6. UNIDOS POR UNA CAUSA COMÚN

Dahlia luchaba con todas sus fuerzas contra la tozuda red para volver la cabeza. No quería perderse la muerte de su torturador, y quedó muy satisfecha cuando Entreri le partió el cráneo con su espada.

Siguió forcejeando y consiguió liberar la cabeza casi por completo, aunque el resto de su cuerpo seguía férreamente sujeto. Al mirar en derredor, se dio cuenta de que estaba sola, con Entreri, el campeón de Alegni, como única compañía. Después de tomarse un momento para recobrar la respiración y recuperar el cuchillo que había lanzado, Entreri se encaminó hacia ella apuntándola con la espada.

Dahlia se retorcía y luchaba, tratando de liberar un brazo, pero enseguida se quedó quieta, consciente de que no tenía la menor esperanza de defenderse.

La espada estaba cerca.

Dahlia no apartaba la vista de ese hombre pequeño, frío, y trataba de averiguar cuáles eran sus intenciones.

La espada penetró por un lado de su cuello y Dahlia se puso rígida y contuvo la respiración.

Pero Entreri empezó a cortar la telaraña.

—Estoy realmente conmovida —dijo la elfa con sarcasmo tras recuperarse de la sorpresa.

—Cállate —dijo Entreri mientras seguía liberándola.

—¿Te da vergüenza tu preocupación por mí? —preguntó la elfa bromeando.

—¿Preocupación?

—Estás aquí, enfrentándote a los aliados de tu señor —explicó Dahlia.

—Porque los odio más a ellos que a ti —respondió Entreri sin vacilar—. No te hagas ilusiones de que pueda tener ideas luminosas sobre ti.

Sus últimas palabras quedaron sofocadas por el retumbo de un gruñido sordo y amenazador que hizo que Entreri se quedara helado. Dahlia, en cambio, sonrió al ver trescientos kilos de musculosa pantera agazapados a espaldas del hombre.

—Seguro que ya conoces a mi amiga Guenhwyvar —dijo con una amplia sonrisa.

Artemis Entreri ni se movió.

—¡Detente! —llegó una voz seguida por Drizzt Do’Urden, que en ese momento coronaba la cresta cojeando un poco. Ni Dahlia ni Entreri supieron con certeza si se dirigía a Entreri o a Guenhwyvar.

Probablemente a ambos.

Entreri despachó al drow con una risita y continuó la trayectoria de su espada hasta el suelo, cortando totalmente las ataduras de Dahlia.

—¿Has cambiado de idea? —le preguntó Drizzt cuando llegó junto a los dos. Dahlia se liberaba de la telaraña y, detrás de Entreri, Guenhwyvar seguía dispuesta a saltar sobre él.

—Tranquila, Guen —le dijo Drizzt al felino que alzó inmediatamente las orejas.

—¿Por qué has vuelto? —le preguntó Dahlia a Entreri mientras seguía sacándose hilos de la ropa. No se sentía especialmente generosa y no le gustaba demasiado que la rescataran. Lo que pretendía era ahuyentar a Artemis Entreri, y, dentro de lo posible, mandarlo bien lejos.

Al ver que él no respondía inmediatamente a su pregunta, Dahlia dejó de arrancarse telarañas. Era evidente que su pregunta había sorprendido al hombre. Ella también estaba sorprendida porque nunca había supuesto que lo vería en una actitud pensativa.

—¿Por qué? —volvió a preguntar, con tono agudo y alto, pero sólo por arrancar al hombre de su aparente introspección.

—No lo sé —admitió.

Dahlia sintió la mirada de Drizzt sobre ella y miró hacia él. Tenía una expresión fría, como si quisiera castigarla por ir a por Entreri tan abiertamente. Al fin y al cabo, acababa de salvarle la vida. La elfa respondió con un encogimiento de hombros.

—Bueno, entonces ¿por qué nos dejaste? —inquirió Dahlia con tono algo más cordial.

