AMY ELLIOTT DUNNE

Once días ausente

Esta noche emiten la muy cacareada entrevista de Nick con Sharon Schieber. Pensaba verla con una botella de buen vino tras un baño caliente y además grabarla, para poder anotar sus embustes. Quiero apuntar hasta la última exageración, media verdad, mentirijilla y mentirijota que diga, para poder afianzar mi odio hacia él. Lo sentí vacilar tras la entrevista para el blog —¡una entrevista dada borracho y al azar!— y eso es algo que no puedo permitir que pase. No pienso ablandarme. No soy una incauta. Aun así, tengo ganas de oír qué tiene que decir sobre Andie ahora que ella ha roto con él. Su versión.

Quería verla sola, pero Desi se pasa todo el día rondándome, entrando y saliendo de cualquier habitación en la que haya intentado refugiarme, como una racha repentina de mal tiempo, inevitable. No puedo decirle que se marche, porque es su casa. Ya lo he intentado, pero no sirve de nada. Dice que quiere echarles un vistazo a las cañerías del sótano o que quiere comprobar la nevera para ver si hay que salir a comprar comida.

«Esto seguirá así eternamente —pienso—. Así será mi vida. Aparecerá cuando se le antoje y se quedará aquí el tiempo que quiera, me seguirá arrastrando los pies, dándome conversación, y después se sentará y me hará un gesto para que me siente a su lado y abrirá una botella de vino y de repente estaremos compartiendo una comida y no hay manera de impedirlo».

—Estoy verdaderamente agotada —digo.

—Concédele el capricho a tu benefactor durante un ratito más —responde él, y se acaricia el doblez de los pantalones con un dedo.

Sabe que esta noche emiten la entrevista de Nick, así que se marcha y regresa con todas mis comidas favoritas: queso manchego, trufas de chocolate y una botella bien fría de Sancerre. Con un irónico alzamiento de cejas, incluso me tiende una bolsa de Fritos sabor queso y chili. Me enganché a ellos siendo Amy Ozark. Desi sirve el vino. Tenemos un acuerdo tácito para no entrar en detalles sobre el bebé, los dos conocemos el historial de abortos en mi familia, lo terrible que sería para mí hablar del tema.

—Me resultará interesante escuchar lo que ese puerco tiene que decir en su defensa —dice él.

Desi raras veces pronuncia palabras como «hijoputa» o «cabronazo»; dice «puerco», que suena más venenoso en sus labios.

Una hora más tarde, hemos terminado la cena ligera que ha preparado Desi y nos hemos bebido el vino que ha traído Desi. Me da un pedacito de queso y comparte una trufa conmigo. Me saca exactamente diez Fritos de la bolsa y luego la esconde. No le gusta el olor. Le ofende, dice. Pero lo que de verdad no le gusta es mi peso. Ahora estamos el uno junto al otro sobre el sofá, con una suave mantita sobre las piernas, porque Desi ha puesto el aire acondicionado a tope para que parezca octubre en julio. Creo que lo ha hecho para poder encender la chimenea y tener una excusa para juntarnos bajo la mantita; parece tener una visión otoñal de nosotros dos. Incluso me ha traído un regalo —un suéter de cuello vuelto de un violeta jaspeado para que me lo ponga— y me doy cuenta de que conjunta tanto con la manta como con el jersey verde oscuro de Desi.

—¿Sabes? Durante todas las eras, hombres patéticos han abusado de las mujeres fuertes que amenazan su masculinidad —está diciendo Desi—. Sus psiques son tan frágiles que necesitan ejercer ese control…

Yo estoy pensando en otro tipo de control. Estoy pensando en control disfrazado de preocupación: «Aquí tienes un suéter para protegerte del frío, querida, ahora póntelo y acomódate a mi visión».

Nick, al menos, no hacía esto. Nick me dejaba hacer lo que yo quisiera.

Solo quiero que Desi se siente quieto y callado. Está inquieto y nervioso, como si su rival se hallara en la habitación con nosotros.

—Chsss… —digo mientras mi hermoso rostro aparece en la pantalla, seguido de otra foto y otra, como hojas que caen, un collage de Amy.

—Era la chica que todas las chicas deseaban ser —dice Sharon en off—. Hermosa, brillante, una inspiración… y muy rica.

»Él era el chico que todos los hombres admiraban…

—Yo no —masculla Desi.

—… atractivo, divertido, perspicaz y encantador.

»Pero el pasado cinco de julio, su mundo aparentemente perfecto se vino abajo cuando Amy Elliott Dunne desapareció el día de su quinto aniversario de boda.

En episodios anteriores… Fotos mías, de Andie, de Nick. Fotos de banco de imágenes de un test de embarazo y de facturas sin pagar. Lo cierto es que hice un buen trabajo. Es como pintar un mural, retroceder unos pasos y pensar: «Perfecto».

