Puso la tetera en el fuego.
—Yo prepararé el café, papá —se ofreció Carla.
—Quiero hacerlo —respondió él. Luego—: Ni siquiera sé cómo tomas el café.
—Lo tomo con leche y sin azúcar, y Fritz se pone leche y tres terrones.
—¿Tres?
—Chicos —dijo ella y se encogió de hombros.
—¿Tienes novio?
—Más o menos.
—¿Ah, sí?
—Hay un chico…
—¿Te va la leche en polvo?
Ella asintió.
—Se llama Sarel y sé que le gusto. Es muy guapo. Pero ahora mismo no quiero liarme demasiado, con los exámenes y todo lo demás.
Oía la voz de Anna en la de su hija, la entonación y la sabiduría.
—Eso es ser inteligente —comentó.
—Porque el año que viene quiero estudiar, papá.
—Eso está bien.
—Psicología.
¿Para analizar la mente de su padre?
—Quizá pueda conseguir una beca si lo hago bien, y por eso ahora mismo no quiero tener una relación. Pero mamá dice que ha ahorrado algo de dinero para nuestros estudios.
No sabía nada al respecto. Vertió el agua en las tazas, añadió la leche en polvo y el azúcar para Fritz.
—Quiero llevarle su café.
—No te preocupes por él, papá. No es más que el típico adolescente.
—Se está enfrentando al alcoholismo de su padre —dijo él, y subió las escaleras. Fritz estaba tumbado en la cama de Griessel con la foto en sus manos, la foto de ellos juntos, como una familia.
—Tres terrones —dijo.
Fritz no dijo nada. Griessel se sentó a los pies de la cama.
—Lo siento.
Fritz dejó la foto en el alféizar.
—No tiene importancia. —Se sentó y cogió la taza.
—Me disculpo por todo lo que te hice. A tu madre y a Carla.
Fritz miró el vapor que salía de la taza.
—¿Por qué, papá? ¿Por qué bebes?
—Estoy tratando de averiguarlo, Fritz.
—Dicen que es genético —comentó su hijo y probó con un cuidadoso sorbo la temperatura del líquido.
Jaime Keyter vestía una camisa deportiva y un ajustado pantalón caqui. Las mangas cortas de la camisa le iban pequeñas y se le subían por encima de los abultados bíceps. Estaba sentado en uno de los taburetes del mostrador del desayuno. Bebía café con dos terrones y leche, y miraba de vez en cuando a Carla mientras hablaba. A Griessel le ponía de los nervios.
—Fui a la casita, como una pequeña kaia, y no se podía ver nada, oír nada, sino el programa de televisión dentro, aquella con el loco kaffi… el negrata que reparte premios en lenguaje negrata, y llamé pero no me oyeron. Así que abrí la puerta y estaban allí sentados bebiendo. Los cuatro, con las copas en la mano. ¡Salud! Pero cuando me vieron, tendrías que haber visto cómo saltaron y no dejaban de decir señor esto y señor aquello. La casa estaba sucia y vacía. Los típicos negratas: no tienen nada, pero hay un televisor gigante en una esquina y cuatro negratas viviendo en la kaia, dos viejos y dos jóvenes. No sé cómo la gente puede vivir así. Y no quisieron hablar; se quedaron allí sentados, mirándome. Cuando hablaron, mintieron. La chica trabaja en la casa y no dijo más que: «La señorita Laurens era una buena patrona, era buena con todos nosotros». Están mintiendo, Benny, te lo aseguro. —Miró con intención a Carla, que estaba tumbada en el sofá.
—¿Les preguntaste por los ataques de ira?
—Les pregunté y me dijeron que no era verdad, que era una buena patrona y no dejaban de mirar la tele y espiar de reojo la botella de vino. No son más que una pandilla de borrachos. —Aún continuaba mirando a Carla.
—¿No vieron nada? —Griessel ya sabía cuál sería la respuesta.
—No vieron nada, no oyeron nada.
—El patólogo dice que fue la misma arma. La misma assegai de los asesinatos anteriores.
—Vale —dijo Keyter.
—¿Le preguntaste por Bothma? ¿Cómo es?
—Oh, no. Ya lo sabemos.
Lo dejó pasar. No quería decir nada delante de los chicos.
—¿Qué haces? —le preguntó Keyter a Carla.
—Estoy preparándome para los exámenes finales.
