Andrea había pasado la última media hora caminando en círculos por la sala. ¿O había sido una hora? Se había tendido en uno de los sillones hacía unos minutos, no recordaba cuántos, aunque sí recordaba que algo le había hecho ponerse nuevamente en pie y seguir con su andar errante por una casa que le resultaba desconocida.
Una lluvia torrencial azotaba Depth Lake. Cuando un trueno sacudió la construcción de madera de Maggie Mae, Andrea se irguió de repente y miró en todas direcciones al mismo tiempo. Vio su rostro reflejado en el cristal de una de las ventanas. Las lágrimas se fundían con las gotas de lluvia.
Sintió la necesidad de regresar al sillón y dejarse caer en él, hundir su rostro en la superficie mullida y ser devorada por la oscuridad. Olvidar la charla con Linda, o el simple detalle de hallarse en un sitio completamente desconocido… sola. Robert no había regresado, había anochecido y la lluvia se había transformado en poco tiempo en una cortina a través de la cual resultaba imposible avistar más allá de unos metros.
Retrocedió dos pasos y abrazó una de las columnas de madera. Se dejó caer hasta permanecer de rodillas. Su llanto era un gimoteo entrecortado. Sus pensamientos eran dos cordones unidos por un nudo mal hecho, sin principio ni fin. La voz de Linda corría por uno de ellos: Tu madre se ha visto con alguien ayer tu padre la ha descubierto se ha visto con alguien tu madre Matt la han descubierto visto con alguien tu padre la ha Matt tu madre Matt tu madre…
El rostro sonriente de Matt. Matt alzándose despeinado por encima del pecho derecho de Danna. Danna dejando caer su cabeza hacia atrás…
Andrea desconocía el origen de esta imagen aterradora, pero la claridad con que su cerebro la proyectaba una y otra vez resultaba espeluznante. El primer cordón de sus pensamientos. El segundo lo constituía la ausencia de Robert. Era evidente que algo le había ocurrido. Se había marchado hacía más de dos horas y media con intención de caminar un poco y no había dado ninguna señal desde entonces. Algo debía de haberle ocurrido. Algo malo.
Mientras permanecía aferrada a la columna de madera, recordó el modo frenético en que hacía sólo unos minutos había tratado infructuosamente de llamar a su padre a su móvil. Había marcado una docena de veces hasta desanimarse. Prefirió pensar que Robert simplemente había olvidado su teléfono en el coche, cosa que normalmente hacía, pero una vocecilla interna insistía en que nada de eso había ocurrido. De cualquier manera, no iría a comprobarlo en plena noche; no sería tan estúpida como para alejarse de Maggie Mae.
Mike llegaría de un momento a otro. Haberlo llamado había sido inteligente. Él sabría dónde encontrar a Robert.
Por el momento, lo mejor era dejar la mente en blanco; alejarse de las visiones de Matt y Danna, abstraerse de las preguntas que su cerebro se empecinaba en gritar dentro del reducido espacio de su cabeza: ¿acaso era posible que su madre y su novio hubieran tenido un encuentro amoroso? ¿Era la primera vez que se veían?
Un trueno hizo temblar la casa.
Andrea se incorporó. Concentrada en rehuir sus pensamientos, el estruendo ensordecedor hizo que sus músculos se tensaran. Se ayudó con la columna de madera hasta ponerse de pie. Observó otra vez su rostro reflejado en la ventana, pero esta vez advirtió que al menos no lloraba.
Fuera la lluvia seguía arreciando empujada por ráfagas de viento, que zumbaban en el tejado de la casa. Andrea, por primera vez, prestó atención a este sonido, similar al de un televisor sin señal, y nuevamente se vio forzada a mirar en todas direcciones.
Si Mike no llegaba pronto, se volvería loca.
Fuera, voces fantasmales cobraban fuerza; la noche se hizo más espesa, la atmósfera dentro de la casa, mucho más densa. Andrea giró su cabeza con lentitud. Mirar detrás de sí le resultó de pronto algo sumamente necesario, e incluso cuando lo hizo y no vio más que la puerta que conducía hacia el sótano, la idea de que alguien la observaba le resultó abrumadora. Sabía que era una tontería, pero no pudo negar la fuerza de la sensación.
