Sábado, 4 de agosto, 2001
Segunda parte
Mientras Rosalía era asesinada, Danna recorría a pie los doscientos metros que la separaban de la casa en la que Matt Gerritsen la había citado.
Había estudiado la fachada desde su coche. Era una casita simple de una planta, con dos habitaciones al frente y una entrada lateral para vehículos. Tomó la precaución de aparcar a un par de manzanas de distancia.
Se detuvo delante de la puerta y llamó al timbre. El resorte que debía devolver la tecla a su posición original no lo hizo, lo que le hizo suponer que no funcionaba. Se sentía incómoda fuera, mirando en todas direcciones con la opresiva sensación de estar siendo observada. No vio a nadie. La calle estaba desierta, salvo por un par de coches y una furgoneta de reparto de pizzas.
Cuando la puerta se abrió, Danna apenas prestó atención al Matt Gerritsen sonriente que la recibía. Se lanzó al interior de la casa, deseosa de abandonar la calle solitaria.
—Hola, Danna. ¿Te ocurre algo?
—No —respondió ella.
El joven se encaminó hacia la parte trasera de la pequeña sala, atravesó una puerta y desapareció. Danna no lo siguió. Echó un vistazo a su alrededor, procurando determinar a quién pertenecía aquella casa: había algunas fotos, pero no vio en ninguna a Matt o a otro miembro de la familia Gerritsen. En varias de ellas reconoció a una misma mujer, en ciertas fotografías más joven que en otras, y supuso que podía tratarse de la dueña de casa. Danna tenía claro que cualquier detalle, por insignificante que resultase, podría darle la clave para tener una carta con la cual atacar a Gerritsen.
Por el momento convenía seguirle el juego.
—¡He preparado algo de beber! —La voz de Matt flotó desde la cocina.
Danna vaciló y finalmente fue a su encuentro. Un estruendo eléctrico proveniente de la cocina la sobresaltó. Al asomarse, vio a Matt de espaldas, manipulando con torpeza el interruptor de una licuadora.
—Imagino que te gusta el daiquiri… —dijo él sin volverse.
—Sí, claro —replicó Danna, acercándose por detrás—. ¿Qué ocurre con eso?, ¿tienes problemas?
—No he podido cerrar la tapa, pero está resuelto.
—¿Es la primera vez que la usas?
—Sí. La encontré ayer…
—¿Ayer?
Matt se detuvo. Su mano estaba a punto de accionar el interruptor nuevamente.
—Sí, entre unos trastos —explicó.
—No vienes mucho por aquí, ¿verdad?
—No… La casa es de un amigo —Matt vacilaba antes de pronunciar cada palabra—. Él… simplemente me la presta de vez en cuando.
Danna detuvo su avance justo detrás de él. Se cercioró de que sus cuerpos estuvieran apenas en contacto. Pudo percibir el modo en que el joven temblaba ante su proximidad. Le habló directamente al oído; su voz era apenas un susurro:
—¿Cuál es el nombre de tu amigo?
—Randy —dijo él sin pensar. Sus manos estaban a punto de derramar el contenido de la licuadora.
Ella retrocedió, satisfecha, y él accionó el interruptor de encendido por segunda vez. Las fresas en el interior del recipiente se desintegraron.
Segundos después, Matt vertía la mezcla en dos vasos altos. Se volvió hacia Danna, quien por primera vez reparó en la vestimenta del joven: llevaba una camisa blanca de cuello ancho fuera de sus vaqueros y una cadena de oro.
—¿Por qué no dejas el bolso? —dijo él, entregándole uno de los vasos.
Danna miró el bolso que aún sostenía entre sus manos como si no tuviera la más mínima idea de cómo había llegado allí. Eligió una de las sillas de la cocina para depositarlo. Al hacerlo se inclinó lo suficiente para que sus pechos rellenaran su blusa y se aseguró de que el detalle no pasara desapercibido al único espectador.
—Gracias —dijo tras aceptar el vaso. Creía estar poniendo nervioso a Gerritsen, lo cual era un buen comienzo. Bebió un trago.
Matt se sentó en la esquina de la mesa, ahora los dos tenían la vista fija en la licuadora sobre la encimera.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —preguntó él.
—Adelante.
—¿Cómo lo supiste…? ¿Cómo diste con la droga?
Danna estuvo a punto de vomitar el daiquiri que acababa de beber.
¿Droga?
Tosió y se llevó la mano a la boca. El día anterior, durante la conversación telefónica, ella había adivinado que él estaba ebrio o quizás drogado…, ¿a eso se refería? Creyó conveniente ocultar su desconcierto.
—Intuición femenina, supongo —respondió con una sonrisa.
—Creí que sería un escondite perfecto —dijo él.
—Lo es. ¿Cómo se te ha ocurrido?
Matt la miró con desconfianza.
