A 38 kilómetros al este de Oosterbeek, en el Cuartel General de su II Cuerpo Panzer de las SS, instalado en un pequeño castillo en las afueras de Doetinchem, el general Wilhelm Bittrich celebraba una reunión con los comandantes de las dos divisiones que le quedaban. Bittrich estaba de mal humor y apenas podía mantener la calma. Las perspectivas para su maltrecho cuerpo panzer eran ahora peores de lo que habían sido una semana antes. Bittrich había estado esperando con impaciencia que le enviaran refuerzos de hombres, blindados y material. No había llegado ninguno. Por el contrario, sus efectivos se habían visto todavía más reducidos. Se le había ordenado que enviara dos grupos de combate al frente. Uno de ellos estaba con el Séptimo Ejército alemán tratando de contener a los norteamericanos en las proximidades de Aquisgrán; el otro había sido enviado en refuerzo del Primer Ejército Paracaidista del general Kurt Student después de que los blindados británicos lograran romper la línea del Canal Albert, cruzar el Canal Mosa-Escalda y tomar una cabeza de puente en Neerpelt, casi en la frontera con Holanda. Ahora, en un momento en que los británicos se estaban agrupando para renovar su ofensiva —ataque que el jefe del servicio de información del Grupo de Ejércitos B había calificado de «inminente»—, Bittrich había recibido a través del mariscal de campo Model una «disparatada orden de los imbéciles de Berlín». Una de sus destrozadas divisiones debía ser desmantelada y retirarse a Alemania para poder aprovechar lo que quedaba de ella.
El que fuera ferviente nazi en otro tiempo protestó abruptamente contra la orden. Estaba «harto de las órdenes de Berlín y de los impostores que rodeaban a Hitler y se entregaban a toda clase de farsas». Valeroso y competente, Bittrich se había pasado la mayor parte de su vida adulta vestido de uniforme. En la Primera Guerra Mundial, había servido como teniente en las fuerzas aéreas alemanas y había sido herido dos veces. Después, trabajó varios años en la oficina de un corredor de Bolsa. Acabó alistándose nuevamente en las fuerzas armadas, donde entró a formar parte de un grupo secreto de las fuerzas aéreas alemanas, y se pasó ocho años enseñando a los rusos a tripular aviones. Cuando Adolf Hitler subió al poder, Bittrich se alistó en la recién creada Luftwaffe, pero hacia mediados de los años treinta, se pasó a las Waffen SS, donde se podía ascender rápidamente[34].
En Normandía, la fe de Bittrich en el liderazgo de Hitler comenzó a vacilar. Apoyaba al mariscal de campo Rommel contra la «demente filosofía de lucha hasta el último hombre». En cierta ocasión, confió a Rommel que «estamos siendo tan mal dirigidos desde arriba que ya no puedo llevar a cabo órdenes descabelladas. Nunca he sido un robot, y no tengo intención de convertirme en uno». Tras la conspiración del 20 de julio, al enterarse de que su antiguo comandante, el coronel general Eric Hoepner, había sido condenado a morir ahorcado acusado de conspiración, Bittrich, dijo enfurecido a los miembros de su Estado Mayor que «éste es el día más negro para el Ejército alemán». No tardaron en llegar a Berlín las explícitas críticas de Bittrich a la jefatura militar de Hitler. Como más tarde recordó Bittrich, «mis observaciones fueron comunicadas al jefe de las SS, el Reichsführer Heinrich Himmler, y el nombre de Bittrich no volvió a ser mencionado en el Cuartel General de Hitler». Sólo la inminencia del derrumbamiento del frente alemán en el oeste, situación que requería de la pericia de Bittrich, y la actitud de comandantes que simpatizaban con él, le habían salvado de la destitución. Aun así, Himmler continuaba «deseoso de que yo volviera a Alemania para una pequeña charla». Bittrich no se hacía ilusiones sobre la invitación de Himmler.
Y tampoco Model; estaba decidido a mantener a Bittrich en el oeste y se negó tajantemente a tomar en consideración las repetidas peticiones de Himmler para que enviara a Bittrich a casa.
