6

Matt yacía en su cama. Tenía la vista fija en el techo, y de vez en cuando la desviaba hacia su puño derecho, el cual encerraba el mensaje de Danna.

No te preocupes por el resto de tu mercancía, Matt. Me he tomado la libertad de colocarla en el otro altavoz.

Después de leer el mensaje en el baño de la familia Green, había regresado a la habitación de Andrea para comprobar que la droga en efecto estaba en el otro altavoz. Fue suficiente probar su peso para concluir que así era. La posibilidad de que Danna podía haber colocado algún elemento pesado en el interior se le cruzó por la cabeza, pero decidió que correría ese riesgo, al menos de momento. Tenía suficiente con el mensaje.

Parece que ahora compartiremos este pequeño secreto, ¿verdad?

¿Cómo era posible que Danna hubiese descubierto la droga? Matt se había formulado la pregunta unas mil veces en la última media hora. Cuando había escogido el sitio en que escondería su parte de la heroína (fuera de su casa, siguiendo las órdenes de Randy), la idea de hacerle un regalo a su novia y ocultar la droga dentro le resultó una alternativa perfecta. Sabía que no podría dejarla escondida allí eternamente, pero sería seguro hacerlo por una semana. Sin embargo, Danna la había descubierto en apenas un día.

Pero el hallazgo de la droga no era lo peor de todo, o al menos no lo más inquietante. Matt no conocía a Danna Green; sin embargo, por lo que Andrea le había dicho de ella, no tenía sentido que frente a semejante descubrimiento se decidiera por jugar al gato y al ratón. La razón le gritaba que la mujer se habría dirigido de inmediato a la policía y el techo que Matt estaría observando en ese momento sería el de una celda y no el de su habitación.

La situación carecía de sentido. Aunque a Danna se le diera por perseguir muchachos mucho más jóvenes que ella (incluso tratándose del novio de su hija), no había que perder de vista el punto principal: con su actitud, había permitido que una buena cantidad de droga permaneciera escondida en su propia casa.

Me pregunto si no te gustaría compartir otro conmigo… seguramente no tan pequeño.

Había una sola explicación para semejante comportamiento: la mujer debía de estar chiflada.

Eso era. No había otra manera de explicarlo.

Durante el encuentro con la familia Green, Danna ciertamente lo había sorprendido con su silueta de gimnasio; no obstante, su actitud fría y distante había sido tal y como Andrea había predicho. Si Matt tuviera que trazar un perfil de la mujer en función de lo que había visto esa tarde, habría dicho que se trataba de una persona calculadora y pensante. El mensaje que había descubierto probaba lo contrario.

A medida que fue ordenando sus pensamientos, comenzó a sentirse más tranquilo. En primer lugar, tendría que sacar la droga de la casa de Andrea cuanto antes y buscar otro escondite más seguro. Si Danna no había dado aviso a la policía, cosa que definitivamente no había hecho, cabía suponer que no lo haría en los próximos días, pero Matt se sentiría más tranquilo si la droga no estaba en esa casa. Si más adelante Danna decidía sacar a relucir la verdad, él no tendría más que negarla y asunto terminado. Por el momento no tendría más remedio que seguirle el juego.

Llámame.

Era la primera vez que analizaba seriamente la posibilidad de llamarla y verla. Lo interesante de la cuestión era que no tenía alternativa; si no la llamaba, la mujer podía reaccionar de la manera más inesperada. Y teniendo en cuenta el mensaje que había escrito, podía esperarse casi cualquier cosa. Mejor no ponerla a prueba.

La nueva versión de Danna que Matt empezaba a bosquejar en su cabeza reemplazó a la de madre disciplinada. Una mujer que le deja un mensaje tan elocuente al novio de su hija es ciertamente capaz de muchas cosas, pensó Matt. Su preocupación inicial frente a la gravedad de la situación fue reemplazada lentamente por un sentimiento de paz. No había ocurrido nada que no pudiera revertirse. Sacaría la droga del equipo de música y manejaría a Danna durante un tiempo prudencial. No le supondría ningún esfuerzo encontrarse con ella. Además, la nueva versión que su cabeza había creado tenía una cualidad impredecible que a Matt lo atrapó de inmediato. Quién sabe lo que podía ser capaz de hacer Danna en un encuentro íntimo…, podía ser una de esas mujeres adictas al sexo.

Matt experimentó una súbita y poderosa erección. Extendió su mano izquierda y masajeó su pene a través de la tela del pantalón. Una sonrisa se dibujó lentamente en su rostro.

Todos sus contados encuentros sexuales habían sido con muchachas de su misma edad o, como en el caso de Brenda Shiller, un par de años mayor. La fantasía de estar con una mujer mucho mayor que él no era nueva, pero nunca había hecho nada para concretarla. ¿Cuántos años tenía Danna Green? Matt estimó que unos cuarenta y dos, o quizás más. A medida que le daba vueltas, la idea se tornaba más atractiva.