Seguir aferrada a la columna le pareció entonces la mejor de las ideas. Desde allí podía ver hacia fuera y advertir la llegada de Mike…
Porque sabes que Robert no llegará, ¿verdad? En el fondo sabes que algo malo le ha ocurrido…
Además, la columna se hallaba casi en el centro de la sala, lo cual le proporcionaba una seguridad adicional.
Quizás decidió arrojarse al lago… No sería el primer miembro de la familia Green que decide darse un chapuzón prolongado…
¡BASTA!
¿Aquélla era su voz? ¿Podía serlo? ¿Se estaba volviendo loca realmente?
Debía serenarse. ¡Dios, ni siquiera sabía cuánto tiempo había transcurrido desde la conversación con Mike! Se concentró en la ventana. Un relámpago iluminó la entrada de la casa y pudo advertir, no por primera vez, la zona en la que unas horas antes Charles y Anne Rippman habían aparcado su coche. La cortina de pinos, la porción visible del lago, el césped…, todo se convirtió en una radiografía celeste. La lluvia se asemejaba a millares de alfileres suicidas.
De un momento a otro Mike estaría allí y las cosas serían distintas.
Otro relámpago estalló en el exterior.
Todo seguía igual allí fuera. Salvo…
Andrea lanzó un grito. Una figura se había deslizado furtivamente entre los árboles: una silueta ennegrecida recortada entre dos pinos. Estaba segura. Sintió que sus piernas se aflojaban y sus brazos se deslizaban en torno a la columna, pero logró mantenerse de pie. Supo que aquél no era Mike. Mike iría con su coche hacia la puerta como lo había hecho antes Charles Rippman, en especial teniendo en cuenta aquella lluvia torrencial. Y tampoco había sido producto de su imaginación. Temblaba de pies a cabeza; se sentía abatida y rendida, pero sabía que lo que acababa de ver no había sido fruto del cansancio ni una ilusión óptica.
Alguien estaba ahí fuera.
Procuró deshacerse de la idea, pero entonces un sonido en el exterior se mezcló con el ulular del viento y el tamborileo de la lluvia. Fue un chasquido seco, un golpe. Andrea se concentró en cada una de las ventanas, luego en la puerta de entrada. Todas cerradas. Respiraba agitadamente. Pensaba en la silueta que había visto hacía un momento. Quizás había sido un animal, pensó. Rippman había dicho que alguno podría presentarse; era perfectamente factible que alguno de ellos…
El sonido se repitió.
Andrea miró en dirección a la escalera que conducía a la segunda planta. El golpe se había producido precisamente allí, estaba segura. De lo que no estaba segura era de si deseaba averiguar qué lo había provocado. Se soltó de la columna lentamente. Avanzó estirando un pie y luego el otro hasta que una de sus manos apenas se mantuvo en contacto con la madera. Contuvo el aliento y dio el paso decisivo que hizo que sus dedos se apartaran de la columna. La observó rápidamente, luego dirigió de nuevo su atención a la escalera: una boca oscura que no hizo más que aumentar su sensación de indefensión. Avanzó lentamente, como si caminara sobre una cuerda a mil metros de altura. Sus músculos se tensaron a la espera de que algo ocurriera de un momento a otro.
Cuando llegó a la escalera, colocó el pie derecho sobre el primer peldaño y se detuvo. ¿Qué se suponía que estaba haciendo? ¿Jugando a la heroína? Lo que debía hacer era hablar con Mike y averiguar dónde estaba, eso era. Debía alejarse de la planta alta y seguir aferrada a la columna hasta que él llegara. No había visto a nadie fuera, salvo tal vez un ciervo aún más asustado que ella. No tenía que preocuparse por un estúpido ruido. Las casas están plagadas de ruidos inexplicables, en especial cuando son azotadas por el viento y la lluvia. Debía tranquilizarse. Y esperar. Eso debía hacer. Era una obviedad.
Pero si era tan obvio, entonces ¿por qué sus pies siguieron ascendiendo por los peldaños de la escalera? ¿Por qué alzó la barbilla y mantuvo la vista fija en la planta alta mientras aferraba el pasamanos con fuerza?
¿Por qué?