—Ahora, en exclusiva, Nick Dunne rompe su silencio, no solo sobre la desaparición de su esposa sino sobre su infidelidad y todos esos rumores.

Experimento un pequeño hormigueo de afecto hacia Nick porque lleva puesta mi corbata favorita entre todas las que le compré, una que a él le parece —o parecía— demasiado femenina y colorida. Es de un morado pavo real que hace que sus ojos parezcan casi violeta. En el transcurso del último mes ha perdido su panza de gilipollas satisfecho: la barriga ha desaparecido, la hinchazón de su rostro se ha desvanecido, hasta el hoyuelo del mentón parece menos marcado. Lleva el pelo arreglado, pero no corto. A la cabeza me viene la imagen de Go recortándoselo con unas tijeras justo antes de sentarse frente a las cámaras, adoptando el papel de Mamá Mo, desviviéndose por acicalarlo, limpiándole alguna mancha del mentón con un pulgar mojado en saliva. Nick lleva mi corbata y, cuando levanta la mano para gesticular, veo que lleva mi reloj, el Bulova Spaceview de colección que le regalé por su trigésimo tercer cumpleaños, que nunca se ponía porque «no era su estilo» a pesar de que era completamente su estilo.

—Se le ve muy peripuesto para tratarse de un hombre que cree que su esposa ha desaparecido —arremete Desi—. Me alegra ver que no se ha saltado la manicura.

—Nick nunca se haría la manicura —digo, mirando de reojo las cuidadísimas uñas de Desi.

—Entremos directamente en materia, Nick —dice Sharon—. ¿Ha tenido algo que ver con la desaparición de su esposa?

—No. No. En absoluto, cien veces no —dice Nick, manteniendo un bien entrenado contacto visual—. Pero permite que te diga, Sharon, que eso no me convierte ni mucho menos en inocente ni en un buen marido, ni me absuelve de culpa. Si no estuviera tan asustado por Amy, diría que esto ha sido beneficioso, en cierto modo. Su desaparición…

—Perdóneme, Nick, pero creo que a mucha gente le va a costar creer que acabe de decir eso estando su mujer desaparecida.

—Es la sensación más espantosa y terrible del mundo, y mi mayor deseo ahora mismo es que Amy vuelva. Lo único que pretendo decir es que esta situación ha servido para abrirme los ojos de una manera brutal. Resulta odioso pensar que eres un hombre tan horrible que vas a necesitar algo como esto para sacarte de tu espiral de egoísmo y darte cuenta de que eres el cabrón más afortunado del mundo. O sea, tenía a esta mujer que era mi igual… que era mejor que yo en todos los sentidos, y permití que mis inseguridades, por haberme quedado sin trabajo, por no ser capaz de mantener a mi familia, por envejecer, empañaran todo eso.

—Oh, por favor —empieza a decir Desi y le chisto.

Para Nick, admitir frente al mundo que no es un buen tipo es como una pequeña muerte, y no de la variedad petite mort.

—Y, Sharon, permíteme que lo diga. Permíteme que lo diga ahora mismo: le fui infiel a mi esposa. Le falté al respeto. No quería ser el hombre en el que me había convertido, pero en vez de esforzarme por mejorar, tomé la vía fácil. Engañé a mi esposa con una joven que apenas me conocía. Para poder fingir que seguía siendo un hombre. Poder fingir que era el hombre que quería ser: listo, seguro de sí mismo, un triunfador. Esa joven no me había visto llorar escondido tras una toalla en el cuarto de baño en mitad de la noche tras haber perdido mi trabajo. No conocía todas mis manías y carencias. Fui un estúpido que pensaba que, si no era perfecto, mi esposa no me amaría. Quería ser el héroe de Amy y cuando perdí mi trabajo perdí el respeto por mí mismo. Ya no podía seguir siendo ese héroe. Sharon, sé distinguir lo que está bien de lo que está mal. Y simplemente… hice mal.

—¿Qué le diría a su esposa, en caso de que estuviese ahí fuera, en caso de que pudiera verle y oírle esta noche?

—Le diría: Amy, te quiero. Eres la mejor mujer que he conocido en mi vida. Eres más de lo que merezco y, si regresas, dedicaré el resto de mi vida a compensarte. Encontraremos un modo de dejar todo este horror atrás y seré el mejor hombre del mundo para ti. Por favor, vuelve a casa conmigo, Amy.

Solo por un instante, se coloca la punta del dedo índice en el hoyuelo del mentón, nuestro viejo código secreto, el que desarrollamos en los buenos tiempos para jurar que no nos estábamos quedando con el otro: ese vestido te queda realmente bien, ese artículo está maravillosamente escrito. «Estoy siendo absolutamente sincero; te protejo las espaldas y no se me ocurriría joderte».

