En el momento de escribir estas líneas han pasado casi treinta años desde la Segunda Guerra Mundial y, pese a los voluminosos archivos aliados y alemanes, se van borrando las pistas disponibles para el historiador contemporáneo en su búsqueda de supervivientes. Muchas destacadas personalidades han muerto, y con ellas se han ido las respuestas a muchas desconcertantes preguntas. De todos los grandes planes y campañas que siguieron a la invasión de Normandía, ninguno más importante que la Operación Market-Garden. Sin embargo —aparte de algunos recuerdos personales y unos cuantos capítulos en historias oficiales y semioficiales—, la trágica historia es prácticamente desconocida en Estados Unidos. La excelente actuación en la batalla de la 82.a y la 101.a Aerotransportada —en particular, el paso del Waal por las tropas de Gavin— rara vez merece más de uno o dos párrafos en los relatos británicos.
La resistencia de la 1.a División Aerotransportada británica en Arnhem sigue siendo uno de los más grandes hechos de armas de la historia militar de la Segunda Guerra Mundial. Pero fue también una gran derrota, el segundo Dunkerque de Gran Bretaña. Por ello, dada la tendencia de las burocracias a ocultar sus fracasos, la documentación tanto en los archivos estadounidenses como en los británicos es con demasiada frecuencia escasa y difícil de encontrar. Desentrañar algunos de los enigmas y presentar lo que creo que es la primera versión completa de la invasión mediante un ataque combinado tierra-aire desde el punto de vista de todos los participantes —aliados, alemanes, resistencia holandesa y civiles— me ha llevado casi siete años. Hubo momentos durante ese período, especialmente cuando caí gravemente enfermo, en los que perdí la esperanza de que el libro llegara jamás a publicarse.
Al igual que en mis anteriores obras sobre la Segunda Guerra Mundial —El día más largo (1959) y La última batalla (1966)—, el núcleo de la información procedió de los participantes: los hombres de las fuerzas aliadas, los alemanes a quienes combatieron y los valerosos civiles holandeses. En total, han contribuido a crear Un puente lejano unas 1200 personas. Generosamente y sin restricciones, estos militares, exsoldados y civiles, me concedieron ampliamente su tiempo en entrevistas, me acompañaron al campo de batalla y suministraron documentación y detalles de Diarios, cartas, monografías militares, registros telefónicos, informes posteriores a la acción cuidadosamente conservados, mapas y fotografías. Sin la ayuda de estos colaboradores (cuyos nombres se relacionan en las páginas anteriores bajo el epígrafe «Lo que hacen hoy») no podría haberse escrito este libro.
Por una gran variedad de razones —entre ellas la duplicidad, la falta de corroboración y la enorme cantidad de material—, no se han podido incluir todas las historias o experiencias personales. De los 1200 colaboradores, fueron entrevistados más de la mitad, y se han utilizado unos 400 de estos relatos. Pero después de treinta años la memoria no es infalible. Era preciso seguir ciertas estrictas líneas directrices, similares a los procedimientos de investigación utilizados en mis anteriores libros. Todas las declaraciones o citas que figuran en el libro están reforzadas por pruebas documentales o por la corroboración de otros que oyeron o presenciaron el acontecimiento descrito. No se podían incluir habladurías, rumores o relatos de terceras personas. Mis archivos contienen centenares dé historias que tal vez sean completamente exactas, pero que no pueden ser respaldadas por otros participantes. Por razones de verdad histórica, no fueron utilizadas. Espero que los numerosos colaboradores lo comprendan.
Fueron tantas las personas que me ayudaron a reconstruir los nueve terribles días de Market-Garden que resulta difícil saber por dónde empezar para citarlas. En primer lugar, no obstante, deseo especialmente manifestar mi agradecimiento a Su Alteza Real el príncipe Bernardo por el tiempo que me dedicó y por su ayuda para localizar y sugerir personas que sería interesante entrevistar y por facilitarme el acceso a archivos holandeses y británicos. Mi gratitud también a De Witt y Lila Wallace, de The Reader’s Digest. No sólo financiaron gran parte del coste de esta historia, sino que pusieron también a mi disposición sus periodistas e investigadores tanto en América como en Europa. Entre ellos, deseo particularmente hacer público mi agradecimiento a los siguientes: Heather Chapman, de Nueva York; Julia Morgan, de Washington, D. C.; Michael Randolph, de Londres; John D. Panitza, John Flint, Ursula Naccache y Giselle Kayser, de París; el difunto Arao Alexi, de Stuttgart; Aad van Leeuwen, Jan Helnn, Liesbeth Stheeman y Jan van Os, de Amsterdam.
