14. CAZANDO JUNTOS

—Tu andar se ha vuelto titubeante —le susurró Entreri a Drizzt, en voz tan baja que Dahlia, que estaba apenas dos pasos por detrás de ellos, tuvo que alargar el cuello para oír.

—¿Tú también lo sientes? —preguntó el drow.

—Obviamente, no con tanta claridad como tú.

—¿Sentir qué? —preguntó Dahlia.

—Están siguiendo nuestro rastro —respondió Drizzt—. O mejor dicho, nos están siguiendo.

Dahlia se enderezó y miró en derredor.

—Y si nos están observando, ahora saben que lo sabemos —dijo Entreri secamente.

—Por aquí no hay nadie —comentó la elfa en voz bastante alta.

Tanto Drizzt como Entreri se la quedaron mirando. El drow hizo un gesto de impotencia y a continuación suspiró y se apartó a un lado, internándose más en la maleza.

—¿Crees que habrá shadovar? ¿O thayanos? —le preguntó Dahlia a Entreri.

—Él sí lo piensa —replicó el asesino, señalando con la barbilla a Drizzt, que estaba en cuclillas junto a un arbusto inspeccionando las hojas y el suelo—. Parecería que shadovar.

—¿Y confías más en su criterio que en el tuyo propio?

—No es una competencia —respondió Entreri—. Y no subestimes las habilidades de tu compañero en un medio boscoso. Este es su terreno… si estuviéramos en una ciudad, entonces yo tomaría la delantera, pero aquí, en el bosque, y respondiendo a tu pregunta… sí —terminó mientras Drizzt volvía hacia ellos.

—Alguien estuvo aquí no hace mucho tiempo —explicó el drow. Miró por donde llegaron, atrayendo la atención de los otros dos hacia las sendas y los caminos que había en los terrenos más bajos que habían dejado atrás—. Probablemente esperaban nuestra aproximación.

—¿Shadovar, thayanos o alguien más?

—Shadovar —respondió Drizzt sin dudarlo.

—¿Cómo puedes saber semejante cosa? —preguntó Dahlia otra vez con una voz cargada de dudas.

—Sé que están siguiendo nuestro rastro.

—Aun así ¿has visto a nuestros perseguidores?

Drizzt negó con la cabeza y dedicó a Dahlia una dura mirada al hacerlo.

—Y sin embargo, llegas a la conclusión de que son shadovar —insistió Dahlia—. ¿Por qué sacas esa conclusión?

Drizzt la miró durante un rato, al parecer bastante divertido.

—La espada me lo dijo —respondió por fin.

Era evidente que Dahlia tenía una refutación en la punta de la lengua, pero se la tragó.

—Está excitada —le dijo Drizzt a Entreri—. Lo percibo.

Entreri asintió, como si esa sensación de la Garra de Charon no fuera para él algo desconocido ni inesperado.

—Probablemente el brujo joven y contrahecho —dijo.

—¿Qué sabes acerca de él? —preguntó Drizzt.

—Sé que es formidable, tiene un montón de ardides y conjuros que producen heridas graves. El pánico no lo afecta cuando se enfrenta a una batalla, y tiene una sabiduría que no parece propia de su edad. Es letal, no lo dudes, y más desde lejos. Peor todavía, si es Effron el que nos sigue, lo más probable es que no esté solo.

—Parece que sabes muchas cosas de él —comentó Dahlia.

—Di caza a tus amigos thayanos con él —respondió Entreri—. Maté a tus amigos thayanos con él.

Dahlia se quedó de piedra al oír ese comentario, pero enseguida se relajó. La verdad, teniendo en cuenta que había dejado a Sylora, ¿cómo podía enfadarse por semejante comentario? También ella había matado a muchos thayanos últimamente.

—Estaba muy próximo a Herzgo Alegni —prosiguió Entreri—. A veces parecía que lo odiaba, pero otras daba la impresión de que entre ellos había un vínculo profundo.

—¿Un hermano? —se preguntó Drizzt en voz alta.

—¿Un tío? —respondió Entreri encogiéndose de hombros—. No lo sé, pero estoy seguro de que no lo hizo feliz la forma en que tratamos a Alegni. Además es un oportunista, un tipo ambicioso.

—Recuperar la espada sería un gran espaldarazo para él —conjeturó Drizzt.

—Ni siquiera sabemos si es él —apuntó Dahlia—. Ni siquiera sabemos si los que nos persiguen son shadovar. ¡Ni siquiera sabemos si alguien nos está persiguiendo!

—Si sigues hablando tan alto es probable que pronto lo sepamos —replicó Entreri.

—¿Y eso no sería bueno?

La tozudez de Dahlia arrancó a Drizzt otro suspiro, al que siguió otro de Entreri.

—Ya lo averiguaremos —le aseguró Drizzt—, pero no cuando quiera nuestro perseguidor. Sino en el momento y el lugar que nosotros elijamos.

Giró sobre sus talones y se alejó sendero adelante, escrutando lentamente el bosque, a derecha, a izquierda y por delante, en busca de enemigos, de una emboscada, de un lugar donde poder revertir la persecución.

—¿Siempre tenemos que jugar a este juego? —preguntó Effron, y aunque trataba de resistirse, se encontró dando vueltas para ver la encarnación más reciente de esa extraña ilusionista… o puede que realmente fuera ella esta vez, o al menos se atrevía a esperarlo.

Pero la voz inconfundible de la Cambiante le contestó una vez más desde atrás.

—No es ningún juego —le aseguró—. Muchos son mis enemigos.

—Y muchos tus aliados.

—Nada de eso.

—Tal vez encontrarías más aliados si no fueras tan fastidiosa, maldita sea.

—¿Aliados entre gente como tú, que quiere emplear mis servicios?

—¿Es eso tan vergonzoso?

—¿Acaso estos aliados no se convertirán también en mis enemigos cuando me empleen los que son contrarios a ellos? —preguntó la Cambiante, y cuando Effron se volvió, su voz se volvió con él, permaneciendo siempre detrás del azorado tiflin.

Effron bajó la mirada.

—Entonces tal vez ambas cosas.

—Mejor ninguna de las dos —respondió la Cambiante—. Ahora dime por qué has venido.

—¿No lo supones?

—Si esperas que vuelva a Faerun a recuperar la espada perdida de Herzgo Alegni es que eres tonto. Llegar a esa conclusión me apenaría, porque siempre he pensado que tu tontería era una cuestión de la edad, y no un defecto en tu capacidad de raciocinio.

—¿Sabes algo de la espada?

—Todos saben acerca de la espada —replicó la Cambiante como al pasar, con tono casi de burla ante la seriedad de Effron—. Quiero decir, todos cuantos prestan atención a esas cosas. Herzgo Alegni la perdió a manos de aquellos a los que tú querías hacer matar por los de Cavus Dun a los que contrataste. Tu fracaso trajo aparejado su fracaso por lo que parece.

—¿Mi fracaso? —preguntó Effron con incredulidad—. ¿Acaso no te envié a ti junto con Cavus Dun…?

