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Un ruido.

Allison se sentó al borde de la cama.

Miró el reloj de la mesilla. Eran las dos y trece minutos.

Se puso en pie y avanzó por la habitación oscura. No encendió la lámpara junto a la cama ni la luz principal. Antes de asir el pomo de la puerta y tirar de él, la idea de imaginarse desnuda vagando por la casa le dio escalofríos. A regañadientes accionó el interruptor de la luz y se puso ropa limpia: unos vaqueros, una camisa a cuadros y zapatos sin tacón. Se vio reflejada en el espejo y pensó que su cabello era un desastre.

Al diablo el cabello.

De pie en el pasillo no pudo más que sentirse estúpida. Había despertado en plena madrugada, se había vestido como para iniciar el día, y ahora estaba allí, en su casa solitaria, y por más que aguzaba el oído, no oía nada. Percibía los sonidos conocidos de la casa, la nevera y el viento zumbando en el tejado, pero nada más.

¿Qué había creído escuchar?

No hizo falta que forzase la memoria, pues el sonido se repitió. Se quedó helada, agradecida de disponer al menos de la protección de su ropa. El sonido fue imperceptible, pero audible.

Eran… como golpecitos de una cuchara en una copa de cristal.

Eso.

Fantástico. Han organizado una fiesta en tu casa, en plena madrugada. Alguno de los invitados tiene intenciones de hacer un brindis, algo perfectamente normal. Baja… y únete a ellos.

Logró ponerse en movimiento. La primera puerta era la del baño y Allison la abrió pero no entró. Encendió la luz y verificó rápidamente el pequeño recinto. Se disponía a cerrarla cuando sus ojos se clavaron en la cortina de baño, corrida de manera que no le era posible ver detrás. ¿Podía asemejarse el tintineo que había percibido con aquél que producían las arandelas metálicas de la cortina de baño al deslizarse? Estudió los pliegues de la cortina y no detectó movimiento alguno. Procuró recordar si había dejado la cortina así después de ducharse, pero le fue imposible. Era como recordar al salir del baño si hemos dejado la tapa del retrete levantada o no. La hemos visto tantas veces que mentalmente resulta imposible determinar cuál ha sido la última.

Sintió el impulso de cerrar la puerta y salir corriendo. ¿Acaso pretendía recorrer el resto de la casa con esas ideas en la cabeza? ¿Imaginando a un extraño agazapado en cada lugar posible?

Si me permite, señora, no es un extraño. Creo que ya hemos discutido eso.

¡Váyase al infierno!

Junto al lavabo vio el limpiador de mango corto. Desde el umbral de la puerta lo agarró y lo extendió. Debió inclinarse para alcanzar la cortina y fueron necesarios dos intentos para poder introducir la goma por el espacio que quedaba en uno de los laterales. Se asió con una mano al marco de la puerta y tiró de su improvisada herramienta con fuerza. La cortina se deslizó, pero sólo hasta la mitad, donde algunas arandelas se agolparon obstaculizando el avance de las restantes. Allison se vio lanzada al interior del baño y poco faltó para que aterrizara de bruces. Su nueva ubicación le permitió alcanzar la cortina y sin perder tiempo tiró de ella con determinación.

No había nadie detrás.

Estúpida.

Quería convencerse de que los acontecimientos del día la habían vuelto demasiado susceptible, lo cual era a todas luces cierto, pero aun así estaba exagerando. Pensó en bajar a la cocina y beber un vaso de zumo, pero entonces se alzó ante ella la visión del reproductor de cintas y descartó la idea. A la luz del día sería sencillo enfrentarse a eso, pero no en ese momento.

Regresaría a la cama. Comprobaría las habitaciones de la planta alta, la de Tom y la de invitados, y asunto terminado. Si había existido el bendito sonido, cosa que convengamos que era poco probable, no podía haberse originado demasiado lejos. Pensó que quizás un pájaro había golpeado el pico contra una de las ventanas, pero la idea era tan ridícula que ni siquiera convenía analizarla si quería seguir considerándose una persona racional.