Mención especial merece el incansable y esmerado trabajo de Frederic Kelly, que, durante dos años, actuó como ayudante mío. Su investigación, sus entrevistas y su magnífica actuación periodística en Inglaterra, Holanda y Estados Unidos han sido de inestimable valor. Le estoy especialmente agradecido por las numerosas fotografías que tomó de los participantes tal como son en la actualidad.
Debo expresar también mi gratitud a la Oficina del jefe de Historia Militar del Departamento de Defensa de Estados Unidos, bajo el mando (en la época de la investigación) del general de brigada Hal C. Pattison, y a los ayudantes que me auxiliaron en la exposición de la estructura militar, especialmente, Ditmar M. Finke y Hannah Zeidlik. Otra persona cuya ayuda y aliento deben mencionarse es Charles B. MacDonald, de la O. C. M. H., cuya detallada The Siegfried Line Campaign contiene una excelente y exacta versión de Market-Garden. Dependí también en gran medida de Breakout and Pursuit, de Martin Blumenson, cuya obra aparece en la serie histórica oficial de la O. C. M. H. Y expreso nuevamente mi agradecimiento al doctor Forrest C. Pague por su detallada estructura del mando en The Supreme Command, de la O. C. M. H.
Por su ayuda para localizar veteranos y concertar entrevistas a todo lo largo de Estados Unidos y Europa, mi agradecimiento a los funcionarios de la sección de libros y revistas del Departamento de Defensa de Estados Unidos, coronel Grover G. Heiman, Jr., Fuerzas Aéreas (retirado), jefe de división; teniente coronel Charles W. Burtyk, Jr. (subjefe); teniente coronel Robert A. Webb, Fuerzas Aéreas; Miss Anna C. Urband; y, en la oficina del ayudante general, Seymour J. Pomrenze.
Por lo que se refiere a la investigación alemana, tengo una deuda de gratitud con las siguientes personas de la sección de archivos de la Segunda Guerra Mundial del Departamento de Defensa de Estados Unidos: doctor Robert W. Krauskopf, director, Herman G. Goldbeck, Thomas E. Hohmann, Lois C. Aldridge, Joseph A. Avery, Hazel E. Ward, Caroline V. Moore y Hildred E. Livingston. Sin un conocimiento completo de los diarios de guerra alemanes y monografías que me suministraron, me habría sido casi imposible entrevistar atinadamente a los participantes alemanes, en particular a los comandantes de la SS —teniente general Wilhelm Bittrich, general de división Heinz Harmel y teniente coronel Walter Harzer—, que por primera vez han expuesto sus versiones de Market-Garden a un americano.
En Holanda, mis ayudantes y yo recibimos la más benévola cooperación por parte de las autoridades de los archivos holandeses. Les estoy especialmente agradecido al profesor doctor Jacob Zwaan, archivero; al señor B. G. I. de Vries, conservador del Museo de las Fuerzas Aerotransportadas de Arnhem; y al doctor Eduard y señora Emmie Groeneveld. En la sección de Historia Militar del Ejército Real de Holanda, numerosas personas pusieron a disposición de mis ayudantes valioso material, entre ellas el teniente coronel Gerrit van Oyen; el teniente coronel August Kneepkens; el capitán Gilbert Frackers; el capitán Hendrik Hielkema. Fue tan detallada la ayuda holandesa que incluso me suministraron mapas a escala, dibujos y fotografías de los diversos puentes de Market-Garden. De particular utilidad fue Louis Einthoven, jefe de inteligencia y seguridad de Holanda después de la guerra, por su ayuda para desentrañar la historia de Cornelius King Kong Lindemans, el espía holandés.
