Las heridas fueron considerables —explicó el sacerdote sombrío—. Tendrá que pasar varias semanas en reparación.
—Entonces trae más sacerdotes para atenderlo —contestó abruptamente Draygo Quick—. No tiene semanas.
El sacerdote se echó atrás, obviamente sorprendido de que le dispensara ese trato. Al fin y al cabo, él y sus hermanos acababan de arrancar al tiflin del borde mismo de la muerte.
—Pocos pensaban que lord Alegni sobreviviría, aunque tu proeza de destruir al salvaje felino fue ejecutada con brillantez —respondió el sacerdote, una refutación hiriente, aunque prudentemente rodeada de halagos al poderoso señor netheriliano.
Draygo Quick tuvo que admitir que las palabras tenían un fondo de verdad, al menos en lo referente a Alegni. El tiflin tenía la piel desprendida a trozos y uno de los ojos colgando fuera de su órbita, pendiente de un nervio.
Y esas habían sido sus heridas menos graves.
—Lo necesito rápido —exigió Draygo Quick.
—Vivirá —fue todo lo que pudo responder el sacerdote.
—Tiene que hacer más que eso —advirtió el brujo—. Debe volver a Faerun en cuestión de días para recuperar lo que ha perdido.
—La espada.
—Nuestra espada —replicó el viejo y marchito brujo.
—Podrías enviar a otros…
—La responsabilidad no es mía, sino de Herzgo Alegni. Haz venir a otros sacerdotes, a todos los que puedas encontrar. Reparad todas las heridas y ponedlo de pie.
El sacerdote lo miró inseguro.
—Por su propio bien —fue la respuesta de Draygo Quick a esa mirada—. Y ahora, vete.
El sacerdote sabía que era mejor no discutir con tipos como Draygo Quick, de modo que hizo una rápida reverencia y se marchó a toda prisa.
Draygo Quick resolló. Había respaldado a Herzgo Alegni encumbrándolo a una posición de gran poder en la sociedad netheriliana. No era responsable del tiflin, por supuesto, pero las acciones de Alegni, sus victorias y sus fracasos, sin duda tenían sus consecuencias para la bien cuidada reputación de Draygo Quick.
Herzgo Alegni había perdido un artefacto netheriliano, una espada poderosa y apreciada que el propio Draygo Quick le había dado. Herzgo Alegni tenía que recuperarla. Así estaba recogido en las costumbres y las leyes netherilianas, pero en este caso era todavía más acuciante, Draygo Quick lo sabía, porque en la historia reciente de Alegni no habían brillado los triunfos. Su expedición a la región conocida como Neverwinter tendría que haber culminado años antes. Era cierto que el cataclismo inesperado provocado por la erupción volcánica se había producido en un momento terrible, pero las excusas sólo valían para relegarlo a uno a un lugar muy lejano en el estricto y exigente imperio de Netheril.
Ahora la pérdida de la espada parecía todavía más profunda porque se había producido en un momento de expectación aún mayor y porque no había sido la única pérdida. A pesar de la controvertida decisión de Draygo Quick de enviar docenas de refuerzos a la guarnición de Alegni en Neverwinter, los netherilianos habían perdido esta ciudad.
Incluso con los thayanos en franca desbandada, se había perdido la ciudad.
Draygo Quick había oído varios rumores esa mañana, sugerencias de que había dado demasiado, en materia de dones y responsabilidades, a un líder fallido. Incluso había oído a un par de nobles poderosos que se cuestionaban sus capacidades, preguntándose incluso si la edad habría abotargado su mente, porque ¿habría cometido alguna vez Draygo Quick una equivocación tan terrible en su época anterior?
Tenían que poner a Herzgo Alegni de pie para que fuera lo antes posible a recuperar aquella espada. Neverwinter estaba perdida para ellos, que así fuera.
La pérdida de la Garra de Charon era algo totalmente diferente.
La alargada sala refulgía con el resplandor del fuego y rebosaba energía mágica, primigenia, al haber recuperado su candente vida las cuarenta forjas alimentadas por esa energía. El sonido de los martillos se oía con claridad y las piedras devolvían su eco.
—¿Pensando en el pasado? —preguntó Tiago Baenre cuando llegó junto a Ravel, que estaba con los ojos cerrados, como regodeándose en las sensaciones más sutiles—. ¿O tal vez considerando las posibilidades?
—Las dos cosas —admitió el hilador de conjuros—. Así es como seguramente sonaría y olería Gauntlgrym en el punto culminante del poder enano.
—¿Añoras esa época? —preguntó Tiago con sonrisa aviesa.