—Herzgo Alegni tiene mi antigua espada —respondió Entreri—. Mi antigua espada sensitiva y telepática puede sonsacarme cosas. El hecho de estar con vosotros os ponía en peligro, y aunque me importan un bledo vuestras vidas, no quiero que fracase vuestro cometido.

—Y con todo, a pesar de tus palabras, aquí estás, poniéndonos en peligro.

—Ya conozco vuestras intenciones —respondió Entreri—. Estar más cerca de Alegni aumenta las probabilidades de que averigüe por mí cuáles son.

—Entonces, lo que deberíamos hacer es matarte —dijo Dahlia, y en su voz no había ni sombra de humor.

—Morirías primero —prometió Entreri.

Drizzt se puso entre ellos. Sólo entonces se dio cuenta Dahlia de que Entreri y ella se habían acercado hasta quedar frente a frente, mirándose sin pestañear.

—Pensé que lo mejor era irme sin más, aunque no podría escapar de Alegni aunque me fuera del mismísimo Faerun —explicó Entreri.

—¿Y te topaste con nosotros por casualidad? —preguntó Drizzt.

Entreri negó con la cabeza.

—No sé cuánto tiempo podré ayudaros antes de que Alegni (antes de que mi espada) me abata —admitió—. Y aquí estoy —añadió mirando a los shadovar muertos a su alrededor—, ayudándoos en vuestro camino. Ni Alegni ni la Espada de Charon se interpusieron mientras derribaba a vuestros enemigos que, por lo que deduzco, son sus aliados.

Miró a Drizzt directamente a los ojos, y Dahlia se dio cuenta de que había algo entre ellos, un vínculo antiguo y profundo y un respeto evidente.

—No voy a volver a servirlo a él —declaró Entreri con rotundidad—. No hay dolor ni tortura que puedan volver a ponerme del lado de Herzgo Alegni.

Sorprendida, Dahlia se dio cuenta de que le creía. Ese hombre gris no sólo tenía intención de hacer lo que decía sino que además poseía suficiente fuerza interior para hacer lo que acababa de afirmar.

Se apartó y dejó que Drizzt y Entreri mantuviesen su conversación. Sólo captó algunos trozos de diálogo, cuando Entreri admitió que su sola presencia con ellos podría comprometer cualquier esperanza de atacar por sorpresa que pudieran albergar, o que este ataque podría haberse producido en ese lugar y contra ellos debido a su anterior proximidad con ellos.

Por sus respuestas y por su lenguaje corporal, Dahlia supo que Drizzt aceptaría a Entreri como compañero en esta misión, y una vez que se apeó de su propia tozudez, se dio cuenta de que si Drizzt no lo hacía, ella insistiría. Entonces se centró más que nada en Entreri, en observarlo, en comprenderlo.

Vio su dolor.

Ese dolor no le era ajeno.

—Un dilema interesante —le dijo Drizzt a Dahlia poco después. A lo lejos podían ver a Entreri recogiendo leña para el fuego, tal como habían acordado.

—¿Dudas de su sinceridad?

—Por extraño que parezca, no —dijo Drizzt—. Hace muchos años que conozco a este hombre…

—Pero también llevas mucho tiempo sin saber de él —fue la rápida réplica de la elfa.

—Es cierto —reconoció Drizzt, ante la lógica evidente de lo que decía—, pero en el tiempo que pasamos juntos llegué a conocerlo como es. Lo vi emocionalmente desnudo en Menzoberranzan, en carne viva y desprotegido. Es muchas cosas, incluidos muchos rasgos abyectos que no soporto, pero, por extraño que parezca, hay honor en Artemis Entreri, y lo hubo siempre. —Mientras decía esto, a Drizzt le vino a la memoria aquel primer encuentro con el asesino, cuando Entreri había mantenido cautiva a Catti-brie durante días. Había estado indefensa y a su merced, y sin embargo el asesino se había mostrado clemente con ella en aquella ocasión.

