29

A las seis y media de la mañana siguiente caminó hasta el embalse y comprendió que la sensación era vagamente familiar, aunque aún no la reconocía. Primero miró la montaña. Luego el mar. Oyó los pájaros y pensó en que había sobrevivido una día más sin alcohol. Pero la noche anterior había estado a punto de caer.

«¿Qué pasa conmigo, Doc?», le había preguntado a Barkhuizen, llevado por la desesperación. Porque necesitaba saber la causa. La raíz del mal.

El médico había hablado de la química, los genes y las circunstancias. Largas y sencillas explicaciones con las que Barkhuizen intentaba calmarlo. La opresión y la terrible ansiedad poco a poco fueron desapareciendo. Al final de la charla el doctor le dijo que no importaba de dónde viniese. Lo importante era adonde iría a partir de aquí, y eso era la verdad. Pero cuando Griessel se acostó en la cama con una tremenda sensación de cansancio, aún buscaba, porque no podía luchar contra algo que no comprendía.

Quería volver al origen, quería recordar cómo eran las cosas cuando comenzó a beber. El sueño le dominó antes de llegar a ese punto.

Se despertó a las cinco de la mañana, fresco y descansado, con la mente llena de ideas y planes para encarar el caso del hombre de la assegai. Lo sacó de la cama, lo llevó al parque en pantalón corto y camiseta y sintió de nuevo aquel placer. La mañana y la vista que sólo le pertenecían a él.

«Mi nombre es Benny Griessel, soy un alcohólico, y éste es el noveno día que no bebo», le dijo en voz alta al mundo en general. Pero no era la razón por la que sentía aquella urgencia. Sólo cuando iba de camino al trabajo comprendió qué era. Sacudió la cabeza porque era como una voz del pasado, un amigo olvidado. Hoy comenzaba la carrera. Estaba a punto de comenzar la búsqueda. Fue el primer cosquilleo de la adrenalina, la expectativa, un último y breve silencio antes de la tormenta. Lo que le sorprendió más fue lo ansioso que estaba por ponerse manos a la obra.

Matt Joubert informó a los detectives en la reunión de la mañana que Griessel dirigiría el caso de la assegai y, entre los tibios aplausos, oyó a los bromistas decir: «La brigada Ginebra y Coca-Cola» y «O sea que en realidad no le vamos a pillar».

Joubert levantó una mano para pedir silencio.

—Los detectives que le ayudarán son Bushy Bezuidenhout, Vaughn Cupido y Jamie Keyter.

«Fantástico», pensó Griessel. «Ahora contaba con el chapucero, el fanfarrón y el detective útil a medias. ¿Dónde coño estaban los buenos?». Sin pretenderlo, hizo un inventario. Sólo Matt Joubert y él eran los que quedaban de los viejos tiempos. Joubert era al menos el oficial al mando, el superintendente superior. El resto eran nuevos. Y jóvenes. Él era el único inspector con más de cuarenta.

—Esta mañana, el comisionado sacará a cuatro personas de la unidad de Violencia Doméstica y a diez agentes uniformados de la península para ayudar en la búsqueda —continuó Joubert. Aquí y allá se escucharon silbidos. La presión política debía ser intensa porque era un equipo grande—. Utilizarán la vieja sala de conferencias del bloque B como centro de operaciones. Algunos de ustedes guardan cosas allí; por favor, sáquenlas inmediatamente después de esta reunión. Préstenle a Benny y a su equipo toda la colaboración que puedan. ¿Benny?

Griessel se levantó.

«Borracho, pero se aguanta», dijo alguien por lo bajo. Unas risas ahogadas. Había un aire de expectativa en la sala, como si supiesen que iba a quedar como un tonto.

«Que les follen», pensó. Él resolvía asesinatos cuando ellos investigaban cómo copiar en el examen de ciencias sin que les pillasen.

Al principio sólo se quedó de pie, hasta que se hizo el silencio absoluto.

—La mayor y principal razón por la que discutimos los casos en la reunión de la mañana es porque treinta cabezas son mejor que una —comenzó—. Quiero explicarles cómo vamos a abordar este caso. Para que puedan destrozar mi argumento. Hacer mejores sugerencias. Todas las ideas son bienvenidas.

Vio que había captado su atención. Se preguntó por un instante si estaban asombrados porque había conseguido hilar cinco frases seguidas.

