Vacaciones de pasión
Como pendientes de esmeralda que se mecieran en el aire, los dos colibríes estaban realizando su última ronda por los hibiscos, y un sinsonte había comenzado a entonar su canto de atardecer, más dulce que el del ruiseñor, desde lo alto de un arbusto de jazmines cuyo aroma anunciaba la llegada de la noche.
La dentada sombra de una fragata flotó por la grama que cubría el jardín al pasar el ave planeando en las corrientes de aire, a lo largo de la costa, hacia alguna lejana colonia; y el martín pescador color azul pizarra parloteó con enojo al ver al hombre que estaba sentado en una silla, en el jardín. Cambió el rumbo de su vuelo y se desvió hacia el islote que se hallaba al otro lado de las aguas. Una mariposa color azufre revoloteaba entre las sombras purpúreas debajo de las palmeras.
Las aguas de la bahía, con sus varias tonalidades de azul, estaban totalmente quietas. Los acantilados del islote se habían tornado de un rosado vivo a la luz del sol que se ponía detrás de la casa.
Después del caluroso día, en el aire flotaba un aroma de atardecer y frescor, y el olor a humo de turba procedente de la tapioca que estaban tostando en una de las chozas de pescadores del poblado que quedaba a la derecha.
Solitaire salió descalza de la casa y avanzó por el césped.
Llevaba una bandeja con una coctelera y dos copas. La dejó sobre la mesa de bambú que había junto a la silla de Bond.
—Espero haberlo hecho bien —dijo—. Seis por uno parece demasiado fuerte. Nunca antes había tomado martini con vodka.
Bond alzó los ojos hacia la joven. Llevaba puesto uno de sus pijamas de seda. Era demasiado grande para ella y le confería un aspecto absurdamente infantil.
Solitaire se echó a reír.
—¿Qué te parece mi carmín Port María? —preguntó—. ¿Y las cejas maquilladas con un lápiz HB? No he podido hacer nada más con el resto de mi persona, excepto asearla.
—Estás maravillosa —respondió Bond—. Eres con mucho la joven más hermosa de toda Shark Bay. Si tuviese piernas y brazos, me levantaría y te besaría.
Solitaire se inclinó y le dio un largo beso en los labios, rodeándole el cuello con un brazo. Se irguió y le apartó el mechón de cabello negro que le había caído sobre la frente.
Se miraron durante un momento y luego ella se volvió hacia la mesa y le sirvió un cóctel. Llenó media copa para sí, se sentó sobre la cálida hierba y recostó la cabeza contra una rodilla de él. Con la mano derecha, Bond comenzó a jugar con los cabellos de la muchacha, mientras ambos miraban por entre los troncos de las palmeras hacia el mar y la luz que iba apagándose sobre el islote.
El día había estado dedicado a lamerse las heridas y limpiar los restos de la explosión.
Cuando Quarrel los desembarcó en la pequeña playa de Beau Desert, Bond transportó a la muchacha casi en volandas por el jardín hasta el cuarto de baño y llenó la bañera con agua tibia. Sin que ella supiera qué sucedía, le enjabonó todo el cuerpo y el cabello. Cuando le hubo lavado toda la sal y el limo de los corales, la ayudó a salir del agua, la secó y le puso una pomada en los cortes de coral que tenía por la espalda y los muslos. A continuación le dio un brebaje somnífero y la metió desnuda entre las sábanas de su propia cama. La besó. Antes de que acabara de cerrar las persianas, ella ya estaba dormida.
Luego se metió él en la bañera y Strangways lo enjabonó de arriba abajo y le untó casi todo el cuerpo con la misma pomada. Tenía un centenar de zonas desolladas y sangrantes, y el brazo izquierdo insensibilizado a causa del mordisco de la barracuda.
Le faltaba un bocado de músculo del hombro. El escozor de la pomada le hizo apretar los dientes.
Se puso una bata y Quarrel lo llevó al hospital de Port Maria. Antes de partir tomó un desayuno de lujo y fumó, agradecido, su primer cigarrillo. Se quedó dormido en el coche, y durmió en la mesa de operaciones y también en la cama donde finalmente lo acostaron, hecho una masa de vendas y esparadrapo.
Quarrel lo llevó de vuelta a casa a primeras horas de la tarde. Durante ese tiempo, Strangways había actuado según la información que Bond le había dado. Un destacamento de policía se trasladó al islote Surprise; los restos del Secatur, que yacían a veinte brazas de profundidad, habían sido marcados con boyas y la posición era patrullada por la lancha de Aduanas de Port Maria. El remolcador de salvamento y los buzos de Kingston se habían puesto en camino. A los periodistas de la prensa local se les dio un breve comunicado, y en la entrada de Beau Desert había guardia policial preparada para repeler al torrente de periodistas que aparecerían en Jamaica cuando la historia completa llegara a todo el mundo. Entretanto, se envió un informe detallado a la oficina de M y a Washington; así que el equipo de Big en Harlem y St. Petersburg podía ser detenido y encarcelado con una acusación general de contrabando de oro.
