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Tom se sacudió. Despertar o torcer el hilo del sueño no funcionaba, ya lo sabía —no importaba que lo deseara intensamente—, ninguna de aquellas cosas ocurrían. Era como ser lanzado en caída libre por un precipicio; no tenía sentido agitar los brazos.

Conoce la isla de memoria. Las palmeras, recortadas contra la noche estrellada, lo saludan. El viento susurra. Sus pies descalzos se hunden en la arena fría. Camina hacia su destino inexorable, moviendo sus pies, pero sin saber exactamente hasta qué punto los controla. El mar, a su izquierda, se extiende hasta el infinito, replegándose para luego embestir contra las rocas que emergen en la orilla. El agua se acumula en ellas cuando el mar se aleja y Tom piensa cómo es posible que la mente se ocupe de entretejer un detalle semejante en un sueño.

«Anda. Busca a tu amigo».

¿A quién pertenece la voz? Le resulta familiar, pero no logra identificarla. Se siente intimidado por su frialdad…, una voz gélida.

En pocos minutos se encuentra de pie frente al hoyo; el mismo que lo espera cada noche: un pasaje de un metro de diámetro entre las rocas, oscuro y silencioso hasta que los lamentos de Ben se hacen audibles en la lejanía. Tal como ocurre siempre. Y él sabe que tiene que hacer algo, que tiene que hacer algo por Ben, pero sólo puede permanecer de pie, con lágrimas corriendo por sus mejillas.

Salvo esta vez. Esta vez algo es diferente.

Avanza un paso. Se acerca al hoyo hasta que los dedos de sus pies se flexionan en torno a las rocas afiladas del borde. Avanza un poco más, y entonces se deja caer. Es apenas consciente del modo en que su cuerpo se desliza, sin dolor. Cierra los ojos y cree que finalmente despertará, que al abrirlos será su habitación la que lo reciba…, pero no es así. Lo que tiene delante es una caverna laberíntica, húmeda y deforme, iluminada únicamente por un sol gris clavado en el techo: el hoyo por el que acaba de deslizarse.

Ve una serie de corredores. Sin pensarlo demasiado, escoge internarse en el más ancho. A medida que avanza, procura no mirar a los lados. Por el rabillo del ojo se cuelan las versiones oníricas de los pósteres que tanto teme, sacudiéndose y gesticulando.

¿Por qué están ahí?

Reduce la marcha hasta casi detenerse, concentrado en el corredor, sin volverse, cuando advierte que ya no escucha a Ben.

Sin prestarle atención a los pósteres que tratan de captar su atención, aguza el oído, pero no oye más que el silencio absoluto que reina en el laberinto de piedra. Desconcertado, se pone nuevamente en movimiento, diciéndose que el no escuchar a su amigo sólo puede significar malas noticias. Se lanza a la carrera siguiendo caminos que resultan iguales a simple vista y retrocediendo cuando no puede seguir adelante. La tarea se le antoja enloquecedora y la incertidumbre hacia dónde dirigirse es completa. Sin los gritos de Ben como referencia, avanza a ciegas. ¿Cómo saber si lo hace en la dirección correcta? Y más aún, ¿cómo saber si existe una dirección correcta?

Se detiene en la boca de uno de los pasajes, respirando con dificultad. Apoya sus manos en las rodillas. Delante de él el corredor gira hacia la izquierda. Alcanza a ver dos bifurcaciones a la derecha. La imagen le resulta familiar. ¿Ha pasado por allí antes? Cree que sí. Necesita una referencia concreta para estar seguro, piensa, y sabiendo que no es una buena idea, pero sin que se le ocurra otra cosa mejor, se vuelve hacia uno de los pósteres a su derecha, a pocos metros.

«No lo hagas… no mires… no mires a…».

Pero es demasiado tarde. Allí está su madre, desnuda

¿Su madre?

Sí. Sonriéndole mientras frota algo por su cuerpo. Tom retrocede un paso, a punto de lanzar un grito, cuando comprende que en realidad aquélla no es Allison Gordon. Aunque se le parece. Sus ojos azules, rodeados de un tizne chillón, adquieren un aspecto drogado. Y hay algo más. Otro detalle fuera de lugar…, una sucesión de aros en la nariz y uno en la ceja.

Como toque final, la muchacha desenrolla una película de celuloide que mágicamente surge de su vagina.

Cuando termina de hacerlo por completo, la imagen se repite. Una película breve y cíclica.

Tom aparta la mirada del póster (aunque éste se repite en su cabeza, que es casi lo mismo que tenerlo enfrente) y se encamina hacia la primera de las dos bifurcaciones. Sigue avanzando, procurando mantener el sentido de la orientación, diciéndose que si logra avanzar por mucho tiempo en la misma dirección debe encontrar una salida.

Unos minutos después, no sabe cuántos, se detiene y comprende que otra vez se encuentra en el mismo sitio que un momento atrás. Sabe que es imposible porque cree haberse desplazado en línea recta, pero la sensación persiste de todos modos. Cuando tuerce la cabeza, en efecto allí esta la muchacha de los aros, ocupada en su ritual fílmico. Esta vez, Tom elige la segunda bifurcación. Siente las piernas entumecidas y por más que desea mantener el ritmo de avance del principio, su corazón se niega a bombear el oxígeno necesario para hacerlo.