—Tu fracaso —lo interrumpió la Cambiante—. Era tu misión, diseñada por ti, y con la partida de caza seleccionada por ti. Si no nos preparaste adecuadamente, si no mandaste gente suficiente, es algo que pesa sobre los débiles hombros de Effron.

—No puedes…

—Harías bien en reconocer sin más tu error y seguir adelante, joven tiflin. Cavus Dun perdió miembros valiosos a manos de este trío tan inusual. No han ordenado venganza ni recriminación alguna contra ti… todavía.

¡Seguramente Effron no necesitaba ponerse a mal con tipos como los de Cavus Dun! Ponía en duda la descripción hecha por la Cambiante de las ramificaciones, ponía en duda que alguien de la jerarquía de Cavus Dun lo hiciera responsable. Después de todo, habían dado su aprobación a la cacería, y le habían asegurado que su dinero, una suma nada despreciable, había sido bien empleado. Sabía que lo más probable era que la Cambiante estuviese negociando para mejorar su posición en cualquier acuerdo que Effron pudiera ofrecerle, y que también estuviese cumpliendo órdenes de Cavus Dun para mantenerlo inquieto, como había hecho, a fin de que no se les pudiera atribuir a ellos ninguna culpa por los fracasos de Neverwinter, por la desastrosa batalla contra Dahlia y sus acompañantes, por la pérdida de la Garra de Charon y la casi muerte del propio lord Alegni.

—No hablemos de las pérdidas del pasado sino de las ganancias del futuro —ofreció el tiflin.

La risa de la Cambiante resonó a su alrededor como si su punto de origen no estuviera en ninguna parte. Se preguntó si sólo flotaba libremente en el aire o si era audible siquiera. ¿Podría ser que transmitiera las carcajadas por vía telepática?

Effron volvió a bajar la vista, tratando de encontrar su sentido del equilibrio frente a aquella socia siempre fastidiosa.

Pasaron muchos segundos antes de que cesasen las risas, y muchos más en silencio.

—Habla de ellas, pues —lo instó finalmente la Cambiante.

—¿Qué gloria podríamos encontrar si recuperamos la espada? —preguntó Effron maliciosamente.

—Yo no deseo gloria. La gloria trae fama, y la fama desata los celos, y los celos acarrean peligros. Supongo que te refieres a la gloria que podrías encontrar tú.

—Aceptemos que es así —dijo Effron—. ¿Y qué tesoros podrías encontrar tú?

—Esa es una pregunta más interesante.

—Quinientas piezas de oro —anunció Effron.

La Cambiante, es decir la imagen de la Cambiante, no pareció interesada.

—¿Por una espada netheriliana tan poderosa como la Garra? —dijo con desprecio.

—No se trata de crearla, sino simplemente de recuperarla.

—Te olvidas de que ya me he enfrentado antes a este trío de guerreros —fue la respuesta—. Con aliados poderosos de mi lado, algunos de los cuales están muertos y de quienes ninguno está dispuesto a volver a habérselas con ellos. Sin embargo, tú esperas que lo haga sola, y por una suma irrisoria.

—No se trata de enfrentarse a los tres —la corrigió Effron—. Sólo a uno.

—¡Todos son formidables!

—Aunque me complace ver que tienes miedo, no te estoy pidiendo que libres batalla. Ni contra tres ni contra uno.

—¿Para robar simplemente una espada sensitiva? —Otra vez el tono de la mujer era de incredulidad, lo cual tenía sentido ante la tarea que se le proponía.

—Simplemente para sellar un acuerdo —volvió a corregir Effron. Rebuscó en su bolsa y sacó una pequeña jaula reluciente de energía mágica que cabía en la palma de su mano. Contenía una versión en miniatura de una pantera que la Cambiante ya había visto antes, justo antes de huir internándose en el bosque.

—No, no es una versión —dijo la Cambiante en voz alta tras inclinarse para observar mejor a la criatura viva atrapada en la jaula de fuerza. En ese momento, Effron se dio cuenta de que era realmente ella, no una imagen.

»Magnífica —susurró la mujer.

—No la puedes tener.

—¡Supongo que es mejor que la espada!

—Si no fuera porque es indomable —explicó Effron.

—Eres muy joven e inexperto para proclamar eso de forma tan categórica.

—Es lo que dijo Draygo Quick.

La mención del gran brujo hizo que la Cambiante se enderezara de inmediato y mirara detenidamente, no a Guenhwyvar, sino otra vez a Effron.

—¿Vienes a mí con autorización de Draygo Quick?

—Por encargo expreso de él, y con su dinero.

La Cambiante tragó saliva, y la consumada embaucadora pareció perder toda su confianza.

—¿Y por qué no me lo dijiste desde el principio?

—Quinientas piezas de oro —afirmó Effron.

La Cambiante desapareció y volvió a aparecer a su lado… pero otra vez era una ilusión, sospechó Effron, cosa que se confirmó cuando ella respondió desde el otro lado en cuanto él se volvió de cara a su imagen.

—¿Por negociar la devolución de la pantera al drow a cambio de la espada?

Effron asintió.

—Herzgo Alegni ya ha puesto a sus cazadores sobre la pista de la espada —explicó la Cambiante.

Effron asintió una vez más, porque sabía de la partida de Alegni hacia el Bosque de Neverwinter acompañado de una partida de shadovar. Sin embargo, eso no lo preocupaba demasiado ya que Alegni le había dicho que solamente les iban a seguir la pista. Herzgo Alegni no era ningún tonto, y después de la paliza que le habían dado en su apreciado puente, recibida a pesar de las artimañas puestas en marcha con Artemis Entreri, no iba a asumir tan pronto semejante riesgo estando implicados Dahlia y sus compañeros, en especial mientras estos tuvieran en su poder la Garra de Charon. Muchos, entre ellos Draygo Quick, le habían advertido de que tal vez la espada no estuviera dispuesta a perdonar fácilmente su fracaso, e incluso podía tomar partido por Artemis Entreri contra él.

¿Podría la Garra controlar a Alegni del mismo modo que había atormentado al hombre conocido como Barrabus el Gris?

La idea no le resultó a Effron tan divertida como esperaba, de modo que la apartó enseguida, volviendo a la situación que tenía ante sí.

—Los amigos del drow tal vez no consideren oportuno semejante cambio, en especial el antiguo esclavo de lord Alegni —apuntó la Cambiante.

—Si pensara que así sería, me presentaría yo mismo ante ellos —replicó Effron—. Tú eres lo bastante lista para encontrar una forma y para escabullirte si surgiera la necesidad.

La Cambiante, o al menos su imagen, parecía intrigada. Effron y los demás siempre pensaban que las expresiones y las actitudes de la imagen de ese momento coincidían con las de la anfitriona, aunque nadie podía estar seguro. La Cambiante dedicó un buen rato a considerar la información.

—Mil monedas de oro si vuelvo con la espada —dijo por fin.

—Draygo Quick… —empezó a responder Effron.

—Quinientas por su parte y quinientas de Herzgo Alegni —lo interrumpió la Cambiante—. Para él vale eso como mínimo, ¿o no?