—Soy capaz de apreciarla —admitió Ravel—. Especialmente ahora que dicho poder trabaja para mí.
Eso hizo que en la cara de Tiago apareciera una expresión peligrosa. Hizo que Ravel mirara hacia la forja principal, el horno central, donde había un drow inclinado sobre una bandeja de plata apoyada sobre una mesa, y tenía a mano una gran bolsa de ingredientes, como polvos y elixires mágicos. También había cerca una botella djinni. Ante ese espectáculo, Tiago no pudo por menos que humedecerse los labios con ansiedad. ¿Qué espadas podría crear Gol’fanin para él con esos elementos y en una forja tan magnífica como esa?
—Ahora que trabaja para la Casa Xorlarrin —corrigió Ravel, pero esa corrección no fue suficiente para Tiago, que volvió a señalar a aquel drow en particular, Gol’fanin, el asistente personal de Tiago en ese viaje.
—Puede que te considere miembro honorario de mi familia —ofreció el hilador de conjuros.
—¿No representaría eso una tremenda degradación?
La sonrisa de Ravel desapareció en un abrir y cerrar de ojos, pero la risa con que Tiago acompañó sus palabras diluyó la tensión antes de que realmente empezara a subir de tono.
—¿Cómo va la lucha por las salas exteriores? —preguntó Ravel.
—Tu hermano mayor y sus mascotas elementales están resultando muy eficaces —respondió Tiago—. Están persiguiendo a los critters, los corbis e incluso los fantasmas enanos. Hemos encontrado también un nido de orcos, y estamos… negociando.
—¿Realmente necesitamos más esclavos?
Tiago hizo un gesto como dando a entender que no importaba.
—Cuantas más manos a nuestro servicio, más rápido quedarán afianzados y seguros los corredores. —Al terminar, miró hacia las forjas exteriores, las de ambos extremos, donde había goblins y orcos e incluso pesadillas trabajando el duro metal, haciendo simples soportes para las vigas y gruesas puertas de hierro y, lo más importante, nuevos raíles y ganchos largos para las vagonetas destinadas a transportar el mineral de hierro.
Otros esclavos llevaban los productos acabados desde la sala de las forjas hasta los corredores y cámaras correspondientes.
En los puestos interiores, más cerca de la forja central, artesanos drows encendían los fuegos, creaban los artículos más refinados necesarios para refaccionar la infraestructura del enorme complejo. Sensibles manos drows trabajaban el metal candente para crear elaborados picaportes y partes de escaleras de aspecto delicado pero de gran resistencia para reemplazar las escaleras anteriores que habían quedado destruidas por la fuerza arrolladora del primordial.
Las palabras de Tiago quedaron resonando en los oídos de Ravel y eso lo pudo ver claramente el joven Baenre. Llevaría años restaurar Gauntlgrym y conseguir que las cámaras fueras seguras, y eso requería un abundante suministro de metal. Las forjas no necesitaban combustible, y eso era una gran ventaja, sin duda, pero conseguir las materias primas no era tan sencillo en túneles rebosantes de espectros enanos, corbis terribles y demás monstruos indómitos.
—Paciencia, amigo mío —dijo Tiago—. Hasta el momento hemos superado nuestras esperanzas más atrevidas.
—Eso es cierto —admitió Ravel.
—Y ahora tienes algo que perder, por eso es que tiemblas —añadió Tiago, cosa que también admitió Ravel.
—¿Quién tiembla? —Los dos se volvieron para mirar a quien lo había preguntado, que no era otra que Berellip.
—Hablaba en sentido figurado, sacerdotisa —dijo Tiago.
Berellip le echó a Ravel una mirada despreciativa.
—¿Y tú?
Tiago se echó a reír, pero Ravel no siguió su ejemplo.
—Estábamos hablando de lo lentos que son los trabajos —dijo Tiago—. Del largo proceso y del camino que tiene por delante la Casa Xorlarrin si pretende seguir adelante con el sueño de crear una ciudad que rivalice con Menzoberranzan.
—¿Por qué podríamos pensar en hacer semejante cosa? —replicó Berellip fingiendo sorpresa—. ¿Una ciudad rival? Eso no contaría con el beneplácito de Lloth.
—Pero sí con el de Zeerith —replicó Tiago en tono de chanza, omitiendo otra vez adrede su título, y desafiando a los dos hijos de la Casa Xorlarrin a llamarle la atención por su indiscreción. Ni uno ni otro lo hicieron, aunque Berellip entornó los ojos y le dedicó un gesto despectivo.