Se bajó la cremallera y extrajo su pene con un movimiento frenético. Las fantasías con mujeres mayores no eran las más frecuentes, debía reconocerlo, aunque sí ocupaban un decoroso tercer lugar (el segundo era para el equipo de animadoras de la escuela y el primero, indiscutido, para su prima Casandra, con quien había jugado infinidad de veces en el patio trasero de su tía, y a quien los años le habían regalado dos pechos descomunales y la boca de una muñeca hinchable). El exponente más importante de sus fantasías con mujeres mayores lo constituía Alice, la mujer que se había encargado de los quehaceres domésticos en su casa durante casi diez años. Matt no sabía con certeza cuándo había empezado a descubrir a Alice, pero suponía que había sido a los trece o catorce, cuando ella tenía unos treinta y cinco. Era una mujer de color en la que todo en su cuerpo era de proporciones importantes. No era bonita, al menos no a los ojos de Matt. Tenía tendencia a engordar, según sus propias palabras, y con el tiempo fue evidente que estaba perdiendo la batalla con el sobrepeso, pero sin aceptarlo por completo. Seguía vistiendo faldas cortas o blusas ajustadas. Matt había desarrollado una especial predilección por observarle el gigantesco trasero, aunque con el tiempo hubo otras actividades además de avistar culos. Había cogido dos o tres prendas íntimas de la mujer, que conservaba como tesoros masturbatorios, y la más osada de todas: tocarse los genitales cuando ella entraba en su habitación en busca de ropa sucia o por cualquier otra razón. Normalmente, la mujer no lo veía, pero a Matt le gustaba pensar que sí. Había pasado horas en el baño o en su habitación elaborando situaciones ficticias que tenían a Alice como protagonista. En la mayoría de ellas, la mujer lo descubría desnudo.

Ahora era el turno de Danna. Matt permitió que su cabeza imaginara un encuentro con ella. La tarea fue sumamente sencilla, mientras su mano izquierda siguió haciendo su trabajo.

Cerró los ojos.

Dedicó los siguientes minutos a adornar la imagen mental de Danna, hasta que un sonido estridente hizo que abriera los ojos de golpe. Se irguió, pensando que no había cerrado la puerta con llave y que alguien había entrado sin llamar, pero descubrió con alivio que no era así. Rápidamente comprendió que se trataba de su móvil.

La pantalla mostraba un número sin identificación. Matt supo de inmediato que aquella llamada no podía traer buenas noticias, pero que ignorarla no haría más que complicar las cosas.

—¿Quién es? —dijo con voz firme.

—Hola, Matt. ¿Has tenido alguna novedad para mí?

Silencio.

El Zorro pronunció las siguientes palabras con forzada lentitud:

—Vamos, no puedo hacerte daño por teléfono. ¿Has averiguado algo de mi droga?

Matt experimentó cómo su pene se reducía al tamaño de una oruga anciana y sus fantasías se marchaban a una galaxia lejana. Ahí estaba este sujeto, llamándolo a su propio móvil, y lo peor de todo es que no tenía muy buenas noticias para él.

—La carga está a salvo.

—Muy bien. ¿Hay algo que deba saber?

Matt tuvo la horrible sensación de que el Zorro sabía que Danna Green había descubierto la droga y que lo estaba poniendo a prueba. No tenía sentido, pero no le pareció buena idea no mencionarlo.

—Pu… puede que la señora Green sepa algo.

Se produjo un silencio de unos segundos en los que Matt pensó que se desmayaría.

—¿Puede? —dijo el Zorro al fin.

—Pero lo arreglaré. No dirá nada. Sé cómo hacerlo, en serio.

—¿Cómo lo harás?

—Me reuniré con ella. Creo…, creo que quiere tener algo conmigo.

—¿Contigo?

—Sí. Pero después de verme no dirá nada, se lo aseguro.

—¿Vas a matarla, Matt?

Silencio.

—Tranquilo, sólo bromeaba. Sé que no vas a matar a Danna Green.

—No lo haré, señor.

—El nombre de David Sallinger te será de utilidad —dijo el Zorro en tono reflexivo—. Dile que sabes lo de Sallinger…

—¿Quién es Sallinger?

—No te importa. Como te he dicho ayer, Danna Green ha estado metiendo las narices donde no debe. Es todo lo que debes saber. Cítate con ella mañana a las diez. Puedes usar la casa de tu socio.

—No habrá problemas, se lo aseguro.

—Confío en que resolverás esto, Matt. Disfruta tu encuentro.

La comunicación se interrumpió. Matt temblaba.