20. ¡BREGAN D’AERTHE!

Drizzt lo sabía. Tan pronto como sintió en su carne la punzada lacerante de un virote de ballesta, seguido de otro e incluso de un tercero, y acto seguido, casi de inmediato, la quemazón del veneno drow, con el que hacía mucho tiempo que estaba familiarizado, que empezaba a correr por sus venas.

Lo sabía porque oyó el estruendo de los shadovar que se estaban acercando. Nada más lejos de su intención que huir ni esconderse. Al menos quería luchar, ofrecer una última imagen coherente de Drizzt Do’Urden. Si ese era su fin, como estaba convencido de que lo era, entonces tenía que responder del modo en que había vivido su vida.

Creía en el más allá, y tenía la esperanza de que hubiera uno solo. Uno en el que se reencontraría con los amigos que había perdido, con su amada Catti-brie, e incluso intentó forzar una sonrisa en la oscuridad mágica, mientras se debilitaban sus piernas y las cimitarras se le caían de las manos, imaginando el encuentro entre Catti-brie y Dahlia.

La sonrisa se desvaneció antes siquiera de llegar a esbozarse. Catti-brie y Dahlia… y Drizzt. Esperaba encontrar a Catti-brie, porque la idea de pasar la eternidad al lado de Dahlia…

Estaba en el suelo, aunque no sentía nada. Resistió el veneno drow lo suficiente como para seguir consciente y con cierta capacidad de raciocinio, pero lo habían abandonado sus fuerzas y tardaría en recuperarse.

—¡Bregan D’aerthe! —oyó gritar a Artemis Entreri, y Drizzt tuvo la esperanza de que tal vez se tratara de la banda de Jarlaxle, que probablemente hubiera podido salvarse.

—¡Somos agentes de Bregan D’aerthe! —aclaró Entreri.

«Inteligente —pensó Drizzt—. Siempre ha sido inteligente Artemis Entreri, eso es lo que lo hace doblemente peligroso».

Notó que a su lado pasaban formas, que iban hacia él, pero no podía atacarlas, y pensó que no debía atacarlas.

Al desmayado explorador elfo oscuro, a punto de perder la conciencia, no se le escapó la ironía de un rescate drow, ni la idea de que, por supuesto, sería un brevísimo respiro.

La puerta de la habitación se abrió de golpe por el empuje de las tropas de los shadovar.

Se encontraron con un muro de virotes de ballesta envenenados. La habitación se oscureció ante sus asombrados ojos. La primera fila de los shadovar fue engullida por una segunda oscuridad mágica, y una tercera alcanzó a los que llegaban detrás.

Y en medio de semejante confusión, explotó una bola de fuego cuyas llamas achicharraron la piel de los shadovar y cubrieron de ampollas sus manos cuando trataron de desenvainar sus armas de metal. Reculando y tropezando, desorientados en la oscuridad, pisoteando los cuerpos de los que iban al frente, que yacían indefensos en el suelo afectados por el conjuro del veneno drow, la carga quedó abruptamente abortada.

—¡Adelante! —gritó Herzgo Alegni desde atrás cuando reconoció el emplazamiento.

—¡Drows! —le respondieron a gritos—. ¡Han llegado los elfos oscuros!

—¡Effron! —volvió a gritar Herzgo Alegni; prácticamente no sabía cómo reaccionar ante aquello, y estaba claro que no quería entablar una batalla con una fuerza drow. ¡Pero tampoco iba a abandonar la espada ni estaba dispuesto a que se le escaparan sus odiados enemigos, Entreri y la desdichada Dahlia!

Descubrió al contrahecho brujo en la entrada del túnel de la habitación que tenía delante.

—¡Inunda esa habitación de magia mortífera! —le gritó Alegni al brujo.

—¡Mi señor, hay shadovar dentro! —se atrevió a decir una lugarteniente sombría que estaba al lado de Alegni.

Sin pensar siquiera en lo que hacía, apenas consciente de su propia reacción ante las palabras del lugarteniente, Alegni le dio un puñetazo en la mandíbula a la sombría y esta cayó al suelo desmadejada.

—¡Los voy a coger! —bramó Alegni, y quienes lo rodeaban se encogieron de miedo por la potencia de su voz y por la amenaza real que había detrás de sus palabras—. ¡Me haré con esa espada! —y miró a la sombría a la que acababa de golpear.

Por lo general, el comandante se abstenía de aplicar ese tipo de castigos públicos a sus mandos, a menos, por supuesto, que se tratara de torturar abiertamente a Barrabus el Gris. Alargó una mano para ayudar a ponerse de pie a la sombría, pero cuando la lugarteniente dudó, mirándolo con desconfianza, Alegni retiró la mano y la amonestó sin alterarse:

—La próxima vez que te resistas abiertamente a cumplir mis órdenes te responderé con la espada.

