Faizal le dijo que el bajo ya no estaba a la venta; el rapero de Blackheath había pagado el préstamo y se lo había llevado. Griessel le dijo que ahora buscaba un reproductor de CD, nada lujoso, sólo algo para escuchar música en casa.
—¿De coche, portátil o para un equipo de alta fidelidad? —preguntó Faizal.
Griessel se lo pensó y dijo que portátil, pero con un buen bajo.
—¿Portátil con altavoces o portátil con auriculares? Los auriculares serían mejor en el apartamento. Faizal sacó un Sony Walkman.
—Éste es un D-NE siete-diez, también puede reproducir MP3, y tiene una programación de sesenta y cuatro pistas, pero lo más importante es que tiene un ecualizador y un amplificador de bajos, la calidad del sonido es impresionante, sargento. Unos auriculares magníficos. Además, por si acaso está en el baño y se cae en la bañera, es impermeable.
—¿Cuánto?
—Cuatrocientos, sargento.
—Jesús, LA, es un robo. Olvídalo.
—Sargento, es nuevo de trinca, un poco sucio de la tienda, sin un propietario anterior. Trescientos cincuenta.
Griessel sacó la cartera y le dio doscientos rands a Faizal.
—Piense en mis hijos, sargento —se lamentó el tendero—. Ellos también tienen que comer.
Se detuvo en la calle junto a su coche con su nuevo reproductor de CD en la mano y le entraron ganas de ir a casa, cerrar la puerta y escuchar la música que su hijo le había prestado.
Porque le iban a sacar del caso. Lo sabía. Era algo demasiado político como para tener al mando a un alcohólico. Demasiada presión. La imagen del Servicio. Pese a que él y otros dinosaurios como Matt Joubert hablaban del Cuerpo, ahora era el Servicio. El políticamente correcto, regulado por el procedimiento criminal, emasculado e impotente Servicio, donde un alcohólico ya no podía ser jefe del equipo de trabajo. Ni hablar de la puñetera protección constitucional de los derechos de los criminales. Así que ya podían apartarle, que ellos le dieran todo el enredo a algún otro, a algunos de los jóvenes turcos, y él miraría desde la barrera mientras se producía el caos.
Abrió la puerta del coche y entró. Abrió la caja del reproductor de CD, quitó la tapa de plástico y colocó las pilas. Se inclinó para sacar el CD de la guantera. Leyó los títulos en el reverso. Varios artistas que interpretaban canciones de Antón Goosen. No conocía casi a ninguno. Waterblommetjies. Señor, eso sí que te remontaba al pasado. ¿Veinte años? No. ¡Treinta! Treinta años atrás, Sonja Herholdt cantaba Waterblommetjies y todo el país la acompañaba. Entonces él también se había enamorado de Sonja. Un vago deseo adolescente. «Te-amaré-y-protegeré-y-te-serviré». Ella era tan… pura. Tan inocente. La amada del pueblo. La lady Di de los afrikáners antes de que el mundo conociese a la princesa Di. Con aquellos grandes ojos, la voz dulce y el pelo rubio que era tan… él no sabía cómo se llamaba el peinado, pero era «guay» en la década de los setenta, si es que algo podía ser «guay» por aquel entonces.
Él tenía dieciséis años. La pubertad en Parow. En aquel tiempo sólo pensaba en el sexo. No siempre en el hecho en sí, sino en cómo conseguirlo. Con las chicas de Parow en los años setenta era casi del todo imposible. Afrikáners de clase media, el puño de hierro de la Iglesia Reformada Holandesa y las chicas que no querían cometer los mismos errores que sus madres, así que lo mejor que un tipo podía conseguir era quizás una buena sesión de magreo en el fondo del cine. Si tenías suerte. Si podías atraer la atención de alguna. Así que había comenzado a tocar el bajo para conseguir su atención, porque no era un atleta ni un gigante académico, sólo era otro pequeño gilipollas con un montón de granos y una perpetua batalla con las reglas escolares para llevar el pelo largo.
En noveno, en una fiesta en un garaje, había una banda de cuatro hombres, tipos de su edad que eran de Rondebosch. Souties de habla inglesa, no muy buenos, el batería era bastante pésimo y el guitarra rítmica sólo conocía seis acordes. Pero a las chicas no les importaba. Vio cómo miraban a los miembros de la banda. Y él quería que le mirasen de la misma manera. Así que habló con el líder cuando la banda hizo un descanso. Le dijo que tocaba un poco de acústica y un poco de piano de oído, pero el tipo le respondió, búscate un bajo, tío, porque todos tocan la guitarra y la batería, pero es difícil encontrar un bajista.
