Faltaban ya menos de cuarenta y ocho horas para el comienzo de la Operación Market-Garden. En su despacho, el teniente general Walter Bedell Smith, jefe del Estado Mayor de Eisenhower, escuchaba al jefe de los servicios de información del SHAEF, el general de división británico Kenneth W. Strong, revelar con creciente alarma sus últimas noticias. Estaba fuera de toda duda, dijo Strong, que había blindados alemanes en la zona de Market-Garden.
Durante días, Strong y sus hombres habían estado desmenuzando y calibrando todos los informes de inteligencia en un esfuerzo por determinar el paradero de las 9.a y 10.a Divisiones Panzer de las SS. Desde la primera semana de septiembre, no había habido ningún contacto con esas unidades. Ambas habían sido gravemente dañadas, pero se consideraba improbable que hubieran sido completamente destruidas. Según una de las teorías propuestas, cabía la posibilidad de que se les hubiera ordenado a esas divisiones regresar a Alemania. Ahora, los mensajes de la Resistencia holandesa proporcionaban una explicación distinta. Las divisiones perdidas se habían localizado.
La 9.a, y presumiblemente también la 10.a División Panzer de las SS estaba en Holanda, informó Strong a Smith, «probablemente para ser reforzadas con carros de combate». Nadie podía decir exactamente lo que quedaba de las unidades ni cuál era su capacidad de combate, pero no había ya ninguna duda sobre su emplazamiento, informó Strong. Estaba comprobado que se hallaban en las proximidades de Arnhem.
Hondamente preocupado por Market-Garden y, según sus propias palabras, «alarmado ante la posibilidad de un fracaso», Smith conferenció inmediatamente con el comandante supremo. La 1.a División Aerotransportada británica, que debía tomar tierra en Arnhem, «no podía resistir frente a dos divisiones blindadas», le dijo Smith a Eisenhower. Desde luego, la potencia de las unidades era todavía una incógnita —una gran incógnita— pero, por precaución, Smith pensaba que Market-Garden debía reforzarse. Creía que serían necesarias dos divisiones aerotransportadas en la zona de Arnhem. (Posiblemente, Smith pensaba como unidad adicional en la veterana 6.a División Aerotransportada británica, mandada por el general de división Richard Gale, que había sido empleada con éxito durante la invasión de Normandía, pero que no figuraba incluida en Market-Garden). En otro caso, le dijo Smith a Eisenhower, no había más remedio que revisar el plan. «Mi impresión —dijo más tarde— era que, si no podíamos dejar caer sobre la zona el equivalente a otra división, debíamos desplazar una de las divisiones aerotransportadas americanas, para que formara la “alfombra” más al norte reforzando a la británica».
Eisenhower consideró el problema y sus riesgos. Sobre la base de este informe de inteligencia y casi en vísperas del ataque, se le estaba urgiendo a que anulara el plan de Montgomery, un plan que había aprobado el propio Eisenhower. Ello significaba desafiar el generalato de Montgomery y trastornar una ya delicada situación de mando. En su calidad de comandante supremo, tenía otra opción: Market-Garden podía ser cancelada; pero el único fundamento de tal decisión sería el informe recibido. Evidentemente, Eisenhower tenía que dar por supuesto que Montgomery era el más indicado para juzgar sobre la potencia del enemigo y que trazaría sus planes en consecuencia. Como le explicó Eisenhower a Smith, «no le puedo decir a Monty cómo debe servirse de sus tropas», ni tampoco podía «cancelar la operación, puesto que ya le he dado luz verde a Monty». Si había que hacer cambios, tendría que hacerlo Montgomery. No obstante, Eisenhower estaba dispuesto a dejar que Smith «volara al Cuartel General del 21.º Grupo de Ejércitos y discutiera el asunto con Montgomery».
Bedell Smith emprendió inmediatamente viaje a Bruselas. Encontró a Montgomery entusiasmado y lleno de confianza. Smith explicó sus temores sobre las unidades de panzer en la zona de Arnhem y sugirió con énfasis que tal vez fuera necesario revisar el plan. Montgomery «se burló de la idea. Monty pensaba que el mayor problema venía dado por las dificultades del terreno, no por los alemanes. Todo marcharía bien, repetía, si los del SHAEF le ayudábamos a superar sus dificultades logísticas. No le preocupaban los blindados alemanes. Pensaba que Market-Garden se desarrollaría a la perfección tal y como estaba». La reunión no dio sus frutos. «Al menos, traté de detenerle —dijo Smith—, pero no conseguí nada. Montgomery desechó alegremente mis objeciones[37]».
Mientras Montgomery y Smith conferenciaban, al otro lado del Canal llegaba una prueba sorprendente al Cuartel General del I Cuerpo Aerotransportado británico. En las primeras horas del día, cazas de la escuadrilla de reconocimiento fotográfico de la RAF que regresaban de La Haya habían dado una pasada a baja altura sobre la zona de Arnhem. Ahora, en su despacho, el comandante Brian Urquhart, oficial de información, cogió una lente de aumento y examinó cinco fotografías tomadas en ángulo oblicuo (el final de la película de uno de los cazas). Durante las 72 horas anteriores se habían tomado centenares de fotografías aéreas de la zona de Market-Garden, pero sólo estas cinco demostraban lo que durante mucho tiempo había temido Urquhart, la inequívoca presencia de blindados alemanes. «Fue la gota que colmó el vaso —recordó más tarde Urquhart—. Allí, en las fotos, podía ver claramente carros de combate…, si no en las mismas zonas de aterrizaje y lanzamiento de Arnhem, ciertamente muy cerca de ellas».
El mayor Urquhart se precipitó al despacho del general Browning con la confirmación fotográfica. Browning le recibió inmediatamente. Colocando las fotografías sobre la mesa, delante de Browning, Urquhart dijo: «Eche un vistazo a esto». El general las examinó una por una. Aunque Urquhart olvidaría las palabras exactas, aseguró que Browning dijo, más o menos: «Yo, en su lugar, no me preocuparía por esto». Luego, refiriéndose a los blindados que aparecían en las fotos, continuó: «Probablemente, ya están fuera de servicio». Urquhart quedó estupefacto. Con un gesto de impotencia, indicó que los blindados «estuvieran o no inutilizados, seguían siendo carros de combate y tenían cañones». Al rememorar la escena, Urquhart comentó que «quizás a causa de una información de la que yo no sabía nada, el general Browning no estaba dispuesto a aceptar mi evaluación de las fotos. Mi impresión seguía siendo la misma, que todo el mundo estaba tan ansioso por ir allí que nada podía detenerlos».
Urquhart no sabía que varios miembros del Estado Mayor de Browning consideraban al joven oficial casi demasiado suspicaz. La función estaba a punto de empezar, y la mayoría de los oficiales ardían en deseos de participar. Las pesimistas advertencias de Urquhart les irritaban. Como dijo un oficial del Estado Mayor: «sus opiniones estaban teñidas de agotamiento nervioso. Era propenso a mostrarse un poco histérico, a causa, sin duda, del exceso de trabajo».
Poco después de sus entrevistas con Browning, Urquhart fue visitado por el oficial médico. «Me dijo —recuerda Urquhart— que estaba agotado ¿y quién no?, y que tal vez debiera tomarme un permiso para descansar. Había llegado a resultar tan incómodo en el Cuartel General, que en vísperas del ataque me quitaban de en medio. Me dijeron que me fuera a casa. Yo no podía replicar nada. No estaba de acuerdo con el plan y temía lo peor, pero sin embargo, la gran función iba a empezar y, curiosamente, yo no quería quedarme atrás».