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En medio del pánico y la confusión, el primer oficial alemán que dio la alarma fue el general Wilhelm Bittrich, comandante del II Cuerpo Panzer de las SS. A las 13.30 horas, Bittrich recibió su primer informe de la red de comunicaciones de la Luftwaffe que señalaba que tropas aerotransportadas estaban tomando tierra en las proximidades de Arnhem. Un segundo informe, que llegó minutos después, citaba Arnhem y Nimega como zona del asalto. Bittrich no pudo encontrar a nadie en el Cuartel General del mariscal de campo Model, instalado en el Tafelberg, en Oosterbeek. Tampoco pudo ponerse en contacto ni con el comandante de la ciudad de Arnhem ni con el coronel general Student, en su Cuartel General de Vught. Aunque la situación era incierta, Bittrich pensó inmediatamente en el 15.º Ejército del general Von Zangen, la mayor parte del cual había pasado a Holanda cruzando la boca del Escalda. «Mi primer pensamiento fue que aquel ataque aerotransportado estaba destinado a contener al ejército de Von Zangen e impedir que se reuniera con el resto de nuestras fuerzas. Entonces, probablemente, el objetivo sería un avance del Ejército británico a través del Rin hacia el interior de Alemania». Si su razonamiento era correcto, la clave de tal operación según Bittrich serían los puentes de Arnhem-Nimega. Inmediatamente, alertó a las dos Divisiones Panzer de las SS, la 9.a Hohenstaufen y la 10.a Frundsberg.

El teniente coronel Walter Harzer, comandante de la Hohenstaufen, asistía al almuerzo que tenía lugar tras la condecoración del capitán Paul Gräbner y se hallaba «en medio de la sopa» cuando le llegó la llamada de Bittrich. Sucintamente, Bittrich explicó la situación y ordenó a Harzer «efectuar una acción de reconocimiento en la dirección de Arnhem y Nimega». La Hohenstaufen debía ponerse en marcha inmediatamente, ocupar la zona de Arnhem y destruir las tropas aerotransportadas al oeste de Arnhem, cerca de Oosterbeek. Bittrich advirtió a Harzer que «se impone actuar rápidamente. La ocupación y afianzamiento del puente de Arnhem revisten decisiva importancia». Al mismo tiempo, Bittrich ordenó a la División Frundsberg —cuyo comandante, general Harmel, se encontraba en Berlín— que avanzara hacia Nimega, «para tomar, sostener y defender los puentes de la ciudad».

Harzer se veía ahora enfrentado al problema de descargar las últimas unidades Hohenstaufen, que debían salir en tren con dirección a Alemania antes de una hora, incluyendo los carros de combate «averiados», camiones orugas y transportes blindados que había decidido no entregar a Harmel. Harzer miró a Gräbner. «¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó—. Los vehículos están desmontados y a bordo del tren». De ellos, cuarenta vehículos pertenecían al batallón de reconocimiento de Gräbner. «¿Cuánto puede tardar en volver a montar los vehículos y los cañones?», preguntó Harzer. Gräbner llamó inmediatamente a sus ingenieros. «Estaremos preparados para la marcha en unas tres a cinco horas», le dijo a Harzer. «Hágalo en tres», ladró Harzer mientras se dirigía hacia su Cuartel General.

Aunque basándose en razones equivocadas, el general Bittrich había acertado plenamente y había puesto en movimiento las divisiones de panzer que los servicios de información de Montgomery habían descartado completamente.

El oficial a quien se había ordenado salir de Oosterbeek para abrir paso al Cuartel General del mariscal de campo Model se encontró que estaba situado casi en mitad de las zonas de aterrizaje británicas. El mayor de las SS Sepp Krafft, comandante del Batallón de Reserva e Instrucción de Granaderos Panzer, sintió que el miedo le «golpeaba el estómago». Su último cuartel general, en el Hotel Wolfheze, se hallaba a menos de un kilómetro del brezal de Renkum. Cerca de allí acampaban dos de sus compañías; una tercera se hallaba de reserva en Arnhem. Desde el hotel, Krafft podía ver el brezal «abarrotado de planeadores y tropas, a sólo unos centenares de metros de distancia». Siempre había creído que unas tropas aerotransportadas necesitarían horas para organizarse, pero, mientras miraba, «los ingleses se estaban reuniendo en todas partes y formando en disposición de combate». No podía comprender por qué aterrizaba en aquella zona una fuerza semejante. «El único objetivo militar de alguna importancia que se me ocurría era el puente de Arnhem».