El pasillo de la segunda planta la recibió en penumbra. Las puertas de las habitaciones estaban entreabiertas, pero no parecían ser las causantes de los ruidos que había escuchado. En el extremo opuesto, un rectángulo recortado contra la pared se encendía y apagaba con cada relámpago. Las sombras se dibujaban y estiraban para desaparecer intermitentemente. Andrea se acercó a la ventana lo suficiente para advertir un charco de agua debajo de ella. Se encontraba a apenas un par de metros, contemplando la ventana con el corazón a punto de detenerse, cuando la hoja de madera se cerró violentamente haciendo que diera un respingo. Dejó escapar un grito corto y luego exhaló el aire contenido en sus pulmones.
Así que eso ha sido todo…, una ventana abierta.
Se acercó a la ventana sintiéndose un tanto estúpida. Se detuvo delante del agua acumulada en el suelo y estiró su cuerpo en dirección al postigo de madera. Desde aquel punto podía apreciar el tejado y, más allá, la zona frontal de la propiedad. No había ni rastro de Mike; mucho menos de Robert.
Una pequeña traba de acero sirvió para cerrar la ventana. Regresó a la planta baja con la idea firme de llamar a Mike; no soportaba permanecer sola en Maggie Mae por más tiempo. Apresuró la marcha, sin advertir que la puerta que conducía al baño, que hacía un momento había estado abierta parcialmente…, ahora lo estaba por completo.
De haber regresado a la planta baja con la cabeza en alto, quizás hubiese podido reaccionar de otra manera frente a lo que allí la esperaba. Hubiera podido quizás volver a la ventana y deslizarse por el tejado, quién sabe. Lo cierto es que bajó con la vista fija en el suelo de madera, observando la punta de sus zapatos como una niña avergonzada. Advirtió sí con el rabillo del ojo la figura que la esperaba de pie en el centro de la sala, lo cual hizo que se detuviera en seco. Sus piernas cedieron y cayó al suelo. Gritó con fuerza; un chillido potente se alzó por encima del estrépito de la lluvia.
El recién llegado no se movió. Se limitó a observarla con una sonrisa.
Benjamin sonreía.
Andrea fijó la vista en el rostro familiar que tenía delante y luego en el cuchillo. La visión de la sangre en la hoja de acero resultó aterradora. Retrocedió hasta que su espalda golpeó contra la superficie dura de la puerta que conducía al sótano.
—¿Qué le has hecho a papá? —logró articular.
Pero no obtuvo respuesta. Intentó ponerse en pie valiéndose del picaporte de la puerta que tenía detrás. Logró hacerlo parcialmente, salvo que en el último momento el picaporte descendió y la puerta se abrió, haciendo que su cuerpo se desestabilizara. Entró en el sótano. Su última visión antes de cerrar la puerta y permanecer a oscuras fue la de un rostro sorprendido y apesadumbrado flotando sobre un cuerpo paralizado. No se detuvo a pensar en la razón por la que su atacante no había reaccionado (en su cabeza prefería utilizar el término atacante antes que llamarlo por su nombre…, si lo hacía, pensaba, aunque fuera sólo en sus pensamientos, perdería definitivamente el último resabio de cordura que creía conservar). Encontró un cerrojo y lo corrió. Al principio no vio absolutamente nada.
No tardó en oír los golpes al otro lado de la puerta.
En medio de la penumbra, no tenía manera de saber que en ese momento se hallaba en el rellano de una escalera de doce escalones, que servían para descender al sótano propiamente dicho.
Dos golpes.
Andrea retrocedió un paso. Temblaba de pies a cabeza.
Luego, la voz. Por primera vez la voz llegó flotando desde el otro lado, reconocible pero cargada de rencor y odio. ¡Sal de ahí, putita!
¡AHORA MISMO!
Andrea retrocedió otro paso, esta vez más allá del límite del rellano de madera. Agitó los brazos en busca de algún apoyo, pero no lo encontró.
Cayó.
Andrea sintió que algo se rompía cuando una serie de aristas afiladas se incrustaron en su cuerpo. Experimentó un golpe seco en su cuello, como la mano rápida de un karateca, y más tarde decenas de impactos cuando se lanzó en franco descenso hacia abajo. Fue como si un grupo de maleantes arremetieran contra ella lanzándole patadas con sus botas de punta de acero.
Aterrizó de espaldas en el sótano de Maggie Mae, con sus piernas y brazos extendidos. Tenía la cabeza echada hacia atrás y no podía moverse. Sus ojos se acostumbraron lentamente a la oscuridad, aunque fue poco lo que pudo vislumbrar.