22. EL DIOS DEL FUEGO

Brack’thal respiró aliviado de que su conjuro de invisibilidad durara lo suficiente para poder atravesar el estrecho túnel que partía de la sala de la forja y comunicaba con la cámara del primordial. Creía que había perdido a su mascota elemental cuando la envió pasillo abajo detrás de algunos shadovar, aunque él no los había visto. Sin ella, el mago drow se sentía realmente desnudo.

Por eso se había deslizado silenciosamente hasta la sala de la forja, y habría pasado gracias a su invisibilidad, pero para su consternación no había encontrado rendijas ni pequeñas y feroces criaturas corriendo de un lado para otro. La forja que aún no había sido reparada había sido clausurada.

Y lo que era peor, mientras deambulaba por allí como invisible, Brack’thal sorprendió a Tiago Baenre diciéndole a su amigo herrero que todos los drows se retirarían de la forja y entrarían en los túneles más profundos a la vista del avance de los netherilianos.

Iban a rendir esa sala y al primordial, y Brack’thal no podía permitirlo.

Esta era la fuente de su poder. Mediante su anillo de rubí, el mago sintió que los murmullos primarios de la magia antigua resonaban con fuerza en su interior. No era una sensación que quisiera dejar escapar.

Se detuvo al borde del profundo pozo, y maldijo a los elementales del agua que hacían remolinos a los lados, reteniendo a esta criatura divina de poder tan fantástico. No podía deshacerse de esos elementales del agua.

Su magia no podía tocarlos de ninguna manera efectiva. Debido a su afinidad con el Plano de Fuego, esas criaturas del Plano del Agua estaban todavía fuera de su influencia, y, peor aún, eran sus enemigos más peligrosos.

Brack’thal podía oír a la bestia en las profundidades. Sus murmullos revoloteaban por su mente, prometiéndole todo lo que había perdido y más. Había sido magnífico en los túneles luchando contra los corbis y los enanos sombríos, formidable en su trabajo en el pozo de la escalera, y magnífico en sus relaciones con su desdichado hermano pequeño. Todo ello gracias a ese primordial divino.

El viejo mago drow escuchó claramente la llamada. El primordial quería que lo liberara. Pero Ravel y su banda habían asegurado oportunamente los mecanismos sólo para liberaciones controladas, permitiendo que una porción del primordial ardiera en las forjas. Las antiguas trampas mantendrían a la bestia bajo control.

El primordial quería liberarse. Brack’thal podía oír ese lamento con toda claridad.

Y en esa liberación, sólo Brack’thal entre su gente conseguiría algún provecho, sobrepasaría en poder a Ravel.

Brack’thal cruzó el puente de tallos de hongos hasta la antesala y se situó ante la palanca. Pensaba que esa era la llave, y si tiraba de ella, el primordial quedaría libre. En un nivel emocional más pragmático, el mago comprendió sin duda alguna el peligro que representaba ese escenario. ¿Podría sobrevivir él y librarse del cataclismo que seguramente sobrevendría? La voz que le llegaba a través del anillo le decía que confiara, y de pronto se encontró buscando la palanca.

Pero su mano no llegó a alcanzarla porque entonces se le vinieron a la cabeza una multitud de imágenes que sabía que le estaba enviando el primordial. Vio un trono resplandeciente cuajado de piedras preciosas, un trono enano para reyes enanos.

Sólo un enano podía accionar esa palanca, así lo comprendió Brack’thal en ese momento, y sólo uno de ellos podía sentarse en aquel trono. Este era un típico mecanismo de seguridad para los enanos, igual que lo era para los drows, porque ambas razas habían elevado a la suya por encima de las demás. Sólo un enano Delzoun podía accionar esa palanca, y sólo uno se iba a sentar en aquel trono fuertemente encantado, es decir, sólo uno de ascendencia real.

Con un gruñido, Brack’thal empuñó la palanca y empezó a tirar de ella. Como no se movía, el mago se colocó detrás de ella y apoyó el hombro empujando con todas sus fuerzas. Como seguía sin moverse, Brack’thal pronunció un conjuro de fuerza sobre sí mismo y consiguió que sus brazos se rellenaran con músculos mágicos.

Podría haber tratado de mover una montaña.