El aterrorizado comandante no tenía noticias de la presencia de ninguna fuerza de infantería alemana en los alrededores, aparte de su propio mermado batallón. Hasta que pudieran llegar refuerzos, Krafft decidió que «me correspondía a mí impedirles llegar al puente, si es que era allí donde se dirigían». Sus compañías se hallaban situadas formando aproximadamente un triángulo, cuya base —la carretera de Wolfheze— bordeaba casi el brezal de Renkum. Al norte del Cuartel General de Krafft se hallaba la carretera principal Ede-Arnhem y la línea férrea Amsterdam-Utrecht-Arnhem; al sur, la carretera de Utrecht discurría, a través de Renkum y Oosterbeek, hasta Arnhem. Como carecía de fuerzas suficientes para mantener una línea desde una carretera a la otra, Krafft decidió ocupar posiciones desde la vía férrea, al norte, hasta la carretera Utrecht-Arnhem, al sur. Rápidamente, ordenó a su compañía de reserva, que se encontraba en Arnhem, que se reuniera con el resto del batallón en Wolfheze. Fueron enviados pelotones de ametralladoras a ocupar ambos extremos de su línea, mientras el resto de sus tropas se desplegaban por los bosques.

Para compensar su escasez de hombres, Krafft tenía a su disposición una nueva arma experimental: un lanzador impulsado por cohetes y provisto de varios cañones, capaz de disparar proyectiles gigantescos[46]. Varias de estas unidades le habían sido adscritas para que fueran entrenadas. Ahora, se proponía utilizarlas para confundir a los británicos y dar la impresión de una fuerza superior; al mismo tiempo, ordenó que grupos de ataque de 25 hombres realizaran incursiones que mantuvieran a los paracaidistas fuera de juego.

Mientras Krafft daba sus órdenes, llegó a su Cuartel General un coche oficial, y el general de división Kussin, comandante militar de Arnhem, se precipitó en el interior. Kussin había salido a toda velocidad de Arnhem para ver de primera mano lo que estaba sucediendo. Por el camino, se había encontrado con el mariscal de campo Model, que se dirigía a Doetinchem, al este. Deteniéndose unos instantes en la carretera, Model había ordenado a Kussin que diera la alerta e informara a Berlín de los acontecimientos. Ahora, mirando hacia el brezal, Kussin quedó aturdido ante el espectáculo de la vasta acción británica. Casi desesperadamente, dijo a Krafft que, sea como fuere, conseguiría traer refuerzos a la zona antes de las 18.00 horas. Cuando Kussin salió de vuelta hacia Arnhem, Krafft le advirtió que no utilizara la carretera Utrecht-Arnhem. Había recibido ya un informe en el que se le indicaba que los paracaidistas británicos estaban avanzando a lo largo de ella. «Utilice las carreteras secundarias —le dijo Krafft a Kussin—. Puede que la carretera principal ya esté cortada». Kussin le miró con expresión sombría. «Lo conseguiré», respondió. Krafft se quedó mirando mientras el coche salía disparado en dirección a la carretera.

Estaba convencido de que jamás le llegarían los refuerzos de Kussin, y de que era sólo cuestión de tiempo el que su pequeña fuerza resultara vencida. Al mismo tiempo que situaba a sus tropas a lo largo de la carretera de Wolfheze, Krafft envió a su chófer, el soldado Wilhelm Rauh, a recoger sus efectos personales. «Métalos en el coche y váyase a Alemania —le dijo Krafft a Rauh—. No espero salir vivo de ésta».

En Bad Saarnow, cerca de Berlín, el comandante de la 10.a División Frundsberg, el general Heinz Harmel, conferenció con el jefe de Operaciones de las Waffen SS, general de división Hans Juttner, y expuso la apurada situación en que se encontraba el mermado II Cuerpo Panzer, de Bittrich. Si el Cuerpo debía continuar existiendo como una efectiva unidad de combate, insistió Harmel, «es preciso atender la urgente petición de hombres, blindados y cañones formulada por Bittrich». Juttner prometió hacer cuanto pudiera, pero advirtió que «en estos momentos, la potencia de todas las unidades de combate es reducida». Todo el mundo quería prioridades, y Juttner no podía prometer ninguna ayuda inmediata. Mientras los dos hombres hablaban, entró en el despacho el ayudante de Juttner con un mensaje de radio. Juttner lo leyó y se lo pasó en silencio a Harmel. El mensaje decía: «Ataque aerotransportado sobre Arnhem. Regrese inmediatamente. Bittrich». Harmel se precipitó fuera del despacho y subió a su automóvil. Arnhem estaba a once horas y media por carretera desde Bad Saarnow. Harmel le dijo a su chófer, el cabo Sepp Hinterholzer: «¡De vuelta a Arnhem, y como alma que lleva el diablo!».