Effron no se inmutó.

—¿O es que pensabas sacarle esa suma para ti? —preguntó la Cambiante con tono malicioso.

—No me interesan las monedas.

—Entonces eres un tonto, sin duda.

—Que así sea.

—¿Que así sea? ¿Eso significa que aceptas que eres un tonto o que aceptas mis condiciones?

—Mil piezas de oro.

—Y quinientas si vuelvo sin ella, por las molestias.

—No.

La imagen de la Cambiante se desdibujó hasta desaparecer.

—Cien —se apresuró a decir Effron, tratando por todos los medios, pero sin conseguirlo, de que su voz no reflejara su desesperación—. Si vuelves con la pantera.

La imagen de la Cambiante volvió a aparecer.

—Si pierdes a la pantera y no recuperas la espada, entonces no conseguirás nada, sólo te encontrarás con la ira de Draygo Quick.

—¿Y si vuelvo con las dos? —preguntó.

—La ira de Draygo Quick, que no desea ningún conflicto ni con este ni con ningún otro drow —dijo Effron—. Tienes que conseguir el trato.

—Ah, la omnipresente ira de Draygo Quick —dijo la Cambiante—. Al parecer, has agregado una medida de peligro a la negociación. —Su imagen arrebató de repente la jaula de manos de Effron, pero esta no apareció en la mano de esa imagen, sino más bien dio la impresión de desaparecer sin más—. Entonces ¿cómo podría decir que no?

Effron asintió y observó mientras la imagen se desvanecía otra vez hacia la nada y supo que estaba solo.

Se reconcentró tras la dispersión que siempre le provocaba el trato con aquella fastidiosa criatura y se puso en marcha, esperando que no cobrara antes la pieza.

Porque para Effron, la Garra de Charon no era la pieza. Estaba dispuesto a conseguirla y a empujar a Herzgo Alegni hacia la auténtica victoria, la que él y el jefe tiflin deseaban con todas sus fuerzas: lady Dahlia, indefensa ante ellos, expuesta en toda su vergüenza para responder por sus delitos.

Drizzt Do’Urden se sentó en el ángulo que formaba una gruesa rama con el tronco de un árbol corpulento, haciéndose lo más pequeño posible. Se envolvió estrechamente con su raída capa verde bosque mientras se decía que muy pronto tendría que cambiar esta prenda, tal vez por una capa elfa o por otro piwafwi drow si encontraba una manera de conseguirlo.

Esa idea lo retrotrajo a la última vez que había viso a Jarlaxle, cuando el drow había caído desde el borde del foso del primordial detrás de Athrogate, para ser engullido, al menos en apariencia, por la subsiguiente erupción.

Drizzt cerró los ojos y procuró apartarlo todo. Cuando pensaba en Jarlaxle se le planteaban demasiadas preguntas. Lo mismo le sucedía con Entreri. Demasiadas incongruencias y demasiadas excusas necesarias. El mundo era mucho más fácil cuando se lo veía en blanco y negro, y esos dos, sobre todo Jarlaxle, introducían un exceso de áreas de sombra en su visión de como debería ser el mundo.

Y también le pasaba con Dahlia, por supuesto.

Por debajo de la posición elevada de Drizzt, Entreri y Dahlia estaban a lo suyo, actuando como si estuvieran levantando un campamento para pasar la noche. Se movían sin mucho entusiasmo, representando sus papeles con poca convicción, mientras pasaba el tiempo.

Por fin, Drizzt detectó cierto movimiento en las sombras un poco por detrás de ellos. No, se dio cuenta de que no era un movimiento en las sombras, sino un movimiento de las sombras. La advertencia de Arunika de que los netherilianos se aferraban con fanatismo a sus artefactos volvió a sonar en su cabeza.

El drow emitió un pequeño silbido, una serie de notas agudas, como el canto de un reyezuelo, la señal previamente convenida. Tanto Entreri como Dahlia alzaron la vista hacia él. Temeroso de que los shadovar estuvieran lo bastante cerca para ver el movimiento de un brazo, volvió a silbar a modo de confirmación.

Mientras los dos volvían a sus tareas, esta vez de forma más convincente y decidida, Drizzt calladamente puso al Buscacorazones en su sitio y colocó su carcaj mágico sobre una enramada donde podía alcanzarlo. Cuando todavía estaba colocando la primera flecha en el arco, el drow detectó el avance de las formas sombrías, distinguiendo por lo menos a tres perseguidores de piel gris.

Por sus movimientos decididos y hábiles supo que tenían conocimiento por lo menos de la presencia de sus compañeros.

Drizzt repitió su silbido, esta vez una cadena más larga de notas de reyezuelo, para comunicar esta nueva observación, y terminó con tres breves gorjeos para indicar cuántos enemigos se acercaban.

Añadió otro breve gorjeo, después un quinto y un sexto, cuando más shadovar, o al menos movimientos indicativos de su presencia, se hicieron visibles.

El drow se pasó la lengua por los labios, escrutando intensamente la oscuridad. Si esos enemigos se proponían atacar desde lejos, mediante un conjuro o un misil, entonces él aportaría la única advertencia y la única defensa inicial para Entreri y Dahlia.

Detrás de los sombríos que se acercaban y junto a la puerta mágica que los había llevado a este lugar, Herzgo Alegni se paseaba ansiosamente. Se moría por encabezar esta carga, pero todavía no estaba totalmente recuperado de la paliza recibida en aquel puente. No podía levantar el brazo izquierdo y sabía que no había ningún sanador capaz de devolverle el ojo derecho. Ahora llevaba un parche sobre la cuenca vacía.

Otros tres sombríos llegaron por la puerta, y Alegni les hizo señas de que siguieran adelante. Tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no salir corriendo detrás de ellos.

¡Cómo odiaba a esos enemigos! ¡Cómo odiaba a Dahlia y su abyecta traición!

¡Cómo odiaba a ese traidor de Barrabus!

Esperaba que esos dos fueran capturados vivos, para poder torturarlos hasta que imploraran la dulce liberación de la muerte.

Otro sombrío llegó por la puerta. Un mago que Alegni sabía era muy leal a Effron. Tras un breve saludo con la cabeza al jefe tiflin, salió a toda prisa para sumarse a la inminente batalla.

Un gruñido sordo escapó de los labios de Alegni. Necesitaba que los muchos sacerdotes trabajaran con más ahínco, necesitaba volver a la lucha, recuperar el mando, y pronto. Llevado por su obcecación, trató de levantar el brazo, y acompañó su mueca de dolor con un gruñido más fuerte.

Miró hacia el promontorio distante en el que sus enemigos preparaban su campamento.

—Pronto, Dahlia, muy pronto —susurró, y luego lo repitió sustituyendo el nombre por el de Barrabus.

Los primeros sombríos irrumpieron en el claro. Dos de ellos blandían lanzas, el tercero revoleaba un hacha por encima de su cabeza.