¿Sospechaba algo?
—No sé —dijo—, simplemente se me ocurrió.
—Está bien, no tienes de qué preocuparte. —Danna habló mientras apoyaba una mano en la espalda de Matt. El contacto inesperado surtió el efecto que buscaba. Matt se estremeció ligeramente. A continuación se decidió a contraatacar con una jugada osada.
—Sólo tú y yo lo sabemos, Matt —agregó.
Matt hizo una pausa.
—La sacaré en dos días. Tres a lo sumo. ¿Realmente no te inquieta?
Danna se sentía contrariada ante el giro de la visita. Había ido con la idea de obtener la mayor información posible respecto a Sallinger y el modo en que Gerritsen se había enterado de su existencia, y ahora se encontraba con algo diferente. Algo sin sentido. Evidentemente se trataba de cierta droga escondida, pero Danna no tenía la más remota idea de por qué Gerritsen pensaba que ella estaba al tanto de eso. Seguiría indagando, aunque costaba imaginar cómo lo haría sin tener noción de lo que estaba ocurriendo. Quizás, pensó, era el momento de mencionar a Sallinger, antes de echarlo todo a perder.
—Prepararé un poco más —dijo Matt al observar que el vaso de Danna estaba vacío. Se encaminó hacia la nevera y extrajo un recipiente con fresas. Mientras lo colocaba en el fregadero dijo:
—Una vez tuve algo con una mujer mayor que yo.
—¿Sí?
Danna advirtió que Gerritsen había esperado a darle la espalda para decir aquello. Supuso que la conversación le daría el tiempo necesario para decidir cómo traer a colación a Sallinger.
—Sí. Una profesora, hace un par de años. La encontré en un bar al que se suponía que no tenía la edad suficiente para entrar… Me refiero a mí.
Danna forzó una risita.
—La mujer gozaba de cierta reputación…, siempre muy formal, con sus faldas largas, cabello recogido, casi sin maquillaje. Pero ese día, en el bar, su aspecto era muy diferente… Estaba sola y había bebido. También en su caso…
Matt vaciló.
—Creías que era diferente —completó Danna—, ¿no es así?
—Sí.
Matt echó una generosa dosis de ron y azúcar en la licuadora.
—¿Qué ocurrió después, con la profesora?
—No gran cosa. Fui a su apartamento, pero la mujer me soltó un cuento de que yo era su alumno y esas cosas.
Danna supo que Gerritsen mentía aun sin ver su rostro. Lo advirtió en las palabras que usó y en el modo en que las pronunció. Aquella historia era tan verídica como el alunizaje del año 1969. Probablemente la había ensayado especialmente para la ocasión.
La licuadora graznó con sus quejidos de trituración.
—Desde ese momento he querido estar con una mujer mayor que yo —dijo Matt, siguiendo con su historia fantástica mientras quitaba la tapa del recipiente y vertía el contenido en su vaso—. ¿Me alcanzas tu vaso?
Ella se lo entregó. Él se lo devolvió unos segundos después, acercándose un par de pasos. Sus rostros se encontraron a menos de veinte centímetros.
—Estoy ansioso por saldar la deuda…
A Danna le dieron náuseas. De buena gana hubiera estrellado el vaso en el rostro sonriente de Gerritsen, procurando hacerlo con la fuerza suficiente para romperlo, y haciendo que los fragmentos de vidrio se le incrustaran en la cara.
Matt se acercó un poco más.
—Tranquilo, aún estamos en la cocina. Hay algunas cosas acerca de las cuales debemos hablar primero.
Matt retrocedió, aturdido, con la expresión de un niño al que su madre ha descubierto en el instante en que se disponía a hacer algo que no debía. Danna tendió su vaso y él por un momento no supo qué hacer, hasta que ella lo hizo chocar con el suyo.
—¿Qué te parece si vamos a la habitación? —sugirió Matt—. Estaremos más cómodos allí.
Danna dudó un instante. Ir a la habitación acortaría el tiempo disponible para obtener las respuestas que necesitaba. Por otro lado, estaba claro que la mejor manera de obtener dichas respuestas era colocar a Matt en situaciones incómodas. Y la habitación definitivamente incomodaría a Matt.
Más de lo que él cree.
—Estaba esperando que lo dijeras —concluyó Danna, esbozando otra de las sonrisas de su arsenal.
En la habitación principal había una cama de dos plazas y un pequeño escritorio. Sobre éste había unos estantes con adornos y correspondencia acumulada que parecía llevar varias centurias de abandono.
—Antes iré al baño —Danna procuró dotar a su comentario de cierto carácter de incuestionabilidad. Creía tener cierto control de la situación y pretendía conservarlo.
Matt señaló una puerta y ella se marchó en esa dirección.
