Sobre la muerte de los bosques
En las numerosas discusiones que tienen lugar en la escena pública acerca de la muerte de los bosques, rara vez o nunca llegan a exponerse dos reflexiones fundamentales procedentes del campo de la Botánica, a pesar de que están casi a la vista.
Una de ellas tiene que ver con la cuestión de por qué la contaminación atmosférica hace sentir sus efectos destructivos primero en el reino vegetal, en los árboles del bosque, y no en el reino animal y en los seres humanos. Efectivamente, a los abetos y a las hayas se les consideraría, en general, más resistentes y menos sensibles que los animales y los seres humanos.
Sin embargo, se comprenderá enseguida la mayor sensibilidad de las plantas ante las sustancias tóxicas, si se tienen en cuenta la diferencia fundamental que existe en Biología entre el mundo animal y el mundo vegetal.
Nosotros necesitamos el aire «sólo» a causa del oxígeno, el cual nos sirve para quemar los alimentos y para obtener así energía para los procesos vitales. Sin embargo, la planta obtiene del aire el elemento principal de su alimentación, es decir, el carbono, que toma del aire en forma de ácido carbónico (más exactamente: anhídrido carbónico= dióxido de carbono= CO2). Puesto que el aire contiene solamente un 0,035% de anhídrido carbónico frente a un contenido de oxígeno del 21%, la planta, para cubrir su gran demanda de anhídrido carbónico, debe entrar en contacto con una cantidad incomparablemente mayor de aire que la que ha de respirar un ser humano para obtener la cantidad, relativamente menor, de oxígeno que necesita. Para este propósito los tejidos verdes de las plantas, las hojas y las agujas, en los que se realiza el proceso de asimilación del anhídrido carbónico, están dotados de un sistema de aireación altamente desarrollado, el cual permite obtener el anhídrido carbónico que se encuentra tan diluido en el aire. El aire accede al interior de la hoja o de la aguja a través de poros finísimos, los llamados estomas, de los cuales cada hoja de roble o de haya presenta más de medio millón.
Esta extendida, y tan intensiva, circulación del aire en las plantas, que es necesaria para su metabolismo, hace comprensible que en ellas quede depositada una mayor cantidad de las sustancias tóxicas que se hallan contenidas en el aire (dióxido de azufre, óxidos de nitrógeno, ozono, plomo, polvo y otras) que en el organismo animal, de suerte que los efectos de un aire contaminado aparecen primero en el mundo de las plantas, mucho antes que en el ser humano y en el mundo de los animales.
La otra reflexión que se olvida en los debates públicos sobre la muerte de los bosques tiene que ver con la cuestión de por qué en el mundo de las plantas son sólo los árboles del bosque, precisamente, los que caen víctimas de las sustancias tóxicas. En nuestro conocimiento no existe aún una explicación segura de esto. Tras este desconocimiento acecha un enorme y posible peligro. Efectivamente, si no se conoce una diferencia básica en el mecanismo de asimilación del anhídrido carbónico de los árboles silvestres y de los árboles frutales u otras plantas cultivables, como las patatas, los cereales, etc., hay que contar con la posibilidad de que en un tiempo previsible comiencen también a extinguirse plantas de las que se alimenta la humanidad.
En el proceso que denominamos asimilación del carbono o fotosíntesis, la planta utiliza la luz solar como fuente de energía y la clorofila como catalizador, y a partir del anhídrido carbónico existente en el aire y del hidrógeno construye su organismo, que se compone de combinaciones de carbono. El hidrógeno se obtiene por descomposición fotoquímica del agua que asciende desde las raíces. El oxígeno que se libera en este proceso es despedido a la atmósfera a través de los estomas. En nuestro organismo y en el de todos los animales sucede justamente el proceso contrario. En este proceso, la sustancia orgánica que ha sido elaborada por la planta, nuestro alimento, es quemada mediante la incorporación de oxígeno; de esta suerte nos apropiamos de la energía que fue absorbida en forma de luz solar por la planta y emitimos a la atmósfera, en el aire de la respiración, los productos de la combustión, anhídrido carbónico y agua. De este modo, el ciclo se cierra.
Además de este ciclo básico de hidrocarburo hay otros ciclos, en los que intervienen el nitrógeno y minerales, que son impulsados también por la energía solar.
En la fotosíntesis se nos muestra el proceso fundamental creador que sustenta toda la vida sobre la Tierra, en el cual el fluido inmaterial de la luz del sol es transformado por la cubierta verde de la Tierra en la energía material de los organismos vegetales, los cuales, a su vez, constituyen la base vital del mundo animal y humano. La muerte de los bosques, que se debe a una perturbación en la fotosíntesis como consecuencia de los daños producidos por sustancias tóxicas en las células verdes de las plantas, presagia una amenazadora interrupción de este proceso que es fundamental en el ciclo de la vida.
Los fundamentos de la asimilación del anhídrido carbónico, los fundamentos de la fotosíntesis, se hallan descritos en cualquier manual elemental de ciencias naturales. Sin embargo, lamentablemente, este conocimiento básico de los fundamentos de nuestra existencia suele ser arrinconado las más de las veces junto con los libros de texto, porque carece de importancia práctica. Pero hoy es urgentemente necesario que cada cual traiga de nuevo a su memoria estos conocimientos; en efecto, ellos nos hacen conscientes de que con la muerte de los bosques comienza a peligrar gravemente el fundamento de toda la vida que existe en nuestro planeta, y que, en consecuencia, el aplazamiento de posibles medidas que pudieran conjurar la catástrofe que nos amenaza no sólo constituiría una irresponsabilidad sin límites, sino un delito que contra la vida.