Sin embargo, había habido otras ocasiones en las que Entreri no había sido tan clemente, y Drizzt recordó el dedo de un halfling…

Apartó la vista de Dahlia para fijarla en Entreri… un vínculo confuso con un pasado distante.

—No nos traicionará por voluntad propia —dijo Dahlia, y Drizzt se volvió a mirarla—. Odia a Herzgo Alegni tanto como yo.

—¿Por qué? —preguntó el elfo oscuro.

Dahlia lo miró intrigada.

—¿Por qué odias a Herzgo Alegni? —Drizzt a punto estuvo de retroceder un paso al ver lo dura que se había vuelto la expresión de Dahlia. La elfa escupió en el suelo a los pies de Drizzt.

»De modo que piensas que Entreri no nos va a traicionar por voluntad propia —dijo Drizzt rápidamente, considerando prudente cambiar de tema—. Pero ¿y contra su voluntad? Él mismo ha admitido que su sola presencia entre nosotros podría haber puesto a Alegni al tanto de nuestras intenciones. Esa espada lo tiene cogido, y parece conocer todos sus pensamientos.

Dahlia se volvió para mirar a Entreri a la distancia y lentamente meneó la cabeza.

—No puede —dijo, y pareció hablar más consigo misma que con Drizzt—. Las armas sensitivas no tienen semejante poder.

—Lo tiene esclavizado.

—Percibe sus intenciones, su ira, lo que lo mueve a actuar —replicó Dahlia—. Eso es otra cuestión. La espada reacciona a sus impulsos, del mismo modo que la Púa de Kozah acude cuando la llamo, y su poder para prevalecer sobre él proviene de todo lo que han vivido juntos.

—Eso no puedes saberlo.

—Del mismo modo que tú no puedes saber si tus temores son fundados —dijo Dahlia—. Artemis Entreri no condujo a esos shadovar hacia nosotros porque él estaba cerca de Neverwinter mientras ellos andaban buscándonos. Puede que su presencia con nosotros le permita a su espada conocer en líneas generales nuestras intenciones, pero tal vez no de la forma tan pormenorizada que tú crees. De lo contrario ¿por qué iba a permitirle llegar tan cerca de Neverwinter sin hacer caer sobre él las huestes de Alegni? La espada no conoce todos sus pensamientos ni todos sus movimientos. No puedo creerlo, especialmente cuando él y la espada no están próximos el uno al otro. ¡Es una espada, no un dios!

—Pero vamos a acercarnos, y entonces Entreri estará cerca de la espada, y existe la posibilidad —conjeturó Drizzt.

—O sea que ¿por miedo estarías dispuesto a renunciar a un posible y poderoso aliado?

El drow se quedó pensando largamente en eso y se dio cuenta de que en realidad no quería recorrer el camino sin Entreri. Una vez más, aquel hombre lo conectaba con un pasado que añoraba, con una época en la que el mundo le había parecido más simple y mucho más cómodo. Sin embargo, y a pesar de todo, se oyó responder afirmativamente.

—Entonces irá solo a por Alegni, en eso no va a cejar. ¡Vi el dolor en sus ojos, y no va a renunciar a eso! O sea que cada uno por nuestro lado atacaremos Neverwinter, y todos seremos más débiles…

—Hay una tercera opción —la interrumpió Drizzt.

Dahlia lo miró intrigada.

—Hay formas de bloquear esas intrusiones telepáticas —explicó Drizzt. La idea acababa de ocurrírsele y parecía la solución a muchos de sus actuales problemas y a muchos de sus temores—. ¿Te acuerdas del parche que llevaba Jarlaxle en el ojo? Estaba encantado. Le permitía al mercenario volverse invisible a todo tipo de espionaje mágico y telepático, y de dominaciones como la que la espada ha demostrado tener sobre Entreri.

—O sea que ¿iremos a buscar a Jarlaxle y él nos va a ayudar?

