de una fuerza que se les acercaba se hizo cada vez más audible, luego se alejó pasillo abajo en la dirección contraria al avance del vapor. Las primeras formas, difuminadas por la niebla, cruzaron el pasillo. Incluso antes de que una pareja entrara en su túnel lateral, perfectamente visibles, los tres compañeros ya tenían una idea de la composición de aquella fuerza. Eran shadovar, que iban directamente a la sala de la forja.

—Podríamos habernos adelantado a ellos —susurró Entreri, apretando la mandíbula y con las venas de la frente hinchadas.

Pero tanto Drizzt como Dahlia, que conocían la configuración de la sala de la forja, y también el único y pequeño túnel abovedado que conducía al pozo del primordial, comprendieron la inutilidad de ese argumento. De haber procedido así, tendrían que haber huido inmediatamente por otra salida de la sala de la forja, o se habrían encontrado atrapados, con toda seguridad, en la cámara del primordial.

—Entonces vayamos detrás de ellos —insistió Entreri.

—Nunca llegaríamos al túnel abovedado —respondió Dahlia, y aunque él no conocía los detalles de aquello a lo que se refería, quedó claro el punto de vista de la elfa.

—Entonces ¿qué? —preguntó Entreri.

—Vamos a ir más allá del pasillo del vapor —sugirió Drizzt—. Enterémonos de la configuración de toda esta zona, y hagámoslo bien. Encontraremos el camino de entrada, pero no podemos recorrerlo detrás de las fuerzas de los oscuros si queremos conservar la esperanza de lograr nuestra meta, por no hablar de la posibilidad de volver atrás.

Aunque la última parte de la afirmación no pareció convencer a Entreri, según pudo percibir Drizzt, el asesino no discutió. Si iban en aquella dirección y se topaban con una multitud de oscuros, Entreri se encontraría exactamente en la misma posición que Barrabus el Gris, o peor.

Tuvieron que esperar bastante hasta que pasaron las fuerzas shadovar; entonces se movieron rápidamente, cruzando el pasillo saturado de vapor con toda la prudencia requerida.

Drizzt volvió a tomar la delantera, dejando una amplia distancia entre él y sus dos compañeros. Deslizó una mano en el bolsillo de cinto y en voz baja invocó a Guenhwyvar repetidas veces, ansiando contra toda esperanza que las fuerzas de los netherilianos fueran lo bastante estúpidas para llevarla consigo, y que ella pudiera oír su llamada y aparecérsele.

Pensó en la extraña mujer que había conocido, y en su tentadora oferta.

No, no era tentadora, porque en realidad, Drizzt no podía someter a un hombre, a ningún hombre, ni siquiera a Artemis Entreri, nuevamente a la esclavitud, fuera cual fuese el beneficio. Sencillamente no podía hacerlo.

Y en su interior, Drizzt sabía que así nunca recuperaría a Guenhwyvar. La embaucadora nunca le habría devuelto de buena gana la suntuosa pantera. No podía negociar de buena fe con los netherilianos.

Pensó en la puerta sombría que había visto en el bosque. Su respuesta estaba allí, según creía. Tendría que ir al Páramo de las Sombras cuando terminara con ese feo asunto, cuando la Garra de Charon —y Artemis Entreri— fuera destruida.

Flanqueado por Effron y Glorfathel, Herzgo Alegni divisó la sala de la forja a través de la espesa nube de vapor. En toda la habitación ardían fuegos mientras arreciaba la batalla entre los monstruos elementales opuestos.

—Destruidlos —ordenó a sus formuladores de conjuros.

—No resulta fácil —respondió Effron.

—Es un proceso lento —asintió Glorfathel.

—Bah, yo cambiaré’l curso de las cosas para ti —dijo Ambargrís desde atrás, y se abrió camino entre el trío, e incluso se atrevió a adelantar al propio Alegni.