Así que comenzó a pensárselo y le compró un bajo a precio tirado a un tipo del ejército en Goodwood porque tenía que cambiarle los aros al Ford Cortina. Se enseñó a sí mismo en su habitación, con la ayuda de un libro que compró en Bothners, en Voortrekker Road. Soñó y estuvo oído atento hasta que se enteró de que una banda en Bellville buscaba un bajista. Eran cinco: solista, ritmo, batería, órgano y bajo. Antes de que pudiese darse cuenta de lo que pasaba estaba en el escenario de la sala de actos de una escuela primaria y secundaria inglesa y tocaba la base de Stealin de Uriah Heep y cantó la puta canción: él, Benny puto Griessel, delante de las adolescentes con una camiseta que le iba pequeña y el corte de pelo afrikaans y cantó: «Llévame a través del agua, porque no tengo lugar donde esconderme, me he tirado a la hija del ranchero y estoy seguro de que eso hirió su orgullo», y todas le miraron, las chicas le miraron con aquellos ojos.
De todos estos esfuerzos sólo consiguió una única experiencia sexual mientras estaba en la escuela. Lo que no había sabido era que, mientras la banda tocaba, los chicos que bailaban llevaban ventaja. Cuando se acababa la fiesta, todas las chicas tenían que irse a casa. Pero a él le había dado la música. Las notas profundas que arrancaba de las cuerdas y que, a través del amplificador, resonaban por todo su cuerpo. El conocimiento de que su bajo era la base de toda la canción, la subestructura, el cimiento a partir del cual el guitarra solista podía desviarse o el organista improvisar, y siempre regresar a la firme base que daba Benny. Incluso a sabiendas de que nunca sería lo bastante bueno para convertirse en un profesional.
A diferencia del trabajo de policía. Supo desde el principio que era lo suyo. Aquel era el lugar donde se unían todas las conexiones, era así como estaba cableado su cerebro.
Ahora iban a sacarlo del caso de la assegai. Dejó el CD en el asiento y sacó el móvil, porque quería hablar con la psicóloga antes de que lo apartasen. Quería poner a prueba algunas de sus teorías antes de que lo quitasen de en medio.
Ella se reunió con Griessel en el Newport Deli, en Mouille Point, porque estaba «loca por el lugar». Ocuparon una de las mesas de la terraza.
Capitana Use Brody, Unidad de Investigación Psicológica, Crímenes Graves y Violentos, Jefatura Central, leyó en la tarjeta que ella le pasó por encima de la mesa. Era fumadora, una mujer en los treinta con una alianza matrimonial y el pelo negro corto.
—Ha tenido suerte —comentó Brody—. Me marcho esta noche. —Relajada, segura. Acostumbrada al mundo de los hombres en el que trabajaba.
Griessel la recordaba. Había asistido a un curso que ella había dado dos o tres años atrás. No lo mencionó porque no podía recordar lo sobrio que había estado.
Pidieron café. Ella pidió un pastel con chocolate por arriba y nueces debajo, con un resonante nombre italiano que él no entendió del todo.
—¿Sabe algo de los asesinatos del hombre de la assegai? —le preguntó.
—Por aquí no hablan de otra cosa, pero no tengo detalles. Oí que los medios mencionaron que podría ser una mujer.
—No puede ser una mujer. El arma, el modus operandi, todo…
—También hay otra razón.
—¿Oh?
—Ya llegaré a eso. Primero cuéntemelo todo.
Griessel se lo contó. Le gustó la atención con que escuchaba. Comenzó con Davids y acabó con Uniondale. Sabía que ella deseaba los detalles de la escena del crimen. Le relató todo lo que sabía. Pero se guardó dos cosas: la camioneta y el hecho de que el sospechoso podía ser negro.
—Ummm —dijo ella, e hizo girar el mechero una y otra vez en su mano derecha. Sus manos eran pequeñas. A él le hicieron pensar en las manos de una anciana. Había algunas canas entre el negro de las sienes.
—El hecho de que se enfrenta a ellos en sus propias casas es interesante. La primera deducción es que es inteligente. Por encima de la media. Decidido. Ordenado, organizado. Tiene agallas.
Griessel asintió. Estaba de acuerdo en la parte de las agallas, pero la inteligencia era una sorpresa.