Sin embargo, eso era exactamente lo que había oído, ahora que lo pensaba.

Un pájaro había golpeado el pico contra una de las ventanas. Sí, sí.

Se acercó a la habitación de Tom. Abrió la puerta despacio, trazando un círculo imaginario con su cabeza para mirar en todas direcciones. No hubo necesidad de que encendiera la luz; una luna en cuarto creciente se encargaba de forrar el interior de la habitación con una lámina plateada. Allison vio la cama hecha y una serie de juegos de mesa sobre ella. Tom los había esparcido para seleccionar cuáles se llevaría a casa de su tía. Vio su guante de béisbol, su monopatín y dos bates formando un signo de sumar desperdigados en el suelo. Tom no se caracterizaba por ser precisamente un niño ordenado, y Allison mucho menos una de esas madres que persiguen a sus hijos para que mantengan todo como si se tratara de un bazar. A fin de cuentas era su habitación; mientras mantuviera unas normas mínimas de limpieza era bueno que la ordenase como creyera conveniente. La excepción era la repisa de la izquierda, en la que Tom desplegaba su colección de figuras articuladas, todas ellas perfectamente alineadas.

Hola, Skywalker, ¿has visto un pájaro en la ventana?

El sonido se repitió.

En la ventana.

Allison alzó la vista. Allí no había ningún pájaro, pero en el fondo tampoco esperaba ver uno. Sin embargo, advirtió que algo había golpeando contra el cristal. Escuchó dos sonidos ahogados, casi al mismo tiempo. Avanzó en dirección a la ventana.

El corazón le latía con fuerza. La copa del único árbol de ese lado de la casa se alzaba como la silueta de un gigante haciendo una reverencia.

No mires. ¡Vete!

Rodeó el monopatín y los bates de béisbol. Diez pasos la separaban de la ventana.

Cinco.

Dos.

Se asomó poco a poco. Imaginó su rostro desde el otro lado, surgiendo como una aparición espectral, flotando en la oscuridad de la habitación de Tom.

No verás más que el césped y el cobertizo de las herramientas.

Un poco más.

Lo que vio hizo que profiriera un grito: un alarido desgarrador que en la quietud de la casa adquirió proporciones espeluznantes. Retrocedió. Se llevó la mano a la boca para evitar que otro grito surgiera de ella, pero descubrió que no podría respirar si lo hacía. Sus pies, definitivamente insubordinados, dieron dos pasos más hacia atrás y se enredaron. Uno de ellos se apoyó en el monopatín, lo que fue suficiente para lanzarla hacia delante y hacer que su cuerpo describiera un arco hacia atrás. Al caer, experimentó una punzada horrible en el centro de la columna vertebral, como si… ¡un bate de béisbol se clavase allí!, pensó frenética. Si el maldito bate la hubiera golpeado en la cabeza, en ese momento estaría reclamando su pasaporte al más allá. Jadeante en el centro de la habitación, con sus piernas abiertas en posición de parto y sus ojos como platos, apenas daba crédito a lo que acababa de ver.

Había visto a Ben, de pie en el jardín, con el torso desnudo y manchado. Su cuerpo escuálido y blanquecino, resplandeciendo como… como un cadáver, con la palidez de un cadáver. Resplandeciendo como la hoja del cuchillo que llevaba en su mano.

No era posible. Debía de haberlo imaginado.

Pero sabía que no había sido así. Un mísero instante fue suficiente para que los ojos de Ben se clavaran en ella y sus miradas se cruzaran. Los ojos del niño estaban vacíos, pero Allison supo que la había visto. Su sonrisa torcida era otra prueba de ello.

Aquél no era Ben.

Claro que sí.

¡NO!