—Vale —dijo él—. Lo pillo…
—¿Qué? —preguntó ella.
—Si te doy un rand, me llamarás cuando acabes.
—Ni lo sueñes. ¿Se puede saber cuál es tu problema?
—¿Mi problema?
—¿Negratas? Sólo los racistas dicen cosas como ésas.
—No tengo ni un pelo de racista.
—Sí, vale.
Griessel había estado ensimismado en sus pensamientos. Se perdió el intercambio.
—Hazme un favor, Jamie.
—Vale, Benny.
—El expediente de Cheryl Bothma, la hija. Averigua quién se ocupa del caso…
—Creía que habías hablado con ellos ayer…
—Sólo hablé con los tipos que se encargan de los asesinatos del hombre de la assegai. Hablo del caso de la niña. Cuando arrestaron a Laurens.
—Lo pillo.
—Por favor.
—No, quiero decir que sé a cuál te refieres. ¿Pero para qué?
—Algo no está bien en este caso. No sé qué. Ayer Bothma…
—¿No dijo el patólogo que es el mismo tipo?
—No estoy hablando de Laurens. Hablo del asesinato de la niña.
—No es nuestro caso.
—Es nuestro trabajo.
—Es extraño —dijo Carla cuando por fin se libraron de Keyter.
—Es un drol —gritó Fritz desde lo alto de las escaleras.
—¡Fritz! —dijo Griessel.
—Podría utilizar una palabra más dura, papá.
—¿De dónde saca el dinero? —preguntó Carla.
—¿Qué dinero?
—¿No te has fijado, papá? La ropa. El polo. Los pantalones Daniel Hechter. Las Nike.
—¿Quién es Daniel Hechter?
—Está casado con Charlize Theron, papá —gritó Fritz desde el dormitorio—. Pero no es un asesino.
Por primera vez Carla se rio y entonces Griessel se rio con ella.
En el Ocean Basket, en Kloof Street, mientras esperaban la comida, Carla le preguntó por el caso Artemisa. Él sospechaba que era su manera de evitar los silencios. De pronto, en mitad de la conversación, le preguntó:
—¿Por qué te hiciste policía, papá?
Él no tenía una respuesta a mano. Titubeó y vio que Fritz apartaba la mirada de la revista. Comprendió que tenía que responder sin fallos.
—Porque es lo que soy.
Su hijo enarcó una ceja.
Griessel encogió los hombros.
—Siempre tuve claro que era un policía. No me preguntes por qué. Todos tenemos una visión de nosotros mismos. Así me veía a mí mismo.
—No me veo a mí mismo —señaló Fritz.
—Todavía eres joven.
—Tengo dieciséis.
—Ya llegará.
—No soy un policía. Tampoco voy a beber. Los policías beben.
—Todo el mundo bebe.
—Los policías beben más.
Dicho esto, se sumergió en su revista y ya no volvió a tomar parte en la conversación. Después de comer, Griessel le preguntó a Carla si conocía una canción en afrikaans que decía así: «’n Bokkie wat vanaand by kom le, sy kan mar le, ek is ’n loslappie». La chica que quiera acostarse conmigo esta noche, puede acostarse conmigo, estoy libre y soy fácil.
Ella aún continuaba apuntando con el pulgar a su hermano cuando Fritz, sin mirar, preguntó:
—¿Qué grabación?
—No lo sé, sólo la escuché la otra noche en la radio.
—¿Era una mezcla o toda la canción?
—Toda la canción.
—Kurt Darren —dijo Fritz.
Griessel no tenía ni idea de quién era Kurt Darren, pero no estaba dispuesto a admitirlo. No necesitaba otra broma de Charlize Theron.
—Kurt Darren necesita conseguirse un bajista decente —afirmó Griessel.
Algo cambió en el rostro de su hijo. Fue como si hubiese salido el sol.
—Sí, correcto, eso es, toda su mezcla está mal. Es una canción vieja, pero necesita rock. Theuns Jordaan lo hace mejor. Es el tipo que hace la mezcla con Loslappie, pero le asusta el bajo. Sólo hay un oke en afrikaans que sabe utilizar el bajo, pero no canta esa canción. Es una pena.
—¿Quién es?
—Antón Goosen.
—Sé quién es Antón Goosen —dijo Griessel con alivio—. ¿Es el tipo que cantaba aquello del carro?
—¿Un carro?