—Él también está vinculado a Entreri…

—Él está muerto —dijo Dahlia tajante—. Viste cómo moría. Lo viste precipitarse por el borde de la sima del primordial unos segundos antes de que la criatura lanzara su lava letal. ¡Acéptalo, idiota!

Drizzt no tenía respuesta para eso. No tenía la certeza de que sus esperanzas respecto de Jarlaxle no fueran simplemente una negación de lo obvio. Había visto a Jarlaxle esquivar demasiadas flechas. Según todos los indicios, Jarlaxle había muerto en Gauntlgrym. Después de todo ¿quién podría haber sobrevivido a la fuerza desarrollada por la erupción del primordial en el interior de aquella sima de fuego?

Pero Drizzt ya había caído una vez en el error de creer muertos a algunos amigos muy queridos sin tener pruebas concluyentes, y no tenía intención de volver a hacer el tonto. Era posible que los restos achicharrados de Jarlaxle yacieran a un lado de la sima del primordial, o que hubiera caído en las feroces fauces de la bestia de lava y que no quedara ni rastro de él.

O tal vez no.

—Entonces te valdrías del dilema de Entreri para llevarme otra vez lejos de este lugar —dijo Dahlia—. Para desviarme otra vez de mi objetivo.

Drizzt pudo ver claramente su enfado.

—Si encontráramos a Jarlaxle, estupendo, porque también él sería un aliado valioso —respondió—, pero la cuestión se sostiene aunque Jarlaxle no exista. Hay artilugios, o encantamientos, que podríamos conseguir para proteger a Entreri del escudriñamiento de la espada.

—¿Crees que él no los habrá buscado ya?

Drizzt no sabía muy bien qué decir. Cuando menos, lo que señalaba Dahlia quería decir que podrían pasarse meses buscando su respuesta. En sus largas décadas de aventuras ¿acaso había visto Drizzt algo igual al parche en el ojo que le había fallado a Jarlaxle contra la manipulación mental de Crenshinibon? Volvió a mirar a Entreri, que ya iba hacia ellos, y lanzó un suspiro de resignación.

—Entonces ¿qué? ¿Me vais a mandar a paseo o vas a aceptar mi ayuda? —preguntó Entreri cuando llegó y mientras dejaba caer un brazado de astillas junto al pequeño pozo que había cavado Drizzt para el fuego.

—¿Tan transparentes somos? —preguntó el drow.

—Es lo que yo habría estado discutiendo de haber estado en vuestro caso —respondió Entreri.

—Y nos habrías mandado a paseo.

—No, os habría arrancado el corazón —dijo burlonamente el asesino mientras elegía la leña para el fuego—. Eso simplifica mucho las cosas.

—¿Preferirías acabar con el cráneo machacado? —preguntó Dahlia, y si bromeaba, la verdad, no se notó.

Entreri dejó caer una ramita y se puso de pie, volviéndose lentamente a mirar a la mujer.

—Si fuera tan fácil, ya estaría muerto —dijo con cara inexpresiva—. Y no me vais a apartar de mi camino. Yo ya he tomado mi decisión y mi camino me llevará a Neverwinter, con o sin vosotros.

—Le tememos a la espada —explicó Drizzt—. ¿No deberíamos hacerlo?

Tal vez fuera por la sinceridad absoluta de la respuesta o tal vez porque no había puesto en duda la palabra de Entreri sino exponiendo las influencias que pudieran quedar fuera del control del asesino, pero a Drizzt le dio la impresión de que Entreri se relajaba.

—¿Hay alguna manera de protegerte de las intrusiones? ¿Te das cuenta siquiera cuando te está escrutando?

—La Flauta de Idalia —respondió Entreri, y fue como si recordara algo muy lejano. Después dio un bufido y negó con la cabeza.

—¿Un elemento mágico? —preguntó Dahlia.

—Algo que tuve durante algún tiempo —explicó Entreri—. De tenerlo ahora estoy seguro de que podría resistirme a la llamada de la Garra de Charon, o al menos en cierta medida.

Se encontró con la expresión inquisitiva de Drizzt.