Instantes después, el mago se detuvo al borde del pozo después de cruzar de nuevo el puente, pero dejó de mirar hacia el primordial, centrándose de nuevo en el estrecho sendero que lo había conducido hasta allí. Su ojo mental estaba observando también más allá de ese pasillo una forja que en realidad no era una forja.

Tal vez hubiera otro modo.

Los ojos de Tiago Baenre brillaban por las agitadas reflexiones y la clara intriga que lo invadían al observar los extraños objetos contenidos en la bandeja que Gol’fanin tenía ante sí.

Se fijó primero en la delicada y estrecha hoja de la espada que parecía tanto un producto mágico como de naturaleza metálica, plateada pero casi traslúcida, y con diminutos puntos de luz cuyo resplandor se reflejaba en él.

—Polvo de diamantes —susurró.

—Mezclado con el cristalacer —confirmó Go’fanin—. Ambas creaciones se amalgaman con el material, dando al metal su dureza y su filo. No llegarás a romper esta espada ni a mellar su mortal filo, y ese escudo rechazará el garrote de un gigante de la montaña.

—Soberbia —suspiró Tiago, y su mirada se desplazó hacia el extremo de la espada, hasta la inacabada empuñadura, el galluelo y el guardamano, y realmente Tiago no había visto nunca nada semejante, una jaula cónica de metal negro entrecruzado como la tela de una araña y que se abría en abanico a partir de la hoja para cubrir la mano del portador.

—Estaría de acuerdo si esa fuera la medida de su potencia —respondió el herrero, y estaba sonriendo solapadamente cuando Tiago lo miró.

—¿Qué potencia? —preguntó Tiago, señalando el aparentemente delicado galluelo de la espada.

—La suficiente para bloquear el golpe de la maza de un gigante —aseguró Gol’fanin—. Y para rechazar una cantidad considerable de energía mágica que se interponga en tu camino. Un rayo relampagueante que golpee la espada se disipará en una lluvia de inofensivas chispas cuando atraviese ese galluelo. Incluso si uno cae cerca de la espada, gracias a esa protección se puede desviar con suma facilidad esa magia.

Tiago estuvo a punto de tener un ataque de risa tonta en ese instante. Él sabía que todas aquellas serían aplicaciones excepcionales, pero ahora que las acababa de ver en persona, se le estaba empezando a revelar la amplitud de su magnificencia.

Desde el lado donde estaban la espada y el escudo miró hacia la bandeja, donde la empuñadura de la espada así como el cubremano correspondiente y los gavilanes esperaban la mano experta del herrero. También estas piezas eran negras y brillaban como el ónice pulido. Ambas estaban configuradas como una araña, con sus patas apretadamente retraídas, creando canales para asegurar mejor los dedos.

Gol’fanin levantó la empuñadura de la espada y se la ofreció a Tiago, que la aferró como si la hoja ya estuviera adherida a ella. ¡Nunca había sentido una empuñadura tan segura en una espada! Tenía la impresión de que la empuñadura también se asía a su mano, contribuyendo a asegurar el agarre. Levantó la pieza para mirarla más de cerca, maravillándose ante los finos detalles, porque efectivamente parecía la perfecta copia de una hermosa araña, donde el pomo semejaba la cabeza del arácnido y combinaba con un par de pálidas esmeraldas a modo de ojillos de araña. Las otras dos arañas del escudo eran idénticas, salvo por el detalle de que los ojos eran zafiros azules.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó el impaciente y joven guerrero.

—Todavía queda mucho por hacer —respondió Gol’fanin, y recobró el puño para depositarlo delicadamente sobre la bandeja—. Faltan más encantamientos y más endurecimiento, y luego tengo que unir debidamente la empuñadura.

—¿Cuánto tiempo? —volvió a preguntar Tiago con más insistencia.

—Otros diez días.

El guerrero Baenre se desmoralizó con esa noticia. Diez días si permanecían en la fragua, pero eso no iba a ocurrir.

—¿Podrías terminar tu trabajo en Menzoberranzan? —tuvo que preguntar Tiago.