En este momento, el encolerizado Bittrich expuso el último plan de Berlín a los comandantes de sus divisiones, el Brigadeführer (general de brigada) de las SS, Heinz Harmel, de la 10.a División Frundsberg y el Obersturmbannführer (teniente coronel) de las SS, Walter Harzer, de la 9.a División Hohenstaufen. Bittrich dijo a Harzer que ya había sabido alguna cosa del plan por el jefe del Estado Mayor de Model, teniente general Hans Krebs, cuya 9.a División Hohenstaufen debía ponerse inmediatamente en marcha hacia Alemania, donde quedaría emplazada cerca de Siegen, al norte de Coblenza. La 10.a División de Harmel permanecería en Holanda. Sería reacondicionada y fortalecida en su actual emplazamiento, al este y sudeste de Arnhem, lista para entrar de nuevo en combate.
Harmel, de treinta y ocho años y con una desenfadada espontaneidad que le había valido de sus hombres el afectuoso apodo de der alte Frundsberg, no se sintió complacido por la decisión. Le parecía que «Bittrich estaba, como de costumbre, mostrando preferencia por la División Hohenstaufen, quizás porque había sido la suya antes de ser nombrado comandante de cuerpo y quizás también porque Harzer había sido su jefe de Estado Mayor». Aunque no creía que «Bittrich fuera conscientemente injusto, siempre parecía que la Hohenstaufen recibía las misiones más cómodas».
Su colega, Walter Harzer, de treinta y dos años, estaba encantado con la noticia, a pesar de pensar que «la posibilidad de irse a Berlín de permiso era por lo menos dudosa». Mentalmente, esperaba tener «una nueva División Hohenstaufen» después del reacondicionamiento. Secretamente, el duro Harzer, cuyo rostro cruzaba la cicatriz de un sablazo, albergaba grandes esperanzas de conseguir ahora su ambición: ser ascendido al grado que convenía a un comandante de división de las SS, general de brigada. Sin embargo, cuando Bittrich expuso el plan completo, una parte de éste no agradó a Harzer.
Aunque estaba gravemente mermada, su división era todavía más fuerte que la de Harmel. En lugar de los habituales nueve mil hombres, la Hohenstaufen tenía apenas seis mil, la Frundsberg unos 3500. Harzer poseía cerca de veinte carros de combate Mark V Panther, pero no todos estaban en condiciones. Tenía, sin embargo, un considerable número de vehículos blindados: cañones autopropulsados, automóviles blindados y cuarenta transportes blindados de tropas, todos ellos provistos de ametralladoras pesadas y algunos equipados con piezas de artillería. La División Frundsberg de Harmel casi no tenía carros de combate y padecía una grave escasez de toda clase de vehículos blindados. Ambas divisiones poseían todavía formidables unidades de morteros y artillería antiaérea. Para reforzar la División Frundsberg, que permanecería en Holanda, dijo Bittrich, Harzer debía transferir a Harmel la mayor cantidad de medios de transporte y material que le fuese posible. Harzer no pudo evitar sentir ciertos recelos. «En mi fuero interno —recordó más tarde Harper— sabía perfectamente que si le daba a Harmel mis pocos carros o los transportes blindados de tropas, jamás me serían restituidos». Harzer no protestó la decisión, pero no tenía intención de entregar todos sus vehículos.
Harzer había aprendido hacía tiempo a economizar los recursos de su división. Tenía más vehículos de los que Bittrich creía, incluyendo jeeps americanos que había capturado durante la larga retirada de Francia. Decidió hacer caso omiso de la orden valiéndose de ciertos manejos. Quitándoles a los vehículos sus cadenas, ruedas o cañones, podía hacerlos temporalmente inservibles hasta que llegara a Alemania. Mientras tanto, podían figurar como averiados en sus listas de blindados.
Aún con los hombres y vehículos adicionales procedentes de la división de Harzer, continuó Bittrich, la Frundsberg carecería de la potencia necesaria. Solamente había una manera de hacer ver a Berlín la urgencia de la situación: presentar directamente los hechos al cuartel general operacional de las SS. Quizás entonces llegaran refuerzos y sustituciones. Pero Bittrich no tenía intención de visitar Berlín; nombró emisario a Harmel, para sorpresa de éste. «Ignoro por qué me eligió a mí en vez de a Harzer —comentó Harmel—. Pero necesitábamos con urgencia hombres y blindados, y puede que Bittrich pensara que un general tendría más influencia. Había que procurar que el mariscal de campo Model no se enterara del asunto. Así pues, como no se esperaban novedades en la zona de Arnhem, se decidió que yo saliera para Berlín al anochecer del 16 de septiembre».