Él la miró con curiosidad, demasiado sorprendido para emprenderla a golpes con ella, y todavía con más curiosidad cuando vio lo que sostenía la clériga: una pequeña jarra de raro diseño. Parecía que hubiera sido tallada en una sola pieza de madera. El cuello surgía del centro, y estaba tapada con un ancho tapón atado al decantador con una cadena de eslabones de oro. La circunferencia de la jarra estaba adornada con círculos y triángulos rojos y verdes según un patrón de repetición realmente perfecto, como si este objeto hubiera sido manufacturado por una mujer de algún pueblo situado en una selva remota.

Ambargrís murmuró algo para sus adentros, hablándole al parecer a su objeto mágico, y sacó el corcho provocando una explosión sorda. Unas cuantas palabras más y brotó una corriente de agua que se derramó a los pies de la enana.

—¿Qué es eso? —preguntó Effron antes de que lo hiciera Alegni.

Glorfathel se limitó a reír porque no tenía una respuesta adecuada.

—Esta siempre está llena de sorpresas —explicó—. Por eso la aceptó Cavus Dun con tanta rapidez.

Ambargrís siguió andando hasta cruzar el umbral de la puerta, mientras su decantador mágico iba barriendo con grandes chorros el camino delante de ella. Los demás se quedaron mirándola desde fuera de la habitación y carraspearon al unísono cuando un enorme elemental de fuego se abrió paso a través del vapor para encontrarse con ella, alcanzándola con sus extremidades flameantes.

La enana se rio de él. Ya se había fortalecido con conjuros de resistencia, y cuando la corriente de agua se convirtió en un géiser, el arma que portaba ella probó su eficacia. Ambargrís retrocedió un paso precisamente para tratar de controlar el potente flujo.

También el elemental dio un paso atrás, achicándose ante sus ojos cuando el géiser asaltó su abrasador núcleo, congelándolo y reduciéndolo.

La enana se rio con grandes carcajadas.

—¿Dónde está el primordial? —preguntó Herzgo Alegni.

—Por aquí cerca, seguramente —dijo Glorfathel.

—Tráemelo —le ordenó Alegni.

—Esperemos que no sea demasiado tarde —opinó Effron.

Herzgo Alegni cerró los ojos y abrió la mente, y volvió a oír el susurro de Garra, de la espada que seguía totalmente intacta.

—No lo es —afirmó confiado.

Gracias a los chorros mágicos de los curiosos zarcillos del techo, al resto de los elementales de agua, y a la enana con su eterno decantador de agua, el shadovar aseguró la sala de la forja en un santiamén. No podían detener las explosiones ocasionales de las forjas, ni la aparición de vez en cuando de las bestias de fuego, porque no sabían nada de la subcámara que controlaba el flujo de potencia del primordial.

Encontraron el pequeño pasillo y el pozo del primordial y en un instante allí estaban Herzgo Alegni, Effron y el trío de Cavus Dun. Al igual que todos los que habían entrado en ese lado del pozo, se asomaron al borde, contemplando con sobrecogimiento el remolino de agua y escuchando el estruendo del divino primordial que llegaba de muy abajo.

Sin embargo, otras preocupaciones no les permitieron entretenerse, porque se dieron cuenta de la segunda salida de la habitación, un pequeño túnel que aún resplandecía con vetas y charcos de roja lava.

—Recién abierto —les hizo notar Glorfathel—. Yo diría que es obra del primordial.

—¿Qué ocurrió aquí? —preguntó Alegni—. ¿Hicieron esto los elfos oscuros antes de retirarse?

—Tal vez huyeron debido a esto —supuso Effron—. No podían controlar esta fuerza.

—Pero ¿se llevaron la espada con ellos? —preguntó Glorfathel, pero nadie tenía una respuesta.

—Estableced un perímetro en torno a la sala —ordenó Alegni mientras observaba aquel curioso túnel. Parecía como si una bola de fuego hubiese atravesado la piedra, fundiéndola y desintegrándola a medida que rodaba—. Asegurad los claustros y los pasillos, y elegid los emisarios adecuados para que salgan en busca de estos inesperados elfos oscuros. Concretemos su intento.

¿Vas’negociar con drows? —preguntó Ambargrís con escepticismo.