—Tú sabes por qué hemos venido hasta aquí —aclaró Ravel—. Lo sabe la Madre Matrona Quenthel y lo sabe el archimago Gromph.
—¿Acaso tienes ahora más reservas, joven Baenre, porque hemos conseguido más de lo que te atrevías a imaginar? —añadió Berellip.
—Naa —respondió Tiago muy suelto—. Todo lo contrario. Estoy contento por lo que he aprendido y visto. Vuestro progreso ha sido notable, y este lugar, estas forjas, esta fuente de energía, la fuerza que emana este complejo, superan todo lo que había imaginado. Tenéis el germen de una próspera ciudad hermana.
Berellip se lo quedó mirando al parecer muy poco convencida de su sinceridad.
—Yo recomendaría que enviéis una comunicación a Menzoberranzan —añadió Tiago—. Vais a necesitar más manos, y rápido.
—¿Manos Baenre? —inquirió Berellip con voz cargada de desconfianza—. ¿Va a mandar la Madre Matrona Quenthel a sus legiones en nuestra ayuda?
Tiago se rio de ella, burlándose descaradamente con su tono y sus maneras relajadas, y la rigidez de Berellip iba subiendo de tono.
—Supongo que tienes claro que estáis aquí porque la Matrona Baenre lo apoyó —dijo—. Si estuviéramos realmente interesados en establecernos nosotros mismos en este lugar ¿crees que habríamos permitido que llegarais hasta aquí tan libremente? ¿Por qué no íbamos a enviar nuestra propia expedición a este lugar?
Al ver que los Xorlarrin no respondían, añadió:
—Porque no queremos desalentar las ambiciones de la Casa Xorlarrin. La Madre Matrona Quenthel está dispuesta a concederos este lugar y los sueños que tengáis al respecto, y lo hemos dejado claro con nuestras acciones, y más aún con nuestras inacciones. Con la llegada del imperio de Netheril, el mundo se ha convertido en un lugar demasiado peligroso como para que las casas de Menzoberranzan sigan enzarzándose en incesantes luchas internas, y la Casa Xorlarrin es una de las más agresivas, eso incluso vosotros tendréis que admitirlo.
A pesar de su pose estoica, Berellip tragó saliva ante semejante perogrullada.
—Por eso os permitimos migrar a los aledaños del dominio e influencia de Menzoberranzan.
—Siempre y cuando nuestra ciudad fortalezca a Menzoberranzan —declaró Ravel.
—Por supuesto, si en lugar de favorecer nuestras necesidades pretendierais rivalizar con nosotros, os destruiríamos totalmente —dijo Tiago con naturalidad, y ya lo había dicho antes con otras palabras. Jamás había hecho un secreto de ello en sus conversaciones con esos dos.
—Pero piensas que deberíamos pedir más drows para reforzar nuestras filas en este momento —subrayó Berellip, como si viera en ello una contradicción.
—No, yo no he dicho drows —la corrigió Tiago—. La Grieta de la Garra podría prescindir de unos cientos de kobolds, hasta mil incluso. Son listos los pequeños miserables, y les encantan la minería y el trabajo del metal. Esa concesión de Menzoberranzan os sería de gran ayuda aquí, y prácticamente no iría en desmedro de Menzoberranzan, por supuesto, ya que las ratas se reproducen como… bueno, como ratas, y no tardarían en recuperar los miembros perdidos en los corredores de la Grieta de la Garra. ¡Y driders! Sin duda deberíais pedir más driders. ¡Estoy convencido de que en Menzoberranzan muchos se liberarían con gusto de todos ellos si pudieran! Esos infelices.
»Lo que yo digo es que los traigáis a vuestro lado y les concedáis algunas secciones exteriores para que las hagan seguras y puedan considerarlas su propio hogar.
—Los driders son driders por una razón —le recordó Berellip secamente.
—¿Eso no complacería a la Reina Araña? —preguntó Tiago con sarcasmo—. ¿No crees que sería mejor hacerles prestar algún servicio para ella?
—No es de eso de lo que estamos hablando —sostuvo Berellip.
—Sí que es de eso precisamente —dijo Tiago, y abandonó cualquier intento de ser razonable—. ¡Es de eso… y de nada más! Estáis aquí, en estos claustros, para servir a la Reina Araña. Se os permitirá construir una ciudad hermana de Menzoberranzan, si lo conseguís, con ningún otro fin que no sea servir a la Reina Araña. La Madre Matrona Quenthel os permite esto porque ella sirve a la Reina Araña. No hay ninguna otra razón, ningún otro propósito. Cuanto antes llegues a entender eso, sacerdotisa Berellip, antes tendréis tú y tu familia una oportunidad de sobrevivir a esta osada «huida» de Menzoberranzan. No debería ser yo quien instruya a una sacerdotisa de Lloth sobre estas verdades obvias. ¡Me decepcionas!
