2. EL SEÑOR DE NEVERWINTER

—Capitán de la Guardia Blanca —corrigió Herzgo Alegni, y muchos ojos se volvieron sorprendidos hacia el comandante tiflin. Alegni estaba sentado a una pequeña mesa junto a la pared lateral de la taberna que usaban como sala de reuniones. Estaba frente a la chimenea, casi en el punto más lejano posible de la fuente de calor, y había abierto la ventana que tenía a su lado.

Jelvus Grinch lo miró con curiosidad. Los jefes de la ciudad habían estado discutiendo el puesto que le correspondería a él dentro de la nueva estructura de gobierno de Neverwinter, y el señor netheriliano había mencionado que Jelvus Grinch sería un buen candidato como jefe de la guarnición de la ciudad, puesto que, en cualquier caso, Grinch había desempeñado durante años.

—¿La Guardia Blanca? —repitió otro de los asistentes, haciéndose eco de la pregunta que muchos se hacían, evidentemente.

Herzgo Alegni se puso de pie lentamente, flexionando los abultados músculos y echando los hombros hacia atrás para que todos pudieran ver la poderosa envergadura de su pecho ancho y fuerte. Despacio, tomándose tiempo para que los tacones de sus botas resonaran sobre el suelo de madera a cada paso, se dirigió hacia la parte frontal de la habitación, y hasta el fornido Jelvus Grinch pareció un ser exiguo junto al enorme y dominante guerrero tiflin. La indumentaria de Alegni, armadura de cuero negro con tachones de metal, y la capa larga y suelta, signos de su noble posición, hacía que su imagen fuera más imponente, lo mismo que la gran espada carmesí que llevaba sobre la cadera izquierda. El rojo sangre del metal formaba un marcado contraste con la negra armadura, y cuando Alegni apoyó la mano izquierda descubierta sobre la empuñadura del arma, dio la impresión de que la espada era más una extensión de su roja piel tiflin que un elemento independiente. Esto no hizo más que acentuar los destellos rojos de sus ojos, que eran un recordatorio relumbrante de sus ancestros semidemoníacos. Sí, esa espada carmesí… un arma que había atravesado a un umber hulk al que había dejado retorciéndose en sus estertores de agonía en una calle de Neverwinter ante el asombro y las ovaciones de tantos ciudadanos del lugar, muchos de los cuales estaban en esa misma habitación.

—¿Qué es la Guardia Blanca? —se atrevió a preguntar Jelvus Grinch.

—La guarnición de la ciudad —explicó el tiflin—. Creo que es un nombre adecuado.

—Primer Ciudadano… —empezó a argumentar Jelvus Grinch, pues ese era el título de honor que habían concedido a Alegni.

—No me llames así —interrumpió el tiflin, y entonces su tono experimentó un cambio no demasiado sutil. Entre los presentes, unos cuantos, Jelvus Grinch incluido, se removieron incómodos.

—La Guardia Blanca —dijo Alegni en voz más alta, volviéndose otra vez a mirar a los reunidos—. Es adecuado, porque ahora Neverwinter tiene dos guarniciones, por supuesto: la Guardia Blanca, de los vuestros —les explicó a Jelvus Grinch y a los demás—, y la mía.

—¿Qué se va a llamar…? —inquirió Jelvus Grinch.

Alegni se lo pensó durante un momento.

—La Guardia de Sombra —respondió por fin—. Sí, eso es. De modo que tú coordinarás la Guardia Blanca.

No razonaba con ellos sino que más bien decidía, algo que no pasó desapercibido a ninguno de los presentes.

—¿Y tú vas a ser el comandante de la Guardia de Sombra?

Aquello hizo reír a Alegni.

—Tengo mis lugartenientes para comandar la guardia.

—Lo cual te dejará libre para… —quiso saber una pelirroja a la que los lugareños llamaban la Centinela del Bosque.

Al reconocer la voz, Alegni la miró directamente.

—Mi querida Arunika —le dijo.

—Te dejará libre para asumir el mando de la ciudad —afirmó Arunika, y al ver que Alegni no lo desmentía inmediatamente, por todas partes empezaron los comentarios a media voz, y hasta se oyeron algunos abucheos y varias frases mordaces.

—¡Hemos conseguido una gran victoria! —les dijo Alegni con voz tonante, una voz que hizo callar a todos—. Sylora Salm está muerta. La fortaleza que ella estaba levantando en el Bosque de Neverwinter se está viniendo abajo al fracasar su magia. El propio Anillo se está debilitando, y de manera notable.

Terminó abruptamente y dejó flotando en el aire esas noticias sorprendentes ya que en realidad no había revelado nada de eso hasta aquel momento, mientras él se deleitaba ante la expresión atónita de los jefes de la ciudad.

—¿Cómo puedes saberlo? —consiguió preguntar por fin un Jelvus Grinch balbuciente.

Herzgo Alegni lo miró como si sólo un tonto pudiera hacer semejante pregunta.

—La amenaza está mermada y será eliminada muy pronto. —Alegni hizo una pausa y sonrió—. Gracias a mí.

—Y ahora te proclamarás señor de Neverwinter —supuso Arunika, y Herzgo Alegni le respondió con una sonrisa.

—¡No puedes hacer eso! —gritó un hombre desde el fondo. La sonrisa de Alegni desapareció en menos de lo que tarda en pestañear un ojo sorprendido, y más de uno entre los presentes, incluido el que había hablado, se encogió bajo aquella mirada fulminante.

Sin embargo, otro se atrevió a insistir.

—¡Tú no tienes la corona de Neverwinter! ¡No puedes ser señor de Neverwinter si no tienes la corona!

—Y dime, por favor, ¿dónde está esa corona? —respondió Alegni con voz tonante y claramente amenazadora.

La estancia se llenó de murmullos.

—Nadie lo sabe —respondió con timidez la persona que antes había protestado.

—O sea que está perdida —declaró Alegni—. Por lo tanto ha llegado el momento de empezar de nuevo, como hicisteis todos cuando reconstruisteis la ciudad en ruinas.

—¡Pero si esa es la verdad, entonces el señor debería ser uno de los que llevan años trabajando por ello! —protestó, o más bien intentó hacerlo, otro hombre, porque mientras hablaba Alegni se fue acercando a él, y para cuando tuvo la idea redondeada, se encontró bajo su sombra, acobardado y callado.