—La mala noticia es la similitud entre los asesinatos del ejecutor de la assegai y los asesinatos en serie. Las víctimas son, creo, desconocidas para el asesino. La selección de las víctimas es relativamente imprevisible. El motivo no tiene nada de convencional y, aunque podamos especular al respecto, sigue siendo hasta cierto punto poco claro. No sé cuántos de ustedes recuerdan los asesinatos de la cinta roja cometidos hace seis años: once prostitutas asesinadas en un período de tres años. La mayoría era de Sea Point, el arma asesina era un puñal, y todos los cuerpos fueron encontrados con los pechos y los genitales mutilados y una cinta roja alrededor del cuello. Entonces tuvimos el mismo problema. La elección de víctimas estaba limitada a una categoría específica, el motivo era psicológico, sexual y previsible, y el arma asesina, la misma. Pudimos hacer un perfil, pero no lo bastante definitivo como para identificar a un sospechoso.

»En este caso sabemos que elige a personas que han abusado de niños o que los han asesinado. Ésta es nuestra categoría, sin importar la raza o el género. A partir de ahí, más o menos podemos deducir el motivo. El arma elegida es una assegai que se utiliza para una única y mortal puñalada. Los psicólogos nos dirán que eso indica un asesino muy organizado, un hombre con una misión. Pero vamos a centrarnos en las diferencias entre el típico asesino en serie y nuestro hombre de la assegai. No mutila a las víctimas. No hay insinuaciones sexuales. La única herida es profunda. Una terrible penetración… Hay furia, ¿pero dónde se origina? La única conclusión razonable es que nos enfrentamos a la venganza. ¿Fue víctima de abusos cuando era un niño? Creo que es una posibilidad muy importante. Encaja. Si ése es el motivo, tenemos un problema. ¿Cómo rastreas a este sospechoso? Sin embargo, hay otra posibilidad. Quizá perdió a un hijo como consecuencia de algún crimen. Quizás el sistema le decepcionó. Tenemos que hurgar en el caso del bebé que fue violado por Enver Davids. ¿Es un padre que busca venganza? Las familias de los niños de los que abusó Pretorius. Pero es posible que no se viese afectado directamente por ninguno de estos delitos.

»En lo que respecta a su raza, no nos debemos dejar cegar por la assegai. Puede ser un intento deliberado para confundirnos. Es el hombre que encontró a Davids en un vecindario negro con la misma facilidad con que entró en la casa de Pretorius en un barrio blanco a primera hora de la noche. Debemos mantener nuestras opciones abiertas. Pero juro que la assegai significa algo. Algo importante. ¿Algún comentario?

Nadie se movió y siguieron escuchando en el más absoluto silencio.

—Podemos abordar este tema desde cuatro perspectivas. La primera es descubrir si podemos identificar a cualquier sospechoso cercano a las víctimas infantiles. La segunda es buscar en todos los delitos contra niños que continúan abiertos. Debemos comenzar en Western Cape, dado que es donde actúa. Si no encontramos nada, debemos ampliar la búsqueda. Es un proceso largo, lo sé. Una aguja en un pajar. Pero se debe hacer. La tercera es el arma asesina. Sabemos que es la típica assegai zulú. Sabemos que fue hecha a mano a la manera tradicional, lo más probable durante el año pasado o poco más. Eso significa que quizá podamos precisar dónde se fabricó. Cómo se distribuyó y vendió. ¿Pero por qué alguien escoge una assegai? También hablaremos con los psicólogos forenses. ¿Todos me siguen hasta ahora?

Vio que Bushy Bezuidenhout y Matt Joubert asentían. Los demás continuaron mirándole en silencio.

—El problema de tres de estas estrategias es que sólo son especulaciones. Debemos seguirlas y confiar en que produzcan resultados, pero no hay garantías. También llevarán tiempo, la única cosa que no tenemos. Los medios están que trinan y hay connotaciones políticas… Por eso quiero intentar una cuarta aproximación. Aquí es donde necesito su ayuda. La pregunta que me hago es cómo selecciona a la víctima. Creo que sólo puede haber dos métodos: o él es parte del sistema, o lo ve en los medios. Las tres víctimas aparecieron en las noticias. Davids cuando fue dejado en libertad, Pretorius cuando estuvo en el juzgado y Laurens cuando fue arrestada. Por lo tanto, puede ser parte del sistema de justicia, un policía, un fiscal, un alguacil o algo así —se movieron por primera vez desde que había comenzado a hablar— o es un miembro del público con tiempo para leer los periódicos o ver las noticias en la tele. Es lo más probable. Pero de una manera u otra, así vamos a pillarlo. Quiero conocer cualquier delito grave contra niños que se cometa en los próximos días. Queremos algo que podamos comunicar a los medios como noticia de primera plana. Queremos algo que consiga estar en boca de todos.

