A mediodía del sábado, 16 de septiembre, el bando alemán fue pegado en los tablones de anuncios de todo Arnhem.
POR ORDEN DE LA POLICÍA DE SEGURIDAD, SE HACE PÚBLICO LO SIGUIENTE:
DURANTE LA NOCHE, SE HA LLEVADO UN ATAQUE CON EXPLOSIVOS CONTRA EL VIADUCTO DEL FERROCARRIL, EN SCHAAPSDRIFT.
SE EXHORTA A LA POBLACIÓN A QUE COOPERE EN LA BÚSQUEDA DE LOS CULPABLES DE ESTE ATAQUE.
SI NO HAN SIDO ENCONTRADOS ANTES DE LAS DOCE DEL MEDIODÍA DEL DOMINGO, 17 DE SEPTIEMBRE DE 1944, SE PROCEDERÁ A LA EJECUCIÓN DE CIERTO NÚMERO DE REHENES.
APELO A LA COOPERACIÓN DE TODOS VOSOTROS, A FIN DE EVITAR VÍCTIMAS INNECESARIAS.
EL BURGOMAESTRE EN FUNCIONES,
LIERA
En un sótano, destacados miembros de la Resistencia de Arnhem celebraban una reunión de urgencia. El sabotaje del viaducto ferroviario había resultado una chapuza. Henri Knap, el jefe de los servicios de información de Arnhem, se había opuesto a esa misión desde el principio. Consideraba que «como máximo, no pasamos de simples aficionados en cuestiones de sabotaje». En su opinión, «es mucho mejor dedicarnos a suministrar información a los Aliados y dejar los trabajos de demolición a hombres que saben su oficio». El jefe de la Resistencia de Arnhem, Pieter Kruyff, de treinta y ocho años, preguntó a los demás su opinión. Nicolaas Tjalling de Bode votó por que se entregaran todos. Knap recordaría haber pensado que «era un precio muy alto, las vidas de rehenes, personas inocentes, por un pequeño agujero en un puente». Gijsbert Jan Numan se sentía enfrentado a un problema de conciencia. Había participado, juntamente con Harry Montfroy, Albert Deuss, Toon van Daalen y otros, en el suministro de materiales para los explosivos y en la planificación del sabotaje, y nadie quería que sufrieran hombres inocentes. Pero ¿qué debían hacer? Kruyff escuchó las opiniones de todos y luego, tomó su decisión. «La organización debe permanecer intacta, aunque puedan ser ejecutados hombres inocentes», decretó. Según recordaba Nicolaas Tjalling de Bode, Kruyff, paseando la vista por los presentes, les dijo: «Nadie se entregará a los alemanes. Ésa es mi orden». Henri Knap experimentó una sensación de miedo. Sabía que si los alemanes seguían su procedimiento habitual, diez o doce prominentes ciudadanos —médicos, abogados y maestros entre ellos— serían ejecutados públicamente en una plaza de Arnhem a mediodía del domingo.