—¡No puedes hacer eso! —repitió el que había protestado primero.

—Acabo de hacerlo —les informó a todos—. Me necesitabais y seguís necesitándome. Y aquí estoy, a vuestro servicio.

Por un momento pareció que toda la situación se estaba balanceando en el borde de una cuchilla, con la aceptación por un lado y la rebelión abierta por otro, y Alegni no tenía la menor idea de en qué lado caería ese grupo. Bajó el brazo derecho y cerró la mano enfundada en el guantelete mágico compañero de la espada de hoja carmesí. Si alguien hacía un movimiento, Alegni estaba dispuesto a desenvainar la espada y a cortar en dos a Jelvus Grinch de un solo y poderoso tajo.

Eso les quitaría las ganas de luchar.

—Le pusimos tu nombre a un puente, como querías —replicó Jelvus Grinch con un tono en el que se palpaba el miedo—. Te concedimos el título de Primer Ciudadano por la ayuda que nos prestaste en nuestras tribulaciones. ¿Y ahora vas a pagarnos con sometimiento?

—Es una forma tonta de ver las cosas —dijo Alegni—. Estamos ganando pero no hemos ganado aún. Hay dos fuerzas en acción. La vuestra, escasa como es, y la mía, con recursos y poderes que no podéis siquiera entender. Para completar la victoria, debemos estar unidos y actuar con una sola voz. ¿En esto estáis de acuerdo?

—Aunque así sea, ¿quién ha determinado que esa voz singular sea la de Herzgo Alegni? —inquirió Jelvus Grinch.

Alegni se encogió de hombros como si eso casi no importara

—¿Esperáis que ponga mi ejército a vuestras órdenes? —preguntó con incredulidad—. ¿Vosotros, que no podéis atisbar siquiera el poder de esa fuerza, ni de los shadovar, ni del imperio de Netheril?

—¡Nos están conquistando desde dentro! —gritó una mujer poniéndose de pie de un salto, y a su alrededor surgieron varios gritos de apoyo.

—¡No! —La voz de Arunika se impuso sobre todas las demás—. No —repitió, mirando fijamente a Alegni y avanzando valientemente hacia él.

—Conquistados no. —Se volvió mientras hablaba para mirar a todos los presentes—. Hasta que esta amenaza quede erradicada, hasta que el anillo de pavor quede plenamente derrotado y los acólitos de Sylora estén todos muertos en el bosque o huyan despavoridos hacia Tay, Herzgo Alegni podría reclamar la comandancia interina de Neverwinter. Porque sin duda vamos a necesitar una voz que hable por nosotros ante las ciudades vecinas. Es un puño fuerte asiéndose al poder, es cierto —dirigió a Alegni una mirada maliciosa—, pero será sólo por un tiempo, ¿verdad?

—Por supuesto —dijo Alegni echándole a Arunika una mirada lasciva. Que creyera que la deseaba como amante (y qué varón no lo haría, al fin y al cabo). Pero Herzgo Alegni sabía la verdad de esta. Acababa de descubrir que Arunika, la Centinela del Bosque, no era una simple mujer humana, que no tenía nada de humano en realidad. Y también sabía mucho sobre su supuesta alianza con Neverwinter, aunque seguramente todavía quedaban cosas por averiguar sobre aquella complicada criatura—. ¿Por qué habría de condescender yo a actuar como señor de una mísera ciudad dentro de los reinos de los insignificantes humanos?

En la multitud alguien se dispuso a rebatirlo, pero Alegni dio una rápida y poderosa zancada, apartando a Arunika del camino.

—¡Me necesitáis! —vociferó—. Me pedisteis ayuda y la tuvisteis. Sin mí, sin mi ejército, vuestra ciudad habría sido destripada como una vaca caída por los umber hules. O vuestras murallas habrían sido arrasadas por los relámpagos de Sylora Salm. El enemigo que os atacaba os superaba con creces. ¡No lo neguéis! Me necesitabais y todavía me necesitáis, y no me vais a dejar de lado por las victorias que yo os proporcioné. No soy un mercenario al que se puede comprar con dinero. No soy ningún héroe aventurero que corre a vuestro lado para mantener su preciada reputación, ni por el bien de todos los hombres de bien. Me invitasteis a nuestra casa y yo vine, y ahora voy a quedarme hasta que yo mismo decida que es hora de marcharme.

Por si el espectáculo de Alegni no bastaba para mantener a los líderes de la ciudad en su sitio, las puertas traseras de la estancia se abrieron de pronto y entró Effron el Contrahecho acompañado por un grupo de shadovar armados. Alegni observó que entre ellos estaba Jermander. ¿Jermander? Alegni conocía al mercenario y conocía bien a Cavus Dun. Tomó nota mentalmente de hablar con Effron sobre la inesperada presencia de ese.

Herzgo Alegni pasó revista a la habitación y dejó pasar unos momentos de tensión. Cuando quedó claro que ninguno de los habitantes de Neverwinter se atrevería a hacer nada contra él, se volvió hacia Jelvus Grinch.

—Vas a comandar la Guardia Blanca —le dijo—. Tú y otro de tu elección tendréis un puesto en mi corte, y tú serás el único entre los humanos de Neverwinter que podrá hablarme de los problemas de la guarnición de la ciudad. ¿De acuerdo?

Jelvus Grinch no pudo por menos que mirar la contundente espada. Tragó saliva y Alegni le dirigió una sonrisa cómplice. Jelvus Grinch sabía, y Herzgo Alegni sabía que él sabía, que una respuesta equivocada haría que acabara en el suelo partido en dos.

—Sí —dijo en voz baja.

—¿Sí? —replicó Alegni en voz alta.

—Sí, lord Alegni —completó Jelvus Grinch debidamente.

Arunika abandonó la reunión repentinamente, pues no quería verse sorprendida en una discusión privada con lord Alegni y su banda de poderosos aliados. El brujo tullido había atormentado a su gnomo y había averiguado mucho sobre ella. ¡Demasiado! La súcubo pelirroja lo sabía.

Recorrió presurosa las calles de Neverwinter volviéndose constantemente hacia atrás para comprobar que no la seguían. Para extremar la seguridad cogió por un callejón oscuro sin salida y avanzó velozmente hacia el final. Allí, en la oscuridad, desplegó sus alas de murciélago y voló hasta el tejado más próximo, desde donde se alejó a saltos por encima de la ciudad.

