El túnel discurría sin desniveles durante un largo trecho, y luego había una profunda bajada, pero afortunadamente, la sombría a la fuga no se había molestado en retirar la cuerda colgante que había colocado su grupo. Los tres compañeros bajaron ágil y sigilosamente, siguiendo el rumbo de la mujer. El túnel no tardó en abrirse sobre una cornisa que corría perpendicular, descendiendo en ángulo hacia la caverna de abajo. No podían ver lo que sucedía allí pues había una pared hasta la altura del pecho de una persona que tapaba el borde de la pasarela perpendicular. Sin embargo, Drizzt y Dahlia supieron que habían llegado al lugar correcto, seguramente porque reconocieron las torres de las estalactitas.
Los tres treparon por la pared, saliendo del túnel.
—Ha entregado tu mensaje —comentó Entreri espiando por encima del borde.
Abajo, la caverna era un hervidero de actividad. Salían sombríos de muchos de los montículos estalagmíticos, formando filas y grupos de combate. Algunos ya se desplazaban hacia la base de la pasarela sobre la cual estaban los compañeros.
Al otro lado de la gran caverna se levantaba la muralla de Gauntlgrym. Ante ella estaba el estanque subterráneo, oscuro y quieto, salvo por un par de pequeños botes de remos que transportaban a un puñado de sombríos hacia la playa.
—Rápido —dijo Drizzt, y salió corriendo, a gatas y pegado a la pared exterior de la pasarela, con Entreri y Dahlia a la zaga.
Cerca ya de la base, ahora con soldados enemigos bastante cerca, Drizzt se detuvo, miró a Entreri y le hizo una seña. Mientras Drizzt buscaba su silbato, el asesino sacó su figurita de obsidiana.
—¿Qué profundidad tiene el lago? —preguntó Entreri moviendo los labios, y Drizzt se limitó a encogerse de hombros. No lo sabía, aunque era una buena pregunta. Sin embargo, no tenían otra opción.
Una vez más se miraron y asintieron. Drizzt tocó su silbato para llamar a Andahar al tiempo que Entreri dejaba caer la estatuilla al suelo, invocando a su corcel pesadilla. De inmediato surgieron gritos de sorpresa. El corcel infernal de Entreri se materializó delante mismo de él con un estallido de llama y humo, y Andahar apareció en la caverna, más allá de la pasarela, y se acercó a Drizzt a galope tendido. El unicornio frenó de golpe y el drow se agarró a la blanca melena, que relucía incluso con la escasa luz que daban los líquenes a la gran caverna, y se montó. Se volvió tendiéndole una mano a Dahlia, pero ella ya había tomado impulso y saltó ágilmente a la silla detrás de él.
Entreri pasó primero, atronando la caverna mientras agitaba la espada que clavó en el netheriliano más próximo.
—¡Dame el arco! —gritó Dahlia mientras echaba mano de él.
—¡No! —le respondió Drizzt a gritos antes de poder pensar siquiera en la respuesta que le estaba dando. La vehemencia de la respuesta lo dejó confuso, porque le había salido sin pensar, una reacción súbita ante la idea de que Dahlia cogiera a Taulmaril, el arma de Catti-brie.
Drizzt se pegó a su cabalgadura y azuzó al poderoso Andahar, cuyos cascos resonaban contra la piedra. Delante de ellos, los shadovar se apartaban al paso de Entreri, que giró a la izquierda rodeando una estalagmita.
Drizzt giró a la derecha rodeando el mismo montículo y condujo a Andahar todavía más hacia la derecha. Sabía que la confusión era su aliada, y que les convenía dividir el enfoque de sus decididos enemigos. Ambos corceles siguieron adelante, recorriendo trayectorias sinuosas en torno a las estalagmitas, saltando las vagonetas de mineral de hierro cada vez que se encontraban con una. Drizzt ni siquiera desenfundó, dejando que Dahlia, con su largo bastón, se encargara de los enemigos que se atrevían a cruzarse en su camino o eran pillados demasiado cerca.
Les arrojaban jabalinas y flechas. Drizzt se pegaba al corcel y mantenía un curso de todo menos recto. A su alrededor oía a los sombríos llamarse los unos a los otros para adoptar ángulos de interceptación para cortarles el paso.