Gol’fanin lo miró con incredulidad, completamente aterrorizado, y esa era toda la respuesta que el joven Baenre necesitaba. Miró de reojo hacia la salida principal de la sala, tratando de concretar algunos planes defensivos para asegurar y retener esta habitación en particular con el fin de convencer a los Xorlarrin de que se quedaran.

Pero sabía que era un empeño inútil. La sala estaba demasiado abierta, lo cual favorecería a sus enemigos si conseguían entrar. Las pérdidas serían demasiado grandes para la expedición drow, incluso si finalmente conseguían mantener la forja.

Tiago volvió a mirar las piezas, la espada y el escudo que lo convertirían en la envidia de todos los maestros de armas de Menzoberranzan. Las herramientas que infundirían el terror en el corazón de Andzrel, el farsante que ocupaba ese codiciado puesto dentro de la jerarquía de la Casa Baenre. Tiago lo reemplazaría. Con estas armas en la mano desplazaría a Andzrel y se haría con el lugar que legítimamente le correspondía.

Pero todavía no.

Gol’fanin le sonrió y cogió la empuñadura, y sin dejar de sonreír la acercó a la hoja de la espada.

Brack’thal no pudo empezar a arreglar las muchas válvulas ni bloquear los pernos y las tuberías que cubrían la pequeña habitación que se encontraba bajo la forja falsa.

—La estupidez de los enanos —murmuró, tratando de seguir esta o aquella línea, intentando imaginarse qué conducción podría llevarlo al horno que habían clausurado porque los goblins no habían reparado aún la alimentación.

Se acercó a una pared de la que emergía de la piedra una multitud de tubos, que le hizo pensar en un gran órgano apoyado de lado. ¿Qué forja en línea era la clausurada?, se preguntó.

—¿Qué forja?

El mago trató de visualizar la habitación que tenía encima, para poder retroceder mentalmente hasta la forja estropeada… ¿o debería ir hacia adelante?

No sabía si era la tubería superior o la inferior la que conectaba a la siguiente forja en línea. ¡Ni siquiera podía recordar por qué forja concreta de la línea había subido para llegar allí!

—La instrucción —dijo, desesperándose cada vez más, y encontró algo escrito, escritura antigua enana. Él no podía ni soñar con descifrarla, pero había conjuros para eso.

Brack’thal dio un paso atrás y respiró profundamente, tratando de recordar el conjuro para la comprensión de esas lenguas. Unos instantes después, soltó un gemido al comprobar que ese día no había memorizado ese conjuro concreto, ni tampoco tenía consigo ninguno de los manuscritos que poseía.

—Por los dioses —juró el frustrado mago, y golpeó la tubería con la mano en el colmo de la exasperación.

Y el fuego que contenía la tubería empezó a hablarle.

Él mantuvo la mano en esa posición, mientras observaba el anillo de rubí, su conexión con el Plano de Fuego, y con el divino primordial que estaba en el pozo cercano. Se dio cuenta de que no necesitaba entender el lenguaje antiguo enano y por lo tanto tampoco era necesario contar las tuberías. Porque la divina bestia entendía el diseño, sus ardientes zarcillos iban recorriendo el camino a través del laberinto. Ora le hablaba a Brack’thal ora le mostraba los controles, las válvulas, los tapones… el tapón que sellaba la forja estropeada.

El mago lo vio todo, y con mucha claridad, todos los canales y controles, todas las válvulas para amortiguar la corriente de pura potencia abrasadora. ¡Iba de un lado para otro, abriendo del todo aquellas válvulas, liberando a la bestia!

Brack’thal estaba tan aturdido con el poder, que cantaba y danzaba, y reía mientras giraba las válvulas. Podía sentir cómo la energía aumentaba a su alrededor, el grito primario de un dios primario.

Las tuberías sonaban con estruendo como si dentro de ellas hubiera diminutos gnomos blandiendo martillos de metal. Las válvulas chirriaban y silbaban protestando por la gran cantidad de energía que presionaba sus enormes mecanismos de tornillo. Y el estruendoso rugido de las llamas le sonaba a Brack’thal como un canto a la grandeza que había alcanzado la magia antes de la Plaga de Conjuros. Pura magia. Magia sin mácula. Poder.

Las tuberías resplandecían con furia y su metal azulado se estaba volviendo anaranjado, pero Brack’thal no apartó las manos de ellas. De no haber llevado puesto el anillo, la piel de los dedos y las palmas se le habría derretido y habría goteado hasta el suelo como plomo fundido.