Descendió hacia la oscuridad junto a un gran edificio del extremo nororiental de la muralla de Neverwinter. La Casa del Conocimiento había sido un floreciente templo de Oghma y un importante depósito de libros y artefactos de la rica historia de la Costa de la Espada. El cataclismo había sepultado todo aquello bajo la lava y las cenizas, y lo que otrora había sido una sagrada biblioteca se había convertido en un campamento de refugiados. La transición no había ido bien, y a la persona encargada de tomar las decisiones, el hermano Anthus, tampoco le había ido bien. Ahora ya casi nunca estaba en el lugar, y prefería una choza aislada y destartalada al otro lado de la ciudad siempre y cuando sus obligaciones le permitían cierta privacidad.

Con una mirada en derredor, Arunika entró por una puerta lateral poco usada y se puso a esperar en la habitación oscura.

Poco después, entró el hermano Anthus. Llevaba una sola vela encendida y se acercó al gran candelabro que había cerca del altar, en la parte frontal de la habitación.

—De haber sabido que tenías intención de recorrer las avenidas de la ciudad de regreso a casa de la reunión, habría cenado antes de venir aquí —dijo Arunika.

El hermano Anthus interrumpió un instante su marcha, como para demostrar que no lo sorprendía en absoluto encontrarla allí. ¿Por qué debía sorprenderla teniendo en cuenta la gravedad de esa reunión en particular? Se tomó su tiempo para encender todos los brazos del candelabro y envolver la estancia en un suave resplandor, y después se volvió a mirar a Arunika.

—Tú sabías que esto sucedería —dijo.

—Es cierto, no pensaba que Herzgo Alegni fuera a ayudar a la ciudad de Neverwinter por caridad ni por hacer beneficencia.

—Fue rápido —replicó el hermano Anthus—, más rápido de lo que esperaba.

—Él cree que entre los thayanos reina la confusión. Dada esa posibilidad, su amenaza irá desapareciendo rápidamente. Al actuar ahora para asegurar su posición, puede seguir valiéndose de la amenaza de Szass Tam para coaccionar a los que no estén de acuerdo. —Hizo una pausa, ladeó la cabeza y con una sonrisa sardónica preguntó—: ¿Reina la confusión entre los thayanos?

—Sylora Salm está muerta.

—¡Eso ya lo sé!

El hermano Anthus respiró hondo y se desplazó para sentarse en un banco enfrente de Arunika.

—Valindra Shadowmantle tiene un poder nada despreciable —explicó.

—Cuando no se confunde con sus propios balbuceos sin sentido —dijo Arunika, a lo que el hermano Anthus respondió con un gesto afirmativo y removiéndose incómodo, cosa que no le pasó desapercibida a la pelirroja.

»El embajador la ha ayudado muchísimo —apuntó Arunika refiriéndose a su contacto de la Soberanía Abolética, un aboleth él mismo, una criatura con forma de pez de gran poder psiónico para doblegar las mentes. Hizo una pausa y siguió estudiando la inquietud de Anthus—. Pero claro —añadió—, todo lo que el embajador otorga también puede retirarlo, sin duda.

—Pensaba que la Soberanía quería usar a los thayanos como complemento de los netherilianos, y viceversa —dijo el hermano Anthus.

—Es razonable —reconoció Arunika—. Eso creía yo también, pero nunca se sabe con estas extrañas criaturas.

—¡Brillantes criaturas! —corrigió el otro.

Arunika asintió, dándole la razón. No estaba de humor para discutir con ese fanático.

—¿Crees que el embajador va a permitir que la amenaza thayana se diluya ahora que Sylora Salm está muerta? —preguntó el hermano Anthus—. ¿Qué volverá a sumir a Valindra Shadowmantle en un estado de confusión?

—¿O seguirá dirigiendo los pensamientos de Valindra según la conveniencia de la Soberanía? —se preguntó Arunika, y asintió ya que aquello le parecía probable—. Mientras Herzgo Alegni siga siendo una amenaza, yo creo que el embajador mantendrá a Valindra lo bastante lúcida para que sus fuerzas le sigan causando problemas.

—Pero los aboleth nunca le concederán lucidez suficiente para liberarse de su poder —dijo Anthus, redondeando la idea.

—Volvamos a nuestro amigo pisciforme —le pidió Arunika al monje—. Informa a la Soberanía de la pretensión de Herzgo Alegni de proclamarse señor de Neverwinter. El embajador sabrá cuál es la mejor manera de usar a Valindra para contrarrestar a Alegni.

—¿Deberían atacar otra vez los thayanos? —preguntó el hermano Anthus—. ¿Es esa tu recomendación?

Arunika se lo pensó durante un momento y luego negó con la cabeza.

—Las fuerzas de Alegni no son tan fuertes —explicó—. Ahora que Sylora Salm está muerta, supongo que tendrá menos influencia para obtener más soldados de sus señores netherilianos del Páramo de las Sombras. Dejemos las cosas como están. Hay más cosas en marcha que los thayanos o los netherilianos, y resultará interesante ver cómo evoluciona todo.

El hermano Anthus la miró con curiosidad, pero Arunika decidió dejarlo con la intriga y no hablar sobre el trío que había eliminado a Sylora ni sobre dónde decidiría dar el siguiente golpe el peligroso grupo.

—Promete al embajador que tendremos a la Soberanía al tanto de los acontecimientos.

—Tal vez deberías venir conmigo.

—No. Herzgo Alegni sospecha que tengo compromisos —respondió, sin mencionar que Alegni conocía su propia identidad diabólica, por supuesto, ya que Anthus era totalmente ajeno a ese pequeño detalle—. No voy a arriesgarme a conducirlo hasta el embajador. Además tengo otros asuntos urgentes que atender. —Arunika pensó que tal vez fuera hora de hacer una visita a Valindra Shadowmantle.

La ligera nevada persistía, aunque daba la impresión de que no podía tocar a la figura corpulenta, taciturna y oscura de Herzgo Alegni que estaba de pie, en el puente que llevaba su nombre, en el corazón de la oscurecida Neverwinter. Este era ahora su lugar favorito, un símbolo de su éxito, y allí se creía invencible. Allí era realmente lord Alegni.