Sin embargo, la elfa y el humano no estaban desprevenidos. En cuanto los sombríos aparecieron se dieron la vuelta, con las armas preparadas, para hacer frente a la carga.

Desde arriba, Drizzt observó cómo desviaba Entreri las lanzas con una rápida carrera desde la izquierda de Dahlia hacia su derecha, y Dahlia se metía por detrás de él con movimientos expertos, golpeando las armas con sus bastones, de modo que los que blandían las lanzas tuvieron que retroceder un paso y reorientarse. Mientras sus armas vertiginosas apartaban cada vez más las espadas con movimientos de revés, la guerrera elfa los empezó a rotar una y otra vez, luego formando velozmente ochos por delante de sí para mantener a raya al del hacha.

Drizzt bajó el arco, buscando un tiro seguro para sacar del medio a la mujer que sostenía la lanza del lado izquierdo, desprotegido, de Dahlia, pero lo alzó rápidamente cuando vio movimiento en un arbusto no muy lejano. Fue apenas el movimiento sutil de una mano que se había vuelto visible, pero fue muy reveladora.

Se dio cuenta de que pertenecía a un lanzador de conjuros, de modo que levantó a Taulmaril y salió volando una flecha que dejó una estela plateada. Después otra, y más en rápida sucesión. Todas ellas se abrieron camino a través de la maleza como un relámpago, dejando a su paso zarzillos de humo e incluso pequeños incendios en las ramas por las que pasaban. Desde detrás estallaban chispazos, porque era evidente que el mago había puesto en marcha algunas custodias frente a esos ataques.

Sin embargo, Drizzt mantuvo la andanada, confiando en que Taulmaril se demostraría el más fuerte. Más proyectiles se abrieron paso y el echador de conjuros tuvo que retroceder, quedando más a la vista. Se oyeron otros gritos a su alrededor, y Drizzt se dio cuenta de que no tardaría en enfrentarse a flechas y conjuros.

A pesar de todo, mantuvo su lluvia letal de flechas relampagueantes, y las chispas empezaron a decrecer mientras los gritos del mago se hacían más fuertes. Se tambaleó hacia atrás; ahora de sus ropas salían pequeñas columnas de humo y trataba de volverse y salir corriendo, sujetándose la tripa y echando mano a su pierna quemada.

La siguiente flecha de Drizzt le acertó justo debajo de la oreja y lo hizo caer de bruces sobre la tierra, donde quedó inmóvil.

El drow se volvió hacia el otro lado del tronco, justo a tiempo para evitar el fuego mágico de un segundo hechicero. Volvió a disparar, pero esta vez no de una manera concentrada, porque no se lo podía permitir, ya que los arqueros y los lanceros sombríos empezaban a lanzar sus proyectiles hacia él.

En el fragor de la batalla, con su propia situación empeorando minuto a minuto, Drizzt todavía consiguió echar una mirada a sus compañeros. Habían derribado al portador de una lanza, que se retorcía en el suelo mientras manaba sangre de su costado, pero se habían sumado otros dos sombríos a la batalla.

Especialmente Entreri se veía muy apremiado.

Drizzt empezó a bajar el arco para disparar contra uno de los sombríos de abajo.

Pero no lo hizo y, en lugar de eso, se centró en los enemigos distantes.

Su precisión y la coordinación de sus movimientos no habían hecho sino aumentar en los días transcurridos desde el enfrentamiento en el puente de Neverwinter, habiendo llegado estos excelentes guerreros a una mayor compenetración, tanto física como emocional.

Artemis Entreri sabía, cuando se desplazaba transversalmente para desviar las arremetidas iniciales de la lanza, que Dahlia estaría lista para cubrir el vacío dejado por él, y lista para aprovechar totalmente la ventaja de haber descolocado a sus oponentes. Y así lo había hecho, haciendo retroceder al de la lanza y manteniendo hábilmente ocupada a la mujer.

Eso dejaba a Entreri enfrentado en una lucha igualada con el otro lancero.

Apartó la lanza hacia su derecha, aún más lejos con un revés de su espada. Su adversario hizo bien en aguantar e incluso invertir sabiamente su impulso, levantando su mano adelantada, la izquierda, por encima del hombro y lanzando un puñetazo con la derecha por abajo en un intento de asestar un duro golpe a Entreri con el extremo posterior de la lanza.

Habría funcionado, también, de no haber sido porque la daga de Entreri entró transversalmente detrás del revés de la espada para alcanzar por abajo el astil de la lanza, mientras Entreri mantenía el brazo en un ángulo que aguantaba el arma de su oponente firmemente en su lugar.

Entreri miró al sombrío directamente a los ojos y a continuación hizo presión hacia arriba con la daga.

El sombrío debería haber saltado hacia atrás para soltarse, y es probable que lo hubiera hecho de haber entendido la pericia de su oponente, pero tozudamente siguió presionando, tratando incluso de invertir los papeles una vez más y de clavar la punta de la lanza desde arriba.

Sin embargo, Entreri la tenía bien trabada con su daga y balanceando la hoja con destreza para que no pudiera soltarse, y volviéndola para aprovechar el impulso del sombrío en su propio beneficio, apartando levemente la lanza hacia arriba.

Lo suficiente para poder deslizar la punta de su espada por debajo el extremo del arma.

Sin dejar de mirar a los ojos del sombrío, Entreri esbozó apenas una cruel sonrisa y empujó la espada hacia arriba, clavándose justo debajo de las costillas. El sombrío soltó la lanza, tratando desesperadamente de apartarse, pero la espada del asesino se clavó con fuerza, atravesando la carne y un pulmón.

El sombrío se desplomó, y la sonrisa de Entreri se ensanchó cuando Dahlia, entre un giro y otro y mientras mantenía ocupados a los otros dos, se las arregló para asestarle al incauto, por si acaso, un mazazo en la cabeza mientras caía.

Entreri comprendió el nivel de satisfacción que había obtenido la mujer al dar ese golpe.

Aunque reparó en otros dos enemigos que cargaban contra ellos, Entreri se cruzó pasando junto a Dahlia, describiendo un ángulo amplio para obligar a la lancera a retroceder unos pasos. A continuación dio un golpe descendente de través en el astil de la lanza, dándole justo debajo de la punta y separando casi la hoja.

Dahlia respondió perfectamente, interceptando a los dos recién llegados con una andanada de golpes de los mayales que sin duda frenaron su ímpetu y, muy probablemente, sus ganas de pelea.

Entreri reparó en ello y admiró tanta destreza. En silencio felicitó a la mujer por la excelente maniobra.

El relámpago mágico, energía verde humeante de ira, castigó a Drizzt demasiado rápido para poder esquivarlo. Lo alcanzó en el hombro y por un momento aflojó la mano.

Luego le respondió al mago con un nuevo torrente de flechas relampagueantes. Una tras otra se fueron a clavar en el árbol tras el cual había corrido a refugiarse el mago, arrancando trozos de corteza y penetrando en la dura madera. Drizzt hizo una mueca de dolor ante el dolor lacerante que le recorrió el brazo, pero tenazmente mantuvo la andanada, consciente de que, en caso de abandonar, el mago otra vez saldría y lo atacaría.

