Ravel se movía a toda velocidad, ansioso de ver acabada la gran obra. Habían encontrado una cámara divisoria entre las principales zonas de la forja y el nivel inferior de Gauntlgrym y los todavía inexplorados niveles superiores. Varios nobles habían utilizado las insignias de sus casas para levitar hasta el techo y habían podido ver que ese lugar era realmente la zona clave de división entre las dos secciones del enorme complejo, pero la larga escalera de caracol hecha de hierro que daba acceso a ella había sido destruida, y al parecer recientemente, probablemente en la erupción y el consiguiente cataclismo.
Los primeros informes habían dictaminado que era imposible repararla, y algunos de los artesanos estimaban que llevaría meses construir otra escalera adecuada. Sin embargo, el ingenio y las buenas ideas de los drows, combinadas con algo de magia, habían resuelto el problema.
Ravel entró por fin en la cámara, y realmente era enorme. Una serie de pasarelas de piedra zigzagueantes se extendían más allá de lo que podía abarcar con la vista y en todas direcciones, y el techo era tan alto que no se alcanzaba a verlo, a pesar de que había una relativa profusión de luz.
Seguido por Tiago Baenre y Jearth, Ravel avanzó desde la entrada hacia un grupo de drows colocados detrás de un ejército de goblins y orcos. No mucho más atrás iban sus hermanas y muchos otros. A Ravel se le ocurrió pensar que casi la totalidad de su expedición estaba en ese momento allí, en esa cámara. Sólo Gol’fanin y algunos otros artesanos habían vuelto a la sala de forjas. Esa idea lo inquietó bastante.
Al acercarse al grupo, Ravel reparó en la escalera de caracol que subía desde el suelo. Al otro lado, filas de orcos y pesadillas, a las que se habían unido las fuerzas driders de Yerrininae, tiraban con denuedo de unas cuerdas que habían sido colgadas con poleas sujetas al techo, levantando en el aire un tramo importante de la escalera.
—Pudimos salvar más de la escalera original de lo que pensábamos —explicó Brack’thal, y Ravel ya empezaba a asentir en respuesta a su hermano mayor cuando se dio cuenta de que el mago no se dirigía a él sino a Berellip, que estaba de pie a su lado.
—Por fin —intervino Ravel, con un tono que reflejaba disgusto y alivio a partes iguales. Sabía que esto, al igual que las batallas con los elementales en la sala de forjas, contribuirían en gran medida a enaltecer peligrosamente la reputación de su hermano, y por lo tanto él quería consolidarse allí como líder, sin dejar que Brack’thal y Berellip fueran los que tomaran la palabra dejándolo a él de lado.
Brack’thal lo miró con incredulidad y ya se disponía a responder, sin duda algún insulto impertinente, cuando un destello brillante desde un lateral llamó la atención de todos y una réplica resonante hizo temblar las piedras debajo de sus pies. A esto le siguió una cacofonía de chillidos de aves, como los que se oyen habitualmente cuando alguien trata de robar en el nido de un cuervo.
—Los hiladores de conjuros que combaten con los corbis terribles —dijo Ravel, contento de que los suyos estuvieran haciendo tan buen trabajo justo cuando gran parte de la reparación de la escalera debía atribuirse a los esfuerzos y la magia de Brack’thal.
—¡Ahora! —gritó Brack’thal, reclamando la atención de todos, mientras al otro lado las pesadillas blandían pesadas hachas para cortar las cuerdas. Unas luces mágicas aparecieron en las alturas, iluminando el techo de la gran cámara, y mostrando claramente el tramo suspendido de la escalera mientras se soltaban sus soportes. Con los obreros goblins trepando por todas partes, cayó algo más de un metro en la sección superior reconstruida que estaba preparada para recibirla. El impulso de la caída hizo que la escalera encajara perfectamente en su sitio, empujando de forma sólida y profunda los pernos de encastre.
Con un fuerte crujido, encajó y se inclinó hacia adelante, donde el extremo en gancho de su extremo elevado se asentó con un sonoro golpe y quedó bien sujeto en la repisa que había más arriba. Desde lo alto cayeron polvo y piedras que se esparcieron por el suelo, y por un momento todos contuvieron la respiración, temerosos de que se viniera abajo el descansillo de arriba. Sin embargo, no fue así, y la escalera resistió.