—Debería sorprenderme al verte —dijo cuando un guerrero tiflin alto y fornido se le acercó—. Por supuesto, la sorpresa sería fingida porque da la impresión de que siempre apareces donde menos se te espera.

—Llevas más de una década sin verme —fue la sarcástica respuesta.

—No fue tiempo suficiente.

—Mi señor Alegni, nunca me presento donde no me invitan —respondió Jermander—. En realidad, nunca voy a donde no me pagan por ir.

Alegni miró más allá de él, a la forma menuda de Effron.

—Ya sabes por qué han venido —respondió Effron ante su mirada inquisitiva—. Los Cazarrecompensas Mercenarios de Cavus Dun son más eficaces para tratar con problemas como los que al parecer tenemos por delante.

Alegni llevaba bastante tiempo solicitando más soldados, pero ese grupo no era sin duda lo que él tenía en mente. Porque esa banda de mercenarios sólo era fiel al que pagaba, y puesto que Alegni no los había invitado ni contratado, eso quería decir que había alguien más. No le resultaba difícil imaginar quién podía ser esa persona.

—Yo estoy aquí como apoyo para tu misión —dijo Effron con una reverencia, aceptando ese papel antes de que pudiera llegar a una conclusión.

—Pero, según parece, no para seguir mis órdenes.

—Lo de Cavus Dun fue idea de Draygo Quick —replicó Effron apoyándose una vez más en su poderoso mentor, quien era uno de los pocos señores netherilianos a los que Herzgo Alegni temía.

Alegni se acercó al pretil del puente, su lugar favorito, y contempló el río oscuro y el lejano mar.

—Si te pones en mi camino, te mataré, Jermander —dijo con total naturalidad—. No lo dudes.

—Yo esperaría… —empezó a decir Effron, pero Alegni le clavó una mirada amenazante.

—Tú no la odias más que yo —comentó el brujo tullido antes de girar sobre sus talones y alejarse arrastrando los pies.

Alegni fijó la mirada en Jermander, que no la rehuyó.

—Hay muchas partes en acción —dijo el mercenario—. Neverwinter parece el artilugio de un gnomo.

—Tal vez demasiadas —reconoció Alegni—. Y tú eres solamente una más.

Al oír eso, Jermander sonrió y, con una reverencia, se marchó detrás de Effron.

Alegni se quedó todavía un buen rato en el puente, preguntándose cómo podría sacar el mayor provecho de todo aquello. No le gustaba tener por ahí a Cavus Dun porque eran difíciles de gobernar, pero tenía que admitir (para sus adentros, por supuesto, jamás reconocería semejante cosa de viva voz) que había un número preocupante de partes. Dahlia era formidable, y al parecer mucho más cuando combatía con su compañero drow. ¿Y Barrabus? Apoyó la mano en la empuñadura de su magnífica espada, reconfortándose con la energía que transmitía. La Garra lo tranquilizó. La espada seguía alerta y Barrabus el Gris estaba sometido a ella.

Pensó en la sagaz Arunika, su amante, su aliada entre los necios habitantes y probablemente su enemiga. Cada vez que pensaba en la noche que había pasado con la mujer, y en las muchas que pensaba pasar con ella, tenía que obligarse a recordar que era mucho más de lo que aparentaba, que aquella mujer supuestamente inocente, también era amiga de Valindra Shadowmantle, y que realmente estaba ayudando a la lich a aclarar su confundida mente.

Muerta Sylora, Valindra parecía imponerse como la mayor rival de Alegni.

¿En qué situación dejaba eso a Arunika?

El tiflin hizo una mueca mientras consideraba las posibilidades.

Después de todo, él era Herzgo Alegni, señor de Neverwinter. Haría de todos ellos lo que quisiera, y mataría a los que necesitase matar, Effron incluido.

—Greeth, Greeth —musitaba Arunika mientras atravesaba el bosque, y al hacerlo meneaba la cabeza disgustada. Había confiado en que el embajador de la Soberanía hubiese empleado su influencia con Valindra para que la lich pudiera hacerse cargo a partir de donde lo había dejado Sylora Salm. Los thayanos podrían servir otra vez como complemento de la amenaza netheriliana, pero esta vez con un líder que, en última instancia, estuviera bajo el control del embajador.

Así que la decepción de Arunika fue mayúscula cuando se encontró con Valindra en lo que quedaba del Claro de las Cenizas, la fortaleza de Sylora creada con la fusión de las cenizas del anillo de pavor. Del mismo modo que el Claro se había contraído al disiparse las fuerzas que lo mantenían en pie, y sus paredes de cenizas también se habían venido abajo, la claridad mental de Valindra había disminuido. Bastó un corto encuentro con la confundida lich para demostrarle a Arunika la verdad: el aboleth había abandonado a Valindra, y tal vez, por si acaso, todavía había sembrado más confusión en la mente revuelta de la lich. Era indudable que Valindra había retrocedido. Parecía menos lúcida que cuando Arunika la había conocido, y que cuando dispuso el encuentro entre la lich y el aboleth.

—¡Ark-lem! ¡Greeth! ¡Greeth! —había gritado Valindra. Arunika creía que se trataba del nombre de su mentor, o tal vez de un amante perdido hacía tiempo, o ambas cosas a la vez.

La súcubo dejó de pensar en Valindra al acercarse a su destino. De pie al borde del anillo de pavor de Sylora, Arunika volvió a sentir sorpresa y decepción. Sabía que el anillo de pavor había sido dañado. Su debilidad se echaba de ver por el deterioro de la construcción de Sylora, pero ella jamás había imaginado un cambio tan notorio. Donde otrora había un campo de muerte, una cicatriz negra, cenicienta, con energía infernal, ahora se veía un lugar que parecía haber sufrido recientemente un incendio. La negrura persistía, el olor a ceniza seguía en el aire, pero nada comparable a lo de antes, nada de la intensidad que podía constituir una amenaza para las fuerzas de Herzgo Alegni.