—La tiene Jarlaxle —añadió Entreri—. Él la reparó y la utilizó para atraerme de vuelta a su lado, después me la quitó cuando me vendió como esclavo a los netherilianos.

—Ah, entonces tendríamos que encontrar a Jarlaxle y conseguir que nos ayudara —dijo Dahlia, y Drizzt sintió la mordacidad de su sarcasmo.

Entreri se la quedó mirando con incredulidad. Era evidente que no había captado su sarcasmo.

—¿Hasta qué punto llega la comprensión que tiene la Garra de tus pensamientos? —preguntó Dahlia, cambiando el tono de repente, como si estuviera realmente interesada, como si hubiera tenido una idea.

—Das por supuesto que yo sé cuándo la Garra se mete en mis pensamientos —respondió Entreri.

—Dinos todo lo que sabes sobre las defensas de Neverwinter —ordenó Dahlia con una sonrisa irónica, como si su deseo de averiguar cosas sobre esas defensas, auténtico sin duda, sólo fuera parte de su razonamiento.

Entreri miró a Drizzt, que, después de estudiar a Dahlia, reconoció su plan y sonrió como ella. Se volvió hacia Entreri y le hizo un gesto afirmativo.

Encogiéndose de hombros, Entreri explicó el trazado de la ciudad y expuso los puntos fuertes y los puntos débiles de las murallas. Sabía dónde dormía Alegni y dónde se lo podía encontrar habitualmente. Habló de los diversos campamentos shadovar en los alrededores de la ciudad y, mientras hacía el recuento, también él empezó a sonreír.

Drizzt volvió a asentir, esta vez a Dahlia y a su astuta estratagema para determinar si la Garra estaba en ese momento en los pensamientos de Entreri. Dado lo pormenorizado de la información que estaba proporcionando y que podía ser fatal para Herzgo Alegni, llegó a la conclusión de que lo más probable era que la espada no estuviera allí en ese momento.

—Ninguno de vosotros ha recibido formación sobre el modo de actuar de los magos —dijo Dahlia cuando Entreri hubo terminado.

—Lo suficiente para matarlos cuando me fastidian —afirmó Entreri.

—Yo he estudiado las artes mágicas —explicó la elfa. Levantó la Púa de Kozah—. En especial los aspectos que tienen que ver con la creación de elementos mágicos. No soy ninguna neófita en armas como esta. Ser ignorante y manejarlas sería peligroso.

—¿Adónde quieres ir a parar?

—No es probable que esta espada, la Garra de Charon, permanezca en tus pensamientos —explicó Dahlia—. Es más probable que la espada reaccione a las vigorosas órdenes que les das a tus músculos.

Entreri arrugó la cara, evidentemente se mostraba escéptico ante el razonamiento o simplemente no lo entendía.

—La Púa de Kozah sabe cuándo necesito liberar su energía —dijo Dahlia.

—Porque tú dominas al bastón, como yo dominaba otrora a la Garra de Charon —respondió Entreri.

Pero Dahlia no dejaba de negar con la cabeza.

—Las armas sensitivas, salvo las más grandiosas, no son seres independientes. Tienen orgullo y plantean exigencias a quien las maneja, lo cual forma parte de la magia incorporada al metal o a la madera de que están hechas. Sin embargo, no son seres conscientes, que conspiran o complotan para obtener ventajas personales. La Garra de Charon ha llegado a dominarte por la larga convivencia que habéis mantenido. Todo eso se reduce a que la Garra reconoce las claves de tu comportamiento. Sabe cuándo te propones atacar y qué papel quieres que represente en ese ataque en caso de que la esgrimas. Retiene ese claro reconocimiento de las claves de actuación y así puede reaccionar más rápido de lo que tú puedes contrarrestar la reacción.

La expresión de Entreri demostraba que no estaba convencido ni mucho menos.

—¿Qué propiedades posee la espada?

—La capacidad de sembrar un velo opaco de ceniza —respondió Entreri vacilante, sin saber muy bien adónde iría a parar esto.

