7

Esa noche, la cena en casa de la familia Green tuvo dos peculiaridades. La primera, y que todos ellos advirtieron, era que el aire se cortaba con un cuchillo. La segunda, y que lógicamente ninguno de ellos sabía, era que sería la última que compartirían.

Rosalía

Depositó dos fuentes con lasañas sobre la mesa y en tono bajo preguntó si estaba todo en orden. Normalmente, hubiera recibido una respuesta clara por parte de Robert o quizás alguna instrucción por parte de Danna, pero no fue el caso esta vez. Y en cierto modo se sintió agradecida. Lo que más deseaba en ese momento era retirarse a la cocina, comer algo si su estómago se lo permitía y luego encerrarse en su habitación. A eso se había reducido su vida con la familia Green últimamente.

Antes de marcharse echó un vistazo a la silla que hasta unas semanas atrás ocupaba Ben, para luego dedicar al resto una mirada rápida. Todos daban cuenta de su comida con la vista fija en sus respectivos platos y la mirada inexpresiva. Desde que Ben no compartía la mesa con ellos habían cambiado muchas cosas, algunas incluso escapaban a la comprensión de Rosalía. Más allá de la pérdida intolerable que podía significar la muerte de un hijo, cuyo dolor ciertamente ella apenas podía imaginar, la realidad era que había desencadenado en la vida de los Green algo inesperado. No sabía exactamente qué, pero estaba convencida de dos cosas: la primera era que, contrariamente a lo que cabría suponer, las cosas estaban siendo cada vez más difíciles para la familia; y la segunda, que todo aquello estaba relacionado con el encuentro que había tenido en el umbral de la puerta de su habitación la noche anterior a la búsqueda en el bosque.

Robert

Alzó la vista un par de veces para observar a Danna, que de todos modos no pareció advertirlo.

Los años de convivencia traen consigo un conocimiento visceral de lo que ocurre en la cabeza del otro. La negación a querer verlo… es algo totalmente diferente. Y Robert debía reconocer que una buena cuota de esto último había empañado su visión de las cosas durante los últimos días. Danna había estado actuando de forma extraña, y el hecho iba más allá de la muerte de Ben. Incluso frente a un acontecimiento devastador como éste, Robert creía saber cómo reaccionaría ella. Aun así, muchas de sus actitudes de los últimos tiempos no encajaban en ese patrón.

Casi podía entenderlo en base a su propia experiencia: él también había actuado de forma diferente a la esperada. Un ejemplo lo constituían sus especulaciones acerca del autor de la nota hallada en su agenda electrónica.

Tu mujer te engaña. ¡Todo el mundo lo sabe!

El primer indicio de que el mensaje podía ser cierto había tenido lugar el martes, cuando Danna regresó de su clase de pintura. Robert sabía que las clases eran los lunes y miércoles, y si bien en circunstancias normales hubiera pasado el detalle por alto, ese día, con el mensaje guardado en el bolsillo trasero de su pantalón, no lo hizo. ¿Qué le dijo ella más tarde? Algo acerca de Danny, el hijo de Rachel. Después de observar cada centímetro del rostro de su esposa, mientras ella colocaba sus pinturas en los estantes del estudio, Robert había decidido que decía la verdad. No importaba lo que algún lunático hubiera escrito en un papel para esconderlo luego en su agenda electrónica; su esposa le estaba dando en aquel momento una explicación absolutamente lógica y él no tenía por qué dudar de ella. ¿No es cierto?

Sentir que tu esposa se transforma en una galaxia lejana resulta aterrador. Comprender que nuestro entendimiento se limita a una observación pasiva en busca de señales reveladoras no resulta un descubrimiento alentador cuando la vida se precipita por un tobogán cuya leyenda final reza: Bienvenido a los cincuenta. Si no se ha sentido cómodo en el viaje… ¡lo sentimos! ¡No le devolveremos su dinero por nada del mundo! No importa haber compartido una veintena de años, infinidad de cenas como la de ese momento o la concepción de hijos; cuando se produce un alejamiento, nuestro rol se modifica y nos convertimos en meros observadores. Expertos, eso sí; dotados del bagaje de conocimiento que proporcionan años de convivencia.

