Los ingenieros de la División Hohenstaufen habían tardado cinco horas en volver a montar todos los carros de combate, orugas y transportes blindados que Walter Harzer había planeado enviar de nuevo a Alemania. El recientemente condecorado capitán Paul Gräbner, listo ya su batallón de reconocimiento de cuarenta vehículos, emprendió ahora la marcha desde los cuarteles de Hoenderloo, al norte de Arnhem, y avanzó rápidamente hacia el sur. Harzer le había ordenado que recorriera la zona situada entre Arnhem y Nimega para valorar el potencial de las tropas aerotransportadas aliadas existentes en la misma. Gräbner cruzó velozmente Arnhem y, por radio, informó al Cuartel General de la Hohenstaufen que la ciudad parecía casi desierta. No había ni rastro de tropas enemigas. Poco antes de las 19.00 horas, la unidad de Gräbner pasaba por el gran puente de carretera de Arnhem. Kilómetro y medio más allá de su extremo meridional, Gräbner detuvo su automóvil para informar: «No hay enemigo. No hay fuerzas aerotransportadas». Kilómetro tras kilómetro, patrullando sus vehículos blindados ligeros por ambos lados de la carretera, los mensajes de la radio de Paul Gräbner transmitían la misma información. En la propia Nimega, las noticias continuaban invariables. Siguiendo órdenes del Cuartel General de la Hohenstaufen, se le instruyó a Gräbner en el sentido de que patrullara por las afueras de Nimega y luego regresara al Cuartel General.
La unidad de Gräbner y los elementos avanzados del 2.º Batallón de Frost no habían llegado a coincidir por cuestión de una hora, aproximadamente. En el momento en que Gräbner salía de Arnhem, los hombres de Frost estaban ya en la ciudad misma y avanzaban con decisión hacia sus restantes objetivos. Inexplicablemente, pese a las explícitas instrucciones del general Bittrich, Harzer había omitido por completo proteger el puente de Arnhem.