Dicho eso, Tiago se marchó abruptamente para reunirse con Gol’fanin, que había comenzado la larga tarea de crear las codiciadas espadas.
Herzgo Alegni obstinadamente bajó de la cama y se irguió en toda su imponente estatura. Los abundantes vendajes que llevaba opusieron resistencia cuando se enderezó, pero el orgulloso tiflin se impuso a sus ataduras, evidentemente decidido a no mostrar la menor debilidad ante el viejo y marchito brujo. A pesar de todo, se tambaleó un poco, desorientado por el hecho de no tener ya un ojo derecho funcional.
—¿Cuándo estarás listo para volver a la tierra de la luz? —preguntó Draygo Quick sin prolegómenos, y sin el menor indicio de estar preocupado de la salud de Alegni, que, por supuesto, lo tenía sin cuidado.
—Cuando se me ordene —respondió Alegni.
—¿En este mismo momento?
—Partiré ahora mismo si así lo deseáis.
Draygo Quick no pudo reprimir una sonrisa. Alegni era un tipo tozudo. Apenas podía tenerse en pie, las piernas se le doblaban, los hombros temblaban por el esfuerzo de mantenerlos cuadrados.
—Supongo que sabes que debes regresar.
Alegni lo miró con curiosidad.
—Te has dejado algo allí.
Todavía parecía confundido.
A Draygo Quick no lo sorprendía la reacción. Dudaba de que Alegni recordase algo de los últimos momentos de la brutal pelea. Cuando entró en el Páramo de las Sombras, tan próximo a la muerte, con la gran pantera desgarrándolo y mordiéndolo ferozmente, todas sus acciones habían sido por reflejo y desesperadas, todos los sonidos que emitía, llenos de una profunda resonancia de agonía.
De repente, el único ojo que Alegni tenía descubierto se abrió de par en par y el tiflin miró en derredor con desesperación.
—La Garra —musitó.
—La tienen ellos.
Herzgo Alegni se volvió para mirar a su señor, y sus hombros se hundieron. Este era su fracaso, sin duda, y era un fracaso que solía acarrear el castigo más brutal y extremo. Los señores netherilianos vivían y morían, así decían, pero las armas eran eternas.
Al menos se suponía que debían serlo.
—¿Están vivos?
—Sí, los tres. De hecho parece que les va muy bien entre los agradecidos ciudadanos de Neverwinter.
Una mueca distorsionó la cara del tiflin.
—¡Tus soldados fallaron!
—El que me falló fue su jefe, Herzgo Alegni, o eso es lo que parece.
Alegni se envaró al oír una verdad tan irrebatible.
—Eran tres contra uno —explicó.
—Cuatro contra dos —corrigió Draygo Quick—. Gracias a tu arrogante elección.
—¡Y todos los shadovar se mantuvieron al margen! —insistió el corpulento guerrero.
—Lord Alegni, no te queda muy bien eso de lloriquear como un niño —le advirtió Draygo Quick—. Tus subordinados acataron las órdenes que les dieron. Tú estabas seguro de que podrías controlar a Barrabus el Gris, y que tu engaño te dejaría a solas con Dahlia para conseguir tu muy deseada victoria. Todo parece indicar que no estuviste muy acertado.
—¡Tres contra uno! —insistió el tiflin.
—Cuatro contra dos —volvió a corregir Draygo Quick—. ¿Tan fácilmente olvidas a la pantera que acompañaba al drow? ¿O a Effron, que combatió largo rato con la bestia mientras tú representabas tu comedia sobre el puente?
La expresión de Alegni se endureció ante la mención de Effron. Alegni quería discutirlo, lanzar algún insulto o amenaza contra el brujo contrahecho. Draygo Quick se dio cuenta porque había visto muchas veces ese rictus.
—No puedes culpar a nadie más que a Herzgo Alegni —insistió el viejo brujo—. Acepta tu responsabilidad. Ya sabes lo que hay que hacer.
—Debo recuperar la espada.
Draygo Quick asintió.
—Vuelve a hacer reposo. Los sacerdotes volverán, uno tras otro. Acepta sus conjuros de curación y de restablecimiento, porque no tardarás en enfrentarte otra vez a ese peligroso trío.
—He aprendido de mis errores.
