Griessel, Keyter y los perros estaban en la sala de Elise Bothma. Keyter, con camisa blanca, vaqueros ajustados y unas flamantes zapatillas Nike azul brillante, formulaba las preguntas como si fuese el investigador principal.
—¿Qué raza de perro es ésa, señora? Parece un cruce de Pomerania, son los que ladran mucho por la noche, ¿no? Oí que los Pomerania de verdad ladran como locos… en éste parece haber algo de salchicha. ¿Dijo que oyó a los perros y que luego la señorita Laurens salió a mirar?
Era una mujer frágil. Tenía los ojos enrojecidos, su voz era suave y no esperaba la pregunta al final de la charla sobre perros.
—Sí —respondió. Estaba sentada, encorvada, y no levantó la cabeza. Sus dedos sujetaban un pañuelo. La habitación olía a perros y a té de rooibos.
—¿Sabe a qué hora fue? —preguntó Keyter.
Ella dijo algo, pero no la oyeron.
—Tendrá que hablar más fuerte. No oímos ni una palabra de lo que dice.
—Tuvo que ser poco antes de las dos —repitió Elise Bothma, y se echó hacia atrás, como si el esfuerzo hubiese sido demasiado grande.
—¿Pero no está segura? Ella sacudió la cabeza.
—¿Sabemos a qué hora llamó a la comisaría? —le preguntó Keyter a Griessel.
Él tuvo ganas de levantarse inmediatamente, llevarse al imbécil fuera y preguntarle qué coño se creía que era, pero ése no era el momento.
—Las dos y treinta y cinco —respondió Griessel.
—Vale —dijo Keyter—. Digamos que los perros comenzaron a ladrar poco antes de las dos y ella se levantó a mirar. ¿Llevó algo con ella? ¿Un arma? ¿Un taco de billar o algo así?
Bothma se estremeció y Griessel decidió que era lo último que podía soportar antes de llevarse a Keyter al exterior.
—Un revólver.
—¿Un revólver?
—Sí.
—¿Qué revólver?
—No lo sé. Era suyo.
—¿Dónde está el revólver ahora?
—No lo sé.
—¿Alguien encontró un revólver con el cadáver? Griessel sacudió la cabeza.
—¿Así que el revólver ha desaparecido?
Bothma asintió.
—¿Entonces fue cuando usted se levantó para ir a ver qué pasaba?
—No sé qué hora era.
—Pero ¿por qué salió? ¿Qué la impulsó?
—Tardaba demasiado. Se había ido hacía mucho.
—¿La encontró tumbada allí?
—Sí.
—¿Tal como la encontramos nosotros?
—Sí.
—¿Nada más?
—No.
—¿Entonces llamó a la comisaría?
—No.
—¿Ah, no?
—Al número de emergencias. Uno cero triple uno.
—¿Luego esperó en casa hasta que llegaron?
—Sí.
—Vale —dijo Keyter—. Vale. Ésa es la historia. —Se levantó—. Muchas gracias y lamento la pérdida y todo eso.
Elise hizo un ligero gesto de asentimiento con la cabeza, pero siguió sin mantener contacto visual.
Griessel se levantó y Keyter fue hacia la puerta. Se sorprendió cuando vio a Griessel que se sentaba en el sofá junto a la mujer. No volvió, pero permaneció en el umbral con aire impaciente.
—¿Cuánto tiempo llevaban juntas? —le preguntó Griessel con voz suave y mucha simpatía.
—Siete años —respondió Bothma, y apretó el pañuelo contra sus mejillas.
—¿Qué? —preguntó Keyter desde la puerta. Griessel le dirigió una mirada severa y se llevó un dedo a los labios. Keyter volvió para sentarse.
—Tenía mucho temperamento. —Una afirmación.
Bothma asintió.
—¿Algunas veces le hizo daño?
Otro asentimiento.
—¿Algunas veces hizo daño a su hija?
La cabeza dijo que sí y cayeron las lágrimas.
—¿Por qué se quedó?
—Porque no tengo nada.
Griessel esperó.
—¿Qué podía hacer? ¿Adónde podía ir? No tengo trabajo. Trabajaba para ella. Le llevaba la contabilidad. Cuidaba de nosotras. Nos daba de comer y nos vestía. Le enseñó a Cheryl a montar. La mayoría del tiempo era buena con ella. ¿Qué podía hacer?
—¿Se enfureció con ella por lo que le hizo a Cheryl?
Los flacos hombros se estremecieron.
—¿Pero se quedó?
Ella se llevó sus pequeñas manos al rostro y lloró. Griessel metió la mano en el bolsillo y sacó un pañuelo. Se lo ofreció. Pasó un rato antes de que ella lo viese.
—Gracias.
—Sé que es duro —dijo él. Ella asintió.
—Usted estaba muy furiosa con ella.
—Sí.
—Pensó en hacerle algo.
Bothma hizo una pausa antes de decir algo. En la alfombra, uno de los perros pastores se rascaba.
—Sí.
—¿Como apuñalarla con el cuchillo?
Bothma sacudió la cabeza para negar.
—¿El revólver?
Un gesto de asentimiento.
—¿Por qué no lo hizo?
—Ella lo escondió.
Benny esperó.
—Yo no la maté —añadió Elise Bothma y le miró. Él vio que tenía los ojos verdes—. No lo hice.
—Lo sé —asintió Griessel—. Era demasiado fuerte para usted.
Esperó a que Keyter estuviese en su coche, se acercó a la ventanilla y habló en voz baja, porque aún había otros polis en el patio.
—Quiero que entiendas algo absolutamente bien —dijo, y Keyter lo miró sorprendido.
—Número uno. No volverás a abrir la boca durante un interrogatorio, hasta que yo te dé permiso. ¿Lo entiendes?