Desde abajo se alzó una gran ovación, coreada tanto por los drows como por los goblins y las pesadillas.
Los pobres goblins montados en la escalera se sacudieron, cayendo algunos hacia un lado tratando de asirse desesperadamente y otros al vacío, derechos hacia la muerte.
También a ellos se los ovacionó, aunque sólo fuera por brindar tan truculento espectáculo.
—Y ahora podemos irrumpir masivamente en el complejo superior —anunció Brack’thal con un gesto victorioso.
—Y pueden bajar enemigos desde arriba —añadió Ravel.
—Pues no —dijo Brack’thal—. La escalera tiene bisagras. Podemos retirar la mitad superior cuando queramos y volver a subirla cuando sea necesario.
Otro destello en un lateral reveló que la batalla con los corbis terribles distaba mucho de haber acabado.
—¿Cuántos? —preguntó Ravel, señalando hacia allí con la cabeza y ansioso de cambiar de tema antes de que su inteligente hermano obtuviera demasiada ventaja.
—Están los túneles plagados de ellos —respondió uno de los drows que estaban cerca.
Ravel se quedó pensando en eso, y detrás de él sonó la voz de Berellip.
—Si los presionamos demasiado y demasiado rápido, los invitaremos a ellos y a otros monstruos que hay en este complejo a introducirse detrás de nosotros y a dividir nuestras fuerzas en dos —dijo a modo de advertencia.
El hilador de conjuros le echó una mirada asesina, y su llamada a la prudencia no hizo más que impulsarlo a actuar con mayor atrevimiento, más por fastidiar que por una cuestión de táctica.
—Lleva un número de guerreros considerable… seis manos —le indicó Ravel a Jearth (una «mano» era una patrulla de cinco elfos oscuros)—, y la mitad de los driders de Yerrininae, él mismo incluido, y levantad un mapa de las cámaras superiores.
—¿Hiladores de conjuros? —inquirió Jearth.
—Uno por cada mano —respondió Ravel, y añadió, mirando a Berellip y a Saribel—. Y una sacerdotisa por cada dos manos. A Saribel sin duda le encantará la aventura.
—Y a mí —intervino Brack’thal.
Ravel no se volvió para mirarlo, sino que siguió con la vista fija en sus hermanas, evaluando sus intenciones con curiosidad por ver si Berellip trataría de pasar por encima de su autoridad tan abiertamente.
—Puesto que desempeñé un papel importante en la reparación de la escalera —añadió Brack’thal.
Ravel se volvió hacia él abruptamente.
—Tú volverás a la forja —le señaló.
Brack’thal lo miró con los ojos entornados y rebosando odio.
—Cualquier artesano del montón podría haber supervisado la reparación de la escalera —afirmó Ravel—. Tu talento personal reside en esa extraña afinidad con los elementales de fuego, por eso es en la forja donde eres necesario, y sólo en la forja.
Durante un momento, en todo el entorno de Ravel, sus hermanas, Brack’thal, Tiago e incluso los demás drows, que seguramente no estaban tan al tanto de las luchas de poder, pero obviamente entendían que había algún problema, se masticó la tensión, y casi todos acercaron las manos a las armas o los instrumentos mágicos.
—¿Y qué hay de los iblith? —preguntó Jearth.
Ravel agradeció aquel recordatorio de la carne de cañón que habían llevado, para él y sobre todo para los que gustaban de oponerse a él. Porque más que los elfos oscuros, más que el poder de cualquier elfo oscuro, sobre esa cámara se cernía el enorme espectro de la multitud esclava, tan numerosa. Ravel la controlaba, como Jearth acababa de recordarles a todos, sabia y sutilmente.
—Lleva a tantos goblins y orcos como consideres necesario —ofreció el hilador de conjuros.
—Las pesadillas se moverían con mayor sigilo por los túneles superiores —sugirió Jearth.
—Se quedarán aquí, para proteger la escalera.
Jearth asintió y miró a Tiago.
—Creo que me quedaré con Ravel por el momento —fue la respuesta del Baenre a esa mirada, y sus palabras resonaron en muchos niveles.
