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El coronel general Kurt Student y su jefe de Estado Mayor, coronel Reinhard, se hallaban en el balcón de la casita de campo del general, cerca de Vught y «simplemente miraban, boquiabiertos y estupefactos». A Student le quedó un claro recuerdo de que «en todas partes hacia donde mirábamos, veíamos hileras de aviones —cazas, transportes de tropas y aviones de carga— volando sobre nosotros. Subimos al tejado de la casa para hacernos una idea mejor de la dirección de aquellas unidades». Grandes formaciones de aviones parecían tomar la dirección de Grave y Nimega, y, a pocos kilómetros al sur de Eindhoven y Son, pudo ver con claridad transportes de tropas —uno tras otro— que llegaban y lanzaban paracaidistas y equipo. Algún aparato volaba tan bajo que Student y Reinhard agacharon instintivamente la cabeza. «En los terrenos del Cuartel General, nuestros oficinistas, intendentes, chóferes y soldados de transmisiones disparaban con toda clase de armas. Como de costumbre, no había ni rastro de nuestros propios cazas». Student se hallaba completamente desconcertado. «No podía decir qué estaba ocurriendo ni adonde se dirigían aquellas unidades aerotransportadas. En aquellos momentos, ni se me ocurrió pensar en el peligro nuestra propia posición». Pero Student, experto en paracaidismo, se sentía lleno de admiración y envidia. «Aquel poderoso espectáculo me impresionó profundamente». Pensé reflexiva y ansiosamente en nuestras propias operaciones aerotransportadas y le dije a Reinhard: «¡Oh, si yo hubiera tenido alguna vez tantos medios a mi disposición! ¡Tener tantos aviones, aunque sólo fuera una vez!». Reinhard estaba mucho más preocupado por el presente. «Herr general —dijo a Student—, ¡tenemos que hacer algo!». Bajaron del tejado y volvieron al despacho de Student.

Sólo una noche antes, Student había advertido en su informe diario: «La presencia de grandes columnas de tráfico al sur del Canal Mosa-Escalda indica un ataque inminente». El problema era: ¿Había comenzado ya? En caso afirmativo, aquellas unidades aerotransportadas se dirigían a los puentes existentes en los alrededores de Eindhoven, Grave y Nimega. Todos los arcos estaban preparados para su demolición y protegidos por grupos especiales de ingenieros y destacamentos de seguridad. A cada uno de los pasos se le había asignado un comandante de puente, con órdenes estrictas de destruirlo en caso de ataque. «Lo más lógico era que los Aliados —pensó Student— utilizaran tropas aerotransportadas para apoderarse de los puentes antes de que nosotros pudiéramos destruirlos». En aquel momento, Student ni siquiera pensaba en la importancia del puente de Arnhem sobre el Bajo Rin. «Póngame con Model», le dijo a Reinhard.

Reinhard descolgó el teléfono para descubrir que las líneas estaban cortadas. El Cuartel General estaba ya incomunicado.

En el Hotel Tafelberg de Oosterbeek, a unos 56 kilómetros de distancia, el teniente Gustav Sedelhauser, oficial de administración de Model, estaba furioso. «¿Le dura la borrachera de anoche?», gritó al micrófono de un teléfono de campaña. El Unteroffizier Youppinger, uno de los componentes de la compañía de 250 hombres que, a las órdenes de Sedelhauser, tenía la misión de proteger a Model, repitió lo que había dicho. En Wolfheze, «están aterrizando planeadores en nuestras mismas narices», insistió. Sedelhauser colgó de golpe el teléfono y se precipitó a la oficina de operaciones, donde comunicó el mensaje a un sorprendido teniente coronel. Juntos, se dirigieron apresuradamente al comedor, donde estaban almorzando Model y su jefe de Estado Mayor, el general Krebs. «Me acaban de comunicar que están aterrizando planeadores en Wolfheze», dijo el coronel. El oficial de operaciones, coronel Tempelhof, se le quedó mirando; el monóculo cayó del ojo de Krebs. «Bueno, ya han llegado», dijo Tempelhof.

Model se puso en pie de un salto y dictó un torrente de órdenes para evacuar el Cuartel General. Mientras salía del comedor para recoger sus efectos personales, gritó por encima del hombro: «¡Vienen por mí y por este Cuartel General!». Momentos después, llevando sólo un maletín, Model cruzó a toda prisa la puerta de entrada del Tafelberg. En la acera, dejó caer el maletín, que se abrió derramando su ropa interior y útiles de aseo.

Krebs salió detrás de Model con tanta prisa que, como pudo ver Sedelhauser, «incluso se le había olvidado coger la gorra, la pistola y el cinturón». Tempelhof ni siquiera tuvo tiempo de retirar los mapas de guerra de la oficina de operaciones. El coronel Freyberg, ayudante del Cuartel General, actuó con la misma premura. Al pasar junto a Sedelhauser, gritó: «No se olvide de mis cigarros». En su automóvil, Model le dijo al chófer, Frombeck: «¡Aprisa! ¡A Doetinchem! ¡Al Cuartel General de Bittrich!».

Sedelhauser esperó hasta que se hubo alejado el automóvil y, luego, regresó al hotel. En la oficina de operaciones, vio todavía sobre la mesa los mapas de guerra en los que aparecían indicadas todas las posiciones desde Holanda hasta Suiza. Los enrolló y se los llevó consigo. Luego, ordenó que fueran evacuados inmediatamente el Hotel Hartenstein y el Tafelberg; todos los medios de transporte, dijo, «todos los coches, camiones y motocicletas deben marcharse de aquí inmediatamente». El último informe que recibió antes de salir en dirección a Doetinchem fue que los británicos estaban a menos de tres kilómetros de distancia. En la confusión, se había olvidado por completo de los cigarros de Freyberg.