No había ningún superviviente del Secatur, pero los pescadores locales arribaron a puerto aquella mañana con casi una tonelada de peces muertos.
Jamaica era un hervidero de rumores. Sobre los acantilados de la bahía y en la playa que quedaba abajo, los coches se apretujaban en largas hileras. Había corrido la voz acerca del tesoro de Morgan el Sanguinario, y también sobre las manadas de tiburones y barracudas que lo habían defendido, y debido a ello no existía un solo buceador que planeara salir hacia la escena del naufragio a cubierto de la oscuridad.
Un médico acudió a visitar a Solitaire, pero descubrió que la principal preocupación de la joven era encontrar el tono de carmín adecuado. Strangways pidió que le enviaran una selección al día siguiente, desde Kingston. Por el momento, la muchacha estaba experimentando con el contenido de la maleta de Bond y un cuenco de hibiscos.
Strangways volvió de Kingston poco después de que Bond regresara del hospital. Tenía un mensaje de M para él y se lo leyó:
«SUPONGO QUE HABRÁ PRESENTADO RECLAMACIÓN TESORO A SU NOMBRE COMO REPRESENTANTE UNIVERSAL EXPORT STOP PROCEDA DE INMEDIATO A RESCATE STOP CONTRATADO ABOGADO PARA HACER VALER NUESTROS DERECHOS ANTE HACIENDA Y DEPARTAMENTO COLONIAL STOP ENTRE TANTO MUY BIEN HECHO STOP CONCEDIDAS DOS SEMANAS VACACIONES DE PASIÓN FIN MENSAJE».
—Supongo que habrá querido decir «de compasión» —comentó Bond.
Strangways adoptó un aire solemne.
—Supongo que sí —asintió—. Le hice un informe completo de las lesiones sufridas por usted… Y por la señorita —añadió.
—Hum. Los especialistas en comunicaciones de M —reflexionó— no suelen equivocarse con las claves. En fin.
Strangways miró alegremente por la ventana con su único ojo.
—Es tan típico de ese viejo diablo pensar primero en el oro… —comentó Bond—. Supongo que piensa que puede salirse con la suya y de alguna manera evitar una reducción en los fondos para el Servicio Secreto cuando el Parlamento vote los próximos presupuestos. Imagino que dedica la mitad de su vida a discutir con Hacienda. Pero aun así, él siempre se adelanta a los demás; es muy listo.
—Presenté su reclamación ante el gobierno en cuanto recibí el mensaje —informó Strangways—, pero va a ser un asunto espinoso. La Corona querrá hacerse con el tesoro, y Estados Unidos entrará en algún punto debido a que el señor Big era ciudadano estadounidense. Será un proceso largo.
Hablaron durante un rato más. Luego, cuando Strangways se hubo marchado, Bond salió al jardín con pasos dolorosos para sentarse al sol con sus pensamientos.
Repasó mentalmente, una vez más, la carrera de peligrosos obstáculos en el que se había embarcado al iniciar la larga persecución del señor Big y el fabuloso tesoro, y revivió los terribles instantes en que había mirado a varias formas de la muerte a la cara.
Pero todo había concluido y se encontraba sentado al sol entre las flores, con el premio a los pies y la mano en los largos cabellos negros de ella. Apretó contra sí aquel momento y pensó en las catorce mañanas que les pertenecerían a ambos, juntos.
Se oyó un estrépito de vajilla que se rompía procedente de la cocina situada en la parte trasera de la casa, y la voz de Quarrel que tronaba echando la bronca a alguien.
—Pobre Quarrel —comentó Solitaire—. Ha tomado prestado al mejor cocinero de la aldea y saqueado los mercados en busca de sorpresas para nosotros. Incluso ha encontrado algunos cangrejos negros, los primeros de la temporada. Luego se ha puesto a asar un pobre cochinillo lechal y a preparar una ensalada de aguacates y peras, y acabaremos con crema de guayaba y coco. Y el capitán de corbeta Strangways ha dejado una caja del mejor champán de Jamaica. Ya se me hace la boca agua. Pero no olvides que se supone que es un secreto. Entré en la cocina y me encontré con que casi había hecho llorar al cocinero.
—Quarrell nos acompañará en nuestras vacaciones de pasión —respondió Bond, y le habló del mensaje de M—. Iremos a una casa colocada sobre postes, con palmeras y ocho kilómetros de arenas doradas. Y tú tendrás que cuidarme muy bien porque no podría hacer el amor con un solo brazo.
En los ojos de Solitaire había una abierta sensualidad cuando alzó la mirada hacia él, mientras le dedicaba una sonrisa inocente.
—¿Y qué me dices de mi espalda? —preguntó.