Arunika dio unos pasos por el terreno quemado, algo que no se habría atrevido a hacer un par de días antes. Porque entonces el anillo hervía de nigromancia palpable y servía a Sylora y a Szass Tam. Arunika tenía conocimientos suficientes sobre la manipulación thayana del delgado velo que separa la vida de la muerte para entender que un anillo de pavor activo podía realizar muchas tareas para sus amos, no sólo en cuanto a otorgar poder para construir una fortaleza o para alzar y controlar a los no muertos, o para crear formas de canalizar la energía para extraer la fuerza vital de los enemigos, sino también el poder de escudriñar y manipular. Para Arunika, entrar en el anillo de pavor activo de Sylora Salm equivalía a dar a Sylora y a Szass Tam información real de Arunika, puede que incluso entrar por la fuerza en la mente de Arunika tal como el aboleth se había metido en la de Valindra.

Sin embargo, ahora no. La súcubo lo sabía con certeza. Había poder residual, pero no representaba una amenaza para un ser tan poderoso como ella. Siguió caminando por la zona ennegrecida hasta que un ruido como de alguien que escarbara le llamó la atención. Se puso en guardia y se acercó con cautela.

Tardó un momento en reconocer lo que estaba viendo, porque ante ella yacía una mujer vestida con los andrajos de lo que habían sido ropajes magníficos. Arunika dio un respingo al reconocer a Sylora Salm, o lo que quedaba de ella. En el cadáver se veían varias heridas brutales, quemaduras y rastros de explosiones, pero hasta esas heridas mortales palidecían comparadas con la imagen general: Sylora había quedado doblada en dos hacia atrás, parecía que alguna poderosa criatura, un gigante o un diablo mayor, hubiera doblado hacia atrás el cuerpo de la mujer.

Arunika no pudo contener una risita cuando Sylora se movió, tratando ridículamente de arrastrarse. Sólo consiguió avanzar unos centímetros antes de caer otra vez de lado, y otra vez la zombie, una patética cosa no muerta animada por el poder residual del anillo de pavor, volvió a intentarlo, tratando de prepararse para otro insignificante recorrido.

Arunika afirmó con la cabeza y consideró el actual estado mental de Valindra a la luz de esta nueva información.

Pensó en destruir a la Sylora no muerta, por pura piedad, pero se limitó a alejarse meneando la cabeza. Como criatura de los planos inferiores, Arunika no entendía ni la preocupaba el concepto de justicia, pero tenía cierta noción del karma cósmico. Ver a Sylora Salm, que había levantado a tantos muertos al estado de esclavitud de los no muertos, arrastrándose de forma tan patética por el suelo, le produjo placer. Cualesquiera fuesen las implicaciones de aquello para los designios globales de la súcubo, buenos o malos, la muerte de Sylora, al menos esta parte… le gustaba.

La diablesa se alejó de aquel zombie grotesco que parecía un cangrejo y volvió pensativa hacia Neverwinter, pensando en el ahora dominante Herzgo Alegni. Tal vez los thayanos volverían con nuevas fuerzas. Tal vez Szass Tam nombraría a otra poderosa hechicera, o él mismo supervisaría la reconstrucción del anillo de pavor.

Arunika hizo un gesto negativo, pensando que aquello era poco probable, consciente de que aunque eso se produjera, no sería a tiempo considerando lo rápido que estaba sucediendo todo en Neverwinter.

Ya no había un complemento para Alegni.

¿Qué significaba eso? ¿Qué significaba para ella? Pensó en las muchas posibilidades y posibles vías que se abrían ante sí.

—Es más débil. —Una voz ronca y familiar sonó a sus espaldas.

—Invidoo —respondió Arunika, pronunciando el verdadero nombre del gnomo, un nombre que le daba gran poder sobre la desagradable criatura. Se volvió a mirarlo y meneó la cabeza, esbozando una sonrisa de complicidad al ver las heridas y llagas que todavía cubrían el diminuto cuerpo, heridas sufridas a manos de Sylora Salm.

—Está derrotada.

—Está muerta —corrigió Arunika.

—Síii —replicó Invidoo con un silbido satisfecho—. Sylora Salm está derrotada y muerta y desaparecida, e Invidoo la mató.

Arunika lo miró con expresión descreída.

—¡Yo cogí su varita! —insistió Invidoo. El gnomo empezó a tragar aire y luego, manipulando su torso, hinchando y deshinchando la tripa debajo de su caja torácica, entre toses y arcadas, vomitó en su propia mano, y cuando la ácida bilis se escurrió, sólo quedó un pequeño dedo descolorido. Sonriendo de oreja a oreja y dejando a la vista una fila de dientes amarillos, puntiagudos, llenos de bilis, Invidoo levantó ese trofeo.

—¡Cogí su varita, cogí sus dedos! —dijo el gnomo con aire triunfal—. ¡Toma más, toma otro! —le dijo Invidoo a Arunika, y empezó a sacudirse y a dar arcadas otra vez, hasta que la súcubo golpeó las manos y le dijo a Invidoo que parase.

—¡Invidoo mató a Sylora! —anunció el gnomo con orgullo.

Arunika no sabía cómo tomar esa afirmación aparentemente absurda, y de todos modos no le importaba. ¿Qué le importaba a ella cómo había muerto Sylora Salm? Lo importante era que estaba muerta.

—Tú dijiste cuando Sylora muerta Invidoo va a casa —le recordó el gnomo—. ¿Invidoo va a casa?

La pregunta le recordó a Arunika sus sospechas acerca de algunas recientes proezas del gnomo, y en su bonita cara se dibujó una expresión muy dura al mirar a Invidoo.

—Si hubieras venido directamente hasta mí tras la muerte de Sylora, te habría concedido permiso —le dijo ladinamente.

Invidoo dio un salto hacia atrás y aterrizó balanceándose hacia adelante y hacia atrás al recuperar pie.

—Tenía que curarme.

Al gnomo se le atragantó la voz y empezó a vomitar otra vez con expresión de terror en la cara al darse cuenta de la intrusión telepática de la súcubo.

Porque Arunika no carecía de ciertos poderes propios para leer la mente, en especial tratándose de un gnomo al que había tomado como su familiar.

—¡Deja que me vaya! —le imploró Invidoo—. ¡Casa! ¡Casa! ¡Lejos de él!

—¿De él? —preguntó Arunika, y se acercó, dominando al gnomo con su estatura.

—El tiflin tullido.

Ahí estaba, Arunika lo sabía. Sus sospechas quedaban confirmadas. Effron había tenido algo que ver en la información a Alegni de recientes acontecimientos espectaculares acaecidos en el Bosque de Neverwinter, y el reconocimiento de Invidoo dejaba claro de dónde había sacado Effron la información.