Desi se cruza por delante de mí alargando la mano hacia el Sancerre para interrumpir mi contacto visual con la pantalla.

—¿Más vino, cielo? —dice.

—Chsss…

Desi pausa el programa.

—Amy, eres una mujer de buen corazón. Sé que eres susceptible a las… súplicas. Pero todo lo que está diciendo son mentiras.

Nick está diciendo exactamente lo que quiero oír. Por fin.

Desi se vuelve para mirarme cara a cara, obstruyéndome por completo la vista.

—Nick está montando el número. Quiere parecer un buen tipo arrepentido. Reconozco que está haciendo un trabajo de primera. Pero no es real. Ni siquiera ha mencionado las palizas, las violaciones. No entiendo qué tipo de influencia ejerce este tipo sobre ti. Debe de ser un rollo síndrome de Estocolmo.

—Lo sé —digo. Sé exactamente lo que se supone que debo decirle a Desi—. Tienes razón. Tienes toda la razón. Hacía mucho que no me sentía tan segura y a salvo, Desi, pero aun así… Le veo y… Me estoy resistiendo todo lo posible, pero me hizo daño… durante años.

—A lo mejor no deberíamos seguir viéndolo —dice Desi, jugando con mi pelo, acercándose demasiado.

—No, déjalo —digo—. Es algo que debo afrontar. Contigo. Contigo puedo hacerlo. —Pongo mi mano sobre la suya.

«Ahora cierra la puta boca».

«Solo deseo que Amy regrese a casa para poder pasar el resto de mi vida compensándola por esto, tratándola como se merece».

Nick me perdona: «Te puteé, me puteaste, reconciliémonos». ¿Y si su código es cierto? Nick quiere que vuelva. Nick quiere que vuelva para poder tratarme bien. Para poder pasar el resto de su vida tratándome como debería. Suena bastante entrañable. Podríamos regresar a Nueva York. Las ventas de los libros de La Asombrosa Amy se han disparado desde mi desaparición; tres generaciones de lectores han recordado lo mucho que me adoran. Mis codiciosos, estúpidos e irresponsables padres podrán devolverme al fin el fondo fiduciario. Con intereses.

Porque quiero recuperar mi antigua vida. O mi antigua vida con mi antiguo dinero y mi nuevo Nick. Nick Amor-Honor-y-Obediencia. Quizás ha aprendido la lección. Quizá será como lo fue al principio. Porque he estado soñando despierta. Atrapada en mi cabaña de las Ozark, atrapada en la mansión de Desi, he tenido mucho tiempo para soñar despierta y he estado soñando con Nick, tal como era en aquellos primeros tiempos. Pensaba que iba a soñar más veces que Nick era violado analmente en la cárcel, pero lo cierto es que últimamente no, no tanto. Pienso en aquellos primeros, primerísimos días, cuando nos quedábamos tumbados en la cama el uno junto al otro, carne desnuda sobre fresco algodón, y él se pasaba horas contemplándome, pasándome un dedo desde la barbilla hasta la oreja, haciendo que me retorciera con aquel ligero cosquilleo en el lóbulo, y después por todas las curvas cual concha marina de mi oreja hasta llegar a mi pelo; entonces me agarraba un mechón, tal como hizo la primera vez que nos besamos, y lo tensaba hasta extenderlo del todo y le daba dos tironcitos, muy suaves, como si estuviera tirando del cordón de una campanilla. Y decía: «Eres mejor que cualquier libro de cuentos, eres mejor que nada que cualquiera pudiera inventar».

Nick me ayudaba a poner los pies en la tierra. Nick no era como Desi, que me trae las cosas que deseo (tulipanes, vino) para obligarme a hacer las cosas que él desea que haga (amarle). Nick solo quería que fuese feliz, eso es todo, muy puro. A lo mejor confundí aquello con pereza. «Solo quiero que seas feliz, Amy». Cuántas veces me dijo eso mismo y lo interpreté como: «Solo quiero que seas feliz, Amy, porque así me darás menos trabajo». Pero a lo mejor fui injusta. Bueno, injusta no, simplemente estaba confundida. Ninguna de las personas a las que he amado habían carecido nunca de propósitos ulteriores. Así que, ¿cómo iba a saberlo?

Realmente es cierto. Ha sido necesario llegar a esta terrible situación para que los dos nos demos cuenta. Nick y yo encajamos bien juntos. Yo me paso un poco de largo y él se queda un poco corto. Yo soy un arbusto de erizadas espinas alimentadas por la excesiva atención de mis padres y él es un hombre con un millón de pequeñas punzadas paternales, y mis espinas encajan a la perfección en ellas.

Necesito volver a casa con él.