Pero este dios bestial no le haría daño. El mago lo comprendió y pudo confiar en el poder más antiguo.

Sintió que la energía iba en aumento. En lo más profundo de los canales, del otro lado de la pared, empezó a oírse cada vez con más intensidad un gran rugido, preternatural, como el grito de un mundo que estuviera naciendo en llamas.

—Tómatelo con calma —le aconsejó Gol’fanin—. Aún no está debidamente consolidada.

Cuando levantó la cimitarra, Tiago Baenre apenas oyó al herrero. El guardamano era holgado pero el puño era soberbio y por más que aún no estaba debidamente consolidada, Tiago podía sentir su perfecto equilibrio, perfecto porque le parecía que no había hoja adherida a la empuñadura. Pudo ver las líneas traslúcidas de la resplandeciente cimitarra, las chispas del polvo de diamante, pero si cerraba los ojos su mente le decía que estaba sosteniendo sólo una empuñadura de metal y nada más. Con un ligero giro de la muñeca, la hoja modificó su ángulo, despidiendo un resplandor plateado, y fue necesaria toda la disciplina que Tiago pudo desplegar para que dejara de girar en redondo, lo cual probablemente habría provocado la separación de la hoja de la empuñadura para volar por la habitación.

—¿Con qué encantamientos contará? —preguntó.

—Habrá que esperar a verlo —respondió el herrero—. Se las infundirá el djinni.

—¡Tienes que saber algo más que eso!

Vidrinath —dijo Gol’fanin, señalando con un gesto al arma que Tiago tenía en la mano, la de los ojos esmeralda—. Orbbcress —indicó, mirando al escudo.

Tiago giró a Vidrinath con un movimiento rápido de la muñeca y pronunció su nombre, la palabra drow que designaba las canciones que las sacerdotisas cantaban a los jóvenes estudiantes de la Academia cuando iban a su ensoñación. Entonces comprendió el poder de esta espada, tan parecido al de los virotes de la ballesta de mano, y repitió una vez más su nombre, «Canción de cuna». Y para el escudo «Telaraña».

Calculó el potencial y dejó que su mente deambulara por los vericuetos que insinuaban esos nombres especiales, que él sabía que no habían sido elegidos al azar.

—Dime más —instó a Gol’fanin, o empezó a hacerlo, porque sus palabras se perdieron en el estruendo que procedía de las profundidades de la rocosa caverna, y en una cacofonía de agudos sonidos metálicos entrecortados.

Tiago miró con curiosidad al herrero, que se limitó a encogerse de hombros. Ambos volvieron a la forja principal. En el interior del horno, las llamas se agitaban enloquecidas, formando caras iracundas que les escupían chispas.

Por un instante, el joven Baenre se preguntó si esto era de esperar, pero la expresión de Gol’fanin lo disuadió de semejante idea.

—¿Qué es esto? —preguntó.

Media docena de estructuras a su izquierda servían de asiento a la ennegrecida forja, la de la última avería que aún no había sido reparada ni encendida, y de cuyo horno llegó una tremenda explosión. De repente, desbordó de fuego, hasta tal punto que sus piedras emitieron un rabioso brillo anaranjado. Otros elfos oscuros gritaron alarmados, los goblins acabaron en el suelo, unos sobre otros. Tiago y Gol’fanin se acurrucaron detrás de la forja principal para protegerse.

La forja inutilizada explotó y una gigantesca bola de fuego recorrió toda la caverna. Del derrumbe de la misma salieron disparados chorros de lava y lenguas de fuego. Entre los escombros, donde antes estaba al horno, brotaba un poderoso fuego elemental, que rugía y crepitaba y estiraba hacia todos lados sus brazos como antorchas.

Otras forjas, demasiado llenas de combustible primordial, empezaron a vomitar, arrojando chorros de llamas incandescentes, y de esas llamas saltaban elementales más pequeños, que se disparaban frenéticamente en todas direcciones, haciendo huir a los goblins y mordiéndolos, derribándolos y acosándolos, incendiando sus ropas y sus cabellos, marchitando su pálida piel verde.