—Si tienen a Garra, probablemente la devuelvan por un precio —respondió el comandante—. Los drows no quieren la guerra con nosotros.

—Un precio muy alto —opinó la enana.

Alegni la miró con dureza y por un instante casi se dejó llevar por las ganas de golpear a la cabreante enana, pero se calmó y le quitó importancia al asunto. Probablemente, lo que decía era cierto.

—Cruza ese pequeño puente —ordenó Alegni a Afafrenfere—. Asegúrate de que estas son las dos únicas salidas de la sala. Por ahora tomaré posesión de ella y vosotros cuatro os quedaréis conmigo. —Luego se volvió hacia Glorfathel y Effron—. Buscad a otros brujos o hechiceros o a cualquier otro tipo de mago que pueda ayudarnos a asegurar el pozo.

—Asegurarlo ¿cómo? —preguntó Glorfathel—. Ahí abajo hay una bestia que supera todos nuestros poderes, lord Alegni.

—Asegurad el borde —explicó el comandante—. Quiero evitar que nuestros enemigos lancen la espada al pozo.

—En primer lugar, debemos impedir que se acerquen al pozo —insistió el elfo.

—Conozco algunos detectores de conjuros potencialmente útiles contra ese intento pero, desde luego, no podemos asegurarlo tal como tú querrías.

—Entonces envía exploradores a ese túnel —respondió Alegni—. Y nosotros estableceremos aquí nuestro campamento, delante del pozo y del primordial. Déjalos que vengan aquí, que ya nos encargaremos de ellos.

Él tomaría todos los recaudos necesarios, pero Herzgo Alegni dudaba mucho de que sus enemigos lo buscaran en aquel lugar. Se habían unido a esos otros drows, o habían sido capturados por ellos. Probablemente esto último, porque los elfos oscuros habían estado en ese lugar algún tiempo, a juzgar por los indicios que Alegni y sus secuaces habían visto durante sus escaramuzas en los niveles inferiores. La experta construcción y la reparación del pozo de la escalera, derribada a propósito, demostraban por sí solas que Alegni y su fuerza de intervención habían dado con un asentamiento elfo.

Se preguntó si Drizzt, ese singular explorador, habría llegado hasta allí, y no por primera vez. ¿Habría llevado consigo a los otros dos para encontrar refuerzos?

Se volvió hacia la enana porque consideraba que el asunto era de una importancia crucial, dado que ella había insistido en que tal vez no fuera ese el caso. Ambargrís aseguraba conocer a Drizzt, en realidad una parte de su historia, porque él se había instalado en una ciudadela enana cercana al lugar donde ella había nacido. Drizzt no era muy propenso a relacionarse voluntariamente con otros de su raza, le había asegurado ella a Alegni. Era un solitario, un marginado, y su cabeza sería un trofeo incluso mayor que Garra a los ojos de los seguidores de la Reina Araña.

En ese caso, era probable que los elfos oscuros y no Drizzt y sus dos acompañantes tuvieran ahora la espada, y posiblemente tuvieran también a los tres que perseguía Alegni, vivos o muertos.

Tenía la esperanza de que no fuera así, y de poder negociar tanto la devolución de la espada como la de los tres prisioneros vivos. Él quería más que eso. Deseaba una confrontación armada.

Quería vengarse del traidor Barrabus, y sobre todo, deseaba derrotar a Dahlia una vez más, tenerla a su merced, maltrecha y aterrorizada.

Oh, pagaría gustosamente por eso, fantaseó, y miró a Effron al mismo tiempo, concretando su odio.

Drizzt, Dahlia, y Entreri avanzaban en silencio y con la máxima precaución, pero a buena velocidad, porque el tiempo corría en su contra y lo sabían. Los shadovar habían entrado en la sala de la forja, y los sombríos también controlaban el pequeño túnel que conducía a la habitación del primordial, y era una fuerza a la que los tres no podían enfrentarse para abrirse camino.

Tal vez los menzoberranios volverían para luchar con los shadovar, o tal vez no.