—Tendría que destruirte completamente —le advirtió la súcubo.

—¡Todos dicen lo mismo!

Arunika se rio y a punto estuvo de descargar su ira asesina sobre Invidoo. Estuvo a punto, pero pensó que este podría serle útil todavía, especialmente ahora que sabía que Effron podría utilizar al gnomo para su propia información… o desinformación, si jugaba bien sus cartas.

—Irás a casa —dijo Arunika, e Invidoo dio otro salto haciendo esta vez dos volteretas en el aire con sólo batir una vez sus pequeñas alas de murciélago antes de aterrizar hábilmente sobre los pies con garras. Sin embargo, la alegría de la desdichada criatura resultó efímera.

»Sin menoscabo —añadió Arunika con la mayor naturalidad.

Invidoo abrió los ojos como platos y quedó boquiabierto, con las pequeñas alas caídas.

—¡No! —gritó—. ¡No, no, no, no, no! —porque «sin menoscabo» significaba que no quedaba licenciado de su deber, que no había cumplido las condiciones de su contrato, y que Arunika se reservaba el derecho de volver a llamarlo a su lado cuando lo considerara oportuno.

»Dijiste…

—Y volverás a mi lado cuando te llame —le informó Arunika.

—¡No es justo! —sostuvo Invidoo—. ¡Apelo a Glasya!

Arunika entrecerró los ojos ante la amenaza. Sabía que era vana, porque Glasya, Señor del Sexto Estrato, jamás se aliaría con tipos como Invidoo contra ella. Pero a pesar de todo, en la sociedad demoníaca, una violación de contrato no era cuestión baladí, y aunque Glasya no podía pasar por encima de ella, a Arunika no le haría ninguna gracia ser importunada por un detalle tan nimio como el contrato de un gnomo.

—¿Estás seguro de que quieres jugar a esto contra mí? —preguntó la súcubo en voz baja, con un tono que era una amenaza manifiesta.

—¡Una tarea sumaria! —insistió Invidoo, lo que quería decir que Arunika debía darle la posibilidad de completar su contrato sin tener que regresar al Plano Primario y a su lado—. Invidoo exige una tarea sumaria…

—De acuerdo —concedió Arunika, volviendo a sonreír al ver que quedaba desechada la idea de que Invidoo fuera a Glasya con su queja. Ahora sólo tenía que ser un poco más lista que el gnomo y eso no le parecía una tarea difícil—. Encuéntrame alguien que te reemplace.

—¡Fácil! —dijo Invidoo sin vacilación y chasqueando los dedos descarnados terminados en garras.

—Alguien que tenga conocimiento de esta nueva fuerza —acabó Arunika.

Invidoo pareció desanimarse una vez más, y se la quedó mirando.

—¿Qué tenga información de…?

—Drizzt Do’Urden —señaló Arunika, moviendo afirmativamente la cabeza mientras pergeñaba el plan—. Encuéntrame a alguien que esté familiarizado con… —Hizo una pausa y miró a Invidoo con desconfianza, sabiendo a la perfección adónde conduciría ese pronunciamiento—. No —se corrigió—. Encuentra a alguien que esté íntimamente familiarizado con Drizzt Do’Urden y podrás transferirle tu compromiso.

Invidoo sacudió con tal vehemencia su cara gatuna que a punto estuvo de caerse, cosa que evitó en el último momento con un movimiento rápido de sus alas.

—¡No puedo! ¿Íntimamente? ¿Cómo es posible?

Arunika se encogió de hombros como si eso la tuviera sin cuidado, lo cual no era cierto.

—Esa es tu tarea sumaria. Tú la has pedido y yo te he satisfecho.

—¡Glasya se enterará de esto! —la previno el gnomo.

—Ve y díselo —respondió Arunika, alentando el impotente farol.

Invidoo gruñó y aporreó el suelo con los pies provistos de garras.

—Íntimamente —insistió Arunika—. Ahora vete antes de que te destruya por traicionarme, por haber hablado siquiera con ese desdichado de Effron.

Arunika extendió el brazo hacia un lado y de su mano brotó un proyectil de fuego que impactó en el suelo e hizo surgir un reverberante portal de llamas danzantes.

—¡Vete!

Invidoo chilló aterrorizado y medio corriendo, medio volando, se lanzó de cabeza al fuego. Como si esperase que el gnomo la engañara y volviera atrás, Arunika se apresuró a lanzar su siguiente invocación, extinguiendo las llamas con un movimiento feroz de la mano. Se quedó mirando el suelo, una segunda marca oscura encima del destrozo de mayores proporciones del anillo de pavor.

Tendría que idear una complicada treta para cuando Invidoo volviera a su lado, lo sabía, porque sin duda esperaba que el gnomo fracasase en su búsqueda. Tendría que estar lista para enfrentarse a ese Effron, y no era alguien a quien se pudiera subestimar.

Se dijo que, sin embargo, esos planes tendrían que esperar porque tenía preocupaciones más acuciantes, entre las cuales no era la menor el evidente daño infligido a su relación con el peligroso Alegni.

Se dirigió lentamente hacia su casa, dejando que su mente analizara todas las posibles vías de actuación.

A pesar de que anduvo dando vueltas la mitad de la noche, Arunika se sorprendió bastante de encontrar al hermano Anthus esperándola en su pequeña casa situada al sur de la ciudad. Sus visitas al embajador solían ser mucho más largas.

Más sorprendente aún era la expresión de Anthus, que parecía totalmente sorprendido e incluso atemorizado, como si algo lo hubiera puesto realmente nervioso.

—Se han marchado —dijo, consiguiendo apenas articular las palabras, antes incluso de que Arunika tuviera ocasión de preguntarle.

—¿Qué se han marchado?

—La Soberanía —explicó el monje y se frotó la cara enrojecida.

—¿Que el embajador se ha marchado? ¿Lo han reemplazado?

—Todos se han ido —replicó el hermano Anthus—. El embajador y todos sus acólitos. Se han ido todos.