Tiago no podía hacerse oír a causa de los gritos mezclados con el rugido de las llamas y del permanente y ronco estruendo que provenía del interior de las piedras, todo lo cual sonaba como una alocada sinfonía.

Con todo siguió gritando:

—¡Fuera! ¡Fuera! —convencido de que la habitación estaba perdida, y la pelea terminada antes de que hubiera empezado. No podían hacer nada ante la fuerza esencial del primordial.

Nada excepto arder.

De la forja principal se les vino encima un aluvión de fuego y lava que lanzó de lado las bandejas, el escudo inacabado, y todo lo demás: las herramientas, el portapergaminos y la botella djinni.

El horror asomó a los ojos de Tiago, abiertos de par en par, y dio unos pasos hacia adelante.

Orbbcress —dijo en voz muy queda como si estuviera nombrando a su hijo.

Gol’fanin trató de retenerlo, pero él se desasió y corrió hacia las llamas, ignorando el calor y el escozor de las quemaduras. No quería perder esos objetos, aun a costa de su vida.

Salió de la subcámara impávido ante la tormenta de fuego que estaba engullendo la sala de la forja. Cascadas de llamas lo envolvían todo, los elementales saltaban en distintas direcciones y consumían la carne de los goblins y de los drows que no habían podido huir de la conflagración.

Brack’thal no prestó atención. Estaba rodeado por un intenso olor a carne quemada, pero eso sólo significaba que su dios bestial estaba festejando ese día como era debido. Además, oía la canción de los elementales, que cantaban su libertad y lo llamaban a él, que los había liberado.

Se imaginaba a sí mismo como el Elegido de ese primordial. ¿Tendrían aquellos dioses bestiales ese tipo de secuaces? Él podría ser el primero, un ser de enorme poder, con libre disposición del mortal fuego, incluso listo para aniquilar a sus enemigos.

O para derretir a su hermano.

Atravesó la habitación, enfilando el pequeño túnel que conducía hasta el pozo del primordial. Entonces le pareció que lo estaba llamando, probablemente para felicitarlo.

Brack’thal aflojó la marcha cuando volvió a oírse la potente voz del primordial, haciendo resonar toda la sala con su poder elemental.

La forja de Gauntlgrym no era sólo un artefacto de los enanos ni un simple mecanismo de relojería formado por palancas, pernos, válvulas y tuberías. Era un constructo mágico, lleno de energía tan antigua como la legendaria Torre de Huéspedes del Arcano de Luskan. Y como tal y dado su papel de contención de una bestia de la naturaleza de un primordial de fuego, había sido cuidadosamente preparado para hacer frente a contingencias mágicas.

Brack’thal cruzó otra vez el túnel a paso muy rápido primero, luego al trote y, finalmente, a la carrera. Sin embargo, antes de llegar a la entrada sus fosas nasales se inundaron de un nuevo olor, salado y picante.

—¿Agua salobre? —preguntó, desconcertado.

Miró hacia arriba, hacia la esquina donde la pared se encuentra con el techo, y observó aquellos curiosos zarcillos verdes como raíces que recorrían como si fueran venas todo el complejo de la planta inferior. Pequeños nudos, como diminutos corchos afloraron en un millar de lugares a la vez, y toda la sala fue rociada con agua como si estuviera lloviendo. Agua salada. Brack’thal no sabía cómo solucionarlo, porque no entendía que aquellos zarcillos iban hasta el puerto de la lejana Luskan, en las oscuras y heladas aguas de la Costa de la Espada.

Los elementales de fuego rugían y se batían en retirada, alcanzando a lanzar llamaradas a los zarcillos, y su furia era tan grande y tan esencial que a Brack’thal le pareció que podrían salir vencedores contra la ingeniosa irrigación.

Pero de nuevo se oyó un estrepitoso ruido procedente de la habitación del primordial. Sabedor de que no era su dios bestial el que hablaba, reconociendo que el sonido era de mal agüero, el mago recorrió otra vez el pequeño pasadizo abovedado.

Dio un grito y cayó de espaldas cuando el río se precipitó por ese corredor, inundando la habitación de la forja. Y no era un río normal, porque según se expandió por la habitación surgieron de él gigantescas formas humanoides que cargaron contra los elementales de fuego. Los elementales de agua atacaron sin miedo a sus enemigos, aplastando a las pequeñas y feroces chinches de un pisotón.

