V

Estaba de vuelta en el prado del bosque, junto al altar gigantesco. Moriamis se hallaba de nuevo junto a él, hermosa y cálida y en carne y hueso, mientras la luna se ponía sobre las copas de los pinos. Parecía que apenas había transcurrido un momento desde que se despidió de su querida hechicera.

—Pensé que quizá volvieses —dijo Moriamis—, y decidí esperar un ratito.

Ambrosio le hablo de la singular desgracia que le había acontecido en su viaje en el tiempo.

Moriamis inclinó la cabeza gravemente.

—El filtro verde era más poderoso de lo que había supuesto —comentó—. Es afortunado, sin embargo, que el filtro rojo fuese igualmente fuerte, y pudiese devolverte a mí a través de todos esos años añadidos. Tendrás que quedarte conmigo ahora, porque sólo poseía aquellos dos frascos. Espero que no lo lamentes.

Ambrosio comenzó a demostrar, de una manera algo inadecuada para un monje, que la esperanza de ella estaba completamente justificada.

Ni entonces, ni en ningún otro momento, le dijo Moriamis que ella misma había reforzado ligeramente, y por igual, los dos filtros por medio de la fórmula privada que ella también le había robado a Azédarac.