Campo de refugiados de Kalandia
La llamada al martirio, cuando llegó, no fue como Yunis Abu Jish había imaginado.
Durante meses había rezado para que le abordaran y le pidieran que se sacrificase por Dios y por su pueblo, había recreado en su mente un proceso de selección intensivo, durante el cual pondrían a prueba en repetidas ocasiones su fe y valentía, y que superaría de manera triunfal.
En realidad, recibió una breve llamada telefónica en la que le informaron de que había sido elegido por al-Mulatham como un posible shahid, y le pidieron que reflexionara en profundidad sobre si se sentía digno de aquel honor. De no ser así, no debía hacer nada. Nunca más volverían a entablar contacto con él. En caso afirmativo, debía ponerse la camiseta de la Cúpula de la Roca (¿cómo demonios sabían que tenía una camiseta con la foto de Qubat al-Sajra delante?), y acudir al día siguiente, a las doce, al puesto de control de Kalandia, en la carretera de Jerusalén a Ramallah, donde debería quedarse treinta minutos exactos bajo la valla publicitaria de Master Satellite Dishes. Por lo tanto, debía empezar a prepararse con oraciones y el estudio del sagrado Corán, sin informar a nadie de la situación, ni siquiera a sus familiares más cercanos. Con posterioridad le proporcionarían información más detallada.
Eso fue todo. Ninguna explicación de cómo, por qué o quién le había elegido. Ninguna indicación de cuál sería su misión. La fría precisión de la llamada y la actitud profesional del hombre que habló con él le habían asustado, y cuando la comunicación se cortó permaneció sentado largo rato, temblando, pálido, con el auricular apretado todavía contra el oído. ¿Seré capaz de hacerlo?, se preguntó. ¿Soy lo bastante fuerte? ¿Soy digno? Al fin y al cabo, imaginar es una cosa, y obrar, otra muy distinta. El miedo y las dudas casi le habían abrumado.
Sin embargo, poco a poco sus recelos se calmaron para dar paso primero a la aceptación, después a la determinación y, por último, a una embriagadora sensación de euforia y orgullo. ¡Le habían elegido! Él, Yunis Abu Jish Sabah, héroe de su pueblo, instrumento de la venganza de Dios. Imaginó el honor que sentiría su familia, la alegría de todos los palestinos. La gloria.
Colgó el auricular con un grito de placer y salió corriendo de la casa. Su madre estaba fuera, pelando patatas, y el chico se arrodilló delante de ella y le rodeó la cintura con los brazos.
—Todo irá bien —dijo entre risas—. Todo irá bien. Dios está con nosotros. Allahu akbar.