De vital importancia fueron los Archivos Municipales de Arnhem, Nimega, Veghel y Eindhoven, donde fue localizado y examinado una gran cantidad de material. Les estoy profundamente agradecido a las siguientes personas de estos centros: Klaas Schaap, Antón Stempher, doctor Pieter van Iddekinge (Arnhem); Albertus Uijen y Petrus Sliepenbeek (Nimega); Jan Jongencel (Veghel); Frans Kortie (Eindhoven).
Entre los numerosos colaboradores de Holanda que merecen especial mención figuran Jan y Kate ter Horst y Jan y Bertha Voskuil, de Oosterbeek, que pasaron conmigo largas horas repasando todos los detalles de los últimos días de la dura prueba sufrida en su pueblo por la 1.a Aerotransportada. Jan Voskuil me acompañó a los campos de batalla, y los señores Ter Horst desvelaron por primera vez el misterio que envolvía al transbordador de Driel. En Driel, la familia Baltussen me dedicó muchas horas de detalladas entrevistas que resultaron de inestimable valor. Y, por la revisión y lectura de entrevistas holandesas, debo también expresar mi reconocimiento a un excelente periodista, A. Hugenot van der Linden, del Telegraaf, de Amsterdam. Sin su vigilante atención, yo habría cometido, sin duda, numerosos errores. Otro tanto debo decir también respecto al capitán de corbeta Arnoulds Wolters, en la actualidad comisario de Policía de Rotterdam, que me proporcionó un relato casi minuto a minuto de los acontecimientos en el Cuartel General del general Urquhart. En Oosterbeek, la familia Maanen me procuró extraordinarios Diarios y entrevistas, al igual que Hendrika van der Vlist, cuyas meticulosas notas, como las de los Maanens, presentaban una clara imagen de la situación en los puestos de socorro a heridos. Sus vividos apuntes y su extraordinaria ayuda me permitieron recrear la atmósfera. Me siento profundamente agradecido a todos ellos.
Entre los numerosos cooperadores militares que merecen ser destacados para manifestar mi especial reconocimiento figuran el general James M. Gavin, el general Maxwell D. Taylor, el general Roy Urquhart y el coronel Charles Mackenzie, todos los cuales soportaron pacientemente innumerables entrevistas. Sumamente útiles fueron el general de división John D. Frost; el coronel Eric M. Mackay; el general de división Philip H. W. Hicks; el general John Hackett; el general de brigada George S. Chatterton; el general de brigada Gordon Walch, Mr. Brian Urquhart; el difunto general de división Stanislaw Sosabowski; y el capellán G. A. Pare, cuyas notas constituyen un documento inolvidable y estremecedor. Lady Browning (Daphne du Maurier), con su ingenio y su sentido común, resultó una deliciosa corresponsal y despejó algunos de los mitos de Arnhem.
En Alemania, el doctor Bliesener, del Servicio de Prensa e Información de Bonn, me prestó una gran ayuda para la localización de supervivientes, monografías y Diarios de guerra, así como también el teniente coronel Siegel, del Ministerio de Defensa; el doctor Wolfgang von Groote y el comandante Forwick, del Departamento de Investigación de Historia Militar; y el teniente coronel doctor Stahl, de los Archivos Federales.
Existen muchísimas otras personas cuyo apoyo y asistencia hicieron posible este libro. Debo dar nuevamente las gracias a mi mujer, Kathryn, escritora también, que organizó y clasificó la investigación y vigiló mis titubeantes participios. Agradezco también de todo corazón los servicios de mi buen amigo el doctor Patrick Neligan, que, cuando estuve gravemente enfermo, en unión del doctor Willet Whitmore, me sacó del trance y me devolvió la salud. Mi agradecimiento también a Jerry Korn, Suzanne Gleaves y John Tower, que tan detenidamente leyeron el manuscrito, Anne Bardenhagen, valiosa amiga y ayudante; Judi Muse y Polly Jackson, que trabajaron como secretarias en varias ocasiones. Mi reconocimiento también a Paul Gitlin, mi agente; a Peter Schwed y Michael Korda, de «Simón and Schuster», por sus sugerencias y a Hobart Lewis, presidente de The Reader’s Digest, que esperó pacientemente, durante todo el trabajo.