Un leve movimiento hacia un lado captó su atención y Drizzt por reflejo cambió la orientación del arco y lanzó la flecha. Tuvo que admitir para sus adentros que aquello había sido más una cuestión de suerte que de destreza, porque su flecha dio en el blanco, derribando al suelo a una arquera sombría. Del agujero que le abrió en el pecho salió una columna de humo. Otra vez apuntó al mago e inició una nueva andanada de flechas que se clavaban, atronadoras y relampagueantes, en el árbol y en su entorno, haciendo saltar flechas y astillas de madera.

Una flecha mordió el árbol muy cerca de la cara de Drizzt. No la había visto llegar, y por el ángulo del disparo se dio cuenta de que era vulnerable. Dejó de ocuparse del mago y encaró rápidamente la nueva amenaza, abajo y hacia un lado y apenas más allá de la pelea que se seguía desarrollando sin interrupción en el suelo, por debajo de él. Otra flecha surcó el aire, errando por mucho, y el drow detectó al arquero. Otra vez se produjo el destello plateado de la flecha de Taulmaril que impactó en un gran pedrusco. De detrás de la piedra salieron, no uno, sino dos arqueros, ambos listos para dispararle a él.

Sin embargo, él les ganó de mano e hizo saltar la siguiente flecha en la piedra que había entre ambos, dejándolos casi ciegos con el destello y haciéndoles perder los nervios con el ruido atronador. Uno de ellos ni siquiera llegó a disparar, sólo dio un grito ahogado y se agachó, y el segundo erró tan brutalmente el tiro que su flecha ni siquiera atravesó el amplio ramaje del árbol.

Eso, no obstante, no contó como victoria para Drizzt, no cuando sabía que el mago muy probablemente estaría arrastrándose desde detrás del árbol donde había montado su barricada y preparando su siguiente asalto mágico. Empezó a volverse con la intención de lanzar otra andanada en esa dirección, pero se detuvo.

Se quedó mirando la pelea que tenía lugar a sus pies y observó la espalda de Artemis Entreri, expuesta y tentadora. Si bajaba el Buscacorazones apenas un dedo y soltaba una flecha, se libraría de Entreri de una vez y para siempre.

Sería tan fácil.

¿Y no sería el mundo un lugar mejor sin ese asesino? ¿Cuántas vidas, tal vez vidas inocentes, podría salvar con un solo disparo?

De hecho ya había empezado a tensar la cuerda cuando el proyectil mágico le dio de lleno en el costado, dejándolo sin respiración y derribándolo casi del árbol.

Prácticamente al mismo tiempo salieron los dos arqueros de detrás del pedrusco y soltaron sus flechas.

Drizzt casi no podía ni abrir los ojos porque el dolor era intenso, pero a pesar de todo movió repetidamente el brazo lanzando una sólida línea relampagueante contra ellos. Una flecha dio en el blanco, o eso pensó por el tono del grito que se oyó a continuación, pero no sabía con qué resultados.

Pensó que iba a morir ahí arriba, en un recoveco de aquel árbol, pero aun así pensó en la posibilidad de llevarse a Artemis Entreri consigo.

¿No convertiría eso al mundo en un lugar mejor?

Aparecieron más enemigos.

Entre bloqueo y bloqueo, Entreri encontró tiempo para mirar a Dahlia y decirle «Te toca» sólo con el movimiento de los labios.

La elfa ya estaba en movimiento, primero con las manos, convirtiendo los mayales en bastones de un metro y veinte centímetros, a continuación, mientras corría hacia adelante, golpeando diestramente con ellos a fin de alinearlos debidamente para convertirlos en un solo bastón. Recuperado su bastón largo, Dahlia continuó su carrera hasta que abruptamente plantó el extremo en el suelo y saltó por encima de las sorprendidas sombrías, tomando tierra blandamente detrás de la pareja y adentrándose a todo correr en lo más denso de la maleza.

Actuando por reflejo, y por estupidez, las sombrías dieron la vuelta y la siguieron… es decir, una la siguió, ya que la otra cayó de bruces con el cuchillo de caza de Entreri clavado en el riñón.

La que perseguía a Dahlia, aparentemente ajena al destino de su compañera, siguió corriendo, hasta que apareció la punta del bastón de la elfa justo debajo de su barbilla. Ya no podía parar, y de todos modos Dahlia había invertido el sentido e iba hacia ella, y el impulso combinado empujó el largo bastón que actuó como una lanza contra la piel blanda del cuello de la sombría que se vio alzada en el aire mientras trataba inútilmente de retroceder, y acabó cayendo de espaldas, boqueando, ahogándose y tratando de recobrar el esquivo aliento. Movía patéticamente los brazos y las piernas, pero Dahlia se limitó a dar un salto por encima de ella y volver a donde estaba Entreri.

Todo esto no pasó desapercibido para los dos que peleaban con Entreri. El espadachín que el asesino tenía a su izquierda le hizo una seña a su compañero para que parara a Dahlia.

Más le habría valido seguir prestando atención al asesino, porque cuando su amigo se dio la vuelta, Entreri cargó contra él. Evidentemente sorprendido por el repentino atrevimiento de la jugada, el sombrío dio un salto y retrocedió de prisa.

Pero Entreri cambió de dirección y en su lugar cazó al sombrío que se había dado la vuelta y que iba armado con un hacha. Este lo oyó venir y giró como un relámpago descargando un poderoso golpe de lado.

El golpe fue demasiado alto, porque Entreri se dejó caer de rodillas y destripó a su contrincante.

El espadachín que quedaba saltó en dirección al vulnerable asesino y se encontró en cambio con la furiosa Dahlia, que ahora atacaba otra vez con sus mayales y que, girando, le atizó duramente en la cabeza. Una docena de golpes recibió el sombrío en muy poco tiempo, pero realmente sólo sintió el primer acceso de dolor feroz cuando uno de ellos le partió el cráneo.

Dahlia casi no redujo la marcha mientras atravesaba el campo de batalla y salía de él por el fondo, mientras Entreri usaba su espada para derribar al del hacha, que estaba a su derecha, entre él y el nuevo grupo que salía en ese momento de entre la maleza. El asesino salió en veloz carrera en dirección contraria a la de Dahlia, hacia donde había ido ella después de su salto, y se agachó sin detenerse para arrancar su cuchillo de caza del cuerpo del shadovar herido.

Se internó en la maleza sin aminorar la marcha, desviándose hacia la izquierda porque sabía, simplemente lo sabía, que Dahlia lo haría hacia la derecha, de modo que pudieran volver a conectar en un lugar más profundo del bosque.

Con Taulmaril Drizzt lanzó más flechas. Una dio en el blanco, un muerto, y después otra, en rápida sucesión, cuando la compañera de la primera víctima trató de ponerse en pie y salir corriendo.

Todo esto lo hacía el drow entre muecas de dolor y con los músculos agarrotados por las quemaduras de los proyectiles mágicos. Por lo menos había conseguido reducir el número de misiles lanzados contra él. A sus pies, la lucha se había intensificado. Con el rabillo del ojo vio a Dahlia salir a la carrera.