La voz de Jamie Keyter llegó desde algún lugar cercano a la pared.

—¿Quieres tenderle una trampa, Benny?

—Correcto. Queremos cazarlo en una trampa.

—Superintendente —dijo Bushy Bezuidenhout—, hay algo que quiero que todos sepan desde el principio.

Griessel, Keyter, Bezuidenhout y Cupido estaban sentados en el despacho de Joubert mientras esperaban que vaciasen la sala de conferencias.

—Adelante, Bushy —dijo Joubert.

—Yo no tengo ningún problema con este tipo.

—¿Te refieres al hombre de la assegai?

—Así es.

—No estoy muy seguro de entenderte, Bushy.

—Benny dice que es como un asesino en serie. Yo no lo veo así. Este tipo está haciendo lo que tendríamos que haber hecho hace tiempo. Y es pillar a todos esos malvados cabrones que les hacen cosas a los chicos y colgarlos del cuello. Jesús, superintendente, yo trabajé en el caso de Davids. Lester Mtetwa y yo lloramos junto al cadáver de aquel bebé. Cuando arrestamos a Davids tuve que sujetar a Lester, porque quería volarle la cabeza a la puta bestia, de lo cabreado que estaba.

—Lo entiendo, Bushy. Todos nos sentimos así. Pero la gran pregunta es: ¿te impedirá, esto, hacer tu trabajo? ¿Detenerlo?

—Haré todo lo posible.

—¿Benny?

No podía permitirse perder a Bezuidenhout.

—Bushy, todo lo que te pido es que, si crees que hay algo que no puedas hacer, me lo digas.

—Vale.

—No sé cuál es tu problema —le comentó Keyter a Bezuidenhout.

—Jamie —dijo Griessel.

—¿Qué? Lo único que dije fue…

—Estoy de acuerdo —manifestó Cupido—. Es un asesino. Final de la historia.

—A ver —dijo Bezuidenhout—. Todavía os estáis soplando los mocos y queréis que…

—¡Bushy! Déjalo. —Griessel se volvió hacia Cupido y Keyter—. Cada uno tiene derecho a sentir lo que quiera. Mientras no afecte a la investigación, nos respetaremos los unos a los otros. ¿Está claro? No quiero problemas.

Asintieron, pero sin convicción.

—Ya que hablamos de problemas —dijo Joubert. Las cabezas se volvieron hacia él—. La trampa, Benny…

—Lo sé. Es un riesgo.

—No quiero otro episodio como el de Woolworths, Benny. No quiero personas en el hospital. No quiero ver a ningún civil en peligro. Si hay la más mínima posibilidad de que se convierta en un fiasco, olvídalo. Quiero que me des tu palabra.

—La tienes.

Keyter le dijo que había sido el inspector Tim Ngubane quien había investigado el asesinato de Cheryl Bothma. Griessel encontró a Ngubane en la cafetería.

—Tim, necesito tu ayuda.

—Un discurso impresionante el de esta mañana, Benny.

—Oh, yo…

—Tienes todos los ángulos cubiertos.

—Eso espero.

—¿Qué puedo hacer por ti?

—La niña Bothma.

—Sí.

—Tú te ocupaste del caso.

—Anwar y yo.

—¿Un caso fácil?

—Abrir y cerrar. Cuando llegamos allí, Laurens ya esperaba con las muñecas juntas, preparadas para las esposas. Lloraba a mares. «No pretendía hacerlo», esa clase de cosas.

—¿Ella lo admitió?

—Una confesión completa. Dijo que estaba borracha y que la niña no callaba y se mostraba desagradable, desobediente, una pesadilla. Que no hacía caso a su madre…

—Bothma.

—Sí, la madre. Entonces Laurens perdió el control. Cogió el taco de billar, en realidad quería pegarle a la niña en el culo, pero como estaba borracha…

—¿Las huellas digitales en el taco de billar?

—Sí.