Brack’thal vio como un enorme elemental de agua se enfrentaba a una gigantesca bestia de fuego. Sin miedo y sin la menor vacilación, la bestia de agua se lanzó sobre la criatura de fuego, que rugía su protesta. Brack’thal sintió claramente su agonía.

Un tremendo estallido de vapor los hizo desaparecer a ambos, y los dos cuerpos se mezclaron con espantosas consecuencias. Sobre todo para el elemental de fuego, según comprobó el mago. La fusión generó vapor, y de este surgió de nuevo la magia del Plano del Agua.

Brack’thal gritó y se lanzó contra la pared que estaba justamente al lado del pasadizo abovedado. Aparecieron cada vez más bestias de agua, chorreando agua, chapoteando y lanzándose al fuego.

Finalmente, amainó. La batalla se libraba en toda la sala de la forja, y Brack’thal volvió a oír la voz de su dios bestial, pero esta vez era un grito de dolor.

El mago entró en el corredor e irrumpió en la cámara que estaba al final, justo al lado del pozo del primordial.

Se dio cuenta inmediatamente de que el remolino de agua que giraba en torno a aquel profundo pozo había disminuido considerablemente, y volvió a mirar hacia la sala de la forja, comprendiendo entonces que muchos de los elementales que anteriormente retenían al primordial habían acudido para responder al gran desafío.

El agua goteaba desde el techo, precipitándose dentro del pozo, y el vapor oscurecía la visión del mago.

—Ahora —tentó al primordial—. Tienes que salir ahora.

Transfirió sus pensamientos a su anillo de diamante y se los envió al primordial, incitándolo a abandonar su cautiverio.

Escuchó el borboteo en las profundidades, y retrocedió dando un grito, y justo a tiempo, porque el primordial saltó, o trató de hacerlo, mientras los elementales restantes alargaban sus miembros de agua para bloquearlo.

Se produjo un pequeño estallido en una roca y empezó a manar lava, elevando el nivel del pozo hasta el borde y logrando salpicar el suelo donde había estado de pie Brack’thal.

Durante unos instantes, el mago creyó que lo habían traicionado. Su anillo podría haberlo protegido del calor de aquel chorro de lava, pero el peso de la misma lo habría aplastado sin la menor duda. ¿Le habría escupido este dios bestial para quitarle la vida?

Pero su confusión se convirtió en curiosidad poco después, cuando esa rociada de lava se reconfiguró y reagrupó, y se irguió sobre macizas piernas de roca, triplicando su altura. Los ojos del mago drow chispearon con los reflejos del monstruo, de la lava elemental, una criatura de tremenda fuerza y asombroso poder mágico.

Se le acercó airado; su altura sobrepasaba con mucho la del mago, que en ese terrible momento se sintió diminuto y vulnerable. Brack’thal respiró hondo, temiendo que esa fuera la última vez que lo hiciera.

Tiago y Gol’fanin se sentaron con la espalda apoyada en la pared del pasillo a muchas vueltas y revueltas de la sala de la forja. Otros drows andaban desorientados por los alrededores, la mayoría respiraban con dificultad, o tenían un gesto dolorido por la escocedura de sus muchas quemaduras.

Tiago echó hacia atrás la capucha de su piwafwi, una capa muy poderosa, sin lugar a dudas, como que había sido encantada en las cámaras mágicas de la Casa Baenre. El joven Baenre no tenía ni una sola marca, y gracias a su rápida actuación y a las guarniciones encantadas de la propia espada, Gol’fanin había salido también indemne.

Pero lo más importante para ambos era que Orbbcress y Vidrinath, el rollo de papiro y la botella djinni, habían sobrevivido y ahora estaban al lado de Gol’fanin, cubiertos con una gruesa sábana.

—De todos modos, íbamos a abandonar la forja —reveló Tiago a su acompañante—. Dejemos que los shadovar se encarguen de esta nueva intrusión.

—Si el primordial se ha liberado, ni todo el poder de los netherilianos lo volverá a someter —opinó el viejo artesano—. Hemos perdido la forja de Gauntlgrym.