A Ravel le sentó bien eso, porque comprendió la discusión que le esperaba cuando volviera a la zona de las forjas y se enfrentara a Berellip y a Brack’thal. Al menos era lo que prometía la hostilidad manifiesta con que lo miraba ahora su hermano.
No pensé que fueras a venir, le transmitió Jearth a Saribel Xorlarrin, en su lenguaje de señas, más tarde, cuando se encontraban en los túneles superiores.
Saribel lo miró con desprecio y no respondió.
Podrías haber enviado a sacerdotisas menores, insistió Jearth. Seguro que conoces el peligro que se corre aquí.
No más que el que se corre abajo, le respondió Saribel velozmente. Sus dedos siguieron moviéndose, pero ella cubrió el puño cerrado, interrumpiendo la comunicación.
—¿Crees que le temo a la batalla? —preguntó de viva voz, una voz que sonó absurdamente alta en el chato silencio de las polvorientas cámaras. El volumen hizo aparecer miradas de alarma en Jearth y lo demás que estaban cerca.
No es prudente…, empezó a responder el maestro de armas moviendo enfáticamente los dedos.
—Ya está bien, Jearth —exigió Saribel—. Si hay enemigos a los que encontrar, hagámoslo y acabemos con ellos.
Jearth les hizo señas a los otros para que pasaran delante y a Saribel para que se apartara hacia una cámara pequeña y deteriorada, una que podría haber sido la antecámara de una capilla, porque a través de una segunda arcada de poca altura que estaba casi derruida se entraba en una estancia grande en la que se apreciaba lo que tal vez habían sido los restos de un altar en el extremo más alejado. Mirando a través de ella, Jearth vio a una patrulla de goblins que pasaba sigilosamente.
Se volvió hacia la sacerdotisa.
—Si tienes tanto miedo… —empezó a decir, pero él la hizo callar alzando una mano.
—Por supuesto que no —respondió sin inmutarse—. Lo que más deseo es encontrar sangre enemiga para mojar mis espadas, pero deseo que nuestra conversación sea privada.
—¿Conspirando? —preguntó la sacerdotisa maliciosamente.
—Tú ves la batalla que se avecina con tanta claridad como yo.
—Eso espero, de verdad.
—La va a ganar Ravel.
Saribel respondió con un bufido.
—¿No lo crees o no lo deseas?
—Lo segundo —replicó Saribel con una sonrisa—, y, por consiguiente, es indudable que le seguirá lo primero.
Jearth la entendió muy bien. Berellip prefería a Brack’thal.
El maestro de armas meneó la cabeza, lenta y deliberadamente.
—¿Dudas de las sacerdotisas de Lloth? —inquirió Saribel con incredulidad.
—No dudo en absoluto de que Berellip podría conseguir la victoria para la parte que elija, sea cual sea.
Jearth volvió al silencioso lenguaje de signos, porque tenía la sensación de que había alguien al otro lado de la arcada y quería que esa conversación crítica se mantuviera estrictamente en el plano de lo privado.
Pero ¿por qué habría de seguirla Saribel?
La expresión de suficiencia de Saribel se transformó en confusión, y Jearth se dio cuenta de que estaba pisando un terreno muy peligroso. Sus dedos se movieron lentamente: Si Berellip elige a Brack’thal, Berellip se equivoca.
Saribel abrió los ojos sorprendida y Jearth añadió: Tiago Baenre está del lado de Ravel.
Entonces Tiago Baenre… empezó a responder la sacerdotisa, pero Jearth la interrumpió enérgicamente.
Si Tiago no vuelve al lado de la Madre Matrona Quenthel, la Casa Baenre iniciará una guerra contra la Casa Xorlarrin, le explicó. No hay excepción posible. Si Tiago muere a manos de un corbi o por el derrumbamiento de un techo, o subyugado por Berellip, dará lo mismo. La Madre Matrona Quenthel Baenre me lo ha dicho. Fue su manera de asegurarme que la elección que hiciera Tiago debería ser, necesariamente, la nuestra.
Saribel se desmoronó visiblemente, hundida bajo el peso innegable de la Casa Baenre.
Tiago ha hecho su elección y no hay disuasión posible. Está del lado de Ravel.