—¿Y con qué velocidad puede crear ese rastro si se lo pide quien la maneja?

—De manera instantánea —dijo Entreri, y de pronto pareció que su interés se había agudizado.

—¿Y podría la espada sembrar ese rastro sin que tú se lo pidieras?

El asesino se lo pensó un momento y a continuación negó con la cabeza, aunque sin mucha convicción.

—Tu vínculo con ella era tan fuerte que ni siquiera estás seguro de si todavía tenías que invocarlo conscientemente —imaginó Drizzt—. Por eso ahora supones, como es lógico, que la espada está leyendo tus pensamientos.

—No tenéis ni idea del dolor que esta espada puede infligirme —respondió Entreri.

Dahlia se encogió de hombros.

—La espada puede dominarlo —le recordó Drizzt.

—Es por eso que, como ya dije, mi mera presencia entre vosotros puede poner en peligro vuestra misión —añadió Entreri.

—Y si la Garra de Charon hubiera estado en tu mente —le preguntó Dahlia al asesino—, ¿te habría permitido que mataras al guerrero sombrío y me liberaras de la red? Porque seguramente Herzgo Alegni habría querido que me llevaran ante él atada.

—O sea que no es una intrusión permanente —dijo Drizzt—, pero ¿cómo saberlo?

Dahlia dividió la Púa de Kozah en dos tramos de algo más de menos de metro y medio cada uno. Se los quedó mirando unos momentos y a Drizzt le pareció que se estaba comunicando con el arma. A continuación le lanzó uno de los trozos a Entreri.

—No me cabe duda de que la Púa de Kozah reconocerá la intrusión de un sensitivo diferente —explicó.

Entreri se quedó mirando el trozo de metal y luego lo levantó como si estuviera comprobando su equilibrio.

—¡Ni se te ocurra usarlo como arma —dijo Dahlia—, y a la primera señal de una batalla, devuélvemelo de inmediato! Sin embargo, mientras viajemos, actuará como nuestro centinela. Si tu espada trata de penetrar en tu mente, ese bastón que llevas lo sabrá y el que llevo yo me informará de ello.

Drizzt y Entreri se miraron y no pudieron por menos que hacer un gesto de admiración ante aquella mujer tan llena de recursos.

Desde un recodo elevado del camino meridional de la costa, Drizzt y sus dos compañeros tuvieron una visión panorámica de Neverwinter. Dentro de las ruinas más extensas de la antigua ciudad, la construcción y la muralla más recientes podían distinguirse claramente, al menos las partes de la muralla que no estaban envueltas en sombras.

No eran las sombras de los árboles ni el ángulo del sol oculto tras alguna de las colinas cercanas de la región lo que ocultaba la muralla, sino una niebla opaca, una sombra mágica. Una niebla proveniente del propio Páramo de las Sombras.

—Los netherilianos la han reforzado —comentó Dahlia, expresando muy bien lo que los tres habían pensado al mirar a la fortaleza de Alegni. Fijó en Entreri una mirada de desconfianza y añadió—: A lo mejor ese miserable conoce nuestros planes.

—Si cada inconveniente se me va a achacar a mí, entonces dímelo —replicó el hombre.

Drizzt no pudo por menos que sonreír ante el timbre perfecto de la voz de Entreri, que transmitía su aparente aburrimiento y apenas una velada amenaza. Estaba muy tranquilo y Drizzt comprendió que aquella amenaza era constante. Miró a Dahlia para ver si ella lo había captado, y su expresión, una mezcla de enfado y de sorpresa mal disimulada, confirmó las sospechas del drow.

—¿Cuántos calculas que habrá? —preguntó Drizzt, que consideró prudente cambiar de tema.

—Puede que tema que vengamos a por él, seguramente conoce el destino que corrió Sylora Salm —conjeturó Entreri. Se dejó caer de su corcel pesadilla y trepó a una roca alta para tener una mejor perspectiva. Drizzt y Dahlia también desmontaron y subieron tras él.