—¡Vapor! ¡Vapor! —Eran las voces que se oían en toda la zona y que eran el eco que llegaba de los pasillos que conducían a la sala de forjas.

—Quizá Gauntlgrym ha despertado ante la amenaza —interpretó Gol’fanin, y él y Tiago se pusieron de pie y se alejaron de allí.

—¿Qué ocurrió? —inquirió Berellip Xorlarrin de viva voz desde la dirección contraria, mientras ella y otros nobles se acercaban corriendo hacia el vestíbulo, acompañados de muchos otros drows, y de un reducido número de driders de Yerrininae que marchaban tras ellos.

—Una brecha de gran extensión —respondió Tiago—. La sala de la forja fue inundada por las llamas y la lava, y por criaturas del Plano de Fuego.

Jearth hizo avanzar a su lagarto más allá de donde estaba el joven Baenre y enfiló el pasillo que conducía a la sala de la forja, desapareciendo enseguida de la vista de los demás.

—¿Dónde está Brack’thal? —preguntó Ravel, y la mirada que le echó a Tiago dejó claro que esperaba que su hermano siguiera en la sala, preferiblemente muerto.

—Dímelo tú —replicó Tiago con un tinte de intriga en la voz, por lo que todos pensaron sin duda que Brack’thal, destrozado y furioso, podría haber tenido algo que ver en ese desastre—. Yo no lo he visto.

—¡Encuéntralo! —ordenó Berellip a un drow plebeyo que tenía a su lado, y todos los presentes casi cayeron unos sobre otros cuando se atropellaban para abandonar el lugar.

—Perdimos un pequeño grupo de pesadillas, todos los goblins que estaban en la sala y también unos cuantos drows —informó el joven Baenre, pero su tono informal desmentía su intento de aparentar que lamentaba algo así. En realidad, no le importaba. Gol’fanin había sobrevivido, igual que la receta y todas las piezas y los componentes necesarios para la terminación de Canción de Cuna y Telaraña. ¿A quién podía importarle todo lo demás?

Todas las miradas se volvieron hacia los nobles Xorlarrin, entre los cuales Yerrininae se adelantó a sus guardaespaldas driders y se unió a la conversación.

—Se acerca un gran contingente de shadovar —advirtió.

Berellip asintió e iba a tomar la palabra, pero Ravel se le adelantó.

—Tenemos que retirarnos a los túneles más profundos —arengó—. Que se enfrenten ellos a los peligros de la sala de la forja, y luego tendrán que vérselas con nuestra magia y nuestras espadas según nos parezca oportuno.

—¿Y qué pasa con nuestras negociaciones? —preguntó Berellip.

—A la Casa Xorlarrin no le convendría iniciar una guerra entre Menzoberranzan y el imperio netheriliano —hizo notar Tiago en apoyo de la sacerdotisa.

Berellip le dirigió una breve mirada y asintió con la cabeza, un gesto de agradecimiento por el apoyo, según le pareció a Tiago.

Nada podía acabar tan rápido con las rencillas internas de los drows como un enemigo exterior.

Entonces Ravel se puso al frente, ordenando y reacomodando sus fuerzas para que pudieran iniciar una rápida retirada de la zona. Mientras tanto, Berellip se acercó a Tiago, y justo cuando estaba a su lado entró Jearth con la noticia de que en la sala de la forja se estaba librando una gran batalla: el agua contra el fuego.

—Este es uno de los diseños más portentosos —manifestó Ravel en voz alta—. No subestimemos la maestría de los enanos ni la magia antigua que emplearon sus aliados.

Nos está recordando que fue él quien nos guio hasta este lugar que pronto consideraremos nuestro hogar, transmitió Berellip con los dedos a Tiago.

Por el mismo medio, Tiago respondió con una única pregunta: ¿Saribel?

Berellip miró a su hermana, que había conspirado contra ella. Saribel estaba muy ocupada dando órdenes a los que la rodeaban, aparentemente ajena a la mirada de odio de Berellip.

Tiago observó el sarcasmo que asomaba a la cara de Berellip, y comprendió, incluso antes de que ella respondiera, Desiste, hasta qué punto las necesidades que planteaba aquella situación desesperada la estaban forzando a mantener la calma.