—Será que se han cambiado de lugar —conjeturó Arunika—. Puede que se creyeran vulnerables después de la caída de Sylora y entonces se trasladaran…

—¡Se han marchado! —gritó Anthus, y él no solía levantar la voz. Se veía que estaba frenético, profundamente azorado y agitado—. Han abandonado la región. El embajador dejó esto. —Retiró una pequeña tela que cubría una ampolla que tenía a su lado y la levantó. Arunika la miró intrigada.

—Una botella de pensamiento —explicó el hermano Anthus. Colocó la ampolla en alto, delante de su nariz, cerró los ojos e inhaló profundamente; después negó con la cabeza, como si estuviera oyendo una triste melodía, y acabó por un simple—: Se han marchado.

Arunika le arrebató la ampolla e inhaló a su vez. No era exactamente una voz lo que oyó en su cabeza, pero el mensaje transmitido era lo bastante claro. La Soberanía había decidido que la situación era demasiado inestable. La caída de Sylora Salm podría propiciar la introducción de acólitos más poderosos de Szass Tam, o incluso del propio Szass Tam, en la región, y eso podría desencadenar a su vez una respuesta del imperio de Netheril. Lo más importante del pensamiento transmitido era la idea de que este no era el momento propicio para que la Soberanía se trasladara a la región.

—Ellos no son mortales como tú —le explicó Arunika al hermano Anthus.

—Se mueven en el largo plazo —reconoció el monje.

—Se lo pueden permitir.

—Lo mismo que tú —replicó el monje con tono bastante áspero y Arunika se sorprendió ante esta afirmación—. ¿Esto a ti qué te importa? —preguntó con cierta displicencia, y la súcubo temió que el monje hubiera entrevisto algo y conociera su verdadera identidad. ¿Acaso los aboleth lo habrían informado?

»¿O a ellos? —añadió rápidamente al ver la peligrosa expresión de la diablesa—. ¿Qué son veinte años para unos seres que miden su vida en siglos, o incluso en milenios? ¿Qué es un siglo?

—Los aboleth no son eternos.

—Pero sí lo son sus pensamientos. Su comprensión colectiva, su acervo, se mantendrá a lo largo de generaciones que todavía no han nacido.

—Y tú estarás muerto —dijo Arunika con cierta crueldad.

El hermano Anthus la miró dolido.

—Se lo di todo —se quejó—. Les di entrada a todos mis pensamientos. Me quedé ante ellos más desnudo de lo que nunca había estado ante nadie, ni siquiera ante mí mismo.

—¿Podrías haber evitado que te desnudaran así, aunque lo hubieras intentado? —retrucó Arunika, pero Anthus siguió con lo suyo, como si no la oyera.

—¡Creí en ellos! —prosiguió alzando el tono de la voz—. Por encima de mi propia gente, de mi orden. Casi no tuve trato con los ciudadanos de Neverwinter, no dediqué un solo pensamiento a Sylora Salm y ni siquiera hablé directamente con el nuevo Señor Netheriliano de Neverwinter. ¡Y ahora me han abandonado! ¿Y a mí… qué me queda?

—¿Y a mí? —preguntó Arunika, tratando de obtener una confesión completa del hombre.

—¿A ti qué te importa? —le retrucó—. Tú no te lo jugaste todo con la Soberanía como lo hice yo. A Arunika le irá bien, sea quien sea que se proclame señor de Neverwinter.

Arunika dio un suspiro de alivio para sus adentros, pensando que los comentarios de Anthus se referían a lo poco que tenía ella que perder, y no a los milenios que le quedaban por vivir.

—Szass Tam no vendrá —lo tranquilizó—. He visitado su anillo de pavor y casi no hay nada que merezca su atención. Con los netherilianos asentados en la región, el coste sería excesivo. Es probable que mantenga aquí a sus necios ashmadai, y queda Valindra, aunque puedes creerme si te digo que echa de menos a la Soberanía, más de lo que tú jamás podrías. Sin embargo, Szass Tam no hará ningún intento concertado contra la región.

—Quedan los shadovar.

—Con la caída de los thayanos, Alegni no obtendrá más ayuda de Netheril.

—No la necesitará.

Arunika le sonrió maliciosamente.

—Eso está por verse.

—¿Qué es lo que sabes? —preguntó el monje esperanzado.

—Si Herzgo Alegni está llamado a ser señor de Neverwinter, ¿quién vendrá entonces a aliarse con los habitantes? ¿Qué hombre o elfo o enano o halfling o individuo de cualquier otra raza acudirá a sumarse a la gloriosa reconstrucción de Neverwinter estando esta bajo el dominio de un tiflin bárbaro netheriliano como lord Alegni?

—¿Qué shadovar, entonces? —dijo el hermano Anthus con un repentino deje de cinismo—. U orcos. ¡Sin duda atraerá a los orcos!

—¿E invitará a los señores de Aguas Profundas a poner sus ojos y sus ejércitos en el norte? —Arunika respondió con una carcajada—. Alegni cree haber conseguido una gran victoria con la muerte de Sylora Salm, pero en realidad su poder se debía al miedo a un enemigo. Al debilitarse ese enemigo, también él se debilitará, no lo dudes. No tardará mucho en cansarse y salir huyendo. O sus superiores netherilianos lo volverán a mandar al bosque en busca de los artefactos, que era su misión original. O se excederá y propiciará una guerra con Aguas Profundas, y perderá.

Miró con solemnidad al hermano Anthus e incluso apoyó una mano tranquilizadora en el hombro del atribulado monje.

—La Soberanía volverá en una o dos décadas, no temas. No son muchos los que los entienden, pero no suelen abandonar un lugar cuando han puesto las bases para un nuevo asentamiento. Emplea sabiamente estos años, mi joven amigo —le aconsejó—. Haz que el hermano Anthus llegue a ser un nombre importante en Neverwinter, para que cuando los aboleth regresen vean en ti a un poderoso aliado.

El monje la miró y trató de asentir, pero sin éxito.

—Yo te ayudaré —prometió Arunika.

—¿Tú te quedas?

—¿Para presenciar la caída de Alegni? ¡No lo dudes! —dijo riendo, tal vez no del todo cómoda, aunque de hecho se sentía muy jovial en ese momento, ya que en el intento de animar a Anthus, Arunika había encontrado una nueva manera de contemplar los recientes acontecimientos. Estaba segura de que todo, o algo, de lo que había anunciado llegaría a pasar. Era posible que Alegni se mantuviera como señor de Neverwinter durante cincuenta años.

