Luxor
De nuevo en su despacho, Jalifa mordisqueó un nabo en salmuera que había comprado cuando volvía de la villa de Hoth y, con un suspiro de resignación, levantó el teléfono y marcó el número del móvil de Ben Roi. Sonó cuatro veces, y después estableció comunicación. Como de costumbre, el israelí no se entretuvo con formalidades.
—¿Y bien?
—Nada —contestó el egipcio.
—¡Mierda!
—¿Usted?
—¿A usted qué coño le parece?
Jalifa meneó la cabeza y se preguntó si el hombre sería capaz de formar una frase sin soltar un taco. Nunca en su vida…
—¿Ha vuelto a ver al hermano? —inquirió procurando mantener un tono cortés y no pensar en lo grosero que le parecía el israelí.
—Acabo de terminar con él.
—¿Y?
—Una mierda. Ese tipo es un zombi. Se queda sentado todo el rato, toqueteando su libro y emitiendo ruidos extraños.
Se oyó una voz femenina (Laila al-Madani, seguramente) que preguntaba a Ben Roi qué estaban diciendo, a lo que el israelí contestó con un agresivo «¡Espere!».
—¿No había nada en casa de Hoth? —La voz de Ben Roi irrumpió en la línea de nuevo—. ¿Está seguro?
—Seguro —contestó Jalifa—. He registrado hasta el último centímetro.
—¿El jardín?
—También…
—¿Y el…?
—Y el coche. Y su hotel. Y la policía de Alejandría ha registrado su anterior residencia. Ya no queda nada más que mirar, Ben Roi. Aquí no. En Egipto no. No hay nada.
—Bien, pues habrá pasado algo por alto.
—No he pasado nada por alto. —Jalifa apretó el puño—. Aquí no hay nada, se lo digo yo.
—Bien, pues siga buscando.
—No me está escuchando. No queda nada. ¿Qué quiere que haga? ¿Excavar todo Luxor?
—¡Si hace falta sí! Hemos de encontrarla. He de…
El israelí se interrumpió de repente, como si reprimiera un comentario que no había deseado hacer. Siguió una brevísima pausa, y luego continuó hablando, intentando mantener la voz serena.
—Ya sabe lo que hay en juego. Siga buscando.
El egipcio alzó una mano, desesperado. ¡Era como hablar con un ladrillo!
—De acuerdo. Veré qué puedo hacer. —Se inclinó hacia el escritorio, a punto de colgar—. A propósito, ¿de qué va el libro?
—¿Cómo?
—Ha dicho que el hermano de la Schlegel tenía un libro.
Siguió otra pausa, debida a la sorpresa que se había llevado el israelí, y después hubo un breve diálogo cuando preguntó a Laila. Lo siguiente, tan estruendoso que Jalifa se vio obligado a apartar el auricular del oído, fue un chirrido de neumáticos acompañado por un coro de pitidos, cuando el coche cambió de dirección repentinamente.
—¿Ben Roi?
—¡Volveré a llamarle! —gritó el israelí. Luego dijo a Laila—: ¿Por qué coño no me dijo…?
La línea enmudeció.