—Sí, ¿cuál era el nombre de la canción? ¿Kruidjie-roer-my-nie?
—Eso fue como hace cien años atrás, papá —comentó Fritz asombrado—. Goosen ya no canta esas cosas. Ahora hace rock. Tiene la Bushrock Band.
—Increíble.
—No, ¿sabes lo que es de verdad increíble, papá? El tipo que toca el bajo en la Bushrock Band es el mismo tipo que tocaba con Theuns Jordaan en su mezcla Loslappie. Y tiene a Antón L’Amour como solista, pero Dheuns no se aparta de lo que hace la mayoría. No está mal, pero no quiere hacer rock. No quiere darle marcha. Diff-Olie sí. Y…
—¿Diff-Olie?
—Sí. Y…
—¿Aceite para el Diferencial es el nombre de una banda?
—Con el debido respeto, ¿cuánto tiempo llevabas borracho, papá? Hay Diff-Olie, Kobus, Akkedis, Battery 9, Beeskraal y Valiant Swart y todos son cojonudos. Ahora hay toda clase de rock en afrikaans, desde heavy metal a country. Pero tienes que escuchar a Antón en vivo en algún concierto si quieres escuchar lo que es un bajo y el verdadero rock. A Antón le gusta el bajo fuerte, lo borda. El único problema con aquel concierto fue el público poco serio.
—¿El público poco serio?
—Sí. Le enseñará a Goosen a no tocar en el State Theatre. Interpretaron un rock de coña, y la gente en lugar de volverse loca, aplaudió. Te pregunto una cosa. No es un concierto escolar, es rock, pero le dedicaron aquellas ovaciones tan comedidas. Pretoria, tan poco seria.
—El señor Boere Mock —dijo Carla, y puso los ojos en blanco.
—Es mejor que esa basura de Leonard Coen que escuchas.
Griessel estaba a punto de formular un reproche cuando se echó a reír. No podía evitarlo y supo la razón: estaba en total acuerdo con su hijo.
Cuando dejó de reír, Fritz dijo, más para sí mismo que para Griessel:
—Es como me veo.
—¿Cómo?
—Bajista.
—Para Karen Zoid, supongo —dijo su hermana.
Él le hizo una mueca a Carla.
—Sólo los mal informados creen que ella sólo hace rock. Lees demasiado la revista You. Zoid es una reina de la balada, no una chica del rock. Pero es impresionante y eso es un hecho.
—Y tú estás tremendamente enamorado de ella.
—No —dijo Fritz con tono de pena—. Karen ya tiene un ligue. —Se volvió hacia su padre—: ¿A ti también te gusta el bajo, papá?
—Un poco —respondió Griessel—. Un poco.
Cloete telefoneó de nuevo cuando iban camino de Brackenfell.
—Creía que tenías un problema con los medios, Benny.
—¿Qué?
—Anoche. Entonces eran unos «buitres» y «que se vayan al demonio», y esta mañana veo que prefieres hablar con ellos directamente.
—¿De qué hablas?
—En la primera plana del Rapport, Benny. La puta primera página. «Una fuente cercana al veterano detective inspector Benny Griessel de la Unidad de Crímenes Graves y Violentos (CGV) dice que el equipo aún está investigando la posibilidad de que el vengador no sea el responsable del asesinato de Laurens». Sé que yo no dije eso.
—Jo… —Recordó que los chicos estaban en el coche—. No fui yo.
—Entonces tuvo que ser la chica fantasma de Uniondale.
—Te estoy diciendo que no fui yo… —Entonces guardó silencio porque supo quién había sido. Bíceps Keyter. Había sido él.
—No importa. La cuestión es que ahora quieren más, porque todos quieren una opinión. Incluso los políticos. El DT dice que la culpa es del ANC, el partido que está a favor de la pena de muerte dice que fue la voz del pueblo, y el Sunday Times hizo una encuesta y el setenta y dos por ciento de la nación afirma que el hombre de la assegai es un héroe.
—Jesús.
—Ahora los periódicos me están llamando como locos. Así que me dije, ya que tú estás haciendo mi trabajo, bien podrías encargarte de responder a las preguntas.
—Te lo he dicho, Cloete, no fui yo.
Cloete permaneció callado por un momento y después preguntó:
—¿Qué hay de nuevo?
—¿Desde ayer?
—Sí.
—Nada.
—Benny, tienes que darme algo. Esos tíos quieren sangre.