Se dio cuenta de que esto dejaba a Entreri más a su merced.

Otra flecha se coló entre las ramas, y pasó rozándole la cara, distrayéndolo de la batalla de allí abajo. Se dio la vuelta y detectó al arquero, ocultándose tras un tronco caído. Tensó el arco, pero de soslayo vio al molesto mago formulando otro nuevo conjuro. Antes de que pudiera disparar la flecha contra el sombrío, una bolita llameante salió de la mano del mago directamente hacia él.

Drizzt sabía de sobra lo que anunciaba aquello.

Soltó la flecha, con una puntería desastrosa porque ya estaba en movimiento, trepando hacia una rama más alta, cuando tensó el arco. En realidad, disparó la flecha más que nada para aligerar el arco.

Corrió por la rama, balanceándose con gran agilidad mientras se colgaba el arco y el carcaj al hombro, y para cuando llegó a la parte más delgada de la rama que empezaba a vencerse bajo su peso, ya tenía las cimitarras en las manos.

El árbol explotó a sus espaldas. La bola de fuego del mago convirtió el crepúsculo en mediodía. No fue un rayo conmocionante, aunque Drizzt lo habría preferido, porque a su alrededor el aire empezó a reverberar y a quemar con lenguas de fuego. Aprovechó la elasticidad de la rama para impulsarse hacia arriba despreocupadamente.

Sólo sus tobilleras mágicas lo salvaron de que la explosión le produjera serias heridas. ¡No era ningún novato este mago! Sin la aceleración mágica de sus pies, esa bola de fuego lo habría cogido de lleno y con consecuencias nada halagüeñas.

Aunque la explosión no le había dado de lleno, se encontró a una altura considerable en el aire, volando por encima del ramaje, sin ningún asidero y con el duro suelo como único elemento para amortiguar su caída.

Lo único que lo reconfortó, o lo divirtió, fue la expresión de horror en la cara del mago cuando lo vio descender de las alturas. Observó el terreno que tenía delante y se animó al ver que estaba casi totalmente despejado.

El drow se volvió en pleno vuelo, aterrizando en una voltereta hacia adelante, levantándose con un envión desesperado al pasar frente al mago y antes de iniciar otra voltereta y otra más para absorber el impulso. Chocó contra la maleza de forma algo dolorosa, pero consiguió acabar de pie y casi indemne.

No podría decirse lo mismo del mago, que empezó a girar en círculos manando sangre del tajo que la cimitarra de Drizzt le había hecho en la garganta.

Drizzt trató de orientarse, de determinar dónde estarían sus compañeros. Una imagen de sus espadas clavándose en la espalda de Entreri cruzó por su mente e hizo aflorar una ira de intensidad sorprendente, una rabia que rápidamente enfocó sobre la situación que tenía ante sí. Salió corriendo a toda velocidad, pasando de un escondite a otro, de un árbol a un arbusto, de allí a una roca, a continuación incluso entre las ramas bajas de otro árbol.

Oyó gritos por todos lados mientras el enemigo trataba de lanzarle un proyectil, intentaba coordinarse contra él.

Cambió de dirección, después volvió a alterar el rumbo, saltando desde la rama del árbol a un claro detrás de la maleza baja; a continuación salió a toda velocidad para sorprender a un par de shadovar que todavía estaban apuntando al árbol al que había trepado, gritando órdenes.

Casi levantaron sus armas para bloquear.

Drizzt siguió corriendo, dejándolos a los dos revolcándose en el suelo. Cuanto más rápido corría más crecía su rabia, alimentada por imágenes de Entreri y Dahlia compartiendo aquel momento de intimidad.

Oyó un grito por delante y supo que lo habían encontrado, que los que tenía allí montarían una defensa más sólida… al menos contra sus cimitarras.

De modo que envainó las espadas mientras corría y sacó su arco justo en el momento en que apareció delante del trío. Una, dos, tres volaron sus flechas, haciendo saltar a un sombrío por los aires, alcanzando a otra con una flecha de refilón que de todos modos le desgarró la piel de hombro a hombro, e hizo que el tercero se arrojara a un lado presa del pánico.

Drizzt pasó como un rayo, cruzando su posición y desapareciendo entre la maleza tan veloz que el sombrío que no había resultado herido ni siquiera sabía con certeza adónde había ido.

—Es imposible apresarlo —dijo el súbdito netheriliano a lord Alegni cuando volvió a reunirse con él en la puerta mágica—. Se mueve como un espectro, se funde con los árboles tan rápido como corremos nosotros por el suelo.

—Tenéis hechiceros —replicó Alegni mirando por encima del soldado a algunos otros sombríos que se acercaban. Más de uno observaba por encima del hombro con evidente alarma.

—Dos de ellos están muertos. ¡Heridos por el drow! —respondió el sombrío, y mientras hablaba a duras penas podía disimular el terror que sentía.

—¿Y los otros dos? —preguntó Alegni en general a todos los que iban llegando—. ¡Decidme, imbéciles, que habéis matado a Dahlia o a Barrabus!

Era pura bravuconería, porque Herzgo Alegni no creía ni deseaba semejante cosa. No en ese momento, ni en ese lugar ni de esa manera. El tiflin se quedó un poco sorprendido por sus sentimientos ante este fracaso abyecto y evidente. Al fin y al cabo, los señores de Netheril nunca mostraban clemencia frente al fracaso.

—No, mi señor —admitió el súbdito—. Me temo que se nos han escapado.

—La espada —preguntó Alegni—. ¿Empuñaba Barrabus mi espada?

El súbdito se quedó pensando un momento.

—La llevaba el drow, pero a la espalda. Él combatía con espadas más pequeñas.

Alegni no sabía muy bien cómo interpretar aquello. ¿Por qué había huido el trío hacia las regiones inhabitadas? Miró hacia el nordeste, hacia una montaña irregular, la misma que se había abierto y había enterrado a la antigua ciudad de Neverwinter hacía ya una década.

—¿Adónde vais? —preguntó en voz baja con la mirada vacía.

—¿Señor? —preguntó el súbdito.

Alegni le señaló el portal. No tenía sentido hacer volver a los shadovar a otro combate inútil. Habían fracasado.

Pero ese no era su fracaso. Se había opuesto enérgicamente a esta forma de actuación, rogándoles a Draygo Quick y a algunos otros que esperaran a que él se hubiera recuperado bastante para ocuparse personalmente de esto. Había sostenido, de manera más sutil, que necesitaría un número de hombres muy superior, y en un lugar que él mismo eligiese.

Probablemente sería amonestado por su fracaso, casi seguro, pero no de una manera que perjudicara sus planes.

Seguiría estando a cargo de recuperar la espada, y confiaba en poder convencer a Draygo Quick de que le permitiera hacerlo a su manera.