No obstante, fueron pocos los que en algún momento consiguieron acercárseles. Sus monturas eran demasiado veloces y demasiado ágiles y siempre conseguían sorprenderlos.
Un desventurado sombrío se puso delante de Andahar, tal vez sin darse cuenta siquiera de lo que hacía. Fue arrasado, ya que el decidido unicornio ni se inmutó mientras le pasaba por encima. A pesar de su zigzagueo de distracción y de que salían enemigos de todas partes, los tres consiguieron llegar al estanque rápidamente, y entraron en él prácticamente igualados.
Las tenebrosas aguas emitieron un silbido de protesta cuando los feroces cascos de la pesadilla de Entreri la tocaron. Drizzt hizo que Andahar diera un salto largo y alto y cayera chapoteando a unas diez zancadas de la orilla y siguiera adelante sin parar.
—¿Qué profundidad tiene? —volvió a preguntar Entreri a sus compañeros, que ahora estaban delante de él.
Dahlia miró hacia atrás y se encogió de hombros. La primera vez que lo había atravesado ella había hecho uso de la magia.
El agua llegó rápidamente a cubrir las patas de Andahar, retrasando la marcha de forma notable; Dahlia encogió las piernas para tratar de mantener secas sus botas negras de caña alta. ¡De repente, su avance se había vuelto peligrosamente lento!
—Acabaremos nadando —le dijo Dahlia a Drizzt, acercándose a él.
—Pues nadaremos —le contestó él.
—Tienen arqueros —sostuvo Dahlia.
—Debería parar entonces para que pudiéramos… —Se calló abruptamente cuando una flecha trató de alcanzarlo desde la lejana orilla.
Andahar se levantó de manos y trató de pararla con el casco, pero se clavó a fondo en el pecho del unicornio. De no haberse levantado el corcel, seguramente el proyectil habría alcanzado a Drizzt.
Cuando volvieron al agua con un chapuzón, Drizzt se afirmó con las piernas y se descolgó a Taulmaril del hombro.
Más flechas partieron hacia él. A un lado oyó el chillido de la montura de Entreri, un inquietante aullido del otro mundo, y supo que la pesadilla había sido herida. Hacía falta más de una flecha para derribar a aquel corcel infernal, pero ¿y su jinete?
Volaron más flechas, pero Drizzt respondió con sus propios proyectiles mágicos, lanzándolos hacia la orilla que se iba acercando. No podía apuntar bien y sólo lanzaba las flechas hacia adelante mientras iba montado, pero disparó muchas flechas en sucesión, tratando por lo menos de obligar a los arqueros a esquivarlas y de impedirles apuntar con cuidado.
—Vamos —dijo mirando a Andahar y al estanque mientras avanzaban. Al menos no se hacía más profundo.
—¡Bote! —gritó Entreri desde la izquierda de Drizzt, y el asesino se quedó un poco rezagado cuando Drizzt se volvió.
De hecho, el drow no vio uno sino dos botes llenos de shadovar que llegaban desde el flanco en ángulo, para interceptarlos. Un sombrío en la proa de la embarcación de atrás tenía un arco.
Pero ahora Drizzt disparaba de lado, y el balanceo de la cabeza de Andahar no le obstruía la visión en lo más mínimo.
Su primera flecha se llevó al arquero, levantándolo en el aire y lanzándolo fuera del bote por la popa. A continuación el drow se concentró en la embarcación más próxima y envió en esa dirección un torrente relampagueante. Los tres sombríos del bote se agacharon y trataron de esquivar. La cabeza de uno explotó con el impacto de un proyectil, y los otros dos aparentemente consideraron que habían visto suficiente y se arrojaron al agua oscura y salobre.
Drizzt apuntó a la segunda embarcación, pero hizo una pausa llevado de la curiosidad, porque detrás del bote se veía una especie de rocío plateado movido por el viento que bailaba sobre la superficie del agua.
Sin embargo, en la caverna no había viento.