Para Drizzt, ese punto era casi irrelevante, en cualquier caso. Por el momento habían engañado a los elfos oscuros, pero se temía que no duraría mucho. ¿Y qué les podría ocurrir a sus compañeros y a él si esos elfos oscuros se enteraban de su verdadera identidad?

Según creía Drizzt, podían seguir el pasillo que rodeaba la sala de la forja y ver si había un modo de colarse dentro y acabar de una vez con la espada. No le parecía probable, porque si bien era cierto que no había explorado totalmente la zona la última vez que había estado allí, estaba bastante seguro de que no había ningún túnel secreto que se les hubiera pasado por alto a él y a los enanos del Valle del Viento Helado.

¿Qué hacer entonces?

Se alejarían de allí, y a toda velocidad. Entreri tendría que esperar por su libertad de la Garra de Charon. Tal vez se dirigirían a Aguas Profundas para encontrar mejores guardianes para el arma. Quizá hallarían otra manera de deshacerse de ella; puede que tuvieran que llevar fuera de la Costa de la Espada un barco mercante y hundirlo en el frío océano. O más bien abandonar ese lugar y volver pasado algún tiempo para hacer un segundo intento con el primordial, aunque, a la vista de la llegada de una fuerza drow, y ahora la incursión de los shadovar en Gauntlgrym, Drizzt no veía de qué modo podría ocurrir sin que un ejército marchase contra ellos.

El explorador apartó todo eso de su cabeza. Tenía que centrarse en la situación presente si quería que los tres sobrevivieran.

Esa situación cambió de pronto cuando Drizzt dobló una esquina difuminada por el vapor y se encontró con la intersección de un túnel que se prolongaba a derecha e izquierda. Se detuvo y miró en ambas direcciones, tratando de encontrarle sentido, porque no se trataba de un pasillo común y corriente ni estaba construido de manera habitual ni tampoco era muy antiguo.

Dahlia y Entreri miraron a Drizzt, y ambos parecían igualmente perdidos cuando observaron el interior del túnel veteado de rojo, que parecía como si acabaran de fundirlo atravesando la piedra.

—¿Podría ser obra de la bestia? —preguntó Dahlia.

—Se trata de alguna poderosa magia, y de algo de fuego —respondió Entreri.

—¿Una pequeña erupción secundaria? —preguntó Drizzt, porque notó la presencia de lava entre la piedra más oscura. Un tachón anaranjado resplandecía con mucho brillo no lejos de allí, y cuando los tres miraron en esa dirección, se tornó negro.

—Vaya, un golpe de suerte —dijo Entreri, y giró a la derecha, que parecía la dirección lógica que los conduciría hasta el primordial.

Sin embargo, Drizzt lo sujetó por un hombro casi de inmediato, y tiró de él hacia atrás.

—El suelo podría no ser firme ni seguro. Déjame ir delante. Mi espada me protegerá si mis pies atraviesan una placa helada o se hunden en la lava fundida. —Imprimió a Muerte de Hielo una rotación con la muñeca y hundió la hoja en la lava circundante, que se enfrió al instante cuando el hierro de escarcha le robó su energía calorífica.

—En la otra dirección —susurró Dahlia detrás de ellos, y ambos se dieron la vuelta imaginando que la elfa había perdido su sentido de la orientación en los túneles oscuros.

Pero Dahlia no se estaba refiriendo a la ruta hacia la habitación del primordial sino que los estaba avisando de que había movimiento en la otra dirección. Del fondo del túnel llegó un relámpago de luz. Parecía como si la abrasadora criatura que estaba excavando el túnel hubiera cambiado de dirección bruscamente hacia el lado contrario para anunciar su presencia.

Drizzt desenvainó a Centella, pero siguió empuñando a Muerte de Hielo como al principio, tanteando a su alrededor para encontrar el suelo más seguro para sus amigos que lo seguían. Más de una vez uno de sus pies rompió la fina placa y tocó la lava todavía ardiente, pero Muerte de Hielo lo protegió y Drizzt corrigió rápidamente el rumbo para orientar a sus compañeros, más desprotegidos.