—¿Sólo sus huellas?

—¿Qué estás diciendo, Benny?

—No estoy diciendo nada.

—Fue abrir y cerrar, Benny. Confesó, joder. ¿Qué más quieres?

—Tim, no quiero interferir. Sólo siento curiosidad. Me pareció que Bothma…

—No sólo es curiosidad. ¿Qué tienes que yo no sé?

—¿Hicisteis un análisis de sangre?

—¿Para buscar qué?

—Para buscar alcohol.

—¿Por qué coño iba a necesitar hacerlo? Olía a bebida. Confesó. Luego llegaron las huellas digitales y las del taco de billar eran las suyas. Eso es suficiente. ¿Cuál es tu historia?

—No tengo una historia, Key.

—Jodidos blancos —dijo Ngubane—. Creéis que sois los únicos que sois capaces de hacer el trabajo de detective.

—Tim, no tiene nada que ver con eso.

—Que te jodan, Benny. Claro que tiene que ver. —Ngubane se dio la vuelta y se alejó—. Al menos fui capaz de oler la bebida en su aliento. No todos en este edificio podrían haberlo hecho.

Desapareció por el pasillo.

Hacia las once el grupo de trabajo del caso de la assegai aún seguía esperando los ordenadores y los teléfonos, pero Griessel no podía esperar más. Reunió al equipo y comenzó a distribuir el trabajo. La detective de mayor rango de la unidad de Violencia Doméstica era una mujer de color, la capitana Helena Louw. La nombró jefe de grupo de la investigación de los casos anteriores donde las víctimas habían sido menores. Le dio a Bezuidenhout cinco agentes uniformados para que le ayudasen con la investigación de las dos primeras víctimas de la assegai. Se llevó a Cupido a un aparte y habló con él a fondo y seriamente sobre su responsabilidad para investigar los antecedentes de la assegai.

—Aunque tengas que volar a Durban, Vaughn, pero quiero saber de dónde viene. Conviértete en el mayor experto en assegais en la historia de la humanidad. ¿Lo entiendes?

—Lo entiendo.

—Muy bien. Ponte en marcha. —Luego alzó la voz para que todos pudiesen oírle—. Me moveré entre los equipos y verificaré muchas de las cosas yo mismo. Mi número de móvil está en la pizarra. Cualquier cosa, día o noche. Llamad.

Salió, bajó las escaleras. Oyó pasos detrás de él y supo quién era.

Keyter lo detuvo apenas pasada la puerta principal.

—Benny…

Griessel se detuvo.

—¿Qué pasa conmigo, Benny?

—¿Qué pasa contigo, Jamie?

—No tengo grupo.

—¿A qué te refieres?

—No me has dado nada que hacer.

—Pero no es necesario. Ya eres el enlace extraoficial con los medios, Jamie.

—Eh… no lo entiendo.

—Ya sabes a lo que me refiero, gilipollas. Hablaste con los periodistas a mi espalda. Eso significa que no puedo confiar en ti, Jaa-mie. Si tienes un problema conmigo, habla con el superintendente. Dile por qué no te he dado ningún trabajo.

—Es esa tía del Burger, Benny. La conozco desde aquel caso de la banda de ladrones de coches. Me llama a todas horas, Benny. Todo el día. Tú no sabes lo que es…

—No me digas que no sé lo que es. ¿Desde cuándo soy policía?

—No, lo que me refiero…

—Me importa un carajo lo que quieras decir, Jaa-mie. A mí sólo me fallas una vez. —Dio media vuelta y fue hacia su coche. Pensó en el autocontrol. No podía permitirse pegar a un colega.

Condujo a través de Durbanville y salió por Fisantekraal Road. Nunca podría entender por qué esta parte del Cabo era tan fea y sin viñedos. Higueras de Port Jackson, rooikrans y canelones de nuevas urbanizaciones. ¿Cómo demonios podía el Cabo encajar a tanta gente nueva? La red de carreteras ya estaba sobrecargada; había atascos desde la mañana hasta la noche.

Giró a la derecha en la R312, cruzó el puente de ferrocarril y se detuvo en una carretera de grava que giraba a la izquierda. Había un pequeño cartel pintado a mano que decía: Escuela de Equitación High Grove, 4 km. El hombre de la assegai tendría que haberlo visto en la oscuridad y comenzado a buscar un lugar para dejar su coche. ¿Hasta dónde estaba dispuesto a caminar?