Cuando, poco tiempo después, llega a la misma posición ya conocida, no necesita la confirmación del póster para sentir que se cae a pedazos, exhausto. Esta vez cede ante la presión originada en sus rodillas y cae sobre ellas, experimentando la superficie dura y fría de las rocas.

Es un sueño, se dice…, pero no puede evitar que se le escapen algunas lágrimas.

Entonces siente una suave vibración sacudiendo sus rodillas. Casi imperceptible al principio, pero aumentando a cada instante, y transmitiéndose al resto de su cuerpo. Al ponerse en pie, advierte que las sacudidas son cada vez más intensas.

Comprende que algo se acerca. Se siente atemorizado ante una presencia capaz de ocasionar semejantes sacudidas a su paso, e intenta averiguar la dirección de su procedencia, pero le es imposible. Las vibraciones se alzan por todas partes; el sonido de cada paso rebota en los muros de piedra. Desconsolado, advierte que si echa a correr en cualquier dirección, es igualmente probable que se encuentre con aquella cosa.

Se siente perdido. Cree percibir un sonido agudo entre cada golpe. Una voz. Detrás de él.

Con la convicción de que no es más que un truco de su imaginación, se vuelve en dirección al muro. Deja escapar una exclamación, pero esta vez de alivio. Observa un nuevo póster, pero éste no muestra a la muchacha punk, sino a Ben. El mismo Ben de siempre: con su ropa de los Yankees y su gorra calada hacia atrás.

Hola, Tom —le dice el Ben bidimensional.

Hola, Ben. Yo… yo te echo de menos.

Lo sé…

Una sacudida más fuerte que las anteriores hace que Tom se tambalee. Ben señala a su izquierda, dando a entender que la misteriosa presencia se acerca desde esa dirección.

Logré esconderme de él —arguye Ben.

¿De quién?

Ben no responde, pero señala otra vez en la misma dirección que antes.

Vete, Tom, por allí.

Le señala hacia el frente. Su dedo parece salir del papel. Tom sigue la dirección del dedo y se encuentra con un muro de piedra, frente a las dos bifurcaciones conocidas.

Ben…, allí hay sólo muro.

Rápido, no hay tiempo

Subrayando cada palabra, dos pisadas sucesivas explotan en el extremo del corredor.

Tom corre en la dirección que su amigo le indica, acercándose al sólido muro de piedra.

Adiós, Ben —dice antes.

Al acercarse al muro, advierte una entrada oculta, confundida entre las rocas, apenas del tamaño suficiente para que alguien pequeño pueda introducirse en ella. Tom entra sin vacilar, y tras una serie de curvas cerradas desemboca en un pasillo estrecho y largo. Al final de éste, atisba un postigo de madera semiabierto, pero cuando se dispone a correr hacia allí, comprende que los sonidos se han detenido y en consecuencia también las vibraciones.

Aún aturdido por el encuentro con Ben, se dice que debe preocuparse por salir de allí cuanto antes.

«Logré esconderme de él…».

Echa a correr hacia adelante. Olvida momentáneamente el cansancio que se ha apoderado de sus extremidades y se lanza a toda velocidad.

Cuando las sacudidas se repiten, ahora en el sitio hacia donde él se dirige, comprende con horror que la Presencia conoce sus intenciones y que probablemente se ha desviado para interceptarlo. Tom fuerza sus piernas. Está a sólo diez metros. Las pisadas retumban con inusitada potencia, pero son sólo diez metros… quizás.

Cinco metros.

Cuando cree que logrará atravesar la salida, la Presencia emerge desde un costado, interceptándolo.

Tom no puede frenar y no se detiene a pensar si desea hacerlo. Su cerebro necesita unos instantes para poner en palabras lo que está viendo. Una masa informe bloquea todo el ancho de la salida, sólo que Tom aún puede verla… Puede ver a través de…

Es una colección de jirones grises y de cintas de humo que se entremezclan. Tom cree advertir cierta fisonomía, un rostro en lo alto, pero la sensación dura un segundo. Lo mismo ocurre con el cuerpo, que se desdibuja como si se tratara del humo de un cigarrillo agitado por una brisa. ¿Qué era aquello? ¿Cómo era posible que algo así pudiera dar semejantes golpes?

Cuando la atraviesa, desplazando espirales de humo y sintiendo cómo abrazan su piel y se filtran en pequeñas cantidades por sus fosas nasales, experimenta algo espantoso. Lo más horrible que ha padecido en toda su vida. Se siente sucio e invadido por pensamientos oscuros. Atraviesa la salida emitiendo un poderoso grito. Tiene los ojos cerrados, pero aun así desfilan frente a él imágenes de muerte, vivas representaciones de cuerpos destrozados mezclándose unos con otros. Se siente atormentado e invadido por pensamientos ajenos.

Cuando despertó, un grito lo acompañó hasta la habitación y una sacudida violenta lo expulsó finalmente de la pesadilla.