Bittrich ordenó que tanto el intercambio de material entre Harzer y Harmel como el traslado a Alemania de la reducida División Hohenstaufen dieran comienzo inmediatamente. Mientras se realizaba la operación, añadió, el mariscal de campo Model quería que estuviesen preparados pequeños grupos móviles de ataque como alarmeinheiten (unidades de alarma) que podían ser utilizadas en caso de urgencia. Como consecuencia de ello, Harzer decidió por su cuenta que «sus mejores unidades salieran las últimas». Bittrich esperaba que la transferencia de material y el traslado estuvieran terminados para el 22 de septiembre. Como salían para Alemania seis trenes diarios, Harzer pensaba que se podría completar la tarea mucho antes. Creía que sus últimas y mejores unidades podrían emprender la marcha a la patria al cabo de tres días más, probablemente en la tarde del 17 de septiembre.
Estaba circulando un rumor desmoralizante. Varios altos oficiales alemanes en Holanda iban diciendo que el lanzamiento de fuerzas aerotransportadas tendría lugar hacia el 14 de septiembre.
El rumor se había originado en una conversación entre el jefe de operaciones de Hitler, el coronel general Alfred Jodl, y el comandante en jefe del Oeste, mariscal de campo Von Rundstedt. A Jodl le preocupaba la posibilidad de que los Aliados invadieran Holanda desde el mar. Si Eisenhower seguía sus tácticas habituales, dijo Jodl, lanzaría tropas aerotransportadas como preludio a un ataque naval. Von Rundstedt, aunque escéptico ante la idea (estaba convencido de que se lanzarían paracaidistas en combinación con un ataque sobre el Ruhr), transmitió la información al comandante del Grupo de Ejércitos B, mariscal de campo Model. La opinión de Model era la misma que la de Von Rundstedt. Sin embargo, no podía ignorar la advertencia de Jodl. Ordenó al comandante de las fuerzas armadas alemanas en Holanda, el alterado general de la Luftwaffe, Friedrich Christiansen, que enviara a la costa unidades de su heterogéneo personal mezcla del Ejército, de la Marina, de la Luftwaffe y de las Waffen SS holandesas.
Desde la llamada de Jodl el 11 de septiembre, el rumor había ido recorriendo los diversos escalones del mando, en particular a través de los canales de la Luftwaffe. Aunque la invasión no había llegado a materializarse, continuaba creciendo el temor a un lanzamiento aerotransportado. Todo el mundo especulaba sobre los posibles puntos de aterrizaje. Consultando sus mapas, algunos comandantes de la Luftwaffe consideraban las amplias extensiones existentes entre la costa norte y Arnhem como posibles zonas de aterrizaje. Otros, esperando nerviosamente la renovación de la ofensiva británica sobre Holanda desde la cabeza de puente establecida en el Canal Mosa-Escalda, en Neerpelt, se preguntaban si, en combinación con ese ataque, se utilizarían paracaidistas para ser lanzados en la zona de Nimega.
El 13 de septiembre, el coronel general de la Luftwaffe, Otto Dessloch, comandante de la 3.a Flota Aérea, se enteró de los recelos de Berlín en el Cuartel General de Von Rundstedt, en Coblenza. Dessloch quedó tan preocupado que telefoneó al día siguiente al mariscal de campo Model. Model pensaba que el temor de Berlín a una invasión era «absurdo». El mariscal de campo estaba tan tranquilo «que me invitó a cenar en su nuevo Cuartel General establecido en el Hotel Tafelberg, en Oosterbeek». Dessloch rechazó la invitación: «No tengo intención de ser hecho prisionero», le dijo a Model. Un instante antes de colgar, Dessloch añadió: «Si yo estuviera en su lugar, me largaría de esa zona». Model, recordaba Dessloch, se limitó a reírse.
