Barkhuizen, el doctor con las gafas gruesas, el pelo largo, esta vez peinado en una insolente coleta, se presentó de nuevo a la mañana siguiente cuando Griessel había acabado de engullir el desayuno sin entusiasmo ni apetito.
—Me alegra verle comer —comentó—. ¿Cómo se siente?
Griessel hizo un gesto que decía que no tenía importancia.
—¿Le resulta difícil comer?
Él asintió.
—¿Tiene náuseas?
—Algunas.
El doctor le alumbró los ojos con una luz.
—¿Dolor de cabeza?
—Sí.
Le puso el estetoscopio en el pecho y escuchó, con los dedos en el pulso de Griessel.
—Le he encontrado un lugar donde alojarse. Griessel no dijo nada.
—Tiene el corazón de un caballo, amigo mío. —Apartó el estetoscopio, se lo guardó en el bolsillo de la bata blanca y se sentó—. No es gran cosa. Un apartamento de soltero en Gardens, cocina y comedor abajo, unas escaleras de madera hasta el dormitorio. Ducha, lavabo e inodoro. Mil doscientos al mes. El edificio es antiguo pero limpio.
Griessel miró la pared opuesta.
—¿Lo quiere?
—No lo sé.
—¿Cómo es eso, Benny?
—Es que ahora sólo estoy furioso, Doc. Ahora me importa un carajo.
—¿Furioso con quién?
—Con todos. Mi esposa. Yo mismo. Usted.
—No olvide que está pasando por un período de duelo porque su amiga, la botella, ha muerto. La primera reacción es de furia contra alguien, debido a esa razón. Hay personas que se quedan atrapadas en la etapa de la furia durante años. Puede oírlas en Alcohólicos Anónimos, enfrentándose a todos y a todo, gritando y maldiciendo. Pero eso no ayuda. Después está la depresión. Va de la mano con la abstinencia. La falta de atención y la fatiga. Tiene que pasar por todas las etapas; tiene que pasar al otro lado de la abstinencia, más allá de la furia, para llegar a la resignación y la aceptación. Debe seguir con su vida.
—¿Qué puta vida?
—La que debe vivir para usted mismo. Tiene que encontrar algo para reemplazar a la bebida. Necesita un pasatiempo, ejercicio. Pero primero un día cada vez, Benny. Y sólo hemos estado hablando de mañana.
—Lo he jodido todo. Tengo una maleta de ropa, nada más.
—Su esposa ha dispuesto que le envíen una cama al apartamento, si quiere.
—¿Habló con ella?
—Lo hice. Quiere ayudar, Benny.
—¿Por qué no ha venido?
—Dijo que le había creído con demasiada facilidad la última vez. Que en esta ocasión quería mantenerse firme en su decisión. Que sólo le verá cuando esté curado del todo. Creo que es lo correcto.
—Lo han organizado todo de puta maravilla, ¿no?
—La Rooi Komplot, la gran conspiración. Todos en su contra. Contra usted y la botella. Es duro, lo sé, pero es un tipo duro, Benny. Puede soportarlo.
Griessel lo miró.
—Hablemos de su medicación —dijo Barkhuizen—. El medicamento que le quiero recetar…
—¿Por qué lo hizo, Doc?
—Porque el medicamento le ayudará.
—No, Doc. ¿Por qué se involucró? ¿Qué edad tiene?
—Sesenta y nueve.
—Joder, Doc, es la edad de la jubilación.
Barkhuizen sonrió y sus ojos se entrecerraron tras las gruesas gafas.
—Tengo una casa en la playa, en Witsand. Estuvimos retirados allí durante tres meses. Para entonces el jardín era precioso, la casa perfecta y los vecinos correctos. Entonces comencé a añorar la botella. Comprendí que no era lo que debía hacer.
—Así que volvió.
—Para hacerle la vida difícil a personas como usted. Griessel lo miró durante un buen rato, luego dijo:
—La medicación, Doc.
—Naltrexone. El nombre comercial es Re Via, no me pregunte por qué. Funciona. Hace que la abstinencia sea más fácil y no hay contraindicaciones graves, siempre que se mantenga en la dosis correcta. Pero hay una condición. Tiene que venir a verme una vez por semana durante los primeros tres meses y debe ir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos con regularidad. No es negociable. Es una proposición: la toma o la deja.
—La tomo. —No titubeó.
—¿Está seguro?
—Sí, Doc, estoy seguro. Pero quiero decirle algo, para que sepa en qué se está metiendo. —Se tocó la sien con el índice.
—Vale, dígame.
—Son los gritos, Doc. Quiero saber si el medicamento me ayudará con los gritos.
Los hijos del reverendo entraron para darle las buenas noches. Llamaron con discreción a la puerta y él titubeó en un primer momento. «Perdóneme un momento, por favor», dijo y llamó: «Adelante». Dos chicos adolescentes disfrazaron su curiosidad con esfuerzo. El mayor tendría diecisiete. Era alto, como su padre, y su cuerpo joven era fuerte. Su velocísima mirada le tomó la medida del pecho y la belleza de las piernas mientras estaba allí sentada. Vio el pañuelo en su mano y hubo una atención que ella reconoció.