Condujo a poca velocidad al tiempo que intentaba imaginarse que veía a una persona en la noche. No mucho. No había luces cercanas. Muchos obstáculos, acacias que crecían en densos y feos matorrales. Se detuvo un momento, sacó el móvil y llamó a Keyter.

—Sargento detective Jamie Keyter, de la unidad de Crímenes Graves y Violentos.

—¿De qué va todo eso, Jamie?

—Eh… hola, Benny —en un tono cauteloso—. Por si acaso.

—¿Por si acaso, qué?

—Oh… eh… ya sabes…

No lo sabía, pero lo dejó correr.

—¿Quieres ayudar, Jamie?

—Si, Benny. —Alerta.

—Llama a la Oficina Meteorológica del aeropuerto. Quiero saber en qué fase estaba la luna el viernes por la noche. Si estaba nublado o no. Sólo esa noche, digamos entre las doce y las cuatro.

—¿La fase de la luna?

—Si, Jamie. Luna llena, creciente… ¿comprendes?

—Vale, vale. Ya entiendo, Benny. Te llamo ahora mismo.

—Gracias, Jamie.

Había caminos laterales que llevaban a otras pequeñas fincas con nombres ridículos. Nido de Águila. Pero aquí un águila no se dejaría ver ni muerta. Altos de Sussex, pero era llano. Bellavista. Mejor dicho, vista repugnante. El Rancho de la Herradura de la Suerte. Y después Escuela de Equitación High Grove. Si hubiese sido él, habría pasado de largo la desviación. Hubiese seguido un poco más allá, quizá, para inspeccionar la zona. Luego daría la vuelta.

Eso fue lo que hizo. Casi un kilómetro más allá de la escuela la carretera terminaba en una verja. Se detuvo a veinte metros de la verja y se apeó del coche. El viento del sudeste le agitó el pelo. Había una vieja cantera pasada la verja, un lugar desierto, obviamente abandonado hacía mucho. La verja estaba cerrada con un candado.

Si hubiese sido él, habría aparcado aquí. No iba a querer dar la vuelta en el camino de entrada de High Grove. No, si nunca antes había estado allí. No sabías qué podías esperar, o quién te vería.

Sonó el móvil.

—Griessel.

—Soy Jamie, Benny. El tipo de la Oficina Meteorológica dijo que había luna creciente, Benny, y el cielo absolutamente despejado.

—Absolutamente despejado.

—Sí.

—Gracias, Jamie.

—¿Alguna cosa más que pueda hacer, Benny?

—Lameculos.

—Mantente alerta, Jamie. Sólo mantente alerta.

Una noche clara, la luz de la luna creciente. Lo suficiente para ver. Lo suficiente para mantener los faros apagados. Habría aparcado aquí. En algún lugar por aquí, dado que este tramo del camino no tenía tráfico, era un callejón sin salida. La carretera hasta la verja era demasiado dura como para que quedasen huellas. Pero tendría que haber dado la vuelta si había llegado hasta aquí. Griessel comenzó a caminar a lo largo de la cerca por el lado de la carretera de High Grove, buscando huellas en el margen arenoso. ¿Dónde habría aparcado? Quizás allí, donde los arbustos de acacia colgaban por encima de la cerca. Hierba blanca reseca y tierra arenosa junto a la cerca.

Entonces vio las huellas, dos vagas hileras de marcas de neumáticos. Y en un lugar, el inconfundible hueco donde un neumático había estado apoyado durante un rato.

¡Te pillé, cabrón!

Caminó con cuidado, fue construyendo una imagen en su mente. El hombre de la assegai había conducido hasta la verja de la cantera y había dado la vuelta. Entonces el coche debía estar encarado en la dirección del camino de entrada a High Grove. Veía los arbustos a la luz de la luna, incluso con los faros apagados. Dejó la carretera más o menos por aquí y se acercó a la cerca. Abrió la puerta y apoyó un pie en el suelo. Griessel buscó la pisada.

Nada. Demasiada hierba.

Se puso en cuclillas. No necesitaba más que una colilla de cigarrillo. Un pequeño rastro de saliva para la prueba de ADN. Pero no había nada que encontrar, sólo un gordo insecto negro que se escabulló entre la hierba blanca.

Todavía en cuclillas, llamó a Keyter.

—Tengo otro trabajo para ti.