—Por lo menos varias veintenas —explicó Entreri cuando llegaron a su lado. Señaló un puñado de campamentos shadovar fuera de la ciudad amurallada—. Alegni ha reforzado también su círculo defensivo.

—Si sabe lo de Sylora, entonces tal vez crea que los thayanos van a realizar un ataque temerario, al menos en un principio —dijo Drizzt.

Entreri manifestó su acuerdo con una inclinación de cabeza.

—Ya sea contra nuestra amenaza o contra la de los thayanos, lo cierto es que Herzgo Alegni ha preparado la defensa de su ciudad.

—Entonces tal vez nos convendría replegarnos hacia el bosque y dejar pasar este momento de crisis potencial —propuso Drizzt, y casi no habían salido las palabras de su boca cuando intervino Dahlia.

—Tu consejo es el mismo en todos los casos: esperar y escondernos —le retrucó con aspereza—. No entiendo cómo tuviste alguna vez la fama de ser otra cosa que un cobarde, Drizzt Do’Urden.

El elfo abrió mucho los ojos, especialmente teniendo en cuenta las aventuras que él y Dahlia habían compartido en el poco tiempo que llevaban juntos. Además del asalto a la fortaleza de Sylora, habían ido a Gauntlgrym y habían peleado codo con codo contra un lich y un primordial.

No supo qué responder, pero Entreri sí. Ni Drizzt ni nadie que conociera a Artemis Entreri lo habían oído muchas veces reír a carcajadas, pero eso fue lo que hizo en ese momento.

Drizzt miró a Dahlia con dureza. Una parte de él quería abofetearla, pues se dio cuenta de que no le gustaba mucho que se burlasen de él, y también descubrió, sorprendido, que todavía le gustaba menos que se burlasen de él en presencia de Artemis Entreri. Esta última revelación lo dejó realmente atónito, pero no podía negarla.

—Y tú te pondrías delante de cualquier peligro por tu necia convicción de que eres inmortal —dijo, aunque tardó un rato en articular la respuesta.

—O simplemente es que no le importa —replicó Entreri antes de que pudiera hacerlo Dahlia, y él y la elfa intercambiaron una mirada que puso a Drizzt sobre aviso.

Se dio cuenta de que había algo en Dahlia que Entreri comprendía y él no.

Sí, también él se había preguntado a qué se refería exactamente Entreri, pero aunque podía reconocer la posibilidad, Drizzt supo por la mirada que habían intercambiado sus dos compañeros que Entreri comprendía esa parte de Dahlia de una forma mucho más profunda de lo que él podría hacerlo jamás.

Otra cosa que lo sorprendió, e indudablemente aquella mañana en el camino todo iba de sorpresas, fue descubrir que esa revelación le molestaba bastante.

—Entonces ¿cómo te propones hacernos entrar en Neverwinter? —preguntó el drow volviendo a lo que realmente estaban tratando—. Tú conoces sus defensas —le dijo a Entreri—. ¿Cuál es su punto débil?

—Yo conocía sus defensas —respondió el asesino volviendo otra vez la mirada hacia la ciudad—. Da la impresión de que ahora son mucho más fuertes.

—¿Demasiado fuertes? —preguntó Drizzt.

—No —respondió Dahlia.

—Tienen puntos débiles —dijo Entreri con un encogimiento de hombros—. Jelvus Grinch, que quizá es el cabecilla de los habitantes, no es amigo de Herzgo Alegni. La alianza entre ellos, que yo ayudé a construir, se basó en el odio de ambos por los thayanos, y desde el comienzo los ciudadanos de Neverwinter se mostraron precavidos frente a los netherilianos. Se parecen mucho a la gente de Diez Ciudades.

Drizzt asintió con vehemencia, apreciando el intento de Entreri de llevar las cosas al campo que conocía mejor. En realidad, su propia y limitada experiencia con la gente de la nueva Neverwinter en cierto modo confirmaba la comparación del asesino.