En el aeródromo de Deelen, al norte de Arnhem, el rumor de un posible ataque aerotransportado llegó a oídos del comandante de cazas de la Luftwaffe, general de división Walter Grabmann. Se dirigió a Oosterbeek para celebrar una conferencia con el jefe de Estado Mayor de Model, teniente general Hans Krebs. Cuando Grabmann manifestó las sospechas de la Luftwaffe, Krebs dijo: «Por el amor de Dios, no me hable de esas cosas. Además, ¿dónde iban a aterrizar?». Grabmann se dirigió a un mapa y, señalando las zonas existentes al oeste de Arnhem, contestó: «En cualquiera de estos sitios. El brezo es perfecto para los paracaidistas». Krebs, recordó más tarde Grabmann, «se echó a reír y me advirtió que si continuaba hablando de esa manera, no haría más que ponerme en ridículo».
El famoso jefe de la Policía de Holanda, el teniente general de las SS Hanns Albin Rauter, oyó también el rumor, posiblemente de labios de su superior, el general Christiansen. Rauter estaba convencido de que todo era posible, incluido un ataque aerotransportado. Rauter, artífice principal del terror nazi en los Países Bajos, esperaba que la Resistencia holandesa atacara y se produjera en cualquier momento un levantamiento popular. Estaba resuelto a aplastar todo tipo de insurrección mediante el sencillo método de ejecutar a tres holandeses por cada nazi muerto. Rauter había declarado una «emergencia» inmediatamente después de la retirada alemana y la estampida de nazis holandeses a Alemania, dos semanas antes. Su Policía se había tomado cruel venganza contra todo el que, aún remotamente, se hallara relacionado con la Resistencia holandesa. Hombres y mujeres eran detenidos, fusilados o enviados a campos de concentración. No era mejor la suerte de los ciudadanos corrientes. Todos los viajes entre provincias estaban prohibidos. Se impusieron reglas más restrictivas. Todo el que fuera encontrado en las calles durante el toque de queda, corría el riesgo de que le dispararan sin previo aviso. Por todo el sur de Holanda, en previsión de la ofensiva británica, los holandeses fueron obligados a trabajar cavando trincheras para la Wehrmacht. En Nimega, Rauter cumplió con la cuota que le correspondía de mano de obra forzada, amenazando con llevar familias enteras a los campos de concentración. Estaban prohibidas las reuniones de cualquier tipo. «Allá donde se encuentren juntas más de cinco personas —advertía uno de los carteles de Rauter— harán fuego sobre ellas tropas de la Wehrmacht, de las SS o de la Policía».
Ahora, con la inminencia del ataque británico desde el sur y la advertencia de Berlín de un posible ataque por tierra y mar en el norte, el mundo de Rauter estaba empezando a desmoronarse. Estaba aterrorizado[35]. Al saber que Model estaba en Holanda, Rauter decidió procurarse su protección y se dirigió al Hotel Tafelberg. Al anochecer del 14 de septiembre, Rauter se reunió con Model y su jefe de Estado Mayor, el general Krebs. Estaba «convencido —les dijo Rauter—, de que los Aliados iban a utilizar fuerzas aerotransportadas en el sur de Holanda». Consideraba que era el momento psicológico adecuado. Model y Krebs no estaban de acuerdo. Las formaciones aerotransportadas de élite, dijo Model, eran demasiado «preciosas, y su entrenamiento demasiado costoso» para utilizarlas de un modo indiscriminado. De hecho, el mariscal de campo esperaba que Montgomery atacara Holanda desde Neerpelt, pero la situación no era todavía lo bastante crítica como para justificar la utilización de tropas aerotransportadas. Además, teniendo en cuenta que las fuerzas asaltantes se hallarían separadas por tres anchos ríos al sur, no creía que fuera posible un ataque británico hacia Arnhem.
Tanto Nimega como Arnhem estaban demasiado alejadas de las fuerzas británicas. Por otra parte, continuó Model, Montgomery era «tácticamente un hombre muy cauteloso. Jamás utilizaría fuerzas aerotransportadas en una aventura insensata».