Cuando aquellos sombríos desarrapados y derrotados volvieran al portal mágico llevando sólo a sus camaradas muertos a quienes simplemente no podían dejar atrás, Draygo Quick se encontraría envuelto en lo que se había percibido globalmente como el fracaso de Herzgo Alegni.

Sí, el tiflin no estaba disgustado cuando el resto del grupo derrotado volvió a él, y tuvo que esforzarse para que su voz no trasuntara cierta medida de sarcasmo o de disfrute cuando les ordenó volver por la puerta.

Sin embargo, sí estaba preocupado, y bastante, al pensar en aquella montaña irregular y en la bestia que sabía que permanecía agazapada bajo sus castigadas laderas. Sentía que una brisa inexistente le llevaba una llamada silenciosa, como si la Garra tratara de asirse a él, como si le implorara. No sabía si era así realmente o si era sólo su imaginación, pero sospechaba que era lo primero.

La Garra lo llamaba porque estaba asustada.

Tras echar una última mirada hacia el norte, hacia el bosque donde Dahlia, Barrabus y el drow habían vuelto a escapar, Herzgo Alegni también volvió al Páramo de las Sombras.

Llevando en la mano a Taulmaril, Drizzt rodeó rápidamente un denso matorral espinoso, cortando camino entre dos enormes olmos. Sabía que la sombría iba delante, podía oír su jadeo, podía oler la desesperación de la mujer. Confiando en que no volvería atrás para tenderle una emboscada, Drizzt se echó a correr casi temerariamente, interesado únicamente en acortar la distancia.

Pasó entre un par de grandes rocas semienterradas que como centinelas de piedra montaran guardia a la entrada de un gran edificio. Aquella estructura resultó ser una cresta cubierta de hierba. Un gran desnivel hizo que se detuviera allí, donde por fin encontró a su presa.

Niveló al Buscacorazones, haciendo girar lentamente los brazos para seguir el movimiento de la mujer mientras avanzaba, corriendo, cayendo y yendo a cuatro patas hasta que consiguió otra vez ponerse de pie. Subía la ladera de una colina cuando Drizzt dejó que su mirada se le adelantara para anticipar la ruta que seguiría. Enseguida la determinó, porque allí había una esfera negra y reverberante, envuelta en el color púrpura de la magia. Una puerta, lo sabía, y no era difícil imaginar adónde conducía.

Drizzt bajó el arco, olvidándose de la sombría y mirando fijamente el portal.

Guenhwyvar había atravesado uno como ese y se le había perdido. ¿Podría atravesarlo él? Y si lo hacía ¿restablecería eso la conexión entre la pantera y la estatuilla?

¿Podría hacerlo? Lo más probable era que al otro lado lo esperaran enemigos a cientos, pero ¿podría atravesarlo corriendo, recuperar a Guen y volver con ella a su lado?

Lo arrancó de sus contemplaciones la sombría que apareció corriendo y desapareció a través de la puerta de sombra.

Decidió que era una ocasión que valía la pena aprovechar y metió instintivamente la mano en la bolsa donde llevaba la estatuilla. A continuación salió a la carrera hacia la colina. No había dado más de diez zancadas cuando se paró de golpe porque había perdido de vista la puerta. De pie en aquel lugar miró a su alrededor, preguntándose si el ángulo habría cambiado.

Pero se dio cuenta de que no. Reconoció el árbol bajo el cual estaba antes la puerta.

Corrió hacia un lado para cambiar de perspectiva, pero no había nada que ver. Había llegado tarde: la puerta se había cerrado.

Con un gruñido de resignación, Drizzt cerró los ojos y se tranquilizó antes de volver por donde había llegado, mirando por encima del hombro cada tantos pasos. Su decisión de atravesar una puerta como esa si la volvía a encontrar se hacía cada vez más firme mientras recorría el camino de vuelta.

Si Guenhwyvar no podía acudir a su lado, él iría hacia ella. ¿Acaso no habría hecho ella lo mismo por él si la situación fuera la contraria?

Sin embargo, las palabras de Arunika sonaron en sus oídos. La vidente pelirroja había dicho que Guenhwyvar podía estar muerta.

Drizzt miró hacia atrás una vez más, hacia donde había visto la puerta mágica. Si la atravesaba y no quedaba ninguna conexión con Guenhwyvar, entonces ¿qué?

Tal vez no la atravesara.

Drizzt se detuvo y meditó sobre ese pensamiento errante. Acabó riéndose de sí mismo. Ya había jugado a ese juego tonto una vez, cuando estaba en las tierras salvajes que rodeaban Mithril Hall, sin atreverse a volver a la ciudad enana porque estaba casi seguro de que sus amigos habían muerto en el derrumbamiento de una torre.

No volvería a cometer el mismo error.

Otra vez se puso en marcha y llegó cerca del árbol en el que había estado apostado. Todavía salía humo de varios puntos de su tronco ennegrecido, y relucían brasas anaranjadas en más de un hueco.

Oyó voces y avanzó lentamente a través del campamento simulado, y en silencio atravesó el primer grupo de arbustos.

Reconoció la voz de Entreri. Hablaba en voz baja. Drizzt se colocó detrás de un árbol y se asomó apenas para ver.

Allí estaba el asesino, de espaldas a Drizzt, Dahlia un poco más lejos y hacia un lado.

El drow tenía a Taulmaril en la mano y buscó con la otra una flecha en el carcaj mágico.

Un disparo fácil, y también fácil de explicar. Sólo necesitaba sacar esa flecha y apuntar bien. Un disparo y Artemis Entreri dejaría de existir, y el mundo sería un lugar mejor, y Dahlia…

Drizzt desechó todos aquellos pensamientos, sorprendido de las divagaciones de su mente… y sin embargo…

Si quería matar a Entreri, ¿no sería más honorable desafiarlo abiertamente y acabar con ello?

Se lo imaginó. No era una idea desagradable, pero mientras en su mente se representaba el combate, intervino Dahlia… a favor de Entreri.

Drizzt había sacado una flecha y estaba a punto de montarla en el arco.

—¡Drizzt! —lo llamó Dahlia tras reparar en él.

Artemis Entreri se volvió y le hizo una seña, después él y Dahlia se acercaron al drow.

—Unos cuantos shadovar menos para fastidiar al mundo —dijo Dahlia con expresión de sombría satisfacción.

—Y unos cuantos más que los seguirán —añadió Entreri—. Volverán. Quieren la espada.

—Puede que la próxima vez los veamos antes de que ellos nos vean a nosotros —dijo Drizzt, y eso hizo que sus compañeros lo miraran con extrañeza.

—Pero si fue así —dijo Entreri.

—Quiero decir, antes incluso de que encuentren nuestro rastro —dijo Drizzt—. Que podamos saber cuál va a ser su punto de entrada.

Los dos lo siguieron mirando intrigados.

—Una puerta de sombra —explicó el drow—. A punto estuve de llegar a ella, pero desapareció.

—¿Una puerta al Páramo de las Sombras? —preguntó Entreri escéptico—. ¿Por qué habr…?

Drizzt alzó la mano. No estaba de ánimo para explicar.

Dahlia se le acercó entonces y tocó suavemente la herida de su costado.