—Será difícil determinar un grupo vocacional. No es un trabajador, es demasiado inteligente para serlo. Algo que le permite estar solo, y, por lo tanto, no necesita explicar cómo pasa su tiempo. Puede ir hasta Uniondale sin que nadie le haga preguntas. ¿Un vendedor? ¿Tiene su propio negocio? Tiene que estar en buen estado físico. Bastante fuerte.
La psicóloga sacó un cigarrillo de un paquete blanco con un cuadrado rojo y se lo puso en la boca. A Griessel le gustó su boca. Se preguntó qué efecto tendría en ella su trabajo. Utilizar el horror de la muerte para dibujar el cuadro mental del sospechoso, hasta que podía verle, con su trabajo y todo.
—Es blanco. Tres víctimas blancas en barrios blancos. Sería difícil si no fuese blanco. —Encendió el cigarrillo. «Exacto», pensó él.
—Diría que tiene unos treinta y tantos. —Dio una chupada al cigarrillo y sopló una larga pluma blanca en el aire. Aquí no soplaba el viento, porque la montaña paraba la corriente de aire del sudeste—. Pero lo que de verdad usted quiere saber es por qué utiliza una assegai. Y por qué mata a la gente.
Él se preguntó por qué era tan consciente de la boca. Desvió la mirada a un punto en la frente, para poder concentrarse.
—Creo que la assegai significa una de dos cosas. Está intentando convencerle de que no es blanco, para apartarlo del rastro. O está buscando la repercusión mediática. ¿Hay alguna indicación de que se haya puesto en contacto con los medios?
Griessel sacudió la cabeza.
—Entonces me inclinaré por la primera opción. Pero estoy adivinando.
—¿Por qué no les dispara sin más? Es lo que me pregunto.
—Creo que debe estar vinculado al por qué —respondió Brody, y le dio otra calada al cigarrillo. Era una manera masculina de fumar, probablemente porque siempre fumaba con hombres—. Está claro que no es porque sufrió abusos o fue agredido él mismo. En ese caso las víctimas y el modus operandi hubiesen sido diferentes. Hay otra razón para que sea un hombre. Cuando los hombres sufren daño, si son víctimas de abusos o agresiones, quieren hacer lo mismo a otros. Las mujeres son diferentes. Si alguien las maltrata cuando son pequeñas, después no lastiman a otras personas; se lastiman a sí mismas. Por lo tanto, no es una mujer. Si hubiese sido un hombre quien sufrió el daño, su objetivo hubiesen sido los niños. Pero éste va a por aquellos que hacen el daño. Es psicológicamente fuerte. Para mí tiene más sentido que un hijo de él haya sido víctima. O al menos un miembro cercano de su familia. Quizás una hermana o un hermano menor. Una venganza personal. Una venganza en estado puro. Son pocos. En nuestro país, por lo general, es un grupo con una dinámica muy especial.
—¿Qué pasa con la assegai?
—Debo admitir que la assegai me preocupa. Pensemos en las diferencias entre apuñalar y disparar. Apuñalar es mucho más personal. Intimo y directo. Eso encaja con una pérdida personal. Le hace sentir que él mismo se está cobrando la retribución. No hay distancia entre él y la víctima, no actúa en nombre de un grupo, se representa a sí mismo. Pero podría haberlo hecho con un puñal. Como es listo, sabe que un puñal puede ser engorroso. También menos efectivo. Quiere acabar rápido. No hay patología de demora en la escena. No deja mensajes. Quizá quiere intimidarlos con la assegai; porque es una herramienta para ganar un control inmediato, de forma que pueda hacer su trabajo y olvidarlo. Ahora estoy pensando libremente, porque no puedo estar segura. —Apagó la colilla en el pequeño cenicero de vidrio.
Griessel le dijo que también creía que el sospechoso era blanco. Que todavía lo creía, pese a que había pruebas de lo contrario. Le habló de Uniondale y del hecho de que la noticia del abuso al niño sólo había aparecido en el Rapport. La psicóloga apoyó la punta del dedo en las migas del pastel en el plato y las lamió. Lo hizo de nuevo. Se preguntó si ella sabía que le hacía pensar en el sexo, y entonces se llevó una leve sorpresa al ver que estaba pensando en el sexo y acabó por decir:
—Si es negro, tiene un problema mucho mayor.
El dedo fue por tercera vez al plato, luego a la boca y él le miró de nuevo la boca. Un colmillo, sólo uno, estaba un tanto desviado hacia adentro.
