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Rose iba sentada con aprensión en el tren que se aproximaba a Karlovarsky, una pequeña estación unos cuarenta y cinco kilómetros al este de Praga. Apoyó la cara en el vidrio para ver mejor el andén. El tren aminoró la marcha; oyó el chirriar de los frenos en contacto con las ruedas. El andén apareció ante sus ojos al tiempo que el tren daba una sacudida que la impulsó de súbito hacia delante. Volvió a sentarse en su sitio y recogió el bolso del suelo del vagón. Cuando miró de nuevo por la ventanilla alcanzó a ver el andén en toda su extensión.

La estación estaba llena a rebosar de soldados bulliciosos de aspecto amenazante. Había en el andén un camión más bien pequeño con la lona del remolque corrida, dejando a la vista las barras del techo. Dos soldados flanqueaban una ametralladora cargada con una cinta de munición. Apuntaba directamente al tren. Por un costado del camión asomaba un asta de bandera. La estrella roja de la Unión Soviética ondeaba al aire de media tarde.