Danna nunca había sido una mujer comunicativa. Su manera de decir ciertas cosas era directa y concisa; prefería lanzar un cubo de agua fría que salpicar abriendo y cerrando las manos. Así la había conocido Robert y se había acostumbrado a ello. Para otras cosas, era una mujer sutil, como tantas, que elegía (consciente o inconscientemente) enmascarar ligeramente sus mensajes. Así había funcionado su matrimonio durante muchos años, pero siempre en base a cierta comunicación. Danna a su manera y él a la suya.

Últimamente, ese vínculo se había roto. Con él había desaparecido rápidamente la confianza y habían crecido las sospechas.

Y allí estaba él ahora, llevándose a la boca un trozo de lasaña con la convicción de que Danna se veía con otro hombre. El mensaje encontrado en su agenda electrónica le había abierto los ojos, pero lo que había visto de ahí en adelante, ahora en su postura de marido observador, no había hecho más que confirmarlo. Danna se había comportado de un modo extraño, sin dar explicaciones acerca de sus movimientos. Robert añadiría incluso que había mentido acerca de ellos.

Andrea

No había intercambiado una palabra con Danna desde la pelea de esa tarde y pensó que marcharse a su habitación antes de tiempo podría darle a su madre una oportunidad de llamarle la atención. Optó por comer su porción de lasaña con lentitud y esperar a que sus padres abandonaran la mesa primero. El clima enrarecido que se cernía sobre ellos esa noche la convenció de que sería lo mejor. Incluso su padre parecía más preocupado que de costumbre.

Mantuvo la cabeza gacha y se dedicó a repasar su encuentro con Matt. Hacerlo hizo que los minutos pasaran más deprisa y que finalmente recapacitara en que también Matt se había comportado de un modo extraño con ella antes de marcharse; como si algo lo perturbara.

Danna

Robert la observaba.

Probablemente sospechaba que algo no iba bien; no era estúpido y, por encima de todo, la conocía al dedillo.

Ella había esperado arrojar algo de luz esa misma tarde sobre lo que ocurría. Eso sin duda hubiera ayudado a que las cosas volvieran a la normalidad; sin embargo, la visita a Heaven On Earth no había hecho más que confundirla. Sallinger muerto en extrañas circunstancias era una noticia que no había esperado, y que ciertamente lo excluía de la lista de sospechosos. Si Sallinger llevaba muerto más de un año, y suponiendo que hubiera hablado con alguien acerca de la relación que los había unido, ¿por qué se interesaría ese alguien en hacérselo saber después de tanto tiempo?

No tenía respuesta.

Alzó la vista.

Andrea

¿Por qué me observa?

Danna

¿Podía Andrea tener algo que ver con el mensaje?

Tal vez había escuchado una conversación suya con Rachel, o con el propio Sallinger. Era una posibilidad que explicaba la facilidad con que el autor se había introducido en la casa, aparentemente sin dejar rastro. Y en cuanto al tiempo que había transcurrido desde el episodio con Sallinger, quién sabe; la relación entre ellas no era buena últimamente. No difería de cualquier relación madre-hija adolescente, pero en este caso acompañada por la pérdida de un miembro de la familia. Quizás Andrea no estaba sobrellevando la muerte de su hermano como aparentaba. Quizás…

Quizás Andrea culpaba a Danna por la muerte de Ben.

Era una idea nueva, y se permitió analizarla con seriedad. Si tal cosa era cierta, entonces el mensaje hallado sobre la cama cobraba perfectamente sentido. Suponer que Andrea había actuado de un modo inconsciente era difícil de creer, aunque resultaba coherente con la reacción que había tenido esa tarde cuando ella le mostró la carta del conejo.

Danna se encontraba ensimismada en sus pensamientos hasta tal punto que apenas había probado bocado. Al levantar la vista, advirtió que tanto Andrea como Robert la observaban con fijeza. Un sonido al que no había prestado atención llegó a sus oídos y la arrancó definitivamente de sus cavilaciones.

Rosalía

Seguía en la cocina cuando el sonido la sobresaltó.

La casa se hallaba sumida en una inusitada quietud esa noche. Nadie había hablado durante la cena y el televisor había permanecido apagado. Rosalía estuvo a punto de dejar caer la taza que pretendía colocar en la alacena cuando el móvil de Danna comenzó a sonar sobre la encimera. No lo había visto hasta ese momento.

Regresó al comedor llevando el teléfono consigo.

Tanto Robert como Andrea observaban a Danna, quien parecía ser la única que no había advertido el timbre de su propio teléfono.

Danna

Se puso en pie instintivamente. No esperaba una llamada. Dio media vuelta y se marchó a su habitación.