—Jesús. ¿Qué hice?
—¿Lo entiendes?
—Vale, vale.
—Número dos. Yo no te pedí. Te enviaron. Con la orden de que debo enseñarte a ser un detective. Número tres. Para aprender, tienes que escuchar. ¿Lo entiendes?
—Soy un puto detective.
—¿Tú eres un puto detective? Dime, señor puto detective, ¿por dónde comienzas la investigación de un asesinato? ¿Cuál es el primer lugar en el que miras?
—Vale —dijo Keyter, a regañadientes.
—¿Vale qué, jaa-mie?
—Vale, lo entiendo.
—¿Entiendes, qué?
—Lo que dices.
—Dilo, Jaa-mie.
—¿Por qué insistes en llamarme Jaa-mie?
—Lo entiendo, ¿vale? Lo primero que haces es mirar cerca de la víctima. ¿Miraste allí?
Keyter no dijo nada, sujetó el volante en la posición de las once y dos.
—Tú no eres un grano en el culo de un detective. Dos años en la comisaría de Table View no dicen nada. Los asaltos y los robos de coches aquí no cuentan, Jaa-mie. Cierras la boca y escuchas y aprendes. O puedes ir ahora a Matt Joubert y decirle que no puedes trabajar conmigo.
—Vale —dijo Keyter.
—¿Vale, qué?
—Vale, no hablaré.
—Y aprenderás.
—Y aprenderé.
—Entonces ya puedes bajar del coche porque todavía no hemos terminado aquí. —Dio un paso atrás para dejar espacio a la puerta. Keyter se apeó del coche, cerró la puerta y cruzó los brazos sobre el pecho. Se apoyó en el coche.
—¿Estamos seguros de que ella no lo hizo? —preguntó Griessel.
Keyter se encogió de hombros. Cuando vio que no era suficiente, dijo «no» con mucha cautela.
—¿Oíste lo que dije ahí adentro?
—Sí.
—¿Crees que podría haberlo hecho?
—No.
—¿Pero quería?
—Sí.
—Ahora piensa, jaa-mie. Ponte en sus zapatos.
—¿Eh?
—Piensa en cómo pensaría ella —explicó Griessel, y reprimió el impulso de mirar al cielo.
Keyter separó los brazos y se apretó las sienes con los dedos.
Griessel esperó.
—Vale —dijo Keyter.
Griessel esperó.
—Vale, es demasiado pequeña para apuñalar a Laurens. —Miró a Griessel en busca de aprobación. Griessel asintió—. Tampoco pudo hacerse con el revólver.
—Así es.
Los dedos se apoyaron otra vez en las sienes.
—No, joder, no lo sé —dijo Keyter con un gesto furioso y se irguió.
—¿Cómo te sentirías? —preguntó Griessel, y la paciencia se arrastró por su voz como un lastre de plomo—. Tu hija está muerta. Es tu amante quien lo hizo. ¿Cómo te sentirías? Odiarías, Jamie. Estás sentada en la casa y odias. Ella está sentada en los calabozos de la policía y sabes que saldrá en libertad bajo fianza, en un momento u otro. Deseas poder aporrearla hasta matarla por lo que ha hecho. Te lo imaginas en tu cabeza, cómo le disparas, o la apuñalas. Entonces en la radio oyes sobre ese hombre que actúa por venganza contra las personas que hacen daño a los niños. O lo lees en el periódico. ¿Qué harías, Jamie? Lloras y confías. Deseas. Porque eres pequeño y débil y necesitas un superhéroe. Piensas: «¿Qué pasaría si viniese con su gran assegai?». Te gusta pensarlo. Pero la semana es muy larga, Jamie. Más tarde te preguntas: «¿Qué pasará si no viene?». Bothma dijo que el revólver estaba escondido. Así que diez a uno a que lo buscó. ¿Por qué, Jamie? Por si acaso el hombre de la assegai no venía. ¿Entonces cuál es el siguiente paso lógico? Buscas al hombre de la assegai. ¿Por dónde comienzas a buscar? ¿Dónde buscas a alguien que se la tiene jurada a Laurens tanto como tú? Porque ella tenía mucho carácter. Una mujer dura. ¿Dónde buscas?
—Vale —dijo Keyter y dio una patada a un montón de hierba con su zapatilla Nike—. Vale, lo entiendo. Buscas aquí, en la finca.
—Hay esperanzas para ti, Jamie.
—¿Los trabajadores?
—Así es. ¿Quién limpia las cuadras? ¿Quién distribuye la alfalfa? ¿A quién grita y maldice Laurens cuando llegan tarde al trabajo? ¿Quién haría un pequeño favor por quinientos rands?
—Lo entiendo.
—Quiero que vayas y hables, Jamie. Observa el lenguaje corporal, mira a los ojos. No hagas acusaciones. Sólo habla. Pregunta si vieron algo. Pregunta si Laurens era una patrona difícil. Sé simpático. Pregunta si han oído hablar del hombre de la assegai. Dales la oportunidad de que hablen. A veces hablan con facilidad y demasiado. Escucha, Jamie. Escucha con las dos orejas, los ojos y tu cabeza. En la investigación de un asesinato lo primero que haces es mirar desde cierta distancia, lo miras todo. Luego te acercas un paso y miras de nuevo. Otro paso. No te lanzas, acechas.
—Lo entiendo.
—Me voy a la oficina. Necesitamos los expedientes de los otros casos. Voy a pedirles a los investigadores que me lo cuenten todo de Davids y Pretorius. Avísame cuando hayas acabado, después vienes.
—De acuerdo, Benny.
—Agradecido.
—Vale —dijo él.
Se volvió para ir hacia su coche y pensó: «Joder, ahora también empiezo a hablar como él».