Una vez dentro del reducido espacio del baño, Danna asió el lavabo con ambas manos y clavó sus ojos en el espejo. No tenía necesidad de ir al baño, pero sí necesitaba verse el rostro. ¿Qué se suponía que estaba haciendo?
¡Es una locura! No tienes por qué estar aquí. Saldrás y le preguntarás directamente qué sabe de Sallinger; a eso has venido, ¿no? Se acabaron los jueguecitos. No es más que un niño estúpido y asustado. Sal, sé rápida… y vete de aquí lo antes posible.
Permaneció un instante observando el rostro tenso que le mostraba el espejo. Se lavó la cara con agua fría, descargó la cisterna y salió.
Cuando regresó a la habitación, Matt se apresuró a abandonarla. Dijo que él también debía utilizar el baño y pasó junto a Danna a la velocidad de la luz. La mujer creyó advertir que el joven llevaba algo en su mano derecha, pero no estaba segura. Tan pronto como se quedó sola, su mirada se clavó como un arpón en la correspondencia del escritorio. Se lanzó hacia allí y tras desplazar un abrecartas de bronce, tomó entre sus manos un fajo de cartas atadas con una serie de bandas elásticas secas a punto de desintegrarse. Sin deshacer el fajo pasó las cartas con dos dedos, como si las contara. Verificó remitentes y destinatarios. Irene Martins aparecía recurrentemente. Si la suerte estaba de su lado, tenía entre manos el apellido del amigo de Gerritsen.
Danna se sentó en la cama. No llegaba sonido alguno desde el baño, y conforme pasaba el tiempo se preocupó. Miró su reloj un par de veces, reconociendo con horror que apenas habían transcurrido treinta segundos entre una y otra vez. Debía relajarse.
Cuando Matt hizo su reaparición en la habitación, su aspecto era diferente. Llevaba la camisa abierta, esta vez del primer botón al último, dejando al descubierto el torso y la cadena de oro. Caminó con paso vacilante. Su rostro mostraba una sonrisa peculiar, pero lo que más llamó la atención de Danna fueron sus ojos, ahora con los párpados a medio cerrar, con un brillo líquido empañando la mirada. De no haber sido por su andar bamboleante y la sonrisa de presentador de televisión, Danna habría supuesto que el joven había llorado.
Matt se detuvo a un metro y medio de Danna, que aún estaba sentada sobre la cama. Se estudiaban mutuamente cuando un timbrazo agudo resonó en la casa y ambos dieron un respingo.
¿El timbre?
Matt retrocedió un par de pasos sintiéndose perdido. Sus ojos abandonaron momentáneamente el estado de felicidad sintética y se fijaron en Danna, como si fuera ella quien debiera proporcionar una explicación…, pero la mujer lo observaba a su vez con la misma expresión de alarma.
—¿Esperas a alguien? —Danna se vio forzada a tomar las riendas.
—N… no.
—Puede que sea Martins.
—¿Cómo sabes el apellido de Randy?
—No importa. Puede que sea él.
Una decena de años abandonaron a Matt. Otra vez no era más que un chiquillo asustado.
—Ve a ver quién es —ordenó Danna—. Sea quien sea, deshazte de él.
Matt salió de la habitación.
—¡Abróchate la camisa! —graznó Danna. Y con voz apenas audible—: Estúpido.
Danna se quedó sola. Caminaba sobre una línea imaginaria mientras procuraba oír alguna voz. Oyó con claridad el sonido de la puerta al abrirse, pero luego sólo silencio. Ninguna voz, nada.
Matt regresó al cabo de un minuto.
—¿Y bien?
—No había nadie —repuso Matt subiendo y bajando los hombros. Su mirada recobraba lentamente el aspecto de antes.
—¿Nadie? ¿Cómo que nadie?
—Miré en ambas direcciones y no vi a nadie. Ha debido de ser un niño, o un falso contacto.
Danna recordó que el pulsador del timbre no había respondido correctamente cuando lo presionó.
Matt desabrochó su camisa nuevamente mientras se sentaba en la cama. Danna permaneció inmóvil. Perdió terreno, y esta vez fue Gerritsen (empujado por más estímulos en su cerebro que los habituales) quien avanzó y la tomó por sorpresa. Los besos de Matt se iniciaron en el cuello y ascendieron hasta la base de la oreja, donde una lengua silenciosa recorrió con delicadeza las concavidades que allí encontró. Danna experimentó el impulso de ponerse en pie, de gritar, pero mientras se debatía en decidir cuál sería la mejor manera de actuar, él avanzó en su exploración.
—Te gusta, ¿verdad?
Danna se forzó a pensar con rapidez, pero sus pensamientos se arrastraban como gusanos gigantes.
—¿Y tú cómo lo supiste? ¿Cómo supiste lo de Sallinger?
