Egipto
Ya había perdido el único vuelo diario directo desde Egipto a Austria, de manera que tuvo que buscar otra forma de llegar a Salzburgo haciendo escala en otra ciudad europea. Después de casi una hora de llamadas telefónicas, lo mejor que pudo encontrar fue una tortuosa ruta vía Roma e Innsbruck, que no le dejaba en su destino hasta pasada la medianoche. A esas alturas, Ben Roi ya habría llegado a la mina, hecho lo que se proponía y regresado, de modo que Jalifa ya empezaba a pensar que estaba perdiendo el tiempo, que no podría atrapar al israelí, cuando, con la última llamada, encontró justo lo que necesitaba, un vuelo chárter directo de Luxor a Munich, que salía a la una y cuarto de la tarde. Munich se hallaba a tan sólo ciento treinta kilómetros por carretera de Berchtesgaden; si bien no era la solución ideal, no podía aspirar a nada mejor, dadas las circunstancias.
Tuvo el tiempo justo de llamar a Zainab para decirle que iba a hacer un breve viaje de trabajo («No debes preocuparte por nada. Estaré de vuelta mañana a esta hora»), antes de salir disparado hacia el aeropuerto. Tan precipitado fue todo, una loca carrera contrarreloj, que sólo cuando estuvo a bordo del avión y este corría por la pista, se le ocurrió que era la primera vez en toda su vida que salía de Egipto.