Berellip no, replicó Saribel por señas. Debo ir con ella. Se disponía a marcharse, pero Jearth la cogió por el brazo, y cuando se volvió ofendida por el hecho de que se hubiera atrevido a tocarla, él le sonrió para tranquilizarla.
—¿Por qué? —le preguntó de viva voz.
Saribel lo miró con expresión de no entender nada. ¿Cómo podía haber llegado esa mema tan alto entre las sacerdotisas de la Casa? ¿Podía decirse con más claridad? Le estaba ofreciendo ascender. Si Berellip se ponía de parte de Brack’thal, pero él y Saribel se volvían en su contra, la batalla no duraría mucho tiempo. A pesar del poder de Berellip, y de la destreza recuperada de Brack’thal, Ravel estaba al mando de los hiladores de conjuros y tenía a Tiago de su parte.
Sin duda puedes justificar tu decisión ante la Matrona Zeerith, sabiendo que la forma de actuar de Berellip nos habría echado encima a la Casa Baenre, se atrevió a transmitirle en el lenguaje de señas.
Ya estaba, ya lo había dicho. Cuando sus manos dejaron de comunicar, Jearth las llevó a sus armas. Creía que podría derrotar a la sacerdotisa, pero sólo si actuaba con rapidez y apuntando bien.
Saribel se quedó un buen rato sin expresar la menor emoción.
—Si nuestra misión aquí es exitosa, muy probablemente puede dar lugar a una nueva jerarquía en la Casa Xorlarrin —afirmó Jearth.
—Sin duda, Ravel podría colocarse por encima de Brack’thal —respondió Saribel, y sus palabras fueron dulce música para los oídos de Jearth—. Formalmente, quiero decir, porque está claro que el Segundogénito cuenta con el favor de la Matrona Zeerith, por encima del Primogénito.
—Lloth bendice esta expedición, y colmará de recompensas y honores a las sacerdotisas que la hayan facilitado, ya sea ocupando un lugar de honor en la muerte junto a la Reina Araña, o dentro de la Casa Xorlarrin para aquellas que regresen —dijo Jearth con una sonrisa sardónica que no tardó en encontrar reflejo en la cara de Saribel.
Un grito llegado desde algún punto por delante de ellos les anunció que la batalla había empezado.
—Por la gloria de la Casa Xorlarrin —dijo Saribel poniéndose en marcha.
—Por la gloria de la ciudad de Xorlarrin —exclamó Jearth, y Saribel miró hacia atrás y asintió.
Jearth se quedó atrás el tiempo suficiente para respirar hondo, y una vez más se encontró admirando calladamente a Ravel, porque esta división de las hermanas había sido idea de Ravel, por supuesto, todo planeado de antemano junto con Tiago y Jearth.
No siempre era posible ir por delante de las hembras drows en las confabulaciones, pero nunca resultaba muy difícil conseguir que se apuñalaran unas a otras por la espalda.
Jearth sacó sus armas y se puso en marcha, prestando atención ahora a esos corredores y esas cámaras tan interesantes. Esta había sido la zona residencial de la antigua Gauntlgrym, de modo que nadie sabía qué tesoros podrían encontrar.
No sucedía muy a menudo que alguien dejara a Berellip Xorlarrin sin habla, y Tiago Baenre se sintió muy orgulloso de sí mismo por haber realizado semejante proeza.
—Hay muchas cosas de Saribel que desconoces —dijo con tono despreocupado para dejar claro que esta intriga Xorlarrin le resultaba muy divertida. Acababa de asegurarle que su hermana no la apoyaría contra Ravel en el caso de un probable duelo con Brack’thal, ejecutando la segunda parte del ingenioso plan de Ravel. Jearth dividía a las hermanas, y Tiago alegremente le revelaba esa verdad a una de ellas.
—¿Supones que voy a dejar que Ravel y sus hiladores de conjuros maten a mi hermano? —inquirió—. ¿Crees que no tengo posibilidad de elegir ni nada que decir al respecto?
—Creo que las consecuencias deben hacerte pensar. Creo que eres muy inteligente.
Berellip pasó por delante de él, salió de la habitación y siguió corredor abajo hacia la zona de la forja que brillaba ferozmente a lo lejos. Cuando entraron se encontraron con que el presunto duelo ya estaba más cerca de lo que esperaban, porque Brack’thal estaba en el centro de la sala, con un gigantesco elemental de fuego a su lado, y unos cuantos de menor tamaño bailando en círculo a su alrededor.