La boca húmeda de Matt recorría la barbilla, siguiendo la línea ascendente de la mandíbula. Se apartó sólo un momento.
—¿Cómo supe qué cosa? —preguntó él.
Danna se sintió perdida. No sólo había perdido terreno; la situación se le había ido totalmente de control. Había sido el timbre de la casa. Hasta ese momento las cosas habían marchado como ella esperaba. Ahora, sin embargo, se hallaba en un punto en el que su capacidad para razonar se había congelado, como la de un animal que se encuentra desplazándose en la seguridad de la alta hierba y repentinamente se descubre en medio de una brecha de asfalto, observando con desesperación el modo en que dos faros potentes crecen hasta cegarlo.
¡Apártalo!
Matt resopló. Posó una mano sobre el muslo derecho de Danna y rápidamente ascendió por el abdomen hasta rozar uno de sus pechos. Ella dio un respingo, esperando con resignación mientras los faros se transformaban en dos soles blancos, sabiendo que no le esperaba otra cosa que el frente metálico de un camión incrustándose sobre su rostro. La presión sobre su pecho aumentó y disminuyó a merced de cinco dedos tentaculares.
—¡¿Cómo supiste lo de Sallinger?! —Danna procuró apartar a Matt, pero sólo lo logró parcialmente.
—Sólo sé su nombre.
Matt hizo el comentario con una tranquilidad exasperante, como si con ello diera por zanjado el tema. Lejos de ello, las cinco palabras produjeron un cortocircuito en Danna. Se vio a sí misma en aquella casa diminuta, con un muchacho cuyo vacío en el cerebro únicamente podría ser llenado por sus hormonas, y apenas pudo comprender cómo había llegado a una situación semejante.
Matt lanzó su boca en pos de la de Danna.
Como accionada por un resorte, ella se puso en pie, arreglándose la blusa.
—¿Qué pasa? —le espetó él.
—Te haré una pregunta muy simple —dijo Danna dejando de lado los intentos por ocultar su furia—. ¿Has tenido algo que ver con el mensaje de Sallinger?
El rostro de Gerritsen dijo todo cuanto Danna necesitaba saber: no sabía de qué rayos le hablaba.
—No sabía que querías hablar de tus problemas —dijo el joven con una sonrisa burlona—. Pensé que querías que te la metiera unas cuantas veces… —Matt rió. Sus ojos estaban de vacaciones en la luna.
Danna respiraba agitada. La expresión en su rostro había cambiado, y quizás él lo había advertido. Latidos furiosos alimentaban cada uno de sus músculos faciales, su boca bullía y su nariz se movía al compás de la respiración. Del puente de la nariz, arrugado, nacían en ángulo sus cejas, marco de un par de ojos coléricos y profundos. Sin pensarlo demasiado, ella se lanzó contra el joven con los brazos extendidos. Un gritito de satisfacción escapó de su boca mientras arremetía contra él, haciendo que trastabillara y retrocediera con rapidez. Las piernas de Matt golpearon contra la mesilla y la lámpara cayó al suelo. Su espalda dio de lleno en la pared con un sonido seco. Danna clavó su antebrazo en el cuello de Matt, presionándolo contra la pared todo lo que pudo, que en vista de su estado de alteración no fue precisamente poco.
Los ojos lunares de Matt no pudieron ocultar el desconcierto.
—¡Quiero saber si has tenido algo que ver con el mensaje! —gruñó Danna.
Matt utilizó un par de segundos para que su respiración se regularizara. Aquélla era una mujer… Loca, no cabía duda de ello, pero mujer al fin. Matt le llevaba una cabeza y lógicamente era más corpulento. Encontrarse en semejante situación lo avergonzó.
La apartó de un simple empujón, haciéndola retroceder un metro y medio.
—¡No sé de qué coño hablas!
Y Danna supo que decía la verdad. No sabía quién se había introducido en su casa para dejar el mensaje de Sallinger, pero supo que no había sido Matt Gerritsen.
Matt avanzó hacia ella, desafiante. Proyectó sus manos hacia adelante con fuerza, golpeándola de lleno en los hombros y obligándola a retroceder.
—Me he cansado de juegos —dijo.
Danna se golpeó contra el escritorio al retroceder. Se quejó del dolor pero no apartó los ojos de los de él. Sin ser del todo consciente, se volvió con rapidez y tomó el abrecartas que había visto antes. Empuñándolo como un cuchillo, lo blandió en dirección a Matt.
—Gerritsen, te conviene no moverte, te lo aseguro… —Algo en su tono de voz debió de ser lo suficientemente convincente, porque él permaneció donde estaba.
En ese preciso instante, se oyeron fuertes golpes procedentes del frente y la parte trasera. Golpes inconfundibles de puertas y ventanas al abrirse. Sonidos apremiantes resonando en la casa con impunidad.
Matt y Danna se miraron, desconcertados.