No podía dejar que Tiago matase a Saribel en ese momento, no hasta que supieran cuál había sido el papel de Brack’thal en la apertura de esa gran brecha. Saribel había traicionado a Berellip con su intento de ponerse de parte de Ravel frente a Brack’thal, pero si se demostraba que las sospechas de todos acerca del hijo mayor de Xorlarrin eran ciertas y la Matrona Zeerith se enteraba de la última traición de Brack’thal, ¿qué fuerza no tendría la reclamación de Berellip contra Saribel?

Desde luego, a la vista de la victoria de Ravel, Tiago no había tenido ni la menor intención de matar a Saribel, y tampoco le habría dicho a Berellip esa pequeña verdad. Además, puede que Berellip fuera la sacerdotisa más importante, pero Saribel era con diferencia mejor amante. Tal vez fuera un detalle menor en el esquema superior de las cosas, pero esos pequeños detalles a menudo le permitían a Tiago un mayor disfrute de la vida, y eso para él, después de todo, era lo más importante… por encima de todo.

Brack’thal trató, de manera instintiva, de hacerse más pequeño, acurrucándose y cubriéndose con los brazos. Casi le dio la risa ante ese movimiento reflejo, porque de poco iba a servirle cuando el poderoso elemental decidiera aplastarlo y convertirlo en una masa informe de vísceras.

Pero el golpe no llegó.

Poco a poco, Brack’thal recuperó el valor para mirar a hurtadillas a la bestia, que seguía dominándolo desde su altura, muy cercana. Pero no inició ninguna acción contra él, y por eso el mago abandonó su postura muy lentamente hasta ponerse de pie frente a la criatura.

Sólo entonces escuchó la voz de la bestia de lava, que lo llamaba a través del poder de su anillo de rubí.

—Amo.

El primordial le había hecho este regalo, pensó el mago, y a punto estuvo de dar un grito de alegría.

Sin embargo, su regocijo duró poco, cuando un ruido sordo del exterior, de la sala de la forja, le permitió saber que las criaturas de agua habían vencido y ahora estaban volviendo a toda velocidad. En ese mismo instante, por encima del pozo del primordial brotó una enorme rociada de agua, mientras los zarcillos mágicos aportaban todavía más al complejo en respuesta al intento del primordial de liberarse.

Y entre esa lluvia llegaron varios elementales de agua, que se lanzaron al pozo para reforzar el remolino de aguas de contención que giraba contra las paredes.

Brack’thal miró a través del la columna de vapor que se elevaba del pozo en dirección a la habitación que había del otro lado, donde la palanca permanecía completamente accionada. Nunca podría haber liberado a su dios bestial dado que aquella palanca mantenía abierta la conexión entre los mecanismos de Gauntlgrym y la fuerza del mar.

¡Tenía que encontrar el camino hacia aquella palanca! Iba a necesitar a un enano…

Una corriente de agua que se acercaba por el pasillo que conducía a la sala de la forja lo sacó de su contemplación, y tomó conciencia de que tenía que abandonar de inmediato la habitación.

Y cuando él se dio cuenta, también se enteró su elemental de lava. La poderosa criatura se movió con una increíble ligereza facilitada por unas extremidades rocosas fundidas y fluidas. Corrió hacia la pared frontera del pasillo, y allí tenía un aspecto tan plano y extendido como si se hubiera incrustado en la piedra. Brack’thal no podía decir si se trataba de una poderosa magia, como la de la esencia mágica conocida como pasamiento, o era simplemente el calor intenso, o tal vez la mezcla de ambos, pero el caso era que la piedra silbó y se fundió. Aunque los elementales de agua retornados empezaron a afluir desde el otro pasillo, el elemental de lava se escapó, moviéndose a través de la piedra con tanta facilidad como Brack’thal podría moverse en el agua. La lava fluyó detrás de la bestia y salpicó todo a su alrededor, y la piedra parecía simplemente parte de ella, que en su huida dejó una apreciable estela brillante.

Gracias a la magia protectora de su anillo, las gotas de piedra fundida no hicieron mella en él, de modo que Brack’thal salió corriendo detrás de su mascota, volviendo a hacer el camino de vuelta desde la habitación por un túnel abierto por él.