—Buenas noches, papá —le dijeron uno tras otro y le besaron.
—Buenas noches, chicos. Que durmáis bien.
—Buenas noches, señora —dijo el más joven.
—Buenas noches —dijo el otro y, cuando su cabeza se volvió hacia su padre, la miró a los ojos con un interés bien claro. Ella comprendió que había visto su dolor e instintivamente las oportunidades que ofrecía, como un perro que ve despojos sanguinolentos.
Ella se enfadó.
—Buenas noches —dijo y apartó la mirada, inalcanzable. Los chicos cerraron la puerta al salir.
—Richard será el representante del colegio el año que viene —comentó el padre con cierto orgullo.
—¿Sólo tiene a estos dos? —Una pregunta automática.
—Son un montón —respondió él.
—Me lo imagino.
—¿Necesita alguna cosa? ¿Más té?
—Debería ir a empolvarme la nariz.
—Por supuesto. Por el pasillo, la segunda puerta a la izquierda.
Ella se levantó. Se alisó la falda, adelante y atrás.
—Perdóneme —dijo mientras abría la puerta. Caminó por el pasillo. Encontró el lavabo, encendió la luz y se sentó para orinar.
Seguía enfadada con el chico. Siempre era consciente de que daba a los hombres aquel olor que decía: «Pruébame». Alguna combinación de su apariencia y su personalidad, como si supiesen… Pero ¿incluso aquí? Vaya sabandija. ¿El hijo de un reverendo?
Tomó conciencia del fuerte sonido del chorro de orín en el silencio de la casa.
¿Estas personas no escuchaban música? ¿No miraban la tele?
Estaba harta. No quería seguir oliendo de esa manera. Quería oler como la mujer de esta casa, la esposa fiel: una te-quiero-amar, mujer. Siempre lo había deseado.
Acabó, se secó, descargó la cisterna, abrió la puerta y apagó la luz. Volvió al despacho. El reverendo no estaba. Se detuvo delante de la librería, miró los lomos de los libros gruesos y delgados, uno al lado del otro; algunos viejos, de tapa dura, y otros nuevos y brillantes, todos sobre Dios o la Biblia.
Tantos libros. ¿Por qué tenían que escribir tanto sobre Dios? ¿Por qué era necesario? ¿Por qué Él no podía venir aquí y decir: «Aquí estoy, no os preocupéis»?
Entonces Él podría explicarle a ella por qué le había dado ese olor. No sólo el olor, sino la debilidad y el problema. ¿Por qué? Él nunca había puesto a prueba a la señora Jodida Mojigata, con su vestido recatado y las manos capaces. ¿Por qué ella había sido exceptuada? ¿Por qué le había dado un marido fiable? ¿Qué haría ella si los mayores de la iglesia venían a olerla con aquellos ojos hambrientos que decían: «Mi cerebro está en mi pene»?
Probablemente contendría la respiración en justa indignación y repartiría golosinas. La escena que veía en su cabeza la hizo reír fuertemente. Sólo una corta carcajada nada femenina. Se llevó la mano a la boca, pero era demasiado tarde. El reverendo estaba tras ella.
—¿Está usted bien? —le preguntó.
Ella asintió y continuó dándole la espalda hasta que se controló.
La cantidad de información casi abrumó a Thobela.
La muchacha de los pendientes primero le dio una lección básica del funcionamiento de Internet, y luego le permitió clicar el ratón en la pantalla. Renegó porque la coordinación entre su mano y el ratón y la pequeña flecha en la pantalla era torpe. Sin embargo, fue mejorando. Ella le mostró las conexiones y las direcciones de las páginas, los recuadros en los que podía escribir palabras y la gran flecha negra en la tecla de retroceso si se perdía.
Cuando por fin ella se convenció de que podría arreglárselas por su cuenta y le había pagado la suma acordada, comenzó la búsqueda.
—Die Burger e IOL tienen los mejores archivos online —dijo, y le escribió las direcciones. Las escribió y poco a poco fue delimitando la búsqueda. Entonces llegó la riada.
Al menos el 40% de los casos de violaciones infantiles se pueden atribuir al mito de que violar a un niño cura el sida.
«Las personas que explotan a los niños para el sexo en muchas partes del mundo tienden a ser residentes locales que buscan “un amuleto de la suerte” o la cura para el sida más que un pedófilo o un turista sexual», dijeron los activistas de derechos humanos en la conferencia de las Naciones Unidas, el jueves.
Miles de niñas escolares en Sudáfrica y el Western Cape se ven expuestas cada día a la violencia sexual y al acoso en las escuelas.
Desde abril de 1997 hasta marzo de este año, 1124 niñas y niños que habían sido víctimas de abusos físicos y sexuales fueron tratados por la Tygerberg Social Welfare Unit para niños traumatizados en el hospital Tygerberg. La cifra sólo corresponde a los niños que fueron llevados al hospital: el número real es mucho mayor.