Incapaz de resolver el misterio, el drow se concentró otra vez en la tarea que tenía entre manos, enviando una flecha al bote que quedaba con tripulantes, y algunos otros misiles hacia la costa por si acaso. Su primer disparo fue bajo, adrede, y explotó contra el casco, haciendo astillas las cuadernas.
—Eso no son ondas, sino peces —oyó decir a Dahlia a sus espaldas, y con ese aliciente se volvió para apuntar un segundo disparo a la amenaza que quedaba.
Sin embargo, los sombríos que ocupaban la embarcación ya no estaban a la vista y chapoteaban frenéticamente en el agua amenazando con anegarlos a ellos.
Hasta que Drizzt vio la «oleada» de peces otra vez y consideró los gritos repentinos no entendió su súbita desesperación.
Los peces se habían lanzado sobre el par de sombríos que estaban en el agua, saltando alrededor de ellos y mordiéndolos con voracidad. Con esa luz, Drizzt no podía distinguir el cambio de color, pero por los horribles y desesperados alaridos supo que la sangre shadovar se mezclaba rápidamente con las oscuras aguas.
También llegaban gritos del segundo bote, al colarse estos salvajes peces por la herida que Taulmaril había abierto en el barco.
—¡Más rápido! ¡Oh, más rápido! —imploraba Dahlia, porque si bien la mayor parte de los peces se había sumado al festín, otra oleada de ellos avanzaba en su dirección.
Drizzt levantó el arco, con la cuerda tensa, y le hizo una seña a la mujer.
—¿Qué?
—¡Tócalo! —le pidió.
Dahlia lo miró un instante sin entender nada y después alargó la Púa de Kozah hasta cerca de la punta de la flecha.
Drizzt soltó la flecha y el bastón se engulló la energía relampagueante.
Andahar lanzó un sonoro relincho, evidentemente dolorido. Junto a él, Entreri y su corcel dieron un grito.
Dahlia hundió su bastón en el agua y liberó la energía acumulada, y menudos gritos dieron los dos corceles y los tres jinetes al recibir la dolorosa descarga.
No obstante, siguieron adelante, rodeados ahora de peces plateados que flotaban, muertos o atontados. Ya llegaban más, pero Drizzt no les hizo el menor caso, porque el agua era ahora menos profunda. El drow hostigaba a Andahar y todos sus disparos iban dirigidos al frente, donde barría la playa con sus relámpagos mágicos.
El corcel de Entreri llegó antes a la húmeda arena, despidiendo vapor de su negra y reluciente melena. Corrió en derechura hacia la puerta, con Drizzt y Dahlia pisándole los talones. El asesino se dejó caer y despidió de inmediato a su montura para poder recuperar la estatuilla de obsidiana, pero Drizzt no despidió a Andahar en cuanto él y Dahlia saltaron al suelo. En lugar de eso, el unicornio se volvió y se alzó de manos lanzándose contra los enemigos más próximos, a los que atacó con su cuerno de marfil.
Los tres compañeros entraron dando tumbos por la estrecha entrada del túnel e irrumpieron en el salón de audiencias, donde les salió al paso una hilera de guerreros sombríos. Drizzt y Entreri entraron primero, uno al lado del otro, accionando furiosamente las espadas para mantener a raya las lanzas que los apuntaban. Una alabarda se introdujo entre ellos y Drizzt saltó sobre ella, apuntándola hacia el suelo, después se apartó de un salto, cruzando por delante de Entreri, que saltó de lado en sentido contrario, detrás del drow, un perfecto salto mortal que lo hizo aterrizar de pie, mientras sus espadas seguían funcionando en total armonía.
Según cruzó, Drizzt se llevó consigo un trío de picas, trabando la línea y obligando a los sombríos a replegarse. En ese instante de respiro, Drizzt echó un vistazo hacia su derecha, al magnífico trono, e imaginó, aunque no pudo verla, la tumba de su dilecto amigo un poco más allá.
Los enemigos a los que se enfrentaba resultaron ser un equipo avezado y perfectamente preparado, y su breve retirada les había dado tiempo para formar un semicírculo de bloqueo en torno a la boca del túnel.
Y desde el otro lado de ese túnel llegaban los sonidos de persecución, y una voz en particular, una voz demasiado familiar para los compañeros, en especial para Entreri, se alzó por encima de las demás.