Llegó a la conclusión de que las esperanzas de que fuera derrotado eran verosímiles, incluso probables.

Y quedaba una solución incluso más inmediata, un poderoso grupo aliado contra Alegni, el mismo trío que había derrotado a Sylora y que, según todas las apariencias, eran unos dignos adversarios para el señor netheriliano. Tal vez ellos liberarían a Arunika del conflictivo shadovar.

Tal vez Arunika encontrara una manera de facilitar ese desenlace.

Al considerar esas apetecibles posibilidades, el júbilo de la súcubo fue creciendo. Sobreviviría a esto, tal como había predicho Anthus. Sobreviviría y prosperaría, ganara quien ganase en las luchas por Neverwinter. Miró al hermano Anthus a los ojos, con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Qué? —le dio tiempo a preguntar al joven antes de que Arunika se lanzara sobre él apasionadamente.

Poco después, Arunika recorría las calles silenciosas y oscuras de Neverwinter, con su irritabilidad escasamente aplacada y su pasión apenas saciada.

Arunika era natural de los Nueve Infiernos, no del Abismo, y aunque es también un lugar del mal, la distinción entre demonios y diablos residía sobre todo en el contraste entre caos y orden. Arunika era partidaria de una sociedad ordenada. Legal por herencia, por formación y por la esencia misma que le daba forma y sustancia, la incertidumbre la desconcertaba. Le ponía los nervios de punta, la volvía irritable.

Pobre hermano Anthus. A pesar de todo su juvenil entusiasmo, no podía igualar ni satisfacer a la apasionada súcubo.

Había pensado que la Soberanía le proporcionaría el placer del orden allí en Neverwinter. Un orden perfecto, impuesto interna y externamente. Pero ahora se habían marchado y quedaban abiertas tantas vías. Demasiadas para que Arunika pudiese sentirse cómoda, porque ella sabía que eso pasaría cuando tuviera un mejor dominio de su destino supremo.

La agitada diablesa negó con la cabeza varias veces mientras seguía todos los posibles giros de su conclusión lógica. ¿Qué pasaría con Valindra? ¿Y con Szass Tam? ¿Y con el trío que ahora iba a por Alegni?

Y sobre todo ¿qué pasaría con Alegni y el imperio de Netheril? Incluso con los abismos potenciales que se abrían a su alrededor, le parecía que Alegni seguía llevando las de ganar. A pesar de toda la seguridad que había dado al hermano Anthus, Arunika tenía claro que si Alegni lograba sobrevivir al futuro próximo, llegaría a ser Señor de Neverwinter, tal vez por muchos años. Su encuentro con Valindra le había demostrado la verdad de los thayanos, y no serían una amenaza para el poder de Alegni y de sus shadovar.

Esta consecuencia probable no era del agrado de Arunika, por supuesto, pero ella era de los Nueve Infiernos. Allí los fuertes imponían la ley, y la ley era más importante que el gobernante.

Así pues, su preferencia parecía irrelevante.

Miró hacia el sur, donde Anthus yacía en el suelo de su casa, tan exhausto que había perdido el sentido; después desvió la mirada un poco hacia el oeste, hacia una posada situada en una pequeña colina y una habitación orientada hacia el río y hacia el puente de Herzgo Alegni.

Arunika no era partidaria de la incertidumbre, pero sabía lo que tenía que hacer si quería permanecer en la región, y lo más importante, si quería participar en la redacción de las leyes que gobernarían esa tumultuosa zona.

Ahora caminaba con determinación por los bulevares que iban hacia el sur y hacia el oeste.

Podía combatir la incertidumbre situándose bien para todas las posibles consecuencias.

Ese era su lema, y contribuyó a darle algo de calma mientras pasaba junto a las ventanas sin luz de la durmiente ciudad. Al menos en lo emocional, aunque persistía la agitación física que Anthus no había podido aquietar.

Al acercarse a la posada, Arunika miró en derredor para asegurarse de que no hubiese testigos. Unas alas coriáceas brotaron en su espalda cuando voluntariamente minimizó su disfraz, y entonces las desplegó.

Un salto que tenía mucho de vuelo llevó a la súcubo hasta el balcón de una habitación determinada de la elegante posada donde volvió a plegar las alas hasta posarse en la barandilla, de espaldas a la ciudad en penumbras mientras sus ojos escudriñaban la oscura habitación más allá de la puerta de madera y cristal.

Pasó un buen rato, pero a ella no le importaba, mientras seguía estudiando todavía con más ahínco para dilucidar las posibilidades y su potencial con cada una de ellas.

Por fin oyó el ruido de la cerradura que se abría y unos instantes más tarde se abrió la puerta y apareció ante ella Herzgo Alegni, con una expresión ávida y resuelta al mismo tiempo.

Más que nada, Arunika se dio cuenta de que a él no lo había sorprendido verla. Ella estaba en un balcón a unos diez metros del suelo, sin escalera y al que sólo podía accederse por la puerta, y sin embargo, él no se sorprendía de verla allí.

Su súbdito contrahecho le había sonsacado mucha información a Invidoo, Arunika lo supo entonces con gran claridad y se confirmaron sus sospechas.

Respondió a la mirada lasciva de Alegni con una sonrisa cautivadora.

—Mantén cerca a tus enemigos —comentó Alegni, repitiendo la segunda parte de un conocido lema de los guerreros.

—¿Enemigo? —preguntó Arunika con aire inocente, tan inocente que dejaba perfectamente claro que no negaba nada.

Alegni no pudo resistirse a su expresión, su pose, su gesto travieso, y una sonrisa de oreja a oreja se abrió camino en su ancha cara.

—Has ganado, Herzgo Alegni —dijo Arunika sin emoción—. ¿Qué enemigos quedan?

—Es cierto —respondió él sin mucha convicción.

Arunika acentuó su sonrisa tímidamente y desplegó una vez más las alas mientras avanzaba decidida hacia el corpulento tiflin.

—¿A qué distancia te gustaría tener a tus enemigos? —preguntó en voz baja, ronca y prometedora, mientras lo abrazaba con sus alas de diablesa.

—Lo bastante cerca para matarlos —respondió Alegni.

Arunika no pudo resistirse al desafío. Donde el hermano Anthus había fallado, Herzgo Alegni tuvo una actuación destacada.