—Vamos —le dijo cogiéndolo de la mano—. Vamos a curar eso.

—Magos —murmuró Entreri entre dientes mientras meneaba la cabeza.

Montaron el campamento no lejos de ese lugar. Drizzt y Dahlia se sentaron a un lado, separados de Entreri por un fuego bajo y protegido, e incluso por alguna que otra mata. El drow se desnudó el torso y Dahlia le curó las diversas heridas con un paño embebido en agua y un ungüento curativo.

Con las estrellas titilando encima de sus cabezas, y Entreri roncando al otro lado del fuego, el contacto de Dahlia pronto se volvió más íntimo y sugerente.

Drizzt miró los bellos ojos de la elfa, tratando de calibrar sus emociones. Seguía llevando una melena hasta los hombros, y ni sombra de añil en la cara. Ni siquiera durante el combate había cambiado de aspecto.

Pero a pesar de su aspecto más delicado, Drizzt reconoció algo en el fondo de su corazón, y sus ojos no hicieron más que confirmarlo. Ella no lo miraba con la calidez del amor sino con el ardor de la pasión.

Se preguntó si ella habría sido algo menos agresiva con cualquier pareja atractiva. ¿Tenía importancia que fuera él? ¿Había entre ellos algún vínculo más allá de la satisfacción de necesidades físicas?

En ese momento se sintió como un juguete. Eso le molestó, pero lo que le molestó todavía más fue que para él Dahlia también era un juguete, como si la estuviera usando por sus encantos evidentes.

Ella le mordisqueó levemente el cuello, después se echó hacia atrás y se lo quedó mirando, sonriendo maliciosamente. Drizzt observó que ella tenía la camisa blanca desabrochada hasta una altura muy reveladora.

El drow la apartó con los brazos. Trató de decir algo, de explicar sus sentimientos, su confusión y sus temores, pero sólo pudo menear la cabeza.

Dahlia lo miró primero con curiosidad, después con incredulidad mientras se desasía de él con evidente enfado.

—Cuando os di alcance en las afueras de Neverwinter estabas manteniendo una conversación seria con Entreri —dijo Drizzt, contento de pasar a otro tema, tal vez a uno ligado a sus emociones pero lejano, sin embargo, de la sensación inmediata de rechazo—. ¿De qué estabais hablando?

Dahlia retrocedió aún más, poniéndose fuera de su alcance, mirándolo con incredulidad.

—¿Qué? —preguntó. Sonó como si acabaran de abofetearla.

Drizzt tragó saliva, pero sabía que tenía que seguir presionando.

—Salí de Neverwinter y llegué a donde estabais acampados. Allí, entre los matorrales, presencié tu conversación con Entreri.

—¿Nos estuviste espiando? ¿Pensabas que me iba a echar sobre él para violarlo?

—No —fue la exasperada respuesta del drow. Su cabeza no paraba de dar vueltas pensando en la mejor manera de comunicarle el torbellino que tenía dentro.

—Yo no siquiera quería que viniera —le soltó Dahlia con toda crudeza y a voz en cuello. Al otro lado del campamento, el ritmo de los ronquidos de Entreri se modificó, como si sus palabras hubieran perturbado su sueño. Dahlia calló un momento, esperando que la cadencia de la respiración se reanudara, pero la expresión de rabia no desapareció de su cara—. Fuiste tú quien lo invitó, y lo volviste a aceptar después de que nos dejara plantados… y por lo que sabemos, nos traicionó mientras estuvo fuera.

Drizzt negó con la cabeza.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Dahlia con escepticismo—. Se había ido y de repente nos encontraron.

—Y volvió para ayudarnos cuando lo necesitábamos —le recordó Drizzt.

—O lo dispuso todo para quedar como un héroe ante nosotros.

Drizzt se dio cuenta de que lo estaba desviando de lo que le interesaba, y negó vigorosamente con la cabeza mientras le hacía señas con los brazos para que callara. Por fin lo consiguió.

—Fuimos vencidos por Alegni en el puente —afirmó rotundamente—. No fue el engaño lo que hizo volver a Entreri con nosotros, sino su odio por el tiflin.

Esa mención de Alegni, su evocación de la muerte del tiflin, pareció calmar un poco a Dahlia.

Miró a Drizzt con malicia, como si todo el tiempo hubiera pretendido hacerlo llegar a ese punto.

—Ah. ¿Y ahora lo defiendes? —preguntó.

La mera pregunta hizo que las afirmaciones o acusaciones iniciales de Drizzt contra Dahlia parecieran bastante tontas.

Se llevó las manos a la cara y respiró pausadamente para calmarse, sintiéndose cogido por sorpresa. Los ronquidos de Entreri lo distrajeron. Se le ocurrió que si cruzaba el campamento y mataba al asesino mientras dormía, todas sus preocupaciones desaparecerían.

Ahí, doce zancadas y una sola estocada, y él y Dahlia podrían seguir camino sin preocupación, sin necesidad de volver a Gauntlgrym, a la tumba de su amigo más querido, un lugar al que no quería ir.

Una única estocada. ¡Hasta puede que con la propia espada de Entreri!

Aventó esos pensamientos y volvió a centrarse en Dahlia. Se estaba abotonando otra vez la camisa. Su expresión hablaba de emociones encontradas, y seguramente nada tenían que ver con asuntos del corazón.

—Tuviste una conversación seria con un hombre muy peligroso —le insistió Drizzt—. Y me gustaría saber sobre qué.

—Ten cuidado en meterte demasiado en asuntos que no son de tu incumbencia —respondió Dahlia y se alejó de él.

Drizzt se quedó allí en la oscuridad largo rato, observando a Dahlia mientras se acercaba al fuego y se acomodaba, entre sentada y recostada, contra un tronco. Después bajó el negro sombrero de ala ancha para que le cubriera los ojos y cruzó los brazos sobre el pecho.

Drizzt se preguntó qué habría entre ellos. ¿Habría algo amoroso o divertido en sus conversaciones?

Y si no había nada amoroso, entonces ¿por qué le interesaba tanto aquella conversación aparentemente íntima entre Dahlia y Artemis Entreri?

¿Porque era Entreri?

Era posible que la nostalgia de Drizzt por lo que una vez había existido lo llevara tan lejos en sus tejemanejes con el asesino. Tal vez su largo enfrentamiento, el hecho de que fuera la daga de Entreri la que cercenara los dedos de Regis hacía tanto tiempo, los muchos inocentes que Drizzt sabía que Entreri había herido y matado… tal vez todo ese pasado oscuro de Artemis Entreri estaba invadiendo esa melancólica nostalgia, recordándole que, si bien su círculo personal podía ser más amplio en aquella época, cien años antes, el mundo en general no era un lugar tan amable.

Una vez más pensó Drizzt que tal vez le hiciera un favor al mundo si cruzaba el campamento y acababa con la vida de Artemis Entreri.

Una vez más, el hecho de desear tanta violencia lo sorprendió y le dio asco.

Pero allí estaba, sobrevolando su conciencia.