—¡Retenedlos! —gritó un jefe tiflin.
—¡Está vivo! —La voz de Dahlia sonó incrédula, horrorizada, furiosa a su llegada a la cámara detrás de sus compañeros.
—No es el momento —empezó a responder Drizzt, porque esperaba que Dahlia se volviera allí mismo para ir a por aquel odiadísimo tiflin. ¡Un deseo que Drizzt entendía muy bien! Era verdad que Alegni había sobrevivido y se había llevado a Guenhwyvar, como le había dicho aquella extraña mujer shadovar. Al drow le bullían mil ideas en la cabeza. Se preguntó si Alegni llevaría consigo a su amada compañera. En medio del combate, encontró tiempo para pasar una mano por la bolsa que llevaba al cinto, llamando silenciosamente a la pantera, esperando contra toda lógica que tal vez Alegni hubiera cometido un error al llevar al felino, a la pantera de Drizzt que era más que una creación mágica, era una amiga leal.
Desechó todas esas ideas cuando una pica estuvo a punto de atravesarlo. Siguió llamando en silencio a Guenhwyvar, pero una vez más le gritó a Dahlia que siguiera luchando hacia adelante, que no se le ocurriera volver atrás.
Eso no era necesario, porque Dahlia ya había pasado corriendo, moviéndose hacia un lado. Plantó su bastón y se impulsó hacia lo alto, superando claramente la línea shadovar. Las picas siguieron su movimiento mientras los guerreros trataban de volverse para responder a su amenaza.
Entreri, en cambio, que había entendido la táctica de Dahlia, ya estaba en movimiento. También él pasó por detrás de Drizzt, entrando a saco contra los sombríos, obligándolos a volverse y mermando sus filas, inmovilizando a ese sector de la formación defensiva.
Drizzt pasó corriendo a su lado y luego por detrás de él, moviéndose pegado a la pared y alejándose de la boca del túnel. Justo a tiempo, ya que una explosión de negra energía mágica entró por la abertura, una nube de humo ardiente, mordaz. Dividió en dos la línea de los sombríos. Los que estaban en el centro de la formación cayeron dispersos, debatiéndose de dolor.
Al quedar libre detrás del asesino, Drizzt volvió a invocar sus poderes de elfo oscuro y atacó al enemigo al que se enfrentaba Dahlia. Unas llamaradas purpúreas rodearon al sombrío, dibujándolo con fuego feérico danzante. Tomado por sorpresa, el shadovar a punto estuvo de dejar caer su pica, y lo que sí bajó fue la guardia.
Se recuperó casi de inmediato, tratando de realinear su arma.
Demasiado tarde.
Un golpe transversal del mayal de Dahlia le destrozó la mandíbula, y mientras se tambaleaba, la guerrera elfa dio una vuelta que remató con un poderoso revés de su segunda arma. Esta vez lo alcanzó en la parte posterior del cráneo que lo lanzó de cabeza en un salto mortal que terminó de espaldas sobre el suelo, retorciéndose y sacudiéndose incontrolablemente.
Una vez más invocó Drizzt sus poderes mágicos innatos, los poderes alimentados por sus profundos orígenes en la Antípoda Oscura, e hizo aparecer un orbe de oscuridad impenetrable justo delante de la entrada del túnel y justo enfrente de los enemigos que lo perseguían.
—¡Vamos, vamos! —le gritó a Entreri apareciendo a la izquierda del hombre y sumando sus vertiginosas cimitarras a la contienda.
Entreri dio una voltereta por detrás de él, dejó atrás el flanco enmarañado y corrió en pos de Dahlia en loca carrera a través del enorme salón, mientras Drizzt, con ayuda de sus tobilleras mágicas que aceleraban cada paso que daba, se desembarazó de los piqueros y corrió detrás de ellos.
Los tres dejaron atrás sin dificultad a los shadovar, que llevaban mucho más peso, y corrieron en línea recta hacia un túnel de salida que había más adelante, a la derecha.
Pero aparecieron más sombríos desde un lado, y una vez más llovieron sobre ellos flechas y jabalinas.