Temía que estuvieran perdiendo mucho tiempo, y estuvo a punto de decir a sus compañeros que debían volver al cruce y esperar allí a que él explorase los movimientos que se habían producido en el túnel.

A punto estuvo.

Reanudó el avance mientras el pasillo se inclinaba ligeramente hacia la derecha, luego aflojó la marcha cuando se reequilibró hacia la izquierda, y vio al tunelador, un monstruo ardiente que daba la impresión de que algún mago hubiera conjurado a un elemental de fuego y tierra en el mismo punto, uniéndolos en un monstruo fundido. Y allí estaba el mago, un drow, siguiendo el avance de la bestia.

Drizzt puso una flecha en Taulmaril, inseguro todavía de cómo actuar.

Dahlia y Entreri se colocaron a su lado.

—Ve en la otra dirección —le susurró Entreri.

—¿Bregan D’aerthe? —susurró a su vez Drizzt.

Quizá habían encontrado a un poderoso aliado, o al menos a alguien que los podía informar mejor del camino que tenían por delante.

Drizzt se alejó de la pared y emitió un silbido corto.

El drow se detuvo y se dio la vuelta, y Drizzt levantó la mano y la agitó en señal de buena voluntad. Pero para su sorpresa, el mago dio un grito y se cayó, luego empezó a hacer señales frenéticamente a su compañero elemental para que se diera la vuelta y atacara.

—¡Bregan D’aerthe! —gritó Drizzt, pero no pareció surtir ningún efecto.

—Fantástico —aplaudió Entreri.

Drizzt gruñó ante esa manifestación de cinismo y salió de allí, luego retrocedió y lanzó una flecha relampagueante contra el pecho del monstruo que avanzaba hacia ellos. La criatura trastabilló ligeramente, pero luego siguió adelante. Drizzt disparó otra vez, y otra, pero no tenía ni la menor idea de si estas flechas encantadas le hacían mucho efecto a esta abrasadora bestia de piedra.

—Corre —urgió Entreri.

Pero Drizzt no lo hizo. Mantuvo su ofensiva de flechazos, y cuando oyó al mago detrás de la bestia iniciando la salmodia de un conjuro, varió el ángulo de su arco y empezó a lanzar flechas sobre las paredes laterales.

Detrás del elemental surgió una línea de fuego que atravesó directamente a la bestia, y llegó hasta los pies de Drizzt y sus compañeros.

—¡Corre! —gritó Entreri desesperadamente desde atrás, y esta vez Drizzt le hizo caso al asesino, pero no fue en la dirección que Entreri pensaba. Con Muerte de Hielo en la mano además de sostener el arco, confiando en la magia de la escarcha para protegerse de la masa del fuego y para reducir las llamas a su paso, Drizzt cargó por el bien de sus compañeros. Lanzó otra flecha dirigida a la cara del elemental, tratando de cegarlo o de distraerlo, luego tiró el arco y el carcaj en la dirección de Entreri y Dahlia. En el mismo movimiento, desenvainó la segunda cimitarra, y salió a toda velocidad, salvando la distancia rápidamente y, en el último instante, giró a la derecha en dirección a la pared y se pegó para trepar y pasar del otro lado de la bestia.

La criatura se balanceó para alcanzarlo con una pesada y ardiente extremidad, y Muerte de Hielo soltó un mandoble y le arrancó un gran trozo, y no precisamente con su fino filo de diamante, sino con su magia, su odio encantado hacia las criaturas de fuego. El elemental lanzó un bramido, como el roce de los cantos rodados contra otros cantos rodados, y dio unos pasos vacilantes alrededor cuando la poderosa cimitarra se apoderó de la esencia misma de su vida, y Drizzt tuvo que resistirse al deseo de cargar más de cerca y volver a golpear una y otra vez hasta derribar al elemental.