Para cuando el prisionero llegó al Cuartel General del comandante Friedrich Kieswetter, en el pueblo de Driebergen, al oeste de Oosterbeek, el 15 de septiembre, el jefe adjunto del servicio de contraespionaje de la Wehrmacht en Holanda sabía mucho acerca de él. Había un amplio dossier sobre el estúpido Christiaan Antonius Lindemans, de veintiocho años, más conocido como King Kong por su corpulencia (1,90 metros, 120 kilos). Lindemans había sido capturado por una patrulla cerca de la frontera entre Bélgica y Holanda, en la tierra de nadie que se extendía entre las líneas británicas y alemana. Al principio, a causa del uniforme británico que llevaba, Lindemans había sido tomado por un soldado, pero, en el puesto de mando del batallón, cerca de Valkenswaard, para asombro de sus interrogadores, pidió ver al teniente coronel Hermann Giskes, jefe del espionaje alemán en Holanda y superior de Kieswetter. Tras una serie de llamadas telefónicas, los capturadores de Lindemans se quedaron más asombrados aún al recibir la orden de conducir inmediatamente al prisionero a Driebergen. Lindemans fue el único que no manifestó ninguna sorpresa. Algunos de sus compatriotas pensaban que era un Bel miembro de la Resistencia holandesa; pero los alemanes conocían de él su otra faceta, la de espía. King Kong era un agente doble.
Lindemans se había convertido en traidor en 1943. En aquel tiempo, ofreció su colaboración a Giskes a cambio de la liberación de la que entonces era su amante y de su hermano Henk, detenido por la Gestapo acusado de ser miembro de la Resistencia y del que se decía iba a ser ejecutado. Giskes había accedido rápidamente y, desde entonces, Lindemans había prestado un buen servicio a los alemanes. Su doble juego había llevado al descubrimiento de muchas células clandestinas y al arresto y ejecución de numerosos patriotas belgas y holandeses. Aunque era rudo y jactancioso, dado a la bebida y poseído de un insaciable deseo de mujeres, hasta el momento Lindemans se había librado milagrosamente de ser descubierto. Sin embargo, muchos de los dirigentes de la Resistencia le consideraban un peligroso riesgo, a diferencia de ciertos oficiales aliados en Bruselas que se sentían tan impresionados por King Kong que Lindemans trabajaba en ese momento para una unidad británica de información bajo el mando de un capitán canadiense.
En ausencia de Giskes, Kieswetter trataba por primera vez con Lindemans. Encontró repugnante al jactancioso gigantón que se presentó a sí mismo a todos los que se encontraban en el despacho como el «gran King Kong». Lindemans explicó al mayor su última misión. El oficial de inteligencia canadiense le había enviado para avisar a los dirigentes de la Resistencia en Eindhoven de que los pilotos aliados derribados ya no debían ser enviados a través de la «línea de huida» a Bélgica. Como los británicos iban a avanzar desde la cabeza de puente de Neerpelt hacia Eindhoven, había que mantener escondidos a los pilotos. Lindemans, que había pasado cinco días cruzando las líneas, pudo dar a Kieswetter algunos detalles de la concentración de tropas británica. El ataque, dijo, tendría lugar el 17 de septiembre.
La inminencia de la acción británica ya no era noticia. Kieswetter, como todos los demás, lo había estado esperando de un momento a otro. Lindemans también proporcionó a Kieswetter otro dato: coincidiendo con el ataque británico, informó, estaba planeado un lanzamiento de paracaidistas más allá de Eindhoven para ayudar a capturar la ciudad[36]. La revelación no tenía sentido para Kieswetter. ¿Por qué utilizar paracaidistas cuando el Ejército británico podía llegar fácilmente a Eindhoven sin su ayuda? Puede que la información de Lindemans le pareciera poco realista, o, más probablemente, por su antipatía hacia King Kong, el hecho es que Kieswetter le dijo a Lindemans que continuara con su misión y regresara luego a las líneas británicas. Kieswetter no adoptó ninguna medida inmediata. Concedió tan poca importancia a la información de Lindemans que no la comunicó directamente al Cuartel General de la Wehrmacht. En lugar de ello, la envió a través del Sicherheitsdients (Servicio de Información y Seguridad de las SS). Dictó también un breve memorando de su conversación con Lindemans con destino a Giskes, que se encontraba ausente en aquellos momentos. Giskes, que siempre había considerado a King Kong digno de confianza, no lo recibiría hasta la tarde del 17 de septiembre.