—Quieren elegir a sus propios gobernantes —acabó Entreri.

—Y seguramente no elegirían al netheriliano —fue la conclusión de Dahlia.

—¿Tú lo harías?

Dahlia escupió en el suelo.

—¿Cómo podemos sacar ventaja de esto? —inquirió Drizzt—. Yo conozco a Jelvus Grinch… ¿cómo podría reunirme con él y conseguir su ayuda? —Sin embargo, mientras hablaba, Drizzt ya empezaba a albergar dudas sobre esa posibilidad. Mirando hacia Neverwinter, las profundas zonas de sombra lo hicieron dudar. Si conseguía atraer a Grinch y a los demás a esa vendetta personal de Dahlia, ¿no estaría propiciando una posible masacre dentro de Neverwinter?

Cuando Entreri se disponía a señalar alguna manera de organizar esa colaboración, Drizzt empezó a menear la cabeza.

—Si tu antigua espada advierte por un instante nuestro complot y en él participa Jelvus Grinch, morirán muchos ciudadanos de Neverwinter —interrumpió Drizzt.

—Entonces ¿cómo? —preguntó Dahlia—. Si tengo que abrirme camino a través de esa guarnición, que así sea, pero no voy a desistir.

Entreri empezó a sonreír. Evidentemente se le había ocurrido una idea.

—¿Qué es lo que sabes? —se interesó Drizzt.

—Cuando el río se transformó en una corriente de lava y las cenizas ardientes se acumularon sobre Neverwinter, yo quedé atrapado debajo del puente —explicó señalando una estructura a lo lejos, la que se había llamado puente del Draco Alado—. No tenía la menor idea de cómo salir de allí, pero no podía quedarme. El calor del río… —Le falló la voz y meneó la cabeza.

Drizzt recordó su propia experiencia cuando el volcán entró en erupción, cuando vio desde lejos cómo se transformaba la montaña en un río de piedra líquida y ceniza, cuando la onda expansiva atravesó los bosques, derribando árboles añosos como si fueran simples briznas de hierba. Lo imponente del espectáculo había hecho que Drizzt se pusiera de rodillas. Se imaginó lo que habría sido estar en Neverwinter aquel aciago día, ver tan de cerca la devastación, oír los gritos de hombres, mujeres y niños que morían quemados o enterrados vivos.

—¿Cómo sobreviviste? —preguntó el drow con talante sombrío.

—Salí trepando del puente —respondió Entreri—, y de ahí a la calle, pero había demasiada ceniza, ceniza candente, como para poder pasar. Y caían cantidad de piedras. Vi a más de uno morir aplastado por un pedrusco enorme. Los edificios, aunque eran resistentes, no brindaban refugio alguno. Los que se escondieron dentro fueron sepultados por los escombros o tuvieron que salir huyendo del fuego. Había incendios por todos lados. El aire era irrespirable.

—O sea que moriste y la espada te hizo volver —supuso Dahlia, pero Entreri dijo que no con la cabeza.

Drizzt resolvió el acertijo recordando el trazado de Neverwinter, cuyas calles había recorrido varias veces. También él se había visto llevado varias veces a los puentes, al río que era el corazón de la ciudad.

—Como no podías ir por la calle, volviste al río, cerca del puente —dijo.

—Sí, a nadar en la lava —se burló Dahlia.

Pero Drizzt se limitó a menear la cabeza sin apartar la mirada de Entreri.

—Había una abertura en la orilla, por encima del nivel del río —explicó el asesino—. Y el agua que salía de ella era relativamente fresca.

—Saliste de Neverwinter por las alcantarillas —conjeturó Drizzt—. ¿Crees que seguirán abiertas? —Observaba a Dahlia mientras hablaba, y vio que su sonrisa burlona había desaparecido.

Entreri señaló hacia el sur de la ciudad, donde el gran río descendía en meandros hacia la Costa de la Espada.

—Es posible —dijo.