Sin embargo se contuvo, y siguió utilizando el muro de fuego para ocultar sus movimientos, y presentarse de repente ante el mago. Avanzó desde el final del fuego a pocos pasos del drow, que chilló sorprendido y levantó las manos. Se tocó los pulgares, y desplegó un abanico de fuego.

Muerte de Hielo también minimizó esto. Esos fuegos alcanzaron a Drizzt, pero no le hicieron daño alguno, ni tampoco frenaron su marcha, de modo que los sobrepasó aunque el mago lo esquivó. Estaba demasiado cerca para ensartarlo o herirlo de manera contundente, pero le lanzó un puñetazo con la izquierda y el pomo de Centella se estrelló en la cara del mago y lo hizo tambalearse hacia atrás. Hizo lo imposible para mantener el equilibrio cuando Drizzt se abalanzó sobre él, y sin duda podría haberlo rematado en ese instante, porque resultaba evidente que el mago no estaba dispuesto a que un enemigo eludiera tan rápidamente a su poderosa mascota.

Drizzt se pegó a él, para impedirle cualquier intento de formulación de conjuros somáticos. El mago volvió a desplegar un abanico de fuego contra él. Drizzt se dio cuenta de que el drow se concentraba en un curioso anillo al hacerlo, y una vez más la cimitarra de Drizzt minimizó los efectos. Se acercó más y le soltó al drow una lluvia de golpes en la cabeza y el pecho con los pomos de sus espadas.

Sabía que debía hacerlo con rapidez y atacó con toda la furia, esperando que el monstruo elemental atacara desde atrás.

—¡Corre! —le dijo Entreri a Dahlia, y la agarró fuertemente cuando ella trataba de seguir a Drizzt—. ¡Corre!

—¡No! —gritó ella, luego ambos saltaron cuando el arco y el carcaj rebotaron y cayeron en la menguante línea de fuego que tenían ante ellos.

—¡Cógelos! —ordenó Dahlia.

—¡No soy arquero!

El elemental emitió un bramido de terremoto y se agitó, luego cargó contra ellos.

—¡Cógelo! —volvió a ordenar Dahlia a gritos, sacando su largo bastón al frente—. ¡Sólo tienes que disparar!

Soltando una sarta de maldiciones, Entreri echó mano del arco, cogió una flecha del carcaj, y se la lanzó al amenazador monstruo. La flecha apenas inició el vuelo cuando el bastón mágico de Dahlia se la tragó.

—¡¿Qué estás haciendo?! —le preguntó a gritos Entreri.

—¡Tú dispara! —le volvió a gritar ella apretando los dientes.

Por fin lo hizo, y lo repitió, y la Púa de Kozah se tragó la flecha, y en torno al bastón metálico danzaron los arcos de magia relampagueante, despidiendo descargas en las manos de Dahlia mientras ella lo sostenía obstinadamente. Salió disparada hacia adelante y clavó la punta del bastón en el abrasador monstruo atacante que, alcanzado por un gran chispazo de energía relampagueante, dio un paso atrás.

Otra de las flechas casi alcanzó a la bestia, pero el bastón de Dahlia la fagocitó en el último instante.

Ella atacó de nuevo con un golpe no tan fuerte pero suficiente para hacer perder el equilibrio al monstruo.

Los dos compañeros actuaban de manera coordinada. Entreri lanzaba flechas al aire y el arma de Dahlia las absorbía y reorientaba la magia contra el elemental con golpes brutales y amplificados. Cada uno de ellos iba acompañado de una lluvia de fragmentos de piedra y explosiones flamígeras mientras la guerrera elfa iba eliminando la forma mágica del elemental. Dahlia nunca había necesitado tanto ese alcance ampliado, porque tenía que mantenerse fuera del radio de aquellos explosivos brazos de roca y fuego.

Tenía que lograr la perfección en su danza y en sus golpes.

Pero el letal monstruo seguía avanzando hacia ella, y Dahlia y Entreri tuvieron que ceder terreno.

Drizzt había conseguido una gran ventaja con su desesperado ataque, porque había cogido por sorpresa al mago, y tenía experiencia suficiente con los echadores de conjuros como para saber que tenía que coronar esa ventaja con una victoria rápida.

