NICK DUNNE

Treinta y tres días ausente

Los días eran largos e imprecisos hasta que de repente se estamparon contra un muro. Una mañana de agosto salí a comprar suministros y regresé a casa para encontrarme en el salón a Tanner con Boney y Gilpin. Sobre la mesa, dentro de una bolsa de pruebas, descansaba un largo y grueso garrote con delicadas estrías para apoyar los dedos.

—Encontramos esto junto al río cerca de su casa durante el primer registro —dijo Boney—. En realidad en aquel momento no pareció nada relevante. Una rareza arrastrada por la corriente, pero en este tipo de situaciones lo guardamos todo. Después de que nos enseñaran sus muñecos de Punch y Judy todo encajó. De modo que fuimos al laboratorio para hacer la prueba.

—¿Y? —dije yo. Átono.

Boney se levantó, me miró directamente a los ojos. Sonaba triste.

—Hemos encontrado rastros de sangre de Amy. El caso ha quedado oficialmente clasificado como homicidio. Y creemos que esta fue el arma del crimen.

—¡Rhonda, venga ya!

—Llegó el momento, Nick —dijo ella—. Llegó el momento.

La siguiente parte estaba comenzando.