—Bien, entonces no tendré que decirte que lleves a otros contigo.
—Voy a necesitar una nueva arma… —dijo o más bien empezó a decir Alegni, porque Draygo Quick había dado por terminada la conversación y simplemente se dio la vuelta y se fue.
Cerró la puerta al salir de la habitación de Alegni y rápidamente se llevó un dedo a los labios fruncidos para indicarle a Effron, que había estado esperando fuera, que guardara silencio hasta que se hubieran alejado de allí.
—¿Acompañaré a lord Alegni para recuperar la espada? —preguntó Effron unos cuantos pasos más adelante, con lo que a Draygo Quick le pareció una ansiedad algo excesiva.
Se quedó mirando al joven brujo.
—¿Iré con él? —volvió a preguntar Effron.
—Irás… cerca de él —lo corrigió Draygo Quick—. Es probable que Herzgo Alegni vaya directo a su muerte. —Se disponía a continuar, pero esperó, evaluando la respuesta de Effron.
—¿Cómo te hace sentir eso? —preguntó.
Effron se encogió de hombros, un gesto complicado y estrafalario tratándose de él, intentando inútilmente desechar la idea como si no le importara, aunque sin duda no era así.
—Se ha vuelto temerario —explicó Draygo Quick.
—Por lo de la espada y la urgencia de recuperarla —supuso Effron.
—En parte, pero sobre todo porque involucra a Dahlia. Eso y lo que él percibe como una traición de Barrabus el Gris.
—Artemis Entreri —corrigió Effron.
Eso arrancó a Draygo Quick una risita, como si tuviera escasa importancia.
—El humano fue su esclavo durante décadas —dijo Effron—. ¡No veo por qué lord Alegni habría de esperar lealtad de él!
—Siempre hay una extraña dinámica en la relación entre amo y esclavo —explicó Draygo Quick—. Una relación inesperada, sin duda. No muy diferente de la que existe entre padre e hijo. —Dicho esto, ladeó la cabeza y miró a Effron con curiosidad.
—De modo que voy a convertirme en su sombra —advirtió Effron—. ¿Y?
—Y vas a recuperar la Garra de Charon —le indicó Draygo Quick—. Es lo único que importa.
Effron asintió, pero algo en su expresión indicaba que no estaba muy convencido.
—Lo único —repitió el viejo brujo—. Ni el destino de Herzgo Alegni, ni el de Dahlia.
Effron tragó saliva.
—Oh sí, ya sé cuánto la odias, contrahecho, pero esa es una batalla para otro momento. Una batalla que te concederé, lo prometo… pero no antes de que la Garra esté nuevamente a salvo en manos netherilianas.
—Es probable que tenga que destruirlos a ellos para recuperarla —dijo Effron.
—¿Lo harás?
Esta vez fue Effron el que miró a su maestro con curiosidad.
—Tenemos algo con que negociar —explicó Draygo Quick—. Algo que el drow no pasará por alto. —Mientras hablaba buscó en un bolsillo extra-dimensional de su voluminosa túnica y sacó una pequeña jaula que cabía en la palma de su mano y que despedía una brillante luz azulada. Dentro, en un espacio demasiado estrecho para pasearse por él, había una diminuta pantera negra. Tenía las orejas pegadas a la cabeza y mostraba los dientes.
A pesar de la gravedad de la situación y de los peligros que le esperaban, Effron se rio de buena gana.
—Se dijo que habías destruido a la bestia.
—¿Destruirla? ¿Por qué habría de destruir algo tan bello…? —Hizo una pausa y acercó la jaula a su arrugada cara. El felino pegó todavía más las orejas al cráneo y lanzó un pequeño rugido—. ¿Algo tan valioso como esto?
—Realmente me encantaría tener un compañero como ese —dijo Effron, pero casi se atragantó con la última palabra cuando Draygo Quick le lanzó una mirada asesina.
—Tú jamás podrías controlarla, ni siquiera teniendo la estatuilla que lleva el drow —le aseguró Draygo Quick—. Es más que un familiar mágico, mucho más. Ahora está vinculada a ese drow, atada a él por cien años y mil aventuras. Ella jamás te serviría y jamás sería la enemiga mortal del drow.
—Puede que tengamos mucho en común.
—¿Esa es tu respuesta para todo? ¿Tu ira inexorable contra todo el que se cruce en tu camino? —Draygo Quick no trató de ocultar la decepción que rezumaba su voz.
—¿Tengo o no tengo que recuperar la espada?
Draygo Quick volvió a mostrarle a Effron la pantera.
—¿Qué crees que será más valioso para el drow?