Robert

¿Por qué se marcha? ¿Quién la llama a estas horas de la noche?

Danna

Una vez en su habitación, cerró la puerta tras de sí, y justo en ese momento oprimió el botón correspondiente para responder la llamada. Su instinto le decía que no sería buena idea hacerlo rodeada de su familia, y esta vez estuvo en lo cierto.

—¿Quién habla?

—Matt.

—¿Gerritsen?

—Sí. He sido bastante rápido, ¿verdad…?, no creíste que llamaría tan rápido.

—Matt ¿Estás…? ¿Estás ebrio o algo por el estilo? —Su voz al menos así lo evidenciaba.

—Algo así. No importa. Lo que importa es que ahora compartimos algunos secretos. Y si he de ser sincero, debo decir que me has sorprendido… Pero apuesto a que yo también puedo sorprenderte… ¿El nombre de Sallinger significa algo para ti?

Danna sintió que sus pies se aflojaban. Se sentó al borde de la cama. Cambió el teléfono de mano y utilizó esos segundos para pensar.

Misterio revelado: Gerritsen había dejado el mensaje en su cama. De algún modo se había enterado de su relación con David Sallinger.

¿Qué pretendía?

Procuró formular la siguiente pregunta de un modo diferente al que él esperaría; el muchacho estaba borracho o posiblemente drogado…, debía sacar alguna ventaja de eso.

—¿Dónde quieres que nos veamos?

Efectivamente la pregunta pilló a Matt desprevenido. Su respuesta no llegó inmediatamente.

—Tengo un sitio, no te preocupes. ¿Puedes tomar nota?

—Sí —dijo Danna mientras buscaba la agenda en su bolso.

Matt le dictó la dirección de la casa de la abuela de Randy. Le dijo que podrían verse al día siguiente, a las diez. Danna no puso objeciones.

—¿Qué es lo que tienes en mente? —Danna formuló la pregunta procurando ser lo más suave posible. Convenía no perder el control hasta comprender qué se traía Gerritsen entre manos.

—¿No puedes hablar? —La voz enredada de Matt se volvió pegajosa.

—Exacto —mintió Danna.

—Ya veo. Deja que yo lo haga entonces. Me cuesta hacerlo, mi lengua… —Una risa—. Pero me aseguraré de que lo haga mañana, a las diez…

Danna sentía su corazón acelerado. Se sintió incapaz de contraatacar. Ensayó un par de respuestas rápidas, pero ni siquiera sonaron acertadas dentro de su cabeza.

—Apuesto a que no esperabas esto —dijo Matt.

—Ciertamente no.

—Nos vemos mañana. A las diez…

—Claro que sí. Adiós.

—Adiós.

Danna permaneció con el teléfono a la altura del oído, incapaz de moverse. Advirtió que la mano que descansaba sobre su pierna temblaba. Cuando logró romper la parálisis que se había apoderado de ella, no pudo hacer más que desplomarse sobre la cama y mirar el techo con la vista desenfocada.

¿Quería una respuesta?

Allí la tenía.

¿El nombre Sallinger significa algo para ti?

Paseó la vista por la habitación. Imaginó la figura furtiva de Gerritsen desplazándose por ella, procurando no hacer ruido e inclinándose sobre la cama para dejar cada una de las cartas del conejo.

¿Y si simplemente ignoraba la llamada?

Quizás si él veía que ella no se sentía intimidada por sus maniobras de extorsión, simplemente se olvidara del asunto. Era evidente que no la había llamado en pleno uso de sus escasas facultades mentales.

Pero ¿y si se equivocaba?

Necesitaba conocer un poco mejor las intenciones de Gerritsen, y en ese momento supo que al día siguiente lo visitaría. No tenía por qué pasar nada que ella no quisiera. Hablaría con él. Lo estudiaría. Procuraría disuadirlo de sus intenciones, si tal cosa era posible. Sabría cómo se había enterado de su relación con Sallinger; tal vez incluso podría averiguar si contaba con alguna prueba.

Eso haría. Estaba decidido. Una vez que se viera con Gerritsen cara a cara, estaría en condiciones de determinar cuál era la mejor manera de proceder.

Siguió tendida en la cama un buen rato, sintiéndose cada vez más intranquila en cuanto al giro que estaban tomando los acontecimientos, pero creyéndose al menos más cerca de terminar con todo aquello.

No sabía cuán equivocada estaba.