—También me gustaría poner más indicadores en inteligencia y motivación. Proyectaría otra luz sobre la assegai. Ahora podemos comenzar a hablar de simbolismos, de valores tradicionales y justicia tradicional. Es sofisticado, se siente a gusto en un entorno ciudadano. No es un chico del campo; es necesaria mucha habilidad para ejecutar a tres víctimas blancas en barrios blancos sin ser visto. Lee periódicos afrikaans. Es consciente de la investigación policial. Por eso es probable que fuese a Uniondale. Para dividir la atención. No debería subestimarle.
—Si es negro.
Ella asintió.
—Improbable, pero no imposible. —Consultó su reloj—. Tengo que acabar —dijo y abrió el bolso.
Él se apresuró a hablarle de Sangrenegra y le preguntó si creía que la emboscada daría resultado.
Brody sujetó el bolso.
—Hubiese sido mejor montar su trampa fuera de Ciudad del Cabo. Aquí siente la presión.
—Invito yo —dijo Griessel—. ¿Pero vendrá?
La psicóloga sacó un billete de diez rands.
—Pago la mitad —dijo y dejó el dinero debajo del plato con la cuenta—. Vendrá. Si juega bien sus cartas con los medios, él vendrá.
Condujo a lo largo de la costa, porque quería ir de nuevo a Camp’s Bay. Vio las nuevas urbanizaciones en el frente marítimo de Green Point. Grandes bloques de pisos en construcción, con carteles que representaban románticamente el producto acabado. Desde un millón cuatrocientos mil rands. Se preguntó si conseguirían revivir esta parte de la ciudad. ¿Qué harían con los vagabundos que vivían en las chabolas cercanas? ¿Qué pasaría con los viejos edificios en ruinas, con la pintura desconchada en largas tiras y las habitaciones que se alquilaban por horas?
Esto le hizo pensar en Christine van Rooyen y si él debería decirle lo que planeaba, pero tendría que escoger sus palabras con mucho cuidado.
Pasó a lo largo de la ruta costera a través de Sea Point. Se veía mucho mejor allí, junto al mar. Pero sabía que era un frente falso; que tierra adentro había erosión y decadencia, rincones oscuros y callejones sucios. Se detuvo ante un semáforo y vio los andamios del edificio que daba al mar. Se preguntó quién ganaría esa batalla. Era Europa contra África. Ingleses y alemanes ricos contra redes de narcotráfico nigerianas y somalíes, los sudafricanos marginados como espectadores. Dependía de cuánto dinero invirtieran. Si era suficiente, ganaría el dinero y los delincuentes encontrarían otro lugar, en los suburbios del sur, pensó. O en Cape Flats.
El dinero debía ganar, porque la vista era preciosa. Era lo que conseguía el dinero. Reservaba lo más hermoso para los ricos, y apartaba a los policías para mandarlos a Brackenfell.
En la rotonda giró a la izquierda hacia Queens, después a la derecha en Victoria, siempre a lo largo del mar, a través de Bantry Bay. Un Maserati, un Porsche y un BMW X5 estaban aparcados delante de un edificio de apartamentos. Nunca se había sentido cómodo allí. Era otro país.
Clifton. Una mujer y dos niños cruzaban la carretera. Ella llevaba un gran bolso de playa y una sombrilla plegada. Vestía un bikini y un pareo alrededor de las caderas, pero se le abría. Era alta y bonita, el largo pelo castaño hasta casi la cintura. Ella miró carretera abajo, más allá de él. Él era invisible en su coche de policía de clase media.
Continuó hasta donde Lower Kloss Street giraba a la izquierda y después tomó la carretera que iba por detrás, a Round House. Condujo arriba y abajo tres veces e intentó evaluarla como lo haría el hombre de la assegai. No podía aparcar allí, estaba demasiado al descubierto. Tendría que andar un buen trecho, quizá por arriba, desde el lado de Signal Hill Road. O por abajo. De tal forma que, después de acabar con Sangrenegra, pudiera escapar colina abajo.
¿Podría decidir no venir entre la vegetación? ¿Se arriesgaría por la calle?
«Tiene agallas», había dicho Use Brody. Tiene agallas y es inteligente.
Llamó a Bushy Bezuidenhout y le preguntó dónde estaba. Bezuidenhout le respondió que habían encontrado una casa opuesta en diagonal a la de Sangrenegra. Pertenecía a un italiano que vivía en el extranjero. Habían conseguido las llaves del agente inmobiliario. No podían fumar en la casa. Griessel dijo que iba de camino.
Su móvil sonó casi de inmediato.
—Griessel.
—Benny, soy John Afrika.
El comisionado.
Joder, pensó.