Con velocidad y acrobacias y favorecidos bastante por la suerte pudieron llegar al abrigo del túnel y seguir corriendo. Drizzt y Dahlia iban tratando de encontrar el camino hacia los túneles inferiores mientras Entreri los seguía.
Doblaron un recodo del túnel y Drizzt se paró de pronto, haciendo señas a los demás de que siguieran. Se dejó caer sobre una rodilla y deslizándose volvió atrás hasta el recodo con el arco preparado para acribillar a los sombríos, que los seguían con una andanada de letales proyectiles.
—¡Aquí! —oyó que le gritaba Dahlia, y salió corriendo creyendo que por lo menos había ganado algo de tiempo.
Aunque no mucho, se dio cuenta cuando una poderosa explosión sacudió el corredor por detrás de él. Al mirar atrás vio que salían chispas de las paredes en el lugar donde acababa de estar arrodillado, y oyó que se reanudaba la persecución.
Atravesaron una serie de cámaras, y, más por suposición que por conocimiento, fueron eligiendo las puertas por las que pasar. Dejaron atrás otro recodo, y otro más allá. Corrieron hacia una pesada puerta de metal medio entornada. Entreri la empujó con el hombro y la atravesó corriendo, con Drizzt y Dahlia detrás, y cuando tuvieron a la vista la estancia del otro lado, los tres vieron y oyeron una puerta similar en el otro extremo que se cerraba de golpe.
Entreri se lanzó a ella como un rayo, seguido de Dahlia, mientras Drizzt cerraba la puerta que acababan de atravesar. Buscó una barra para bloquearla, pero no encontró ninguna. No obstante, todavía quedaba algo de mobiliario, incluida la estructura de una pesada silla de madera, de modo que la arrastró hasta delante de la puerta y la colocó inclinada para asegurar de algún modo la entrada.
Al otro lado de la habitación, Entreri la había emprendido a tirones y golpes con la otra, pero el que la había cerrado la había asegurado tras de sí.
—¿Y ahora adónde? —preguntó Dahlia buscando desesperadamente otras puertas.
Pero no había ninguna a la vista.
—¿Ahora adónde? —preguntó otra vez con mayor insistencia.
—Ahora luchamos —replicó Entreri—. Esa era la voz de Alegni. —Remató sus palabras escupiendo en el suelo.
—Al menos matarlo antes de morir —dijo Dahlia, y Entreri asintió con gesto adusto.
—Hagas lo que hagas, Drizzt, llévame hasta él —dijo Entreri—. Te honraré con los últimos momentos de mi vida, si es que eso tiene algún valor para ti.
Drizzt se los quedó mirando a ambos, allí de pie, tan cómodos el uno junto a la otra, al parecer tan resignados a su destino siempre y cuando pudieran hacerse con Herzgo Alegni. No podía imaginar el odio que los movía hacia él, y una vez más le vino a la mente el vínculo callado que había entre ellos, el hecho de compartir algo más profundo, algo que él no podía comprender y mucho menos hacer suyo.
Drizzt no dudó de que uno y otra morirían felices si antes habían asestado el golpe mortal a Herzgo Alegni. Se preguntó cómo era posible que alguien odiara tanto a otro. ¿Qué había pasado? ¿Qué violación, que violenta traición o tortura continuada podía destilar semejante veneno?
Una sacudida estruendosa conmovió la puerta que tenía detrás, y Drizzt acudió enseguida a colocar otra vez la estructura de madera en su sitio. Oyó la detonación cuando una andanada de proyectiles dio contra la puerta, y oyó también la llamada a la persecución y la multitud de pisadas.
Se volvió para mirar a sus amigos, condenados como él, pero se encontró mirando más allá de ellos, a la otra puerta que se había abierto sin hacer ruido.
Dahlia emitió un gruñido, echó una extraña mirada a Drizzt y a continuación se desplomó.
Un estallido relampagueante impactó contra la puerta que había a espaldas del drow, chisporroteando en contacto con el metal y desplazando otra vez la silla.
Drizzt se dispuso a ir hacia Dahlia; se volvió hacia la puerta.
Entonces se quedó ciego.
Habían llegado los drows.