Salzburgo
Aterrizaron en Viena a las tres y media de la tarde, y en Salzburgo una hora después. Recogieron el coche de alquiler y se dirigieron hacia el sur por la autopista; Ben Roi conducía, Laila consultaba el plano. Los Alpes bávaros se cerraban alrededor como un anillo de murallas derruidas, laderas empinadas cubiertas de árboles que ascendían a ambos lados. En las zonas inferiores no había nieve, pero más arriba, allí donde los bosques de abedules, olmos, fresnos y enebro daban paso a hileras apretujadas de pinos y píceas, todo quedó envuelto de repente en una neblina blancuzca, y si bien no pronunciaron palabra, ambos miraron hacia arriba con creciente preocupación, temerosos de que, después de haber llegado hasta allí, su destino fuera inaccesible. Sin embargo, no podían hacer nada al respecto y siguieron adelante en silencio. Al cabo de diez kilómetros, salieron de la autopista para tomar la carretera comarcal que llevaba a Berchtesgaden. Un río espumeante discurría a su derecha, y el cemento húmedo se deslizaba veloz bajo el coche como una cinta que se rebobinara. Laila observó que Ben Roi no dejaba de mirar por el retrovisor, aunque no había tráfico en la carretera.