Al otro lado, apoyado displicentemente sobre el estanque de enfriamiento de una forja apagada, estaba Ravel con los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión obviamente divertida en la cara.
—¿No lo sientes, Segundón? —dijo Brack’thal con obvio deleite—. Por supuesto que lo sientes, pero no quieres admitirlo. ¡Lo sientes y lo temes!
Ninguno de los artesanos, ni un goblin, ni una pesadilla ni un drow, estaban trabajando, todos estaban atentos a los dos jerarcas enzarzados en un conflicto largamente esperado.
Berellip miró en derredor y observó que unos cuantos de los herreros no eran en absoluto artesanos, sino que eran hiladores de conjuros de Ravel estratégicamente situados. Su hermano menor lo había planeado bien. Lo había visto venir, probablemente él mismo lo había propiciado, en un momento y un lugar de su propia elección.
Claro que a lo mejor se había equivocado, pensó Berellip al observar a otro elemental que iba dejando una línea de fuego al salir de una forja y correr junto a Brack’thal, porque no cabía duda de que el mayor de los hijos varones Xorlarrin estaba acumulando un poder y un control impresionantes. En ese preciso momento, como si hubiera sentido la atención fija sobre él, Brack’thal se dio la vuelta para mirarlos a ella y a Tiago.
—¡Lo siente! —explicó Brack’thal—. Y sabe de qué se trata. ¡¿No es cierto, hilador de conjuros?! —gritó, volviéndose abruptamente hacia Ravel.
—Siento que has perdido el juicio —respondió Ravel con tono displicente.
—¡Mis poderes siguen creciendo! —exclamó Brack’thal—. ¿Dónde te situarás entonces, hilador de conjuros? —Hizo un gesto abarcador con los brazos y miró en derredor, en especial a los espías de Ravel—. ¿Dónde os situaréis todos en ese caso?
—Entre los vivos, al menos —replicó Ravel en claro desafío.
Lo cual era más de lo que Brack’thal podría decir, Berellip lo sabía, porque a pesar de sus feroces sirvientes, lo más probable era que Ravel y los demás acabaran rápidamente con él. Se preguntó cómo actuar, porque no parecía que Brack’thal fuera a atender a razones, y ella odiaba la perspectiva de que muriera en ese momento, tanto por las implicaciones que eso tendría para el estatus de Ravel como por cuestiones prácticas. La labor de Brack’thal con los elementales, aunque la estuviera gestionando como un tonto, resultaba muy valiosa allí, en esa forja tan importante.
Tiago Baenre dio un paso y se colocó delante de ella.
—¿No sería eso algo portentoso? —dijo en voz alta, exigiendo atención.
—¡Ah, hace su aparición el rothé de Ravel! —gritó Brack’thal a modo de respuesta.
Tiago le rio la gracia, conteniendo el impulso de lanzar su espada a la frente del mago, y no habría sido un lanzamiento difícil. Avanzó con paso firme hacia Brack’thal. Al acercarse, y para que sólo Brack’thal pudiera oírlo, susurró:
—No puedes ganar.
Brack’thal sacó pecho, desafiante.
—Berellip está con Ravel —dijo Tiago, y el mago se desinfló de forma casi instantánea. Miró por encima de Tiago a Berellip que, consciente de lo que Tiago acababa de decirle, asintió solemnemente para confirmarlo.
Un tic apareció en el ojo de Brack’thal, que se pasó la lengua por los labios mientras miraba alternativamente a Berellip, a Tiago y a Ravel, que se acercaba lentamente, con una sonrisa cada vez más ancha. Ravel hizo un gesto afirmativo a derecha e izquierda, y de las sombras salieron los hiladores de conjuros. Llevaban bastones y varitas en las manos y sus dedos los acariciaban con avidez.
—Ni uno solo de los que considerabas tus aliados se pondrá de tu parte contra Berellip —informó Tiago a Brack’thal.
El mago se volvió rápidamente hacia Berellip.
—¡Hermana! —le imploró.
—Haz que tus mascotas vuelvan a las forjas —ordenó—. Tenemos mucho trabajo por delante.
—¡Hermana!