Las agresiones sexuales y el abuso de menores están alcanzando proporciones epidémicas en Valhalla Park, Bonteheuwel y Michells Plain. Un portavoz informó que 945 casos de acoso sexual y abuso infantil habían sido denunciados en su oficina.
Niños de tan sólo tres años de edad miran a los trabajadores sociales en la Tygerberg Unit del hospital Tygerberg con ojos desconfiados. Apenas dejar los pañales, estas víctimas de las agresiones sexuales ya han aprendido que no siempre se puede confiar en los adultos. Las dos unidades de violencia doméstica en la península están trabajando en más de tres mil doscientos casos, de los cuales la mayoría son denuncias por asaltos graves y otros delitos contra los niños.
De cada cien casos de abuso infantil en Western Cape, sólo quince son denunciados a la policía, y en el 83% de estos casos el agresor es conocido por el niño.
«Una vez que el agresor ha sido diagnosticado de “pedófilo confirmado”, siempre existirá la posibilidad de que manifieste de nuevo sus tendencias pedófilas», dijo el profesor David Ackerman, psicólogo clínico de la Universidad de Ciudad del Cabo.
Un informe después de otro en una inacabable corriente de crímenes contra los niños. Asesinato, violación, malos tratos, acoso, asalto, abusos. Después de una hora ya había tenido suficiente, pero se obligó a continuar.
«Una niña de tres años estaba encerrada en una jaula, en la que supuestamente, sus abuelos la sometían a abusos sexuales, y ni siquiera atendían a sus necesidades más básicas», informó la policía de Npumalanga, el miércoles. La sargento Anelda Fischer dijo que la policía había recibido una llamada de un pastor ambulante para avisar de que una niña estaba encerrada en una finca cerca de White River.
Fischer dijo que, cuando la policía fue a investigar, encontraron que la niña ya había sido sacada de la jaula. Sin embargo, añadió que había pruebas de que la niña había sido golpeada con palos y otras armas y que había sido asaltada sexualmente. Al parecer, la niña tampoco tenía ropa y tenía que suplicar, desnuda, para que le diesen de comer. Dormía sobre trozos de plástico en la jaula.
Colins Pretorius, secretario y director de una guardería en Parow, ha sido acusado de haber asaltado sexualmente a once niños entre las edades de seis y nueve años durante un período de cuatro años. Ha sido puesto en libertad condicional después de pagar una fianza de diez mil rands.
Por fin se levantó y salió con paso tambaleante para ir hasta la mesa y pagar por el uso de Internet.
Viljoen y ella habían pasado tres meses juntos antes de que él se volase los sesos.
—Al principio sólo estaba furiosa con él. No desconsolada, eso vino después, porque le amaba de verdad. Y estaba asustada. Me había dejado con el embarazo y no sabía qué hacer ni adonde ir. Pero estaba terriblemente furiosa porque él había sido un cobarde. Sucedió una semana después de decirle que estaba embarazada, un lunes por la noche. Fuimos al bar y le dije que había algo que necesitaba decirle y entonces se lo dije y él sólo se quedó allí, sin abrir la boca. Entonces le dije que él no necesitaba casarse conmigo, sólo ayudarme, porque no sabía qué hacer. Entonces él dijo: «Jesús, Christine. No sirvo para padre. Soy un fracaso, un jugador de golf borracho, con los yips».
»Le respondí que no tenía necesidad de ser padre. Yo no quería ser madre, pero no sabía qué hacer. Era una estudiante. Tenía un padre loco. Si descubría lo del bebé no habría manera de pararle. Me encerraría o algo por el estilo.
»Entonces él me dijo que le dejase pensar en un plan, y en toda la semana no me llamó. El viernes por la noche, justo antes de ir al trabajo, decidí llamarle una última vez y, si aún intentaba evitarme, entonces que le diesen por el culo, perdón, pero era un momento muy difícil. Entonces ellos me dijeron que había habido un accidente, que estaba muerto, pero no fue un accidente. Se había encerrado en la tienda, sentado en la pequeña mesa, y había puesto el revólver en su cabeza.
»Me llevó dos años dejar de estar furiosa, y recordar aquellos tres meses buenos con Viljoen. Entonces comencé a preguntarme qué le diría a mi hija de su padre. En algún momento ella querría saber y…
—¿Tuvo al bebé? —preguntó el reverendo por primera vez sorprendido.
—… y tendría que decidir qué decirle. Él ni siquiera había dejado una nota. Ni siquiera había escrito nada para ella. Ni siquiera había dicho que lo lamentaba, que era una depresión, que no había tenido el coraje o lo que fuese. Así que decidí que le hablaría de aquellos tres meses, porque fueron los mejores de mi vida.
Entonces guardó silencio y suspiró profundamente. Después de una pausa el reverendo preguntó:
—¿Cómo se llama?
—Sonia.
—¿Dónde está?
—De eso trata mi historia —contestó ella.