Necesitó dos intentos para ponerse en pie, y cuando lo hizo, el dolor en su espalda fue lo suficientemente intenso como para que cerrara los ojos con fuerza y absorbiera la poca saliva que quedaba en su boca. Se acercó otra vez a la ventana, esta vez a toda velocidad. Se asomó con violencia, sabiendo que si no lo hacía de ese modo no lo haría nunca.

No había nadie.

Escudriñó la porción visible de jardín. Su mirada se topó con algo en el sitio en que pocos segundos antes había estado Ben, pero desde donde estaba no pudo advertir que se trataba de un montículo de piedrecillas.

Salió de la habitación apresuradamente, esquivando el letal monopatín y el resto de las pertenencias de Tom. De regreso en el pasillo, no vaciló. Estaba decidida. No se quedaría en la casa. Bajó los escalones de dos en dos. ¿Debía llamar a Mike? Se dijo que no. Sabía que no podría esperarlo aunque supiera que estaba en camino. Debía marcharse de inmediato.

La situación se le antojaba escabrosa. ¡Se trataba de Ben! El niño al que tanto quería, el mejor amigo de su hijo, con el que había pasado horas enteras jugando al Monopoly o al Trivial.

¿Por qué huía entonces?

Sus ojos.

No era Ben.

Tenía un cuchillo.

No era Ben.

Saldría de allí en menos de un segundo. Iría a casa de su hermana. La llamaría una vez que estuviera en camino. No tenía más que acceder al garaje por la puerta interna, encerrarse en su coche y accionar el mando a distancia del portón. En menos de un minuto estaría camino a casa de su hermana y…

Pero olvidaba un detalle: el Saab de Mike bloqueaba la entrada para coches.

La sola idea de salir por la puerta principal le resultaba aterradora. Quizás sí debía llamar a Mike después de todo. Podía encerrarse en el baño y esperarlo. En el baño o en cualquier habitación estaría segura.

Armándose de valor se dirigió al frente. Corrió apenas la cortina de una de las ventanas y se asomó. La luz del porche estaba encendida y desde donde estaba podía ver el Saab, silencioso y a no más… de… unos doce metros. Quince a lo sumo. Allison volvió la cortina a su sitio y se recostó contra la puerta. Al hacerlo, su espalda le recordó que había sido declarada zona delicada tras el incidente con el monopatín.

Podía hacerlo, se dijo. Podía abrir la puerta y correr en dirección al coche.

Miró una vez más hacia fuera y, tras observar que todo seguía igual, decidió que era el momento de abrir la puerta y salir. Lo hizo rápido, lanzando la puerta tras de sí para cruzar el porche sin volverse. No pudo evitar mirar a los lados mientras avanzaba, pero no vio nada fuera de lugar. Fue sencillo alcanzar la portezuela del Saab, pero introducir la llave en la cerradura fue una cosa totalmente diferente. Miró por encima de su hombro allí donde el jardín torcía hacia el lateral de la casa y advirtió cómo algo se movía.

Las llaves resbalaron de sus dedos.

No podía. Tenía que regresar. ¡No podía siquiera abrir el maldito coche!

Se inclinó y recogió las llaves. Esta vez fijó la vista en la cerradura e introdujo la llave correcta con un movimiento rápido y preciso. La puerta se abrió con un chasquido y Allison se introdujo en el coche a la velocidad de la luz. Mientras comprobaba que los seguros estuvieran bajados, lanzó su bolso al asiento del acompañante y dio arranque. El motor respondió de inmediato, con un rugido leonino alzándose en la noche.

Miró por el espejo retrovisor.

Allí estaba Ben, observándola desde el asiento trasero, con su rostro blanquecino. Sus ojos fríos…

Allison puso la marcha atrás y aceleró. El Saab se lanzó hacia atrás y saltó cuando los neumáticos golpearon el pavimento de la calle. Volvió a echar un vistazo por el retrovisor, pero esta vez su imaginación no proyectó ningún Ben. Vio la entrada de su casa alejándose y comenzó a sentirse más relajada.