—¡Se acabó! —le dijo Berellip con cajas destempladas, y avanzó hacia él con decisión, lanzando un conjuro por delante que roció a un elemental con un chorro de agua. La criatura se disipó en una ráfaga de niebla con un furioso silbido.
—¿Ocho patas? —le preguntó a Brack’thal, que se puso pálido como la muerte, porque esa referencia en particular preanunciaba la maldición más terrible que pudiera caer sobre un drow. ¡La de ser transformado en un miembro de la banda de Yerrininae!
Brack’thal, claramente superado por el curso de los acontecimientos, alzó las manos en actitud conciliadora y empezó a obedecer, enviando a sus mascotas de vuelta a las diversas forjas.
Para cuando Berellip y Ravel llegaron hasta él, sólo quedaba la más grande.
Brack’thal la miró, miró después a Berellip, y se postró de rodillas ante ella.
—Mátame, te lo ruego —dijo.
—No seré rápida —prometió ella con maldad, y él lo aceptó con una enérgica inclinación de cabeza. Prefería morir bajo tortura que ser transformado en un desdichado drider.
—Hermana —intervino Ravel, y Berellip, Brack’thal y Tiago se volvieron para mirarlo sorprendidos—. Perdónalo, te lo ruego.
Dio la impresión de que todas las criaturas presentes habían contenido la respiración.
—Es valioso. El trabajo que realizó aquí es irreprochable —explicó Ravel ante la atónita expresión de Berellip.
—Vaya debilidad —dijo ella entre dientes casi sin dar crédito a lo que oía—. ¿Vas a mostrar compasión?
—Sólo si Brack’thal sella una alianza conmigo —declaró Ravel con aire de superioridad, mirando a su hermano que estaba de rodillas desde su altura—. Sólo si se pone fin a esto, por decreto, previa rendición, y se me nombra aquí y ahora Primogénito de la Casa Xorlarrin, cediéndole a Brack’thal todos los derechos del Segundogénito.
—Antes prefiero morirme —respondió Brack’thal.
—¿Preferirías que te salieran seis patas más? —añadió Tiago.
—¿De verdad? —preguntó Ravel refiriéndose a la afirmación de Brack’thal y no a la amenaza de Tiago—. Entonces tu afirmación de que estás recuperando tus poderes debe sonar a hueco en tus propios oídos.
Lo dijo en voz alta, para que pudieran oírlo todos los presentes, para que lo oyeran los hiladores de conjuros que sabía que recientemente habían pensado en pasarse al bando de Brack’thal.
En silencio, Berellip felicitó a Ravel. Había jugado sus cartas a la perfección, porque de una forma u otra, Brack’thal estaba cogido. Si no accedía y por lo tanto moría, estaría admitiendo que sus afirmaciones eran falsas, y por lo tanto Ravel se aseguraría la colaboración de los hiladores de conjuros una vez más. Y si accedía, estaría atado por sus palabras. No era cosa frecuente que los varones drows intercambiaran sus títulos, como había exigido Ravel, pero había precedentes, y un pacto así sin duda era vinculante. Si Brack’thal accedía, cualquier acción que emprendiese en el futuro contra Ravel se consideraría como una afrenta a la Casa Xorlarrin, desatando la ira de la Matrona Zeerith.
—¿Y bien? —lo presionó Berellip.
—Que así sea —replicó el mago derrotado bajando la mirada.
Ravel se llegó a su lado en un abrir y cerrar de ojos, y cogiéndolo por debajo del brazo hizo que se pusiera de pie.
—Eres un noble de la Casa Xorlarrin —dijo en voz baja el joven hilador de conjuros.
Brack’thal lo miró con odio.
—Vuelve a los túneles con tu mascota —le ordenó Ravel—. Continúa tu importante labor.
El mago obedeció de buena gana y salió presuroso, y cuando Berellip y Ravel pasearon sus miradas por la sala, tanto los drows como los goblins y las pesadillas empezaron a tropezarse los unos con los otros en su prisa por volver a sus tareas.
—Seguidme —exigió Berellip a los dos varones que tenía a su lado. Los llevó hasta los aposentos que había tomado como propios y cerró la puerta detrás de ellos cuando hubieron entrado, antes de asir a Ravel por el brazo y obligarlo a mirarla.