—Una cosa, Cloete, pero antes tienes que aclararlo con Matt Joubert.
Cloete no dijo nada.
—¿Me escuchas?
—Te escucho.
—Anoche estuvimos con el comisionado. El plan es poner en marcha mañana un grupo de trabajo. Traeremos gente de las comisarías.
—¿Para hacer qué?
—No voy a decírselo a la prensa.
—Eso es todo, Benny. Un equipo de trabajo. ¿Y qué?
—Habla con Joubert.
—Prefiero hablar con la fuente cercana al veterano detective inspector Benny Griessel —dijo Cloete, y colgó el teléfono.
—¿De qué iba eso? —preguntó Fritz desde el asiento trasero.
—Los medios —respondió Benny y suspiró.
—Son como una manada de fieras —afirmó Fritz.
—Buitres —dijo Griessel.
—Sí —asintió Fritz—. En cuanto ven un cadáver comienzan a sobrevolar.
Les dejó con su esposa cuando faltaban tres minutos para las seis.
—Espera un momento —le pidió Fritz y bajó del coche.
—Ha sido un día maravilloso, papá —dijo Carla y lo abrazó.
—Lo fue —contestó él.
—Adiós, papá. Te veré la semana que viene.
—Adiós, hija mía.
Ella se apeó del coche y entró en la casa. Fritz salió con un objeto en la mano. Se acercó a la ventanilla de Griessel y se lo ofreció.
Griessel lo cogió. Era un CD. Anton&Vrinne&die bushrock band. Antón y Vrinne y la Bushrock Band.
—Que lo disfrutes —dijo Fritz.
Su apartamento estaba en silencio. De pronto, vacío. Se sentó en el sofá donde se había sentado Carla. Dio vueltas y más vueltas al CD en sus manos. No tenía dónde escucharlo.
Necesitaba hacer algo. No podía quedarse allí sin más que oír el silencio. Tenía demasiados problemas en la cabeza.
¿Adónde habría ido Anna hoy? ¿Por qué se había vestido con tanto esmero? ¿Para qué?
¿Por qué Fritz creía que se iban a divorciar? ¿Había dicho algo ella? ¿Había hecho algún comentario? «Tu padre, de todas maneras no dejará de beber». ¿Era lo que su esposa creía?
Por supuesto que era lo que ella creía. ¿Qué si no, con sus antecedentes? Así que, si ella sabía cómo ponerle fin, ¿qué le impediría llenar el vacío? ¿Por qué no permitir que algún otro tipo más joven, guapo y sobrio la invitase a salir? ¿Qué más le permitiría hacer? ¿Qué más? ¿Hasta qué punto estaba hambrienta? Anna, que siempre decía: «Me gusta que me toquen». ¿Quién la estaba tocando ahora? Dios sabía que no era el veterano detective inspector Benny Gilipollas Griessel.
Se levantó del sofá, sus manos buscaban algo.
Qué día. Sus hijos. Sus maravillosos hijos. Que apenas conocía. Su hijo con los genes de bajista y palabras acusadoras. Carla, que había intentado con tanta desesperación fingir que todo era normal, que todo funcionaría bien. Como si su fuerza de voluntad pudiera mantenerlo sobrio, con sólo creerlo lo suficiente.
Nunca tuvimos un padre. Sólo un borracho que vivía con nosotros.
Mierda. El daño que había hecho. Le quemaba por dentro, todas las múltiples implicaciones. Le mordió por dentro y alzó la mirada y comprendió que estaba buscando una botella, sus manos temblaban por servir, su alma necesitada de la medicación para ese dolor. Sólo un trago para hacerlo mejor, para hacerlo controlable, y entonces comprendió que no tenía la menor oportunidad. Aquí estaba con toda la mierda de su vida ahogándole, la mierda que había creado el alcoholismo, y quería un trago. Sabía con absoluta certeza que, si hubiese habido una botella en el apartamento, la hubiese abierto. Ya había contado las posibilidades en su mente; dónde podía conseguir una copa, qué lugares seguían abiertos un domingo por la noche. Hizo un ruido en el fondo de la garganta y le dio un puntapié a una de sus nuevas sillas de segunda mano. ¿Qué coño tenía que le había convertido en semejante mierda? ¿Qué?
Buscó el móvil con manos temblorosas. Marcó el número y, cuando Barkhuizen respondió, sólo dijo:
—Jesús, Doc. Jesús.