El mago agitó brazos y piernas, tratando de bloquearlo, pero los golpes le cayeron enseguida y desde demasiados ángulos. Uno de ellos fue directamente al cráneo del mago, que cayó hacia atrás contra la pared, moviendo los brazos para protegerse.

Drizzt se dio cuenta de que estaba invocando otra vez al anillo, y ahí entró en acción Muerte de Hielo, que cortó aquella mano por la mitad haciendo que los dedos saliesen volando. El mago lanzó un aullido y se desmoronó, y Drizzt empezó a dar vueltas a su alrededor golpeándolo repetidamente en la sien hasta acabar derribándolo al suelo.

El explorador giró en el sentido contrario, en el momento preciso para ver el fogonazo y oír el trueno una vez más cuando Dahlia golpeó a la bestia y la Púa de Kozah descargó su energía relampagueante. Echó a correr pero se detuvo a los pocos pasos, porque allí, delante de él, estaba el trozo amputado de la mano, cuatro dedos intactos y un anillo de rubí en uno de ellos. Pensativo, el drow se agachó y cogió el anillo, y sin pensarlo dos veces lo deslizó en su propio dedo.

Se notó raro. El anillo cantó para él como si se hubiera puesto de acuerdo con su cimitarra… pero había algo más.

Drizzt se tambaleó bajo el peso de aquella carga mágica. Su mirada se volvió borrosa como si de repente estuviera viendo el mundo a través de una bruma de fuego.

Y en su mente, oyó la confusión del elemental, su rabia, su deseo de destruir y consumir, y un sentimiento de odio especial… hacia él.

—¡Sigue disparando! —pidió Dahlia, y Entreri lo hizo, y cada nuevo proyectil que lanzaba lo tragaba el bastón mágico. Ella siguió lanzando acometidas con él porque no tenía otra alternativa, de lo contrario la energía mágica la despediría hacia un lado.

El bastón se comió una flecha, luego una segunda mientras azuzaba a la bestia.

Pero la criatura se dio la vuelta y echó a correr.

El bastón se comió una tercera flecha. Dahlia trató de avisar a Entreri que parara, pero la energía relampagueante le mantenía la mandíbula tan apretada que no podía hablar.

El bastón tragó una cuarta.

Y una quinta.

Dahlia tuvo que soltarlo violentamente y liberar la descarga, pero la bestia se alejaba. ¡Iba a atacar a Drizzt!

Dahlia lanzó la Púa de Kozah como si fuera una lanza. El bastón golpeó al elemental con una tremenda explosión que se oyó en todo el pasillo con tal potencia que levantó a Dahlia por los aires para luego dejarla caer al suelo, donde dio un traspié.

Y el elemental se inclinó hacia atrás y se lanzó a la carga sin que se le notara que estuviera herido.

—Por todos los dioses —murmuró Entreri, pensando que seguramente él y Dahlia estaban condenados. Tensó a Taulmaril y se dispuso a realizar un último disparo, un último, desesperado y furioso acto de desafío.

Y vio una forma en el aire detrás del elemental: un explorador saltarín que volaba detrás de él, con una cimitarra asida con las dos manos, muy por encima de su cabeza.

Drizzt se lanzó contra la bestia, hundiéndole Muerte de Hielo en la espalda, y la mágica espada que odiaba el fuego alcanzó el ser esencial de la criatura, la mismísima energía mágica que le daba forma.

Como trastabillaba y giraba en derredor, Drizzt tenía que sujetarse a la desesperada, mientras sus piernas flotaban libremente.

Pero lo consiguió, y Muerte de Hielo lo festejó.

El elemental empezó a dar vueltas y a retorcerse frenéticamente.

Y luego murió y se fue encogiendo sobre sí mismo, dejando un montón de rocas y lava humeantes en medio del pasillo.

—Vaya, eso sí que ha sido divertido —dijo Dahlia cuando Drizzt salió de entre los escombros y retrocedió vacilante un par de pasos.