—Ya me he hartado de sus subterfugios —dijo.
—Soy un drow —replicó él con una sonrisa.
Berellip ni siquiera pestañeó.
—Esto se acabó —le dijo Ravel—. Y que sepas que estoy tan cansado de mirar por encima del hombro para ver lo que haces como tú lo estás de mí. —Se dispuso a marcharse y Berellip se movió para cerrarle el paso.
Esta vez fue Ravel el que no pestañeó, y después de unos segundos, Berellip dejó que se marchara.
—Ese siempre está lleno de sorpresas —observó Tiago.
—Y tú lo apoyas.
—La Matrona Zeerith lo apoya —corrigió Tiago—. Y también la Madre Matrona Quenthel, por respeto a tu madre —añadió al ver que Berellip no respondía de inmediato—. Esto se ha acabado —dijo—, y que sepas que yo soy el que está mas cansado de todos.
Pasó junto a Berellip camino de la puerta.
—Compasión —dijo Berellip con una risita de disgusto—. Tuvo compasión de Brack’thal, y no la merecía.
—No pienses que es por debilidad —fue todo lo que Tiago se molestó en responder mientras salía de la habitación. Una vez que hubo atravesado la puerta, se volvió para mirarla—. Tanta intriga me ha excitado —la informó—. No tardaré en volver.
—¿Y si me niego?
—Eres una sacerdotisa de Lloth —dijo Tiago con una inclinación de cabeza—. Si te niegas, me iré.
—Y si no me niego, contraerás una deuda conmigo —dijo Berellip, y Tiago vio perfectamente las trampas que ocultaban sus brillantes ojos rojos. Se quedó pensando un momento apenas, después asintió y con una sonrisa cómplice le hizo una reverencia y se marchó.
Porque Tiago entendía muy bien la tarea que Berellip tenía en mente. Ravel había hecho gala de una clemencia nada común. Ahora que Berellip conocía la traición de su hermana menor, ella no tendría clemencia.
El noble Baenre alcanzó a Ravel un poco más allá de la zona de las forjas. El joven hilador de conjuros estaba sentado ante una pequeña mesa bebiéndose un vaso de Trago Lento, una cerveza duergar llamada así porque tardaba un rato en hacer efecto en quien la bebía, aunque finalmente acabara a cuatro patas y vomitando. La cerveza más basta y amarga era la que consumían los goblins y kobolds de Menzoberranzan más que los drows, cuyos gustos los inclinaban más a los licores más finos como el Vino Mágico o el brandy.
Sin embargo, era indudable que el Trago Largo servía perfectamente si lo que se pretendía era embotar los sentidos.
—Extraña elección cuando se trata de celebrar —comentó Tiago poniendo la mano por delante para rechazar la copa que le ofrecía Ravel. Para no quedar como un maleducado, el joven Baenre sacó una pequeña botella que llevaba bajo la guerrera, desenroscó la tapa y bebió un sorbo.
—¿Por qué le permití vivir? —preguntó Ravel antes de que pudiera hacerlo Tiago.
—Sin duda, esa es la pregunta más formulada por los dedos de los drows en este momento —replicó Tiago.
Ravel desvió la vista hacia un lado. Su expresión era muy sombría y también muy sobria a pesar de la bebida.
Tiago captó el significado de esa mirada y reprimió la urgente necesidad de presionar al hilador de conjuros para satisfacer su imperiosa curiosidad.
—Las afirmaciones de Brack’thal —dijo Ravel meneando la cabeza.
—Sí. ¿Qué les pasa?
Ravel miró a su amigo Baenre directamente a los ojos.
—No se equivocaba.
Tiago intentó por todos los medios no dejar ver su sorpresa, pero a pesar de todo dio un paso atrás.
—Lo siento —explicó Ravel.
Tiago negó con la cabeza, tal vez con demasiada vehemencia.
—En esto hay alguna treta de Brack’thal, algún elemento secreto o un conjuro antiguo recuperado. Su trabajo con los elementales…
—Impresionante trabajo —dijo Ravel.
—Y te dejas engañar por él.
Ravel bebió otro sorbo de Trago Lento.
—Confiemos en que así sea —dijo el hilador de conjuros, aunque no parecía nada convencido.