Avanzó unos pasos hasta encontrarse con Effron, que estaba empleando sus poderes mágicos para llenar la habitación más alejada del pasillo de cegadores relámpagos, nubes de ácido, bolas de fuego y burbujeante lodo venenoso. Continuamente presionados por un vociferante Alegni, su barrera de magia mortífera avanzaba cada vez más, haciendo temblar las piedras de Gauntlgrym.

Por supuesto, ellos no podían ver nada mientras persistía la oscuridad drow, y finalmente, cuando empezaron a reducirse tanto la barrera como la oscuridad, las fuerzas shadovar siguieron avanzando.

Todo para encontrarse con una habitación vacía en la que no se divisaba ningún cuerpo y cuya puerta trasera estaba cerrada y sellada una vez más.

—No es posible que se hayan escapado —aseguró Effron cuando Alegni llegó al lugar marcado por la lucha—. Estoy seguro de que algunos de nuestros enemigos estaban ahí muertos.

—¡Te lo habrás imaginado! —gruñó Alegni encarándose con él.

—Es pura lógica. Nadie podría haber resistido nuestro ataque concentrado.

—Ya veo que sabes muy poco de los drows.

Effron se encogió de hombros, con un movimiento en el que participaba de forma curiosa el hombro que tenía desviado hacia atrás.

—Quiere decirse que algunos cayeron muertos —reflexionó Alegni—. ¿Crees que Dahlia fue uno de ellos?

Effron tragó saliva.

—Tú no querrías que pasara eso, ¿verdad, contrahecho? —bromeó Alegni—. Considerarla muerta, pero lejos de ti. Pensar que se pueda haber muerto sin que hayas podido contemplar cómo se apagaba la luz de sus ojos azules. Eso sería lo más doloroso, ¿no es así?

Effron lo miró con odio, sin pestañear.

—¿Hablas por mí o por ti?

—Si está muerta, bien muerta está —dijo Alegni con toda la convicción de que fue capaz.

—¿Y Barra… Artemis Entreri?

—Si está muerto, cogeré la Garra de Charon y lo traeré de vuelta, así podría atormentarlo una década más para hacerle pagar su insolencia y su traición.

—Él se resistió a la espada anteriormente. ¿Podrías volver a confiar en él, o en tu capacidad para controlarlo, incluso empuñando la Garra?

Alegni se sonrió ante la pregunta, pero en realidad no tenía respuesta. En cualquier caso, tanto Dahlia como Entreri habían desaparecido, tanto si estaban huyendo como si habían muerto. O si habían sido capturados, aventuró Alegni, y bajo el control de esos elfos oscuros que habían surgido tan de repente ante sus hombres.

El comandante tiflin no pudo sostener la sonrisa, porque la llegada de una considerable fuerza drow, si eso es lo que era, acabaría complicando la búsqueda.

—Si están vivos y estos son sus aliados, entonces siguen a la bestia primordial —dijo Alegni dirigiéndose a Effron y a todos los que estaban a su alrededor—. Lo cual es el peor de los supuestos, de modo que sigamos adelante. Llena estos túneles de efectivos shadovar. ¡Encuentra a la bestia!

—Si están muertos y los drows han empuñado las espadas, probablemente negociarán su retorno —señaló Effron en tono calmado mientras las fuerzas se organizaban y volvían a avanzar.

Alegni asintió.

—Pero nosotros nos preparamos para la posibilidad más inmediata.

—Tenemos líneas de guerreros que han avanzado mucho a través de los pasillos —aseguró Effron—. Hemos encontrado la escalera principal que conduce a los niveles inferiores.

—Envía, pues, un mensaje relativo a este nuevo enemigo —ordenó Alegni.

—No sabemos si son enemigos —razonó Effron.

Eso sonó raro en los oídos de Alegni. ¿Acaso no habían tenido un enfrentamiento súbito y despiadado? Sin embargo, cuando consideró la rapidez inesperada con que habían chocado las dos poderosas y vigilantes fuerzas, aceptó que quizá había algo de cierto en la afirmación de Effron. Tal vez los drows se habían cruzado inadvertidamente en el camino por el que avanzaban los shadovar, y habían reaccionado a la fuerza con la fuerza, tal como habría hecho, con seguridad, el propio Alegni.

Tal vez, pero el desesperado tiflin no estaba por la labor de correr riesgos.

—Llévanos hasta el primordial —ordenó a Effron— con toda la rapidez que puedas, y no tengas piedad de cualquiera que se cruce en nuestro camino.

Drizzt seguía conservando sus cimitarras y aún tenía su arco, pero no le servirían para nada a pesar de que estaba empezando a recuperar los sentidos y la capacidad física. De la roca habían surgido tentáculos mágicos que lo maniataban —igual que a Entreri y a Dahlia, que estaban sentados espalda con espalda con él— y los inmovilizaban a todos.

Oyó gemir a Dahlia, que empezaba a despertarse en ese momento. Entreri estaba totalmente consciente, y Drizzt dudaba de que lo hubiera alcanzado alguno de los virotes.

—¿Bregan D’aerthe? —inquirió un guerrero drow pulcramente vestido, plantado frente a Drizzt, con la voz teñida de dudas—. ¿Cómo te llamas?

Hablaba en la lengua culta de Menzoberranzan, el alto drow, que hacía muchísimo tiempo que Drizzt no oía hablar, pero que reconoció y recordó con asombrosa claridad y rapidez.

—Masoj —respondió Drizzt sin dudarlo, echando mano de un nombre de su lejano pasado.

El drow, un guerrero noble a juzgar por su vestimenta y sus finas espadas, lo observó con curiosidad.

—¿Masoj? —inquirió— ¿De qué Casa?

—No admitirá ser de alguna Casa —intervino Artemis Entreri, hablando en un perfecto drow.

Un soldado que flanqueaba al noble drow se puso tenso y dio un paso como si fuera a castigar al hombre por atreverse a hablar, pero el noble lo contuvo.

—Sigue —urgió a Entreri.

—Masoj, de una Casa que ofendió a la Reina Araña —dijo Entreri—. Nadie lo admitirá, salvo Kimmuriel, que dirige a Bregan D’aerthe.

—¿Eres de la Casa Oblodra? —preguntó el guerrero noble a Drizzt al tiempo que se inclinaba para mirarlo a los ojos.

A los ojos de color lavanda, Drizzt lo sabía, y tuvo miedo de que su reputación y sus extraños ojos pudieran precederlo y echarlo todo a perder.

Drizzt negó con la cabeza.

—No admitiré nada de eso —dijo, y era la respuesta apropiada.

—Entonces ¿estás emparentado con Kimmuriel? —insistió el guerrero noble.

—Es un parentesco lejano —respondió Drizzt.

—Jearth —llamó una voz femenina desde un lateral de la habitación—, los netherilianos nos flanquean. No hay tiempo que perder.

—¿Los matamos y acabamos de una vez? —preguntó Jearth, el guerrero noble.

—Parecería lo más prudente.

—Dicen que son de Bregan D’aerthe —respondió Jearth—. Si las fuerzas de Kimmuriel andan por aquí, los tendría de nuestro lado. ¿Estás de acuerdo? Será muy fácil obtener su ayuda, especialmente teniendo a Tiago Baenre en nuestras filas.

Drizzt tenía un torbellino en la cabeza mientras trataba de situar los nombres. Jearth le sonaba algo familiar, pero estaba seguro de que Tiago no. ¡Pero Baenre! Sin duda alguna la mera mención de esa poderosa Casa le traía recuerdos muy lejanos de sus décadas de residencia en Menzoberranzan.

—¿Bregan D’aerthe? —repitió la mujer con incredulidad. Rodeó al grupo por la izquierda de Drizzt—. Un drow, una elfa… —Hizo una pausa lo suficientemente larga como para escupirle a Dahlia, por su herencia y por el odio que había entre las razas de elfos—. Y un humano —siguió diciendo la mujer mientras avanzaba en círculo, pero masticando esa última palabra, y Drizzt estiró el cuello todo lo que pudo para verla, para comprobar el gesto sorprendido de su cara cuando miró a Artemis Entreri.

—Sacerdotisa… —se dirigió a ella Entreri con la adecuada deferencia.

La mujer lo siguió observando con abierta curiosidad.

—Yo te conozco —dijo sin inmutarse, aunque parecía insegura e indecisa.

—Estuve en Menzoberranzan —respondió Entreri ante su mirada inquisitiva—. Antes de la Plaga de los Conjuros, acompañando a Jarlaxle.

Drizzt contuvo la respiración, porque Entreri había salido de Menzoberranzan en su compañía, y después de haber causado serios estragos. ¡Al recordarle a esa sacerdotisa aquella época podría también recordarle la huida, y la identidad de los compañeros de Entreri en la misma!

—Entonces tendrías que estar muerto hace mucho tiempo, humano.

—Pero no lo estoy aún —respondió Entreri—. Al parecer, todavía queda magia en el mundo.

—¿Lo conoces? —preguntó el guerrero noble a la sacerdotisa.

—¿Tú me conoces, humano? —preguntó ella— ¿Conoces a Berellip Xorlarrin?

Se produjo un largo silencio. Drizzt estiró el cuello todavía más, y pudo ver cómo Entreri estudiaba a la sacerdotisa drow que tenía delante. Drizzt conocía el nombre, por lo menos el apellido, y eso no lo dejaba muy tranquilo. La Casa Xorlarrin había sido una de las más grandes de Menzoberranzan, de magia poderosa y formidable. No pudo por menos que volver a tragar saliva, porque en ese instante recordó a ese guerrero noble, Jearth Xorlarrin, que había pasado por Melee-Magthere, la academia drow, poco antes que él. Desde luego consideró muy afortunado el hecho de que, aparentemente, Jearth no lo hubiera reconocido, porque a pesar de que hubiera pasado más de un siglo, eran pocos los elfos oscuros con ojos del color de los de Drizzt.

Todo esto le parecía perfectamente absurdo a Drizzt, hasta que consideró que Jarlaxle había estado involucrado. Siempre que Jarlaxle estaba de por medio, enseguida surgía el absurdo.

—Te conozco —respondió Entreri a la sacerdotisa, y Drizzt suspiró con impotencia.

—¿Y de dónde me conoces? —preguntó la mujer.

—De un risco del borde de la Grieta de la Garra —respondió Entreri sin dudarlo, aunque había un ligero tono de pregunta en su voz, como si no estuviera completamente seguro y temiera equivocarse. ¡Y así era!

Berellip soltó una carcajada.

—¿Cómo podría olvidarlo? —se preguntó Entreri con más confianza—. ¿No usaste tus poderes para suspenderme en el abismo en el momento de mi éxtasis?

—Se trataba de complacerme, humano. Tu incomodidad no tenía ninguna importancia.

—Como debe ser —respondió Entreri.

—¿Berellip? —inquirió el incrédulo noble guerrero, que estaba claramente más desconcertado que Drizzt—. ¿Lo conoces?

—Si es quien dice ser, fue mi primer amante colnbluth —respondió Berellip, utilizando la palabra drow para designar a cualquiera que no sea drow; luego se echó a reír—. Mi único amante humano. Y muy cualificado, si mal no recuerdo, y por eso no lo precipité en la Grieta de la Garra.

—Estaba allí para complacerte —intervino Entreri.

Drizzt a duras penas creía lo que estaba oyendo, pero resistió el impulso de negar con la cabeza o de mostrar una expresión de asombro que lo delatara, porque si quería que lo tomaran en serio por miembro de Bregan D’aerthe esas cosas no debían sorprenderlo.

—Había ido a Menzoberranzan con Jarlaxle —explicó Berellip a Jearth—. Y tuvo la deferencia de ponerlo a disposición de los que sintieran curiosidad por las proezas de un humano.

—¿Es quien tú crees que es? —preguntó con escepticismo el guerrero.

—En el borde de la Grieta de la Garra, por supuesto —respondió Berellip, y en su voz se adivinaba que probablemente había sido una experiencia agradable, al menos desde la perspectiva de la sacerdotisa.

Drizzt no sabía si reír a carcajadas o llorar ante lo absurdo de la situación. Muy sabiamente eligió callarse. Una vez más, se le vinieron a la cabeza imágenes de su huida de Menzoberranzan acompañado por Entreri y eso lo llevó a contener la respiración.

Si Berellip o Jearth juntaban todas las piezas, si recordaban haber oído que Entreri se había escapado de Menzoberranzan con Drizzt Do’Urden, el resultado podría ser realmente catastrófico.

—Entonces, son de Bregan D’aerthe —afirmó Jearth.

—Eso parece —respondió Berellip, y Drizzt empezó a respirar con un poco más de facilidad.

—¿Una elfa? —preguntó Jearth sin dar crédito—. No soportaría que siguiese viva.

—Haz con ella lo que te plazca… —empezó a responder Berellip, pero Entreri la interrumpió.

—Es la consorte de Jarlaxle —balbució Entreri sorprendiendo una vez más a Drizzt—. Su espía más apreciada, como podéis imaginar, porque se mueve sin problema por las aldeas de los elfos y de los eladrin.

Sólo con mirar a Jearth, Drizzt se dio cuenta de que su compañero asesino acababa de salvar a Dahlia de una segura violación, de la tortura y en definitiva de la muerte.

—¿Dejas que el iblith hable por ti? —preguntó Berellip a Drizzt, avanzando hasta ponerse delante de él.

Drizzt volvió a contener la respiración. La mujer había reconocido a Entreri. ¿Qué pasaría si lo reconocía a él? Ella tenía edad suficiente para conocer las historias que corrían acerca de la traición de Drizzt a su pueblo.

—Es el colnbluth de Jarlaxle —respondió por fin Drizzt—. Yo sirvo a Kimmuriel.

—¿Y quién gobierna Bregan D’aerthe? —preguntó Berellip.

—Kimmuriel —respondió Drizzt sin dudar, por más que iba a ciegas, porque no tenía ni la menor idea de aquello a lo que se estaba refiriendo, y todavía tenía menos idea de lo que Berellip y Jearth podrían saber de los manejos internos de la banda de Jarlaxle.

—¿Por qué lo dejas hablar a él, entonces?

—Por respeto a Jarlaxle —respondió Drizzt—. Esa es la orden que tenemos de Kimmuriel: máximo respeto por Jarlaxle. Estoy aquí en representación de Kimmuriel, mientras el colnbluth y la consorte elfa de Jarlaxle exploran este lugar tan curioso.

—Maestro de armas. —Alguien llamó desde el fondo de la habitación, fuera de la vista de Drizzt—. Los shadovar nos flanquean. Tenemos que avanzar rápidamente.

Jearth miró a Berellip.

—Libéralos —dijo la sacerdotisa—. Vamos a necesitar que nos apoyen con sus espadas. Ponlos en un túnel donde la lucha vaya a ser más dura. Recuerdo que el juguete de Jarlaxle era especialmente hábil con la espada, lo mismo que con la lanza.

Se inclinó para acercarse a Entreri y le dijo con mucha calma:

—Si peleas bien, puede que sobrevivas, y si lo haces, permitiré que me complazcas otra vez.

Hasta ese momento, la aturdida Dahlia había estado muy quieta y completamente callada, pero lanzó un ligero carraspeo coincidiendo con esa frase, que Drizzt percibió con no poco interés.

—Debes de haber sido un amante formidable para que ella te recuerde pasadas varias décadas —le dijo Dahlia a Entreri, cuando los tres avanzaban juntos y solos unos momentos después.

—No tengo ni el menor recuerdo de ella —respondió Entreri.

—Pero… mencionaste el incidente —replicó Dahlia—. Esa Garra

Alzó los brazos con impotencia.

—La Grieta de la Garra —explicó Drizzt—. Es una sima de la ciudad drow.

—Y él la recordó, y también el encuentro con ella justo al borde —insistió Dahlia.

Drizzt no la miró, imaginando que no haría más que reforzar la curiosidad que se adivinaba en la voz de Dahlia. De nuevo le vinieron a la memoria aquellos relámpagos, las imágenes de Dahlia y Entreri entrelazados apasionadamente. Pero ahora Drizzt supo cuál era la fuente de la que procedían —al menos, en parte— y por ello los rechazó y en silencio ordenó a la Garra de Charon que se callara.

Si es que ese origen era la Garra de Charon, y esa era la cuestión. Porque en su corazón, Drizzt comprendió que la espada sensitiva no estaba implantando la totalidad de sus sentimientos respecto de Dahlia y Artemis Entreri. La espada había notado ciertos celos en él y los estaba alimentando, probablemente, pero Drizzt se estaría mintiendo a sí mismo si pretendía no estar realmente molesto por el nivel de intimidad que había entre Entreri y Dahlia, que iba mucho más allá del que tenía él con la elfa, que era su amante.

—Ni mucho menos —negó Entreri.

—¡Te oí decirlo! —protestó Dahlia.

—Era el lugar elegido —explicó Entreri—, por todas las sacerdotisas de la nobleza que tenían curiosidad por conocer las proezas sexuales de un humano.

—Dijiste que te suspendió mágicamente sobre el abismo —insistió Dahlia.

—Todas lo hacían.

Dahlia y Drizzt se detuvieron a la vez y lo miraron.

—Unas damas encantadoras, estas sacerdotisas de Lloth —dijo fríamente Entreri—. No demasiado imaginativas, pero… —Se encogió de hombros y siguió avanzando.

Drizzt recordó, una vez más, aquellos lejanos días, cuando Jarlaxle había llevado a Artemis Entreri a Menzoberranzan, y allí el asesino había sido una especie de esclavo, no necesariamente de Jarlaxle, sino de todos y cada uno de los drows que decidieron usarlo a su antojo.

Drizzt se había enterado de algunos de los juicios de Entreri en aquella época, porque también Drizzt había ido en aquel tiempo a Menzoberranzan para rendirse, y no había tardado en caer prisionero hasta que un buen amigo había ido a rescatarlo. Había escapado de Menzoberranzan junto con Artemis Entreri, en una temeraria fuga.

Con Entreri y con Catti-brie.

Ella había ido a buscarlo, desafiando a la Antípoda Oscura, al poder de los drows, arriesgándolo todo por la vida de un insensato Drizzt, que no había apreciado realmente el valor y la responsabilidad de la amistad.

Se preguntaba si Dahlia habría hecho lo mismo. Tenía que olvidarse de ello, se reprendió a sí mismo. Ese no era el momento de ponerse a examinar el pasado ni la fiabilidad de sus actuales compañeros. Podían luchar, y hacerlo bien, y en ese momento, con los túneles llenos de enemigos mortales, era suficiente.

Además, de pronto, los tres compañeros se encontraban solos y muy presionados una vez más, porque los shadovar ocupaban los niveles superiores del complejo, como una reptante e invasora oscuridad.

—Tenemos que descender sin pérdida de tiempo —dijo Drizzt mientras se apuraba al lado de Entreri, con Dahlia a la zaga, por el pasillo flanqueado por muchas habitaciones a uno y otro lado. En el pasado, habían sido las viviendas de los enanos, como estaba claro, las residencias de Gauntlgrym.

—Sólo hay una bajada que yo sepa —asintió Dahlia—. Alegni tratará de bloquearla.

—Eso, si sabe donde está —respondió Drizzt, y mientras hablaba se dio cuenta de que delante de Entreri, en el lado derecho del pasillo había una puerta ligeramente entornada, y le pareció como si la rendija se hubiera ampliado un poco.

Drizzt invocó a sus tobilleras mágicas para agilizar sus movimientos. Tomó la delantera a Entreri saliendo como un bólido hacia la puerta, que abrió de par en par de un solo golpe colándose en la habitación. Lo esperaba un grupo de cuatro sombríos, o para ser más exactos, habían planeado saltar de improviso sobre él y sus compañeros.

El primero cayó golpeado violentamente por la puerta. El segundo echó mano instintivamente de su compañero caído, luego retrocedió de un salto y extendió los brazos para defenderse, pero era demasiado tarde pues la cimitarra de Drizzt le segó la garganta y el drow se apresuró a entrar.

—¡Eso es! —oyó que gritaba Dahlia cuando él se trabó en lucha con los otros dos, y comprendió que esa emboscada había sido preparada desde más de una habitación.

Fuera como fuese, tenía ante él su tarea.

Soltó un revés de derecha, y el desconcertado brujo ni siquiera pudo terminar su conjuro. La cimitarra izquierda de Drizzt salió disparada como un rayo en la dirección contraria, desviando una espada que lo buscaba. Sin siquiera girar las caderas, el drow deslizó hábilmente su arma sobre la espada del atacante y retrocedió en la otra dirección, desviando limpiamente la acometida de la segunda espada de su oponente.

Sólo en ese momento, al reconocer el estilo de lucha ambidextro, empezó Drizzt a comprender, también, que ese sombrío tenía ascendencia elfa, tal vez de elfo oscuro, incluso.

Pero tampoco importaba porque no tenía tiempo de preguntar. Acometió también con la izquierda, obligando al sombrío a retroceder, y luego él mismo retrocedió rápidamente unos pasos.

Cambió Muerte de Hielo a su mano derecha y lanzó un golpe por detrás, perfectamente calculado para detener el ataque del sombrío que había sido golpeado por la puerta.

Blandió el hacha por encima de la cabeza para asestar, con las dos manos, un golpe y en rápida arremetida, y el incauto quedó indefenso. No podía volverse ni parar ni esquivar ni tampoco podía bajar el arma ni siquiera un brazo para bloquear. Recibió el mandoble en el vientre, y la hoja curvada se desvió hacia arriba, atravesándole el diafragma hasta los pulmones.

El sombrío retrocedió tambaleándose, la espada salió de su cuerpo y él jadeó tratando de equilibrarse.

Pero Drizzt giró al tiempo que arrancaba la espada, trazando un círculo que le permitió asestar un derechazo con Centella que derribó al sombrío.

Al terminar el giro, Drizzt salió disparado y dio un gran salto para caer sobre el brujo, que intentaba de nuevo activar algún conjuro. Drizzt soltó un alarido en su cara, tratando de desorientarlo, y descargó una lluvia de golpes, a derecha e izquierda, rompiéndole la túnica, golpeándolo en la cabeza.

Le atizó al sombrío una docena de veces o más en los pocos instantes que tuvo antes de que el espadachín saltase sobre él, y luego sólo le quedaba esperar que hubiera sido suficiente cuando se encontró enzarzado en una lucha cuerpo a cuerpo con el hábil guerrero.

El muy hábil guerrero, como comprobó Drizzt casi de inmediato, pues aquellas espadas lo acometían desde multitud de ángulos, aparentemente a la vez, tanta era la rapidez y la perfección con que las manejaba el elfo sombrío.

Entreri penetró en la habitación justo detrás de Drizzt, pero ante la llamada de Dahlia el asesino dio un salto en el aire y giró de lado. Apoyó los pies contra la jamba de la puerta y se impulsó hacia atrás en sentido contrario, rodó por el suelo hecho un ovillo y se puso de pie al lado de la puerta abierta a la derecha.

Giró su daga en la mano derecha mientras avanzaba, y lanzó unas enérgicas puñaladas por detrás de su cadera, alcanzando a un sombrío en el vientre al tiempo que cruzaba el umbral en dirección al pasillo. Como la daga estaba clavada, Entreri la cogió por la empuñadura y la arrancó, luego movió el brazo hacia arriba y hacia atrás, apuñalando por encima de su hombro derecho, y esta vez clavó la pequeña hoja en un ojo del tambaleante sombrío.

Cuando ese cayó, aparecieron más.

—¡Drow, te necesitamos! —gritó Entreri.

—¡Drizzt! —llamó Dahlia con desesperación.

Sin embargo, Entreri estaba demasiado ocupado para comprender las posibles implicaciones que podría tener el hecho de gritar en los túneles ese nombre en particular. El segundo sombrío que estaba del otro lado de la puerta, revestido con una fuerte armadura y pertrechado de espada y escudo, se le echó encima con furia, haciéndolo retroceder.

El asesino oyó que otra puerta, al menos una, se abría detrás de él.

El sombrío había tomado ventaja al principio de la pelea y no mostraba ni la menor intención de dejarla escapar. Manejaba sus espadas con ferocidad y con mortal precisión, manteniendo a raya a Drizzt, que giraba sus cimitarras para bloquearlo y rechazarlo.

Trató incluso de acercársele, pero el sombrío presionaba con más ahínco.

Drizzt empezó a ver las pautas de los movimientos de su oponente. Su instinto de guerrero se impuso, su enorme experiencia lo llevó a hacer quites más cuidadosos y controlados, y poco después estaba logrando un contraataque casi con cada bloqueo.

Finalmente, lucharía a la defensiva para equiparar la situación, y luego, lo sabía, no tardaría en imponerse a ese contrincante menor, pero aun así muy bueno.

Un grito procedente del vestíbulo le dio a entender que «enseguida» era probablemente demasiado tarde, y su pausa casi le costó un disgusto porque el sombrío arremetió con todas sus fuerzas. Centella y Muerte de Hielo pararon los golpes y los devolvieron, y bloquearon la fuerte acometida, pero Drizzt se dio cuenta de que iba a necesitar muchos ataques y contraataques para poder volver a la situación en que estaba antes de que Dahlia gritara.

Consiguió echar una ojeada de costado mientras rodeaba a su oponente, volviéndose hacia la derecha para quedar frente a la puerta, y esa rápida mirada le permitió ver que Entreri y Dahlia —y él mismo, metido en un aprieto en aquella habitación— realmente tenían problemas. El vestíbulo se estaba llenando de enemigos.

Una tercera sombría se precipitó hacia la salida, o lo intentó hasta que Dahlia golpeó furiosamente a la mujer en la cara con el extremo de su bastón.

Entreri se dio cuenta y empezó a llamarla, porque sabía que los enemigos estaban entrando en el vestíbulo detrás de él, y el sombrío con armadura que tenía delante lo presionaba sin descanso. Aunque Dahlia no necesitaba que él la urgiera pues entendía bien el dilema al que se enfrentaban. Avanzó con paso rápido y enarbolando la Púa de Kozah, que acabó clavando en la parte baja de la espalda del oponente de Entreri. Pero esa zona también estaba cubierta por la armadura y Dahlia tropezó con una plancha metálica.

Por eso permitió que su mayal de armas liberase una explosión de energía relampagueante.

El arco de energía se coló entre las planchas de metal, contorsionando y mordiendo al guerrero, confluyendo desde ambos lados en una cegadora y explosiva danza en la rejilla de su yelmo que le cubría toda la cara.

Su siguiente mandoble fue más torpe pues los relámpagos lo rodeaban como si fuera una bandada de furiosos insectos, y Entreri lo esquivó con facilidad, rodando bajo la espada. Cuando el diestro asesino se dio la vuelta, pasando por detrás de la vacilante espada y por la derecha del sombrío, consiguió que su espada penetrara la plancha de la cara, sorprendiendo al blindado guerrero.

Entreri se apresuró a atravesar la puerta abierta, donde asomaba otro sombrío, y pasó por delante de la habitación donde estaba Drizzt, echando una rápida ojeada.

Por reflejo, Entreri lanzó su daga al aire y con la mano izquierda hizo un barrido de ida y vuelta pasándola por la hebilla de su cinturón, extendiéndola hacia adelante al tiempo que cruzaba la habitación en la que luchaba Drizzt.

—¡Drow, date prisa! —urgió a Drizzt, y recogiendo la daga volvió a rodar por el suelo para evitar un mandoble de un hacha netheriliana. Se dio la vuelta mientras rodaba, y se puso de pie al lado de Dahlia.

—¡Drow! —gritaron ambos al unísono.

Drizzt oyó sus voces, y seguro que las comprendió, pero una vez más, no tenía idea de cómo podría librarse él mismo, hasta que de pronto su contrincante se tambaleó de una manera extraña y se quedó rígido, incapaz de hacer frente al movedizo drow.

Drizzt comprendió, por aquel gesto de dolor en la cara de su adversario, que Entreri había lanzado su cuchillo de montero al costado del elfo sombrío.

El brazo derecho del sombrío se desplomó. Él luchó por mantener activas sus defensas, pero los espasmos de dolor no se lo permitieron.

Drizzt venció, de igual modo que venció el sombrío. Su sentido del honor decía a gritos que no había sido una pelea limpia ni contra un oponente realmente en forma. De todos modos, fue sólo un momento porque enseguida se dio cuenta del sinsentido de esas lamentaciones puesto que él había luchado allí contra cuatro enemigos a la vez.

Manejó sus cimitarras con más furia, sobre todo buscando las partes bajas de sus oponentes, porque se dio cuenta de que así les infería más dolor.

El sonido del choque de metal contra metal y un aumento de los movimientos dentro del vestíbulo le recordaron que tenía que ser rápido, de modo que echó hacia atrás el pie izquierdo, propiciando un ataque de la derecha herida del sombrío, y cuando se produjo la acometida de la espada, en lugar de pararla con Centella, Drizzt realizó con Muerte de Hielo un movimiento envolvente y después de enganchar la espada del sombrío la desvió con su propia arma hacia la derecha.

Se desvió a la izquierda al mismo tiempo, girando las caderas para esquivar el mandoble de la espada izquierda del sombrío hasta que Muerte de Hielo y la espada enganchada pudieron interceptar de lleno el golpe.

Eso despejó el camino para la mano izquierda de Drizzt. Centella golpeó duramente, y el sombrío cayó hacia atrás mientras soltaba las espadas en la caída, llevándose las manos a la garganta rajada.

—¡Drizzt! —gritó Dahlia.

—¡No podemos aguantar más en la puerta! —agregó Entreri, y luego en voz más baja reconvino a Dahlia.

—¿Puedes dejar de decir su nombre?

Apenas tuvo tiempo de lanzar esta advertencia y no esperó respuesta porque la presión era demasiado fuerte, tenían ante sí demasiados enemigos que bloqueaban el pasillo. Las palabras de Entreri a Drizzt significaban que debían retirarse.

Ambos volvieron a gritar, y los dos carraspearon sorprendidos cuando un rayo relampagueante salió de la habitación de Drizzt y dio de lleno en el cuerpo del sombrío que hacía frente a Entreri.

No era un rayo relampagueante, por lo que pudieron comprobar, sino una flecha relampagueante encantada, que atravesó a aquel sombrío y se clavó en el cuerpo del que atacaba a Dahlia. Antes de que los dos tocaran el suelo, explotó otra flecha en la sien del primero.

Dahlia clavó su bastón en la cara del sombrío, ya mortalmente herido pero que seguía de pie ante ella, y lo derribó definitivamente.

—¡Más! —gritó ella, y al instante silbó una tercera flecha relampagueante en el pasillo.

Y simplemente desapareció.

Y luego llegó una cuarta, y los dientes de Dahlia empezaron a castañetear, y su gruesa trenza empezó a retorcerse por efecto de la energía como si fuera una serpiente viva.

—¡Cuidado! —gritó Entreri cuando apareció la siguiente que ella podía absorber. Pasó por encima del cuerpo del sombrío abatido, atacando con furia a la siguiente fila, obligándolos a retroceder con una lluvia de golpes y mandobles.

Dahlia lo sobrepasó de un salto mientras él despejaba esa zona del pasillo, y golpeó su bastón contra el suelo de piedra, liberando la energía relampagueante acumulada.

El pasillo entero pareció saltar bajo el poder de esa respuesta, pues los sombríos se retorcían y caían al suelo, presa de un ataque tanto mental como físico.

—¡Vamos! ¡Vamos! —gritó Entreri, echando mano de ella y girándola para poder empujarla por la espalda en la dirección por la que habían llegado. Él avanzó tras ella, y Drizzt iba pisándoles los talones.

Pero el drow no siguió adelante, sino que giró en redondo y agachándose disparó una andanada de flechas relampagueantes contra sus asombrados enemigos.

—¡Seguidme! —ordenó el drow a sus compañeros, haciéndolos darse la vuelta.

Los sombríos se dispersaron y huyeron, mientras el trío los perseguía de cerca, hasta que cruzaron un pasadizo lateral que les resultó familiar a Drizzt y a Dahlia, y que ambos creían que los conduciría a las cámaras inferiores.

Cuando lo abandonaron, Drizzt selló la salida con un globo de oscuridad mágica. Luego hizo un alto mientras Entreri y Dahlia exploraban aquel espacio buscando los caminos adecuados.

El drow estaba totalmente tranquilo y concentrado en estirar el cuello. Oyó unas pisadas casi imperceptibles y lanzó una lluvia de flechas que atravesaron la oscuridad mágica.

Dobló una esquina para ocultarse, y apenas un instante después un brujo shadovar respondió con una andanada de proyectiles mágicos, y un segundo mago lo apoyó con una línea de fuego mordaz.

Los sombríos cargaron, y Drizzt se dejó ver y los volvió a rechazar, abriendo claros con las flechas del Buscacorazones hasta en tres filas sucesivas. El primer proyectil había derribado a tres sombríos.

Drizzt echó a correr.

Apenas unos instantes después, la zona en la que se había ocultado explotó por efecto de una bola de fuego, luego llegaron una segunda y una tercera.

—Seguid corriendo —avisó a Entreri y a Dahlia cuando se cruzó con ellos, y le lanzó algo a Entreri.

El asesino lo